El Camino de las Sombras (35 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
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La mansión en sí estaba ubicada sobre un promontorio central que permitía contemplar el río desde arriba a pesar de los muros de cuatro metros, rematados por pinchos, que bordeaban toda la propiedad.

Con una mano temblorosa que enmascaró como perlesía, Kylar llamó a la puerta de servicio.

—¿Sí? —Se abrió la puerta y una joven miró a Kylar a la expectativa mientras se secaba las manos en el delantal.

Era una mujer hermosa, de unos diecisiete años, con un talle de reloj de arena que, pese al recato de su indumentaria de lana de sirvienta, habría sido la envidia de cualquier chica de alquiler de Mama K. Las cicatrices seguían allí, una X en la mejilla, una X cruzándole los labios carnosos y una curva desde la comisura de la boca hasta el rabillo del ojo. Esa última le confería una sonrisilla permanente, pero la amabilidad de su boca suavizaba la crueldad de la marca.

Kylar recordaba el aspecto que había tenido su ojo, hinchadísimo. Había temido que nunca llegara a ver bien otra vez. Sin embargo, sus dos ojos, limpios y de un castaño brillante, chispeaban de bondad y felicidad. A Muñeca le habían hecho cisco la nariz, y la de Elene no estaba recta del todo, pero no quedaba mal. Y tenía todos los dientes... Pues claro, pensó, era lo bastante joven para haber perdido solo dientes de leche en la paliza.

—Pasa, abuelo —dijo la chica con voz queda—. Te buscaré algo de comer.

Le ofreció el brazo y no pareció ofenderle que la mirase fijamente. Lo acompañó hasta una salita lateral con una mesa estrecha, pensada para los criados que necesitaban oír si los llamaban desde la cocina. Con calma, Elene explicó a una mujer diez años mayor que ella que necesitaba que la sustituyese mientras se ocupaba de su invitado. Por su tono y por la reacción de la mujer más mayor, Kylar supo que allí adoraban a Elene y que ella cuidaba de mendigos a todas horas.

—¿Cómo estás, abuelo? ¿Te traigo un bálsamo para las manos? Sé que duelen en estas mañanas heladas.

¿Qué había hecho él para merecer eso? Se había presentado como un mendigo de la más inmunda calaña y ella lo colmaba de atenciones. Él no tenía nada que darle, y aun así lo trataba como un ser humano. Esa era la mujer a la que casi habían matado su arrogancia y su estupidez, su fracaso. La única fealdad de su vida se la debía a Kylar.

Creía haber superado los remordimientos dos años atrás, cuando Mama K le había hecho ver la simple verdad de que había evitado a Elene peores cosas que las cicatrices. Sin embargo, mirar de cerca esas marcas amenazaba con sumirlo de nuevo en aquel infierno.

Elene puso sobre la mesa un mendrugo cubierto de salsa de carne recién hecha y empezó a cortarlo en trozos más pequeños.

—¿Quieres sentarte? Vamos a dejar esto un poco más fácil de masticar, ¿de acuerdo? —dijo ella, subiendo la voz como aprendían a hacerlo quienes trabajaban con personas mayores. Sonrió y las cicatrices le tiraron de los labios carnosos.

«No.» Él la había colocado allí, con aquella gente que la adoraba, donde podía permitirse compartir un mendrugo. Elene había tomado sus propias decisiones para convertirse en quien era, pero él había hecho posibles esas decisiones. Si alguna vez hizo algo bueno, era eso. Cerró los ojos y respiró hondo. Cuando los abrió y la miró sin que la culpa le enturbiara la vista, la vio deslumbrante. Elene tenía el cabello dorado y lustroso, una piel inmaculada aparte de las cicatrices, los ojos grandes y luminosos, pómulos marcados, labios sensuales, dientes blancos, cuello esbelto y una figura fascinante. Estaba inclinada para cortarle el mendrugo y su corpiño se abría un poco por la parte delantera...

Kylar apartó la vista con gran esfuerzo e intentó calmarse el pulso. Ella reparó en su movimiento brusco y lo miró. Kylar le sostuvo la mirada. La expresión de Elene era preocupada, limpia. ¿De verdad iba a pedirle a esa mujer que traicionase a sus patrones?

Una maraña de emociones que Kylar había mantenido arrinconadas en algún cuartucho oscuro de su alma se desbordó y echó la puerta abajo. Ahogó un sollozo y parpadeó con fuerza. «Contrólate.»

Elene le rodeó los hombros con el brazo, impasible a su hedor y su ropa andrajosa. No dijo nada, no preguntó nada; tan solo lo tocó. Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo, y sus emociones volvieron a desbocarse.

—¿Sabes quién soy? —preguntó Kylar. No usó la voz de mendigo.

Elene Cromwyll lo miró extrañada, sin comprender. Kylar quería permanecer encorvado, esconderse de esos ojos amables, pero no podía. Enderezó la espalda, se puso en pie y estiró los dedos.

—¿Kylar? —preguntó Elene—. ¡Eres tú! ¿Qué haces aquí? ¿Te envían Mags e Ilena? Oh, Dios mío, ¿qué te han contado? —Se le ruborizaron las mejillas y se le encendieron los ojos de esperanza y vergüenza. No era justo que una mujer pudiera ser tan hermosa. ¿Sabía lo que le estaba haciendo?

Tenía la cara de una chica sorprendida para bien por un chico que no le era indiferente. Oh, dioses. Creía que estaba allí para preguntarle si iría con él a la fiesta de Mags. Las expectativas de Elene estaban a punto de chocar con la realidad como un niño pequeño que cargase contra la caballería alitaerana.

—Olvídate de Kylar —dijo, aunque le doliera—. Mírame y dime a quién ves.

—¿A un anciano? —preguntó ella—. Es un disfraz muy bueno, pero no es una fiesta de disfraces. —Volvió a ponerse colorada, como si estuviese dando demasiado por sentado.

—Mírame, Muñeca —dijo con un hilo de voz.

Se quedó inmóvil, paralizada, escudriñando sus ojos. Le tocó la cara y se quedó atónita.

—Azoth —susurró. Apoyó una mano en la mesa para mantener el equilibrio—. ¡Azoth!

Se lanzó sobre él tan deprisa que Kylar casi intentó bloquear su ataque. Entonces empezó a estrujarlo. Se quedó quieto como una estatua mientras su cabeza se avenía por fin a entender que lo estaba abrazando.

No podía obligarse a moverse, no podía pensar; solo sentía. La suave piel de la mejilla de Elene rozó su pómulo desaliñado y sin afeitar. Su pelo le llenó el olfato del limpio aroma de la juventud y la promesa. Elene lo abrazó con más fuerza, añadiendo la fuerza de unos brazos fibrosos al acorde de absoluta aceptación que componían la firmeza de su abdomen y su espalda y la pura blandura femenina de su pecho contra el de Kylar.

Con cuidado, Kylar levantó las manos de sus costados y le tocó la espalda. Notó un sabor salado en sus propios labios. Una lágrima, una lágrima suya. Su pecho padeció una convulsión incontrolable y de repente rompió a sollozar. La agarró, y ella lo abrazó con más fuerza aún. También él la sintió llorar, con unos sollozos entrecortados que le sacudían el cuerpo entero. Por un momento, el mundo quedó reducido a un solo abrazo: reencuentro, alegría y aceptación.

—Azoth, oí que habías muerto —dijo Elene, acabando demasiado pronto con el momento.

«Siempre estarás solo.» Kylar se quedó paralizado. Si las lágrimas pudieran detenerse mejilla abajo, las suyas lo habrían hecho.

Soltó a Elene con movimientos decididos y dio un paso atrás. Ella tenía los ojos enrojecidos, pero todavía resplandecientes mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo. Un súbito deseo de levantarla en brazos y besarla lo asaltó como una ola. Parpadeó y se mantuvo inmóvil hasta que recobró la compostura. Abrió la boca y no pudo decir nada, no podía echarlo a perder. Volvió a intentarlo, dispuesto a enhebrar las mentiras; fue incapaz. «Las relaciones son sogas. El amor es un nudo corredizo. Durzo me lo dijo. Me dio una oportunidad. Podría haber sido flechero, herborista. Escogí esto.»

—Me ordenaron no verte nunca. Fue mi maestro. —Tenía la lengua como de plomo—. Durzo Blint.

Notó que hasta Elene había oído hablar de Durzo Blint. Entrecerró los ojos, confusa. Kylar imaginaba lo que pasaba por su pensamiento: si Durzo era su maestro, eso significaba... Vio una rápida sonrisilla de incredulidad, como si estuviese a punto de decir: «Pero los ejecutores son monstruos, y tú no lo eres». Entonces la sonrisa se desvaneció. ¿Por qué otro motivo no la habría buscado su Azoth? ¿De qué otra manera podía desaparecer por completo un rata de hermandad?

Su mirada se volvió distante.

—Cuando me hicieron daño, te recuerdo discutiendo con alguien, exigiéndole que me salvara. Creí que había sido un sueño. Aquel era Durzo Blint, ¿no es así?

—Sí.

—Y tú... ¿ahora eres lo mismo que él? —preguntó.

—Más o menos. —«En realidad, ni siquiera soy un monstruo con todas las de la ley, solo soy un asesino, un chapuzas.»

—¿Te hiciste su aprendiz para que me salvara? —preguntó ella, apenas más alto que un susurro—. ¿Te convertiste en lo que eres por mí?

—Sí. No. No lo sé. Me dio una oportunidad de dejarlo después de que matase a Rata, pero no quería tener miedo nunca más, y Durzo nunca tenía miedo, y, aunque solo fuese un aprendiz, me pagaba lo bastante bien para que pudiera... —Se calló.

Elene entrecerró los ojos mientras deducía el resto.

—Para que pudieras mantenerme —terminó. Se tapó la boca con las manos.

Kylar asintió. «Tu bonita vida está construida con dinero ensangrentado.» ¿Qué estaba haciendo? Debería mentirle, la verdad solo podía destruir.

—Lo siento. No debería habértelo dicho. Yo...

—¿Que lo sientes? —lo interrumpió Elene. Kylar sabía cuáles serían las siguientes palabras en salir de su boca: «Eres un fracasado, mira lo que me has hecho»—. ¿De qué estás hablando? ¡Me lo has dado todo! Me diste de comer en las calles cuando era demasiado pequeña para encontrar comida yo sola. Me salvaste de Rata. Me salvaste cuando tu maestro iba a dejarme morir. Me colocaste en una buena familia que me quiso.

—Pero... ¿no estás enfadada conmigo?

Pareció sorprendida.

—¿Por qué iba a estarlo?

—Si no hubiese sido tan arrogante, ese hijo de puta no habría ido a por ti. ¡Lo humillé! Tendría que haber estado atento. Tendría que haberte protegido mejor.

—¡Tenías once años! —exclamó Elene.

—Todas las cicatrices de tu cara son por culpa mía. ¡Dioses, mírate! ¡Habrías sido la mujer más bella de la ciudad! En lugar de eso, aquí estás, dando mendrugos a los mendigos.

—¿En vez de dónde? —preguntó ella con calma—. ¿Conoces alguna chica que haya sido prostituta desde niña? Yo sí. He visto de lo que me has salvado. Y doy gracias por ello todos los días. ¡Doy gracias por estas cicatrices!

—Pero... ¡tu cara! —Kylar volvía a estar al borde de las lágrimas.

—Si esta es la peor fealdad de mi vida, Azoth, me puedo dar con un canto en los dientes. —Sonrió y, a pesar de las cicatrices, la habitación se iluminó. Era deslumbrante.

—Eres preciosa —dijo Kylar.

Elene se ruborizó. Las hermanas Drake eran las únicas chicas que Kylar había visto ruborizarse, y Serah ya no lo hacía.

—Gracias —dijo ella, y le tocó el brazo. Su contacto le provocó escalofríos en todo el cuerpo.

Kylar la miró a los ojos y también él se ruborizó. Nunca había pasado tanta vergüenza en su vida. ¡Ruborizarse! Eso no hacía sino empeorar las cosas. Elene se rió, no de él por sus apuros, sino llevada por un júbilo tan inocente que le dolía. Su risa, como su voz, era grave, y lo acariciaba como una brisa fresca en un día de calor.

Después su risa pasó y una expresión de profunda pena se apoderó de su cara.

—Cuánto lo siento, Azoth... Kylar. Siento lo que has tenido que pagar para colocarme aquí. Ni siquiera sé qué pensar. A veces parece que la mano del Dios no llega muy adentro de las Madrigueras. Lo lamento. —Lo miró durante mucho tiempo y otra lágrima descendió por su mejilla. Ella no le hizo caso, absorta en él por completo—. ¿Eres un hombre malo, Kylar?

El vaciló. Entonces dijo:

—Sí.

—No te creo —replicó Elene—. Un hombre malo habría mentido.

—A lo mejor soy un villano sincero. —Kylar se volvió de espaldas.

—Creo que todavía eres el chico que compartía el pan con sus amigos cuando se moría de hambre.

—Siempre me quedaba el trozo más grande —susurró él.

—Entonces lo recordamos de distinta manera —dijo Elene. Emitió un hondo suspiro y se secó las lágrimas con la mano—. ¿Has venido...? ¿Estás aquí por trabajo?

Fue un disparo en el plexo solar.

—Vendrá un ejecutor a matar a alguien y robar una cosa en la fiesta de esta noche. Necesito una invitación.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó ella.

A decir verdad, Kylar apenas había pensado en ello.

—Voy a matarlo —dijo.

Y era la verdad. Hu Patíbulo era la clase de sádico que empezaba a matar mendigos cuando pasaba demasiado tiempo entre dos trabajos. Necesitaba el asesinato como un borracho necesita el vino. Si Kylar entraba y robaba antes el ka'kari de plata, Hu Patíbulo iría a por él. Hu era un ejecutor hecho y derecho, con fama de ser tan buen luchador como Durzo. La única posibilidad que tendría de matarlo sería pillarlo desprevenido. Esa misma noche.

Elene seguía sin mirarlo.

—Si eres un ejecutor, tienes otros medios para colarte. Debes de conocer falsificadores. Kylar Stern debe de tener contactos. A lo mejor una invitación mía sería la manera más fácil de entrar, pero no has venido por eso. Has venido para estudiar la casa, ¿no es así?

Su silencio fue respuesta suficiente.

—Todos estos años —dijo Elene, dándole la espalda—, he pensado que Azoth estaba muerto. Y a lo mejor lo está. A lo mejor contribuí a matarlo. Lo siento, Kylar. Daría mi vida por ayudarte, pero no puedo entregarte lo que no es mío. Mi lealtad y mi honor pertenecen al Dios. No puedo traicionar la confianza de mi señora. Me temo que tendré que pedirte que te vayas.

Era una expulsión más cortés de lo que se merecía, pero una expulsión a fin de cuentas. Kylar se encorvó, retorció los dedos hasta formar unas garras artríticas y se fue. Volvió la cabeza en cuanto llegó a la puerta, pero Elene ni siquiera estaba mirando.

Capítulo 37

Llegó, como todas las buenas emboscadas, en el momento y lugar que menos la esperaban. Solon, Regnus y sus hombres habían dejado atrás las montañas y las llanuras centrales, y se encontraban a menos de cuatro kilómetros de los confines septentrionales de Cenaria.

El duque de Gyre y su escolta pasaban por un camino elevado entre dos anchos arrozales cuando alcanzaron a un hombre que llevaba de la brida al caballo que tiraba de un carro. En los campos había varios campesinos trabajando, pero llevaban ropa sencilla, calzas con las perneras arremangadas hasta las rodillas, y era imposible que escondiesen armas o armaduras. El carretero hizo a un lado su caballo y observó atentamente a los hombres de armas.

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