El Camino de las Sombras (17 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
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Blint prosiguió, sin siquiera mirarlo de reojo.

—El muriente empieza a dar muestras de depresión, retraimiento, suspicacia. Los síntomas empeoran poco a poco. Entonces, a lo mejor, muere una mascota muy querida. El blanco ya está irritable y paranoico, y no tarda en tomarla con sus amigos. Quienes le visitan, al menos los que se quedan a tomar algo, se ponen de mal humor cuando están con el muriente. Se pelean. Dejan de visitarlo. A veces la víctima escribe la nota de su puño y letra. A veces hasta se suicida él solo, aunque eso lo superviso de cerca para asegurarme de que elija un método apropiado para el efecto que se desea. Cuando se cuenta con tiempo suficiente, nadie sospecha nada que no sea un suicidio. La propia familia a menudo echa tierra sobre los detalles y disemina las escasas pruebas que existan.

—Por las barbas del Gran Rey, ¿es posible hacer algo como eso? —preguntó el general supremo.

—¿Posible? Sí. ¿Difícil? Mucho. Requiere una cantidad considerable tanto de mi tiempo como de venenos que debo mezclar con sumo cuidado. ¿Sabíais, por cierto, que cada persona reacciona de manera distinta a los venenos? Si hace falta una nota falsificada, hay que analizar la correspondencia y los diarios del blanco para que no solo la letra, sino también el estilo y hasta ciertas elecciones de palabras resulten idénticos. —Durzo esbozó una sonrisa lobuna—. El asesinato es un arte, mi señor, y yo soy el artista más consumado de la ciudad.

—¿A cuántos hombres habéis matado? —preguntó el general supremo.

—Baste con decir que no estoy nunca ocioso.

El hombre se acarició la barba mientras seguía examinando el folleto que le había dado el maestro Blint, con obvia desazón.

—¿Puedo preguntaros por otros servicios, maese Blint? —inquirió, con repentino respeto.

—Preferiría que os interesarais solo por aquellas muertes que os estéis planteando en serio —respondió el maestro Blint.

—¿Cómo es eso?

—Valoro mucho los secretos, como es mi deber. De modo que no me gusta comentar mi metodología. Además, para ser sincero, saber demasiado tiende a asustar a quienes contratan mis servicios. Hace tiempo tuve un cliente que estaba muy orgulloso de sus defensas. Me preguntó cómo cumpliría un contrato contra él. Me irritó, de forma que se lo expliqué.

»Después, intentó contratar a otro ejecutor para que me matase. Lo rechazaron todos los profesionales de Cenaria. Acabó recurriendo a un aficionado.

—Os arrogáis la condición de leyenda viviente —dijo el general, con una mueca de su cara delgada.

¡Pues claro que Durzo Blint era una leyenda! ¿Quién lo contrataría si no lo supiera? Y al mismo tiempo, se hacía extraño oír hablar al maestro Blint de su oficio a un noble, a alguien como el conde Drake. Era como si los dos mundos de Azoth se estuvieran acercando demasiado el uno al otro y notara el sobrecogimiento del noble en sus carnes.

En la hermandad, Durzo Blint había sido una leyenda porque tenía poder, porque la gente le tenía miedo y él nunca tenía motivo para temer a nadie. Era lo que había atraído a Azoth hacia él. Pero ese noble estaba sobrecogido por motivos diferentes. Para él, Durzo Blint era una criatura de la noche. Era un hombre capaz de violar todo lo que él más apreciaba. Socavaba todo aquello que el general supremo había creído seguro. El noble no parecía asustado: parecía asqueado.

—No estoy diciendo que tenga aterrorizados a todos los ejecutores de la ciudad. —El maestro Blint sonrió—. Lo que pasa es que los profesionales somos, si no un grupo unido, por lo menos sí uno reducido. Somos colegas, algunos incluso amigos. El segundo ejecutor al que acudió fue Wrable Cicatrices...

—He oído hablar de él —dijo Brant Agón—. Al parecer es el segundo mejor asesino de la ciudad.

—Ejecutor —corrigió Blint—. Y amigo mío. Me contó lo que tramaba ese cliente. Después de eso... en fin, usaré una metáfora militar para que lo entendáis mejor, sería como intentar un pequeño asalto a una ciudad que se lo esperara en lugar de a una desprevenida. En el segundo caso podría funcionar, en el primero es un suicidio.

—Ya veo —dijo el general supremo. Hizo una pausa momentánea, al parecer sorprendido de que el maestro Blint supiese quién era; luego, de repente, sonrió—. Y además sois todo un estratega.

—¿A qué os referís?

—No se han firmado muchos contratos contra vos desde que empezasteis a contar esta anécdota, ¿verdad?

El maestro Blint sonrió de oreja a oreja. Esos dos hombres, pensó Azoth, se entendían mutuamente.

—Ni uno. Al fin y al cabo, la diplomacia es una extensión de la guerra —dijo Blint.

—Nosotros solemos decir que la guerra es una extensión de la diplomacia —observó Brant Agón—. Pero creo que estoy de acuerdo con vos. Una vez me vi superado en número y obligado a defender una posición contra los lae'knaught durante dos días, mientras llegaban mis refuerzos. Tenía unos prisioneros, de modo que los coloqué en una posición vulnerable y dije a sus guardias que recibiríamos refuerzos al amanecer. Durante los combates, permitimos que los cautivos quedaran libres y no tardaron en comunicar la noticia a sus superiores. El ejército lae'knaught quedó tan desanimado que se mantuvo a la defensiva hasta que llegaron de verdad los refuerzos. Esa diplomacia nos salvó la vida.

»Lo cual nos devuelve a la cuestión que tenemos entre manos —prosiguió el general supremo—. Necesito cierto empeño diplomático que no figura en esta lista vuestra. Me temo que no he sido del todo sincero con vos, maese Blint. Estoy aquí por orden del rey.

La cara del maestro Blint de repente quedó despojada de emociones.

—Entiendo que, al revelároslo, podríamos perder al hombre que me proporcionó vuestro nombre. Sin embargo, el rey considera que vale la pena poner en peligro las vidas tanto de un contacto como de uno de sus ministros, a saber, yo.

—No habréis cometido ninguna insensatez como rodear el edificio de soldados, ¿verdad? —preguntó el maestro Blint.

—Nada por el estilo. He venido solo.

—Entonces hoy habéis hecho una elección sensata.

—Más de una. Os hemos elegido a vos, maese Blint. Y he elegido ser sincero con vos, algo que espero que apreciéis.

»Como sabéis, el rey es rico, pero carece de fuerza política o militar. No es plato de gusto, pero tampoco es nada nuevo. Hace cien años que no tenemos reyes fuertes. Aleine de Gunder desea cambiar eso. Sin embargo, además de las rencillas internas de las que sin duda sabréis más de lo que a mí me interesa, hace poco el rey ha tenido conocimiento de otras conspiraciones bastante retorcidas para robar ingentes cantidades de dinero no solo del tesoro, sino también, a través de múltiples estratagemas, de casi todos los nobles del país. El fin último, creemos, es empobrecer tanto a Cenaria que seamos incapaces de mantener un ejército.

—Se diría que es mucho dinero para robarlo sin que nadie se entere —observó el maestro Blint.

—El tesorero real se ha enterado: es él quien lo organiza todo. Sin embargo, nadie más lo ha descubierto todavía. Las estratagemas son poco menos que brillantes. La conspiración ni siquiera estará madura hasta dentro de seis, diez años. Están colocando en puestos clave a hombres que por el momento no han hecho nada malo. Hay más, mucho más, pero no es necesario que lo sepáis.

—¿Y qué es necesario que sepa? —preguntó Blint, con los ojos entrecerrados.

—Os he estudiado a fondo, maese Blint —dijo el general supremo—, aunque cueste encontrar información sobre vos. Todo el mundo sabe que aquí el Sa'kagé posee un poder enorme. La gente de fuera del país lo sabe. Khalidor lo sabe.

»El rey os necesita para más de una docena de trabajos, que abarcarán años. Algunos conllevarán meros asesinatos, otros exigirán que sembréis informaciones falsas y varios no precisarán que matéis en absoluto, sino tan solo que os vean. El rey dios Ursuul debe creer que el Sa'kagé y sus agentes tienen una alianza con nosotros.

—Queréis que me convierta en un agente del gobierno.

—No... no exactamente.

—Y supongo que me indultaréis por todo lo que he hecho —conjeturó el maestro Blint.

—He sido autorizado a ofrecer esa condición.

El maestro Blint se puso en pie con una carcajada.

—No, general supremo. Buenos días.

—Me temo que no puedo aceptar un no por respuesta. El rey lo ha prohibido.

—Espero de corazón que no estéis planeando amenazar mi vida —dijo el maestro Blint.

—Primero —dijo el general supremo, mirando a Azoth por primera vez—, mataremos al chico.

Capítulo 19

El maestro Blint se encogió de hombros.

—¿Y qué?

—Y mataremos a vuestra amante. Creo que se llama Vonda.

—Podéis cargaros a esa zorra, aunque quizá os cueste un poco, teniendo en cuenta que lleva muerta cuatro meses.

El general supremo ni siquiera acusó el golpe.

—Y mataremos a esa tal «Mama» Kirena que parece ser vuestra única amiga. Después iremos por vos. No es lo que yo querría, pero es lo que el rey ofrece.

—Cometéis dos errores —replicó el maestro Blint—. Primero, dais por sentado que valoro unas vidas ajenas más que la mía. ¿Cómo es posible que sepáis a lo que me dedico y creáis semejante cosa? Segundo, dais por sentado que valoro mi propia vida.

—Os ruego que me entendáis. Sigo órdenes. Personalmente, preferiría no tener nada que ver con vos —aseveró el general supremo—. Creo que un rey no debería rebajarse a contratar criminales. Creo que es inmoral y estúpido por su parte cubriros de dinero en vez de cadenas. Me parecéis una aberración. Un despojo de ser humano que apenas recuerda a lo que en algún momento debió de ser un hombre. Sin embargo, el rey ha decidido que necesitamos a un mercenario como vos. Soy un soldado. Me han enviado a por vos, y no fallaré.

—Y cometéis un error táctico —dijo el maestro Blint—. El rey puede matar a mi aprendiz, a mi amiga y hasta a mí pero, como mínimo, habrá perdido a su general supremo. Un mal negocio.

—No creo que mi muerte le pareciese una gran pérdida —replicó el noble.

—Ah, ya lo habéis descubierto, ¿eh? —preguntó Blint—. Puede que esta sea la primera vez que me veis, Brant Agón, pero no es la primera que yo os veo a vos.

El general parecía perplejo.

—Vale, ya me habéis visto antes. Igual que media ciudad.

—¿Vuestra esposa todavía se cuela en vuestro lado de la cama? Qué bonito. ¿Sigue llevando ese camisón aburrido con margaritas bordadas en el dobladillo? La queréis de verdad, ¿no es así?

El general supremo se quedó petrificado.

—¿Me llamáis «aberración»? —preguntó Durzo—. ¡Me debéis la vida!

—¿Qué?

—¿Nunca os habéis preguntado por qué recibisteis un ascenso en vez de una puñalada en la espalda?

Por su expresión, hasta Azoth supo que el general, en efecto, se lo había preguntado.

—Estuve en vuestra casa la noche en que murió el rey Davin, cuando os reunisteis con Regnus de Gyre. Tenía la misión de matar a vuestra esposa como advertencia para vos. Más tarde, el príncipe os ofrecería un matrimonio mejor con una joven noble capaz de daros hijos. Y estaba autorizado a mataros tanto a vos como a Regnus si urdíais una traición. Os perdoné la vida... y eso que no cobro a menos que deje cadáveres. ¡No espero vuestra gratitud, general supremo, pero exijo vuestro respeto!

La cara de Brant Agón adoptó un color ceniciento.

—Le... Le dijisteis a Aleine que mi precio era el ascenso. Creyó que me compraba con un ascenso en vez de con una esposa. —Azoth lo veía rememorar los comentarios que debía de haber oído en los últimos cuatro meses y ponerse cada vez más enfermo—. ¿Por qué?

—Vos sois el ilustre general, el viejo héroe de guerra. Decídmelo vos —replicó Durzo con sorna.

—Ponerme al mando del ejército era dividir a los enemigos del Sa'kagé. Impedía que el rey colocase a alguien de su confianza al mando de las tropas. Vuestra panda de malnacidos tiene gente en todas partes, ¿no es así?

—Yo soy solo un mercenario. Solo un despojo de ser humano.

La cara del general seguía gris, pero su espalda no llegó a torcerse un milímetro.

—Me habéis... me habéis dado mucho en lo que pensar, maese Blint. Aunque siga creyendo que los asesinatos que habéis cometido merecen la horca, os he deshonrado a vos y a mí mismo con mis palabras precipitadas. Pido disculpas. Mis disculpas, sin embargo, no alteran la determinación que tiene el rey de que le sirváis. Yo...

—Marchad —dijo el maestro Blint—. Marchad. Si os replanteáis vuestras amenazas, esperaré aquí unos cuantos minutos.

El general se puso en pie y, sin perder de vista al maestro Blint, caminó hasta la puerta. La abrió y mantuvo la mirada fija en el ejecutor hasta que la cerró a su salida. Azoth oyó sus pasos pasillo abajo.

El maestro Blint contempló la puerta y se apartó de la mesa con movimientos rápidos. En vez de relajarse ahora que el general se había ido, se tensó. Todo él transmitía estar preparado para la acción. Parecía una mangosta esperando el ataque de una serpiente.

—Apártate de la puerta, Azoth —dijo—. Quédate junto a la ventana.

No vaciló. Azoth había aprendido esa lección. No tenía que entender; solo obedecer.

Oyó un golpe en la escalera y un torrente de sonoras imprecaciones. Azoth se plantó junto a la ventana y miró al maestro Blint, pero su cara marcada no revelaba nada.

Al cabo de un momento, la puerta se abrió de par en par. El general supremo entró hecho una furia, con la espada desenvainada.

—¿Qué habéis hecho? —rugió. Las rodillas le cedieron y tuvo que apoyar todo su peso en el marco de la puerta para no caer.

El maestro Blint guardó silencio.

El general parpadeó y trató de enderezarse, pero un espasmo le recorrió el cuerpo, seguido de un retortijón del estómago. El dolor pasó, y dijo:

—¿Cómo?

—He puesto un veneno de contacto en el pasador de la puerta —dijo el maestro Blint—. Se absorbe por la piel.

—Pero si hubiéramos llegado a un acuerdo...

—Os habría abierto yo la puerta. Si hubieseis llevado guantes, tenía otros planes. Ahora quiero que me escuchéis con mucha atención. El rey es un niñato incompetente, traicionero y malhablado, de modo que dejaré esto muy claro: yo soy un ejecutor de primera clase y él es un rey de segunda. No trabajaré para él. Si queréis, podéis contratarme vos mismo: mataré al rey, pero no mataré por él. Y ni vos ni él podéis presionarme.

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