El bokor (7 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
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—La verdad es que ya les había dado una paliza y…

—Dicen los oficiales que les pidió llevarlos a dar un paseo y que luego los dejaran libres.

—Sé que estos casos no suelen llegar a nada y como les dije, ya les había castigado bastante.

—Pues alguien pensó que merecían un castigo mayor.

—No estará insinuando…

—Mi compañero no insinúa nada, padre Kennedy —cortó Bronson— solo queremos saber cómo se dieron los hechos en su encuentro con estos tipos.

—Fue un incidente desafortunado.

—Tan desafortunado como el fin de esos desgraciados ¿no es así?

—Por supuesto, nadie merece morir de esa manera…

—Les cortaron el cuello —dijo Johnson que no se cansaba de repasar el lugar.

—Parece algo ritual.

—Eso mismo pensamos Johnson y yo, parece como alguna práctica religiosa.

—Algo tan detestable no puede llamarse religión.

—Padre, estuvo usted mucho tiempo en Haití, ¿no es verdad?

—Así es detective Bronson.

—Estando en la isla ¿vio algo parecido?

—¿Se refiere a algún sacrificio humano?

—Algo por el estilo, me han dicho que son unos salvajes.

—Detective Bronson, la gente de Haití no es peor que la de Nueva Orleans…

—Eso se ve si tomamos en cuenta este crimen.

—¿Cree que alguien de la isla esté involucrado?

—Es demasiado pronto para hacer conjeturas.

—Entiendo —dijo Kennedy que intentaba aplomarse.

—Padre —dijo Johnson— volviendo a lo de la sangre en las escaleras, ¿no tiene idea de cómo pudo llegar allí?

—No.

—Es bastante evidente y va desde la calle hasta las escaleras.

—Estoy seguro de que no estaba ayer cuando llegué, si es tan grande como usted dice lo habría notado, soy bastante detallista en esas cosas.

—¿Toma usted mucho licor? —dijo Johnson tomando la botella de whisky y agitando el contenido.

—He tenido una mala semana, mi mejor amigo murió… —dijo Kennedy tomando la botella y guardándola en una repisa de la diminuta cocina.

—Lamento oír eso, padre Kennedy.

—Le agradezco teniente Bronson.

—Al parecer las cosas no mejoran para usted, la muerte de su amigo, que lo asaltaran y ahora esto. Parece que Dios lo pone a prueba.

Adam guardó silencio.

—Padre Kennedy —siguió Bronson. —¿Cómo diría que está su relación con Dios? Me refiero a si con todas estas cosas sigue siendo usted un hombre de fe.

—Mi fe ha sido puesta a prueba muchas veces.

—Supongo que en la isla las cosas fueron difíciles.

—Mucho más de lo que usted pueda imaginar.

—Créame, en mi trabajo vemos muchas cosas que nos erizan la piel.

—Haití era ya un pueblo devastado y luego vino el terremoto…

—Y prefirió regresar que quedarse en aquel sitio.

—Di mis mejores años a la isla —dijo Kennedy molesto.

—No lo dudo, padre, pero debe ser desalentador saber que por más que se luche las cosas no cambian para bien.

Adam volvió a guardar silencio, recordando todas las penurias que vivió en Haití.

—Padre Kennedy, ¿diría usted que la iglesia es un sitio de fácil acceso?

—Como para cometer esa atrocidad no. No puedo imaginarme que en plenas fiestas alguien pueda hacer tal cosa sin ser visto.

—Eso mismo pensamos, quien quiera que haya sido debió tener un fácil acceso a la iglesia y la posibilidad de tomarse todo el tiempo del mundo para colgar a esos dos tipos.

—Es difícil imaginar algo así.

—Me encantaría que nos acompañara a la iglesia, pero como comprenderá el equipo de CSI está recabando evidencia, aquello es un desastre y mal haríamos pisoteando todo.

—No sé si me gustaría ver ese espectáculo.

—No todos tenemos el estómago preparado para eso.

—Supongo que no.

—Padre, en su condición de psiquiatra, ¿cree que esto sea obra de un demente?

—No quisiera aventurarme a calificar a este o estos tipos con lo poco que conozco.

—Es algo interesante.

—¿El qué?

—La posibilidad de que sean varios sujetos. Tiene lógica pensar que colgar a estos hombres no debió ser fácil para una sola persona por fuerte que esta fuera.

—Yo no descartaría que fueran varios —dijo Kennedy que se sentía menos atacado.

—¿Una especie de secta?

—Puede ser, hay mucho loco suelto por las calles y el calor y los carnavales parecen exacerbarlo todo.

—Si, puede ser. Padre Kennedy, puede darnos el nombre de la familia que visitó ayer, es solo para el expediente.

—No veo que tenga que ser un secreto.

—Como sacerdote y psiquiatra tiene muchas posibilidades de no hablar de prácticamente nada considerándolo secreto de confesión o profesional.

—No es el caso, la familia que visitaba son los McIntire, acaban de perder un hijo…

—Jeremy. Es verdad —dijo Bronson— fue lamentable la muerte de ese chico. ¿Sabía que estaba metido en drogas y esas cosas?

—Eso creo que si debo considerarlo como algo privado, además, no viene al caso.

—Puede ser —dijo Bronson— nunca se sabe, en todo caso, siempre es mejor preguntar las cosas y no quedarse con dudas, sobre todo en casos tan sangrientos como este en que estamos.

—Bueno padre —dijo Johnson— no deseamos quitarle más su tiempo, ha sido muy amable al atendernos. Espero que no necesite salir por un rato, hay hombres recabando muestras de la sangre en las escaleras y puede que requieran entrar al edificio. Es solo rutina, quizá la sangre en la entrada no coincida con la de los muertos y todo se aclare de inmediato.

—Eso espero.

—Ah, padre, una última cosa —dijo Bronson al salir— ¿le resulta familiar esto? —dijo mostrándole un crucifijo dentro de una pequeña bolsa plástica.

Adam Kennedy tomó la bolsa en su mano y la examinó sin expresión en el rostro.

—¿Dónde lo han encontrado?

—Estaba en medio del charco de sangre en la iglesia. Supongo que encontrar un crucifijo en una iglesia no es nada extraño, pero en medio de la sangre de estos tipos es otra historia ¿No cree?

—Si… —dijo Kennedy con pesar.

—En fin, supongo que para usted todos los crucifijos son iguales —dijo Bronson tomando la bolsa y guardándola en su saco. —Muchas gracias por su tiempo padre —dijo despidiéndose al tiempo en que Johnson daba una palmada en la espalda del sacerdote.

Adam miró a los agentes marcharse y esperó hasta que bajaran las escaleras para cerrar la puerta, suspiró profundo y se llevó la mano al cuello. Sintió el aruñazo que Jenny le habría propinado, pero le dolió más darse cuenta de que su crucifijo había desaparecido.

Ya en la calle, el detective Bronson vio a los hombres del CSI recoger muestras en la calle y en las escaleras. Johnson se retiró para hablar con una vecina que miraba a un lado de la banda de restricción de la zona.

—Apenas sepan algo respecto a la sangre quiero que me lo hagan saber —dijo Bronson a un joven de la científica.

—Así lo haré.

—¿Cree que pueda tratarse de sangre de esos dos tipos?

—No lo sé aún, aunque es difícil pensar que lo sea.

—¿Y eso por qué?

—Porque las huellas son de sangre que llegó fluida hasta la calle y los escalones.

—¿Y…?

—Que hay al menos trecientos metros entra la iglesia y este sitio, suficiente distancia para que la sangre se hubiese coagulado, a no ser claro…

—¿A no ser que?

—Que alguien se tomara la molestia de recogerla, ponerle un anticoagulante y luego dejarla aquí.

—Demasiado trabajo sin sentido si es que quieren incriminar a alguien.

—Quizá no sea incriminar a alguien lo que desean, sino advertirle.

—¿Una amenaza?

—¿Aterrador, no le parece?

—Más bien demoniaco.

Capítulo IV

Los dos agentes caminaron hacia el coche en silencio.

—¿Crees que el sacerdote pueda estar involucrado? —dijo Johnson a Bronson apenas ingresaron al coche.

—No lo sé, los cortes en sus manos ya eran de esperarse después de que los oficiales nos hablaron de la pelea que tuvo con estos hombres horas antes de su muerte. De hecho no tenía caso siquiera llevarlo a hacerse pruebas para determinar si en sus uñas había piel de las víctimas, es claro que debe haberlas después de una golpiza como la que les dio y los uniformados serían los primeros en corroborar su versión. Además…

—¿Qué? ¿No crees capaz a un hombre de Dios de hacer tales cosas?

—No. Pensaba que este hombre ya había descargado su cólera al golpearlos de ese modo, no tendría sentido que volviera a enfurecer tiempo después, ¿no crees?

—Hay tipos que luego de verse al espejo y notar sus heridas pueden volver a cabrearse.

—¿De verdad ves al padre Kennedy como a uno de esos tipos?

—¿Lo creerías más si fuera un boxeador?

—Si lo dices por el saco de arena que colgaba del techo, lo vi lo mismo que tú.

—¿Y no te llamó la atención un hombre de Dios que golpea salvajemente a un saco?

—No es delito hacer ejercicios.

—Pero habla de su violencia.

No lo creo así, un hombre que canaliza su furia con una bolsa de arena es menos propenso a cometer asesinato que alguien que se traga su enojo. Este, tarde o temprano, sale a la luz e infelizmente suele ser de mala manera.

—Hablas del tipo incendiario ¿no es así?

—Por supuesto, un maestro de escuela a quien miras tan inofensivo como para dejarle en custodia a tus hijos y de la noche a la mañana decide prender fuego al edificio en que vivía.

—Quizá tengas razón, pero ¿Qué hay del crucifijo?

—No hay pruebas de que sea de él.

—Tampoco de que no lo sea, iba a pedirle que se desnudara el cuello.

—Me di cuenta, por eso te hice señas de que guardaras silencio.

—Creo que hubiese sido mejor que lo emplazáramos directamente.

—¿Para lograr qué? Que de una vez por todas lo niegue y no tengamos forma de ligarlo al caso, salvo que peleó con esos hombres unas horas antes. Además, estos tipos eran unos malvivientes que la habían pasado mal intentando asaltar al cura, es posible que hayan probado suerte con alguien aún más peligroso que un cura aficionado al boxeo.

—Supongo que debemos investigar los contactos de estos hombres.

—Primero debemos hablar con la mujer que los encontró, ya debe estar sedada luego del ataque de pánico.

—Al menos sus gritos sirvieron para que nos llamaran.

—Tienes razón, vamos, hemos llegado, espero que se encuentre en capacidad de hablar.

—Señora Bonticue —dijo Bronson a un lado de la camilla donde los paramédicos la habían colocado— soy el detective Bronson y él es mi compañero el detective Johnson.

—Díganme que ya atraparon al asesino.

—Lamento decirle que no, pero trabajamos en eso.

—¿Puede contarnos qué sucedió?

—Ya lo he dicho tres veces, vine a hablar con el padre Ryan para confesarme y al intentar abrir la puerta estaba trancada por dentro. No es normal y menos para estas épocas en que se acerca la pascua.

—¿Cómo logró entrar?

—Hay una puerta lateral, vengan que se la enseño.

—No señora Bonticue, quédese acostada donde está, ya nosotros visitaremos la iglesia en unos momentos.

—Como quieran, como les decía, la puerta lateral estaba abierta, así que supuse que el padre Ryan se encontraba adentro e ingresé anunciándome. Nadie me respondió, pero algo andaba mal.

—¿A que se refiere?

—Las luces de la iglesia estaban apagadas completamente, no había forma de ver más allá de un par de metros. Al frente de la entrada hay una especie de biombo que impide mirar hacia el altar, lo bordeé palpando con las manos y me apoyé en la pared donde sabía que había un interruptor de la corriente eléctrica. Lo pulsé y unas pocas luces se encendieron a mí alrededor. Apenas me acostumbraba a la oscuridad cuando vi esos dos bultos colgando. Lo primero que pensé fue que se trataba de una broma, para estas fechas existen muchos turistas en Nueva Orleans y pensé que algún vándalo irrespetuoso había gastado una broma pesada con algún maniquí o peor aún, colgando el cuerpo de algún animal, me acerqué a los bultos y resbalé en el piso al punto de que caí al suelo, sentí humedad y al tocarme vi la mancha de sangre en mi mano y comencé a gritar, cuando levanté la vista vi a esos dos hombres desnudos, con la garganta abierta y colgando como cerdos en el matadero.

—¿Los había visto antes?

—No que yo recuerde, aunque a decir verdad, poco se les distinguen los rasgos con la cara inflamada como si los hubieran molido a golpes.

—¿Señora Bonticue, conoce usted al padre Kennedy?

—¿El haitiano?

—Así es, el hombre que estuvo de misionero en la isla.

—Ha venido algunas veces a la capilla, la última vez que lo vi fue con motivo del funeral del hombre de color que dicen era su amigo, creo que su nombre era Jean y el apellido algo que empieza con R pero no recuerdo bien.

—¿Qué opinión le merece el padre Kennedy?

—Creo que es un buen hombre, aunque algo extraño desde que regresó de Haití, se dice que quien pisa esa isla se convierte en una especie de zombi.

—¿De zombi, dice?

—Usted sabe, un hombre sin alma, es el castigo de Dios para quienes van a esa isla de perdición, se quedan sin alma. Los brujos y babalaos se quedan con ellas para que les sirvan de esclavos.

—No creerá usted en esas cosas…

—El mal existe y nadie puede negarlo.

—Pero eso son solo supercherías.

—No debería hablar usted tan alto, señor Bronson, los babalaos tienen oídos sensibles.

—Y supone usted que de oírme, robarán mi alma.

—Su poder es menos fuerte lejos de Haití, pero a un babalao nunca hay que subestimarlo.

—Señora Bonticue, volviendo al padre Kennedy, ¿Sabe usted a qué se dedica?

—Creo haber oído al padre Ryan decir que había colgado los hábitos y ahora se dedicaba a ser una especie de guía espiritual, algo así como un consejero.

—¿Espiritual?

—No exactamente, más bien yo diría que sirve a aquellas personas que han tenido pérdidas y que les cuesta encontrar el camino.

—¿Cómo el caso de los McIntire?

—Ha sido una verdadera lástima la muerte de ese joven, Jeremy, pero a decir verdad no me extraña que haya muerto, últimamente se había vuelto muy extraño con eso de las drogas y las malas juntas. Mi hijo Francis, era amigo de Jeremy y dice que en las últimas semanas estaba irreconocible. Fumaba yerba y asistía a sitios que no son convenientes para muchachos de esa edad.

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