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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (53 page)

BOOK: El bokor
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—No discutiré mis gustos con usted señor presidente y ahora si me lo permite tengo trabajo que hacer.

—Kennedy la espera.

—¿Qué?

—Me han llamado para decirme que el sacerdote ha venido a buscarla. Creo que el pez ha mordido el anzuelo.

—Si es lo que desea, le preguntaré abiertamente por el libro que usted busca.

—Lo dice como si temiera usted por la vida de este hombre.

—Sé de lo que son capaces los tonton macoutes.

—Solo hacen su trabajo.

—Muy conveniente para usted.

—No hagamos esperar más al padre Kennedy y recuerde que trabaja usted para mí, así no habrá malos entendidos que puedan provocarle problemas al sacerdote ni a usted.

Una vez más de la puerta lateral del despacho salió la Mano de los Muertos que había escuchado todo.

—Le había prevenido que esta mujer no hará el trabajo.

—Lo hará, de eso puedes estar seguro.

—No sé que le hace estar tan seguro.

—Conozco bien a Amanda Strout y las mujeres como ella, sus deseos de ser más inteligentes que los hombres la llevará a investigar todo y aunque no será su intención, terminará contándome lo que necesito saber.

—Aun no estoy seguro de que ella misma no tenga el libro que buscamos.

—No me lo parece. Creo que su padre intentó dejarla fuera de ese mundo para protegerla.

—Pero no la selló como hicieron los padres con Mama Candau.

—Quizá no tuvo tiempo.

—O deseaba que Amanda se uniera a la hermandad.

—Esa hermandad se desmoronó cuando los sacerdotes entraron en problemas con mi padre.

—Su padre supo controlar la situación.

—Algo en lo que tú ayudaste.

—Sentía una gran admiración por el señor Duvalier.

—Tanto como para usar su nombre.

—Es un privilegio hacerme llamar Doc, aunque Papa Doc solo existirá uno.

—He oído que me empiezan a llamar Baby Doc.

—Así es y eso acrecienta el respeto y el temor que tienen los haitianos por usted.

—¿Crees que Amanda Strout fallará en el encargo?

—Hubiese preferido que me permitiera sacar la información del sacerdote.

—Tuviste la oportunidad y estuviste a punto de matarlo. De no haber sido por mama Candau y su medicina, en este momento estaríamos como empezamos.

—Nunca fue mi intención matarlo, solo drogarlo para sacarle la información. Estoy seguro que el Vaticano lo ha enviado especialmente para obtener ese libro.

—No ha hablado de tal cosa cuando llama a América.

—Quizá su amigo Pietri no es el contacto apropiado.

—Puede ser, ¿sabes lo que habló con Barragán y con Casas?

—Lo normal, nada que pueda servirnos.

—¿Y crees que el sacerdote es de fiar?

—Nos dirá todo lo que averigüe.

—Estás muy seguro de eso.

—Déjelo por mi cuenta, pero una vez que obtengamos lo que queremos tendremos que darle a ese perro el hueso que busca.

—Me ha hablado Amanda de Jean Renaud.

—Es el tipo que estuvo en Cuba cuando murió aquella mujer a la que su padre había contratado.

—¿La que espiaba a los Castro?

—Así es.

—¿Y qué tiene que ver con Kennedy?

—La iglesia le paga por atender al sacerdote.

—¿Crees que sepa algo?

—Nada que pueda interesarnos, el maldito se drogaba como un imbécil tratando de olvidar lo que sucedió en Cuba, quizá cree que Kennedy puede liberarlo del pecado que cometió.

—¿Y qué pecado fue ese?

—Acostarse con un súcubo. El tarado está convencido de que Jazmín, la mujer que trabajaba para su padre era un súcubo y que ahora, el espíritu que habitaba en ella, habita en Amanda Strout.

—¿Es un hombre peligroso?

—Lo puede ser para Amanda, creo que ese hombre está obsesionado con lo que pasó en el exorcismo que realizó Barragán y su compañero en Cuba y que terminó con la muerte de Jazmín. Si Amanda se acerca demasiado a Kennedy puede que este hombre termine hasta matándola.

—¿Crees que debo mandarlo a arrestar?

—Puede que nos sea útil. Si alguien se opone a los deseos naturales de Kennedy, su propia naturaleza lo hará caer más deprisa en los encantos de Amanda Strout.

—Pero no confías en ella.

—No confío en nadie, pero puede que ambos trabajen a nuestro favor si les permitimos que sus redes se extiendan.

—Creo no comprender.

—Ambos desean obtener información el uno del otro y en esa batalla puede que nosotros salgamos favorecidos.

—Confiaré en tu sapiencia como lo hizo mi padre.

—No le fallaré señor presidente.

—Eso espero.

Capítulo XXXVI

Bronson escuchó la historia de Kennedy con atención, como si el sacerdote le estuviese contando la última película de suspenso rodada en los estudios de Hollywood, sin duda la historia del sacerdote daba para escribir una novela, su relación con Duvalier, con aquel brujo que se hacía llamar la Mano de los Muertos, sus dudas respecto a Amanda Strout y lo que aquella mujer había significado en su vida, ¿amor? Quizá, aunque era un sentimiento que como sacerdote le estaba vedado, un hombre como Adam Kennedy en aquellos tiempos difícilmente podía haberse resistido a un súcubo como la llamaba ahora. Bronson no dejó de ponerse en el lugar del sacerdote cuando le narraba las artes de aquella mujer para atraerlo a las redes que tenía preparadas para aquel hombre, quizá con muchos años de anticipación, tal vez por milenios de existencia de un ser que era humano o que había dejado de serlo hacía mucho tiempo cuando decidió volar del Jardín del Edén para no someterse a Adán. Era posible que ahora hubiese descargado todas sus ansias y poder de seducción en otro hombre de Dios y también llamado Adam. Tonterías, pensó Bronson, es sólo una fábula como tantas otras que se tejían alrededor de las religiones, solo que el protagonista de aquella fábula estaba justo allí, encerrado, sospechoso de haber cometido varios crímenes atroces en aquella ciudad a la que había vuelto despúes de habitar en el infierno.

Se sentía agradecido de que Johnson no hubiese estado presente, escuchar la historia sin interrupciones sarcásticas de su amigo había sido encantador y a la vez cautivador. Su compañero sin duda le habría quitado aquel carácter de fábula medieval con sus preguntas constantes. Kennedy podría ser un escritor, en el peor de los casos, mejor que muchos que se ganaban la vida con las letras. Su forma de abordar el tema, sus cambios de estado de ánimo al contar la historia de Nomoko, de mama Candau, de Jean Renaud y de la Mano de los Muertos, todo era mágico, aunque no podía ser más alejado de una historia de caballeros y doncellas en peligro. Amanda Strout no era Ginebra, ni Adam Kennedy era Lancelot, ni el Rey Arturo, quizá sí un Merlín armado solo con su fé no tan decaída en aquel tiempo como parecía estarlo ahora. Kennedy se veía cansado, abatido, vencido por el alcohol y los recuerdos de aquelos pasajes de su vida que le acababa de contar. ¿Le creía? No estaba seguro. Kennedy podría ser un mártir de aquella situación o un asesino con una enorme capacidad de crear empatía. No lo había escuchado como un acólito, mas tampoco como un sospechoso de asesinato. Muchos hombres habían muerto y aquel sacerdote era el punto de unión de toda aquella trama donde dos traficantes, un sacerdote, su amigo Renaud, y ahora un haitiano, habían perdido sus vidas, los más de ellos de manera violenta. ¿Habrían sido asesinados Renaud y Ryan o habrían muerto de causas naturales? Sobre los demás no cabía duda alguna, todos degollados y colgados cabeza abajo, tenían la marca de fábrica de un asesino que ya podrían calificar de serial. Crímenes sistemáticos, la desaparición del cuerpo de Jeremy y de su amigo, la firmesa con que Jenny McIntire sostenía que Jeremy había regresado de su tumba, todo relacionado con un caso que no parecía desencadenar otra cosa que la aprensión de Kennedy como presunto asesino. Pero algo en su interior le decía que el sacerdote no había asesinado a aquellos hombres. ¿Cuál sería el móvil? ¿La venganza? ¿Era el sacerdote una especie de justiciero que luego de volver de Haití se había encargado de limpiar la ciudad de los demonios que conoció y aprendió a odiar en Haití.

Kennedy lucía abatido, sentado sobre el camastro de la celda donde habían hablado, parecía estar en otra dimensión, en su propio mundo fantasioso donde luchaba contra las fuerzas del mal. Su voz se había ido apagando y cuando terminó la historia no era más que un susurro que casí había obligado a Bronson a acallar los latidos de su propio corazón para no tener interrupciones que le impidieran conocer el final de una historia que quizá aun no había sido escrito.

—Padre Kennedy —dijo Bronson intentando que el sacerdote volviera a la realidad. —Padre…

—Detective Bronson —dijo la voz de la chica desde lo alto de las escaleras.

—Dígame.

—Han venido a buscar al padre Kennedy, es su abogado y viene con una orden de que sea liberado si no hay cargos en su contra. ¿Qué debo hacer?

Bronson lo pensó por unos segundos. No tenía nada en firme, pero la idea de dejar a Kennedy en libertad le parecía que podía ser más peligroso para el sacerdote que tenerlo custudiado en aquella celda. No había ningún indicio para pensar en que la vida de aquel hombre estaba en peligro, pero algo le decía que no debía dejarlo marchar.

—¿Algún abogado conocido?

—No señor, creo que lo ha contratado la iglesia.

—Lo suponía, querrán evitar escándalos, con la muerte de Ryan y los cuerpos en la iglesia tendrán suficiente para querer que un sacerdote sea culpado por ello.

—¿Qué le digo?

—Que en unos segundos lo dejaremos en libertad, trate de hacer el papeleo con calma.

—Ese tipo no me agrada.

—¿Por qué lo dice?

—Su apariencia, más que un abogado, parece… no sé, quizá debería verlo usted mismo antes de decidir dejar en libertad al sacerdote.

—No hay mucho que pueda hacer, no tenemos ninguna prueba en su contra.

—Aun así, de ser usted, no dejaría al sacerdote en las manos de este hombre.

—Subiré a hablar con él.

—Bien, le diré que espere.

—Padre Kennedy, han venido por usted —dijo volviendo a la celda donde Kennedy parecía seguir absorto mirando al techo.

—Padre —repitió sin éxito. La respiración del sacerdote era acompasada, como si estuviera realizando ejercicios de yoga en un lugar apacible y no recluido en una celda.

—Padre Kennedy —dijo tomándolo por los hombros y el sacerdote reaccionó como volviendo de un sueño.

—Le escucho detective —dijo con voz cansada.

—Han venido por usted. Un abogado está interesado en que quede usted libre de inmediato.

—Bien, debo volver…

—Padre Kennedy, ¿Sabe usted dónde puede estar Francis Bonticue?

—Supongo que con Jeremy.

—Jeremy está muerto, padre y su cuerpo ha desaparecido.

—Desaparecido —repitió Kennedy con la mirada perdida.

—Padre, necesito que me ayude. ¿Dónde puede estar Francis Bonticue? ¿Dónde está el cuerpo de Jeremy?

—Ambos caminan por el valle de las sombras.

—¿Se refiere a que Francis está muerto? ¿Cómo puede Francis estar con un muerto?

—Quizá ambos lo estén o ninguno de los dos.

—Padre, le ruego, deje los acertijos y dígame ¿qué ha sido de esos chicos?

—No le sé, detective —dijo volviendo a la realidad. —No tengo idea de donde puedan estar.

—Usted lo sabe, padre.

—¿Cómo podría saberlo? He estado encerrado.

—Padre, si la vida de Francis está en peligro, usted puede salvarlo.

—Mis días de ser un héroe han pasado.

—No le pido que sea un héroe, solo que me diga lo que sabe.

—Ya le he contado todo cuanto sé.

—Lo que me ha dicho no me sirve de nada en este caso.

—Todo está perdido.

—Padre, le suplico, dígame…

—Debo marcharme, detective. Si no tiene usted más preguntas que hacerme, me gustaría salir de aquí.

—¿Sabe a lo que se expone dejando este lugar?

—Se a lo que me expongo si me quedo aquí.

—Francis Bonticue, padre ¿Dónde se encuentra?

—No lo sé, detective.

Kennedy miró a los ojos a Bronson y este supo que era en vano, aquel hombre no sabía o no quería decirle lo que necesitaba. Se apartó dejándole el camino libre a Kennedy que hizo ademán de salir de allí. Bronson recordó al abogado y prefirió hablar con él sin la presencia de Kennedy.

Lo olvidé padre, debe quedarse aquí un par de minutos, es solo el protocolo, debo ir a firmar algunos papeles. Enseguida regreso por usted.

Kennedy se sentó en la cama y no dijo una palabra. Bronson subió de prisa los escalones y desde arriba pudo ver a la secretaria discutiendo con el abogado. Sin duda la chica tenía razón, aquel hombre no tenía la imagen de un abogado sino de una especie de hippie escapado de los sesentas.

—¿Puedo ayudarle? —dijo acercándose y llamando su atención. —Soy el detective Bronson.

—Hola detective —dijo el hombre con un acento marcado. —He venido por el sacerdote.

—Ha sido usted contratado por la iglesia.

—Eso no es de su incumbencia. Por favor, deje en libertad a mi cliente. Tengo una orden judicial.

—No lo dudo, es solo que me gustaría que hubiese más colaboración de su parte, al fin y al cabo el sacerdote es inocente ¿No es así?

—No lo han tratado ustedes como tal, lo han encerrado en sus celdas sin respetar sus derechos.

—Los derechos del sacerdote han sido respetados y pronto lo dejaremos en libertad es solo un poco de burocracia.

—Comienzo a perder la paciencia.

—No es usted local ¿verdad?

—No veo que tenga eso que ver.

—Solo es curiosidad, diría incluso que es usted del caribe, quizá de una isla ¿No es verdad?

—Su olfato de detective es agudo.

—¿Es usted haitiano?

—Le causa eso algún problema.

—Es simple curiosidad. Parece que mucho de este caso tiene que ver con esa isla donde estuvo Kennedy por tantos años. ¿Lo conoce usted de allí?

—Conozco al padre Kennedy desde hace muchos años.

—Es usted entonces su amigo.

—Yo no diría eso, aunque siento una profunda admiración por ese hombre.

¿Estuvo usted en Haiti en los mismos años que Kennedy?

—Podría decir que salimos juntos de allí.

—Pero no es usted de la iglesia.

—Comienzo a sentirme como un sospechoso.

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