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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (12 page)

BOOK: El bokor
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—Padre, ¿Sabe la señora Bonticue de sus salidas semanales?

—Por supuesto, ese día no doy la misa de las noches, suele hacerlo un padre de la parroquia vecina. Cuando se me presentó el problema les dije que saldría este viernes.

—Pero Bonticue no estaba para escucharlo.

—No recuerdo haberla visto. ¿Pasa algo con ella?

—Es solo que nos dijo que vino buscándolo y por eso se encontró los cuerpos.

—Eso significa que tampoco asistió a los oficios del viernes, de haberlo hecho sabría que ofició el sustituto y no habría venido a buscarme a esta hora.

—Padre —dijo Johnson. —¿De casualidad alguien ha venido a confesarse con usted? Alguien a quien haya notado trastornado o capaz de algo así.

—Por supuesto que no…

—¿No lo encubriría por el secreto de la confesión?

—No podría darles el nombre, pero de saber que alguien es capaz de hacer algo así, de seguro se los haría saber. Pero definitivamente no conozco a nadie que pueda haber hecho esto.

—Hablábamos con el padre Kennedy sobre la posibilidad de que se tratare de varias personas o quizá una con personalidades múltiples.

—Nadie mejor que Adam para hablarles del tema, no solo como sacerdote sino como psiquiatra.

—Sin embargo, tampoco ha podido decirnos gran cosa.

—Esto es aterrador y supongo que Adam está tan desconsolado como yo, es difícil pensar en estas circunstancias.

—Padre, una cosa más, ¿Reconoce usted este objeto? —dijo Bronson sacando el crucifijo de su bolsillo.

Ryan lo miró con detenimiento y luego mirando a Kennedy dijo:

—Es un crucifijo de iniciación, lo hemos usado por muchos años como regalo en las graduaciones de nuevos sacerdotes. Este es muy viejo, cada uno de estos lleva al reverso el año de la graduación, pero la sangre parece impedir que lo veamos.

—¿Entonces pertenece a un sacerdote? ¿Está seguro de eso?

—Bueno, al menos inicialmente le fue dado a uno, puede que con el tiempo haya pasado a otras manos, usted sabe, herencia o regalo o incluso que se lo hayan robado.

—Es difícil pensar en alguien que se robe algo religioso.

—Créame detective, cada año sufrimos al menos un robo, algunas veces los cálices, otras veces candelabros y hasta imágenes. El crucifijo no tiene mucho valor comercial, es de plata, pero sin duda llama la atención. Supongo que está relacionado con el caso.

—Lo encontraron en medio de ese charco de sangre.

—Lamento oír eso —dijo mirando a Kennedy— odiaría pensar que estos tipos hayan robado a otro sacerdote como lo hicieron con el padre Kennedy.

—Padre Ryan, ¿Existe alguna posibilidad de identificar al dueño original de este crucifijo?

—Si es muy antiguo supongo que no, de unos veinte años para acá llevan una especie de código por detrás, tres números y una letra, la curia lleva un detalle de a quien corresponde cada uno de esos crucifijos.

—Pues el que tenemos no parece llevar código alguno.

—Entonces tendrá más de veinte años de haber sido ordenado sacerdote.

—Eso limita muy poco la búsqueda.

—Yo diría que buscan a un hombre entre los cuarenta y cinco y los sesenta y cinco años.

—En el registro de que me habla, podríamos tener una lista de los sacerdotes con esas características que residen en Nueva Orleans.

—Es muy posible que sí, aunque no será algo rápido, los registros no se encuentran automatizados y el padre que lleva los registros ya está muy mayor, en todo caso le consultaré.

—Le agradeceré mucho cualquier ayuda —dijo Bronson despidiéndose del padre Ryan y luego se dirigió a Adam.

—Padre. —¿Desea que lo llevemos de vuelta a su apartamento?

—Le agradezco, pero creo que aprovecharé para hablar un poco con el padre Ryan.

—¿Alguna confesión?

—Ninguna que pueda resultarle de interés, detective.

Capítulo VII

Puerto Príncipe, Haití 1971

—Hemos llegado, padre —dijo Nomoko señalando una casa muy diferente a lo que Kennedy esperaba. Era un lugar agradable, quizá la mejor de las casas que había visto en la isla, construida de cemento y varilla, lucía amplia y fresca. Su techo de tejas y las plantas en los jardines la hacían parecer la residencia de algún maestro o incluso de algún político y no de un hombre oscuro como esperaba Adam que fuera la Mano de los Muertos. Caminaron por un piso adoquinado que serpenteaba sobre un jardín bien cuidado, repleto de palmas y aves del paraíso y otras plantas tropicales, parecía que aquel lugar hubiese sido arrancado de algún sitio más próspero que aquella isla de pobreza y sufrimiento y luego colocado en medio de toda aquella miseria para contrastar el paisaje.

—Parece que a la Mano de los Muertos no le va nada mal —dijo Adam al pequeño Nomoko que caminaba un paso por delante.

—Todo aquí es diferente.

—Quizá ni siquiera era necesario que me trajeras, con que me hubieras dicho que el sitio es una mansión, habría sido fácil llegar aún sin preguntar por el camino.

—Todos en la isla conocen a Doc. Por cierto padre Kennedy, no debe llamarlo usted la Mano de los Muertos, no mientras estemos aquí y sea con Doc que hablamos.

—No te entiendo.

—Cuando está aquí es Doc, no le gusta que lo llamen la Mano…

—¿Y cuándo se le llama la Mano?

—Cuando el espíritu se posesiona de él.

—No me agrada oírte hablando de posesiones.

—Entonces no debió venir a Haití, padre Kennedy. Todos en la isla hablan de lo mismo y cuando se trata de la Mano, aún más.

—¿Crees que se encuentre aquí?

—Supongo que sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Mire —dijo señalando hacia un jardín lateral— allí está su más fiel compañero, no va a ningún sitio sin él. —Al fondo del jardín había un perro de enorme pecho blanco sobre el marrón del resto de la pelambre. Lucía tranquilo pero expectante, los seguía con la mirada a cada paso que daban como tratando de adivinar sus intenciones.

—¿Está amarrado? —preguntó Adam con una voz temerosa que habría preferido evitar ahora que debía hablar con Doc.

—No es necesario, Doc lo controla, hace justo lo que Doc quiere, cuando él quiere. Si le dice que se quede quieto no moverá un músculo, pero si le ordena atacar, es capaz de matar un buey a dentelladas.

—¿Y es el guardián de esta mansión?

—La mansión no necesita guardián, nadie se atrevería a robar a Doc, creo que el animal se encarga de que las personas no salgan, más que de evitar que entren.

—Suena desalentador.

—No tenga usted miedo padre, no le ha hecho nada a Doc como para que él desee hacerle daño.

—Espero que esté enterado de eso.

—Doc lo sabe todo, no necesita preguntar, lee la mente de las personas. Antes de que cualquiera le diga sus intenciones, ya él sabe exactamente qué desean los que lo visitan.

—Supongo que es un adivinador y que las personas que lo consultan se van contentas de saber su porvenir y Doc, feliz de acrecentar su riqueza a expensas de las creencias de este pueblo.

—Se equivoca si piensa que cobro por leer el porvenir —dijo una voz con un marcado acento francés a su espalda. Parecía como si aquel hombre hubiese salido de la nada para situarse justo detrás del sacerdote. La Mano de los Muertos era un hombre afroamericano, de color marrón, con largas trenzas del mismo color de su piel. No tenía un físico atlético, más bien, lucía descuidado en su persona, con una panza que le hacía resaltar su ombligo. Llevaba un pantalón gris a la altura de las rodillas y una camisa multicolor desabotonada. No llevaba zapatos, sus pies estaban en contacto con la tierra ya que tampoco pisaba los adoquines. Adam lo miró de arriba abajo y el hombre le sonrió mostrándole un diente de oro que resaltaba en aquella sonrisa amplia que le dejaba ver las encías amoratadas como berenjenas.

—Bonswa, padre Kennedy —dijo sin esperar a presentaciones.

—Buenos días —dijo Kennedy intentando no parecer sorprendido por aquel encuentro.

—Sé de usted padre, he oído hablar de la llegada de un hombre blanco de fe a la isla y que se hospeda con mama Candau.

—También he oído hablar de usted, aunque no sé de su verdadero nombre.

—Puede llamarme Doc, todos en la isla lo hacen.

—Si usted lo prefiere así…

—Es bueno seguir las tradiciones padre Kennedy y en Haití lo es mucho más.

—Sobre todo las buenas tradiciones.

—Todas lo son, han superado el paso del tiempo y eso las convierte en vencedoras.

—Supongo que usted mismo se ha encargado de perpetuarlas.

—No más que usted las suyas. Es bueno que la gente siga el camino de sus antepasados —dijo mientras le solicitaba con un ademán que siguiera caminando hacia la casa.

—¿No cree que un cambio le vendría bien a este país?

—Eso dependerá del cambio que se sugiera —dijo abriendo la puerta de la casa y ofreciendo al padre entrar. Nomoko se quedó afuera sin decir una sola palabra desde que vio a Doc.

Por dentro la casa era de dimensiones acogedoras, pero muy cargada para el gusto de Kennedy, muchos adornos en las paredes y colgantes del techo que dificultaban la vista.

—¿Le gustan las máscaras rituales padre? Como podrá ver tengo bastantes.

—Es un hombre dado a coleccionar.

—Realmente no, todas ellas las he usado al menos en una ocasión.

Kennedy recorrió la pared con la vista y muchas máscaras multicolores daban cuenta de la creación, algunas eran de aves con grandes garras y otras de fieras de dientes afilados. No eran precisamente obras de arte, pero como suvenires estarían bien, pensó en algunos amigos en América a los que les encantaría tener alguna réplica. Luego Adam fijó su mirada en unos colgantes que caían desde el techo.

—Son atrapa sueños —dijo Doc al ver a Adam interesado en los colgantes.

—He oído hablar de ellos, se dice que sirven para que los buenos sueños no nos abandonen al despertar.

—O que los malos se queden atrapados antes de llegar a nosotros —dijo Doc tomando uno de los colgantes con sus manos. Hasta ese momento Adam no se había dado cuenta de que tenía un anillo de oro en cada dedo de su mano derecha. Buscó con la mirada la otra mano, para descubrir que ésta estaba desnuda de anillos.

—¿Qué lo trae por aquí, padre Kennedy? —dijo Doc sentándose e invitando al padre a hacer lo mismo.

El sillón de Doc era un trono tejido con una especie de mimbre, con un amplio respaldar y repleto de cojines, la silla de Kennedy era bastante más baja, lo que hacía ver al hombre más pequeño.

—Una posición privilegiada —pensó Kennedy— muy útil para sus propósitos. Es una visita de cortesía, he oído hablar tanto de usted como usted de mí.

—Espero no crea todas las cosas que dicen los aldeanos.

—No soy alguien influenciable.

—Todos lo somos, padre, en mayor o en menor medida pero todos somos dados a creer en aquello que nos dicen que creamos. Eso es muy conveniente para nosotros ¿No cree? ¿Qué sería de los cristianos si su pueblo no creyera?

—Solo que alimentar las creencias en cosas irreales…

—¿Irreales?

—Usted sabe, todo eso de la magia negra, la hechicería…

—¿Qué hace real a su religión por encima de las demás?

—La verdad.

—¿Qué es la verdad, padre Kennedy? —dijo mientras se reclinaba acercando su cara a la del sacerdote que en un principio sintió el deseo de apartarse, pero que prefirió no mostrar temor ni aversión.

—Jesucristo es la verdad.

—Hecho que usted ha comprobado, ¿no es verdad, padre?

—Soy un hombre de fe.

—Lo mismo que yo, solo que mi fe está alimentada por la constatación del poder que tiene aquello en lo que creo y además, me puedo servir de eso.

—¿Entonces admite que obtiene beneficios?

—Como le dije en un principio, padre, no cobro a las personas que acuden a mí.

—Sin embargo vive usted entre lujos.

—¿Es la riqueza un pecado?

—Si, si se obtiene de mala manera.

—¿Algo así como cobrar el diezmo o exigir ofrendas? Puedo asegurarle padre que nada de lo que usted ve aquí ha sido comprado con dinero que ha donado mi pueblo.

—No estoy aquí para hablar de sus riquezas materiales.

—Entonces dígame, ¿qué lo trae a mi casa?

—Me dijo Nomoko que usted no precisa que se le digan los motivos de la visita.

—Fantasías del niño.

—En el pueblo muchos opinan como él.

—Es un pueblo analfabeto, salvo dos o tres personas inteligentes, los demás son borregos que esperan ser guiados.

—¿Y hacia dónde?

—Eso es una decisión personal, no todos querrán ser guiados al mismo lugar.

—Señor Doc, ¿Hacia donde guía usted a las personas?

—Hacia la libertad.

—No veo que dé resultado, Haití está más preso que nunca.

—Eso se lo debe a los que se han servido de ella, entre otros la iglesia que usted representa.

—Puede que usted tenga razón en eso, Doc, pero dígame, ¿ese es su verdadero nombre?

—El nombre es aquel por el que a uno lo conocen.

—He oído que lo conocen de diferentes formas.

—Lo mismo que a usted —dijo con un nuevo gesto de acercarse a la cara de Kennedy que no pudo evitar fijar la mirada en aquellos ojos pardos que parecían querer arrancarle sus secretos— algunos lo llaman Kennedy y otros padre o sacerdote.

—¿Eso es la Mano de los Muertos para usted? ¿Una especie de oficio?

—Yo no soy la Mano de los Muertos, simplemente ella se manifiesta a través mío.

—¿Y eso lo hace obtener poderes?

—¿Sabe realmente de mis poderes?

—Sé lo que se habla en el pueblo, que es usted capaz de hacer volver a los muertos, entre otras cosas.

—¿Le atemoriza eso, padre?

—No tengo miedo a las supersticiones.

—Todo es una superstición dependiendo de quien lo mire. Nuestro Dios, resucitado y resucitando muertos es tomado por muchos como un charlatán.

—¿Ha dicho nuestro Dios?

—Así es, padre Kennedy, también soy cristiano.

—Eso es algo que no me esperaba.

—¿Porque no me parezco al resto de sus feligreses?

—Creo que las cosas que hace no tienen sustento en la fe cristiana.

—¿Eso lo dice de corazón o es lo que le han hecho creer sus profesores?

—Doc, soy psiquiatra además de sacerdote y créame, difícilmente soy influenciable en las cosas que decido creer.

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