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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (42 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Elena no conocía esa palabra, pero la entendía. Rafael le había dicho algo hermoso en un idioma que ella solo había oído en sueños borrosos, un idioma que (aunque estaba asociado a recuerdos de dolor y pérdida), siempre había sido sinónimo de amor para ella.

Elena tomó su mano y se la llevó a los labios. Depositó un beso suave sobre la palma, y la respuesta fue un estallido cobalto. Después no hubo más palabras. Solo placer. Un placer desbordante y arrebatador. Elena se desvaneció en brazos de un arcángel que jamás la dejaría caer.

«—¿Mamá? —¿Por qué estaba uno de los zapatos de tacón de su madre sobre el suelo del recibidor? ¿Dónde estaba el otro? Su madre no se había puesto zapatos de tacón desde hacía... muchísimo tiempo. Lo más probable era que se hubiera hartado de él y se lo hubiera quitado de una patada. Sí, eso debía de haber ocurrido. Pero si empezaba a ponerse esos zapatos de nuevo..., quizá las cosas mejoraran, quizá sonriera con sonrisas de verdad.

Su pecho se llenó de una dolorosa esperanza.

Tras adentrarse en la gélida riqueza del Caserón, la casa que había convertido a su padre en un hombre al que no conocía, Elena se inclinó para recoger el zapato abandonado. Fue entonces cuando vio la sombra. Una sombra alargada que se balanceaba muy despacio.

Lo sabía.

Lo sabía.

Pero no quería saberlo.

Sintió un agónico vuelco en el corazón y alzó la mirada.

—Mamá... —No gritó. Porque lo sabía.

El sonido de los neumáticos sobre la grava. Traían a Beth del colegio. Elena arrojó el bolso al suelo y echó a correr. Ella lo sabía, pero Beth no debía saberlo. Beth no podía ver aquello jamás. Cogió el pequeño cuerpo de su hermana en brazos y pasó a toda velocidad junto al hombre que una vez había sido su padre, para salir a la brillante luz del sol.

Y deseó no saber nada.»

Elena se vistió con silenciosa determinación la noche del baile. El pasado la cubría como una gruesa manta negra, pesada, sofocante. Quería arrancársela del cuello, ya que necesitaba desesperadamente coger aire, pero eso revelaría cierta debilidad. Y allí, cualquier debilidad sería como sangre para los tiburones que danzaban al compás de la música reinante en la ciudad.

Se dio la vuelta y examinó la creación azul que el sastre había diseñado para el baile. Era un vestido, pero ese vestido había sido creado para una guerrera. Ya se había puesto las mallas y las botas de tacón de aguja que le llegaban hasta medio muslo, así que cogió el vestido. El tejido parecía agua contra las yemas de sus dedos.

—Tentarías a un hombre a cometer un pecado mortal.

Elena respiró hondo al ver a su arcángel. Tenía el torso desnudo y las piernas cubiertas por un pantalón negro formal.

—Mira quién fue a hablar... —Esa belleza había sido esculpida por el tiempo, una espada letal afilada a lo largo de los siglos.

Elena levantó un poco el vestido y empezó a ponérselo. Sintió el roce del material en las piernas mientras lo subía, y dejó la mitad superior del vestido arrugada alrededor de sus caderas. Rafael se acercó a ella con los andares propios de una pantera, sin dejar de observar sus pechos desnudos. Sus ojos tenían un brillo posesivo, y esa fue la única advertencia que tuvo Elena antes de sentir la tormenta de su beso, las caricias de sus dedos... y el polvo de ángel que empezó a filtrarse por sus poros.

Siguió besándolo cuando él hizo ademán de apartarse.

—Todavía no. —Se apoderó de su arcángel y disfrutó de su sabor hasta que lo sintió en las venas, en el interior de sus células.

—Tú —dijo Rafael contra sus labios cuando por fin lo liberó— me besarás así esta noche.

Esa era una orden que estaba más que dispuesta a cumplir.

—Trato hecho.

Tras deslizar las manos por sus pechos, Rafael alzó las dos bandas de tejido que formaban el corpiño hasta sus hombros (después de cruzarlas por delante del cuello) y empezó a hacerle una lazada en la nuca.

—Supongo —dijo Elena, que se lamió los labios al sentir las contracciones de sus muslos— que ahora ya no necesitaré maquillaje. —El polvo de ángel parecía polvo de diamantes sobre su piel.

Después de asegurarse de que el nudo era seguro, Rafael colocó una mano sobre el plano firme de su abdomen y la besó en la nuca, que estaba despejada, ya que Elena se había recogido el pelo en un moño. Había pensado en insertar unos palillos en el peinado, pero su cabello era demasiado liso y escurridizo para sustentar ese adorno. En lugar de eso, se había puesto una pequeña horquilla con la forma de una flor silvestre.

Sencilla. Perfectamente equipada. Difícil de matar.

Había sido un regalo de Sara, empaquetada junto al anillo que Elena le había pedido a su mejor amiga. El ámbar procedía de un comerciante que le debía un favor, y se trataba de una pieza específica que ella había visto en su colección privada. Balli le había devuelto el favor por una cuestión de honor, pero Elena sabía que le había dolido. Por supuesto, en cuanto se enterara de dónde había ido a parar su ámbar... Imaginar su rostro redondo arrugado en una sonrisa hizo que Elena se sintiera mucho mejor.

Los dedos de Rafael juguetearon sobre su vientre, y el anillo emitió un destello bajo la luz.

—¿Y tus heridas?

—Ya no hay nada de lo que preocuparse. —El muslo le dolía lo bastante como para recordar el ataque de Anoushka, pero los cortes del brazo ya estaban curados.

—¿Puedes moverte?

Elena realizó un giro y extendió las manos hacia los cuchillos ocultos en las vainas de cuero suave situadas en sus brazos... Esa noche había mandado el protocolo al infierno y las llevaba al descubierto. La falda del vestido se separó como si fuese líquida, como si estuviera sintonizada con cada uno de sus movimientos. La cazadora le arrojó una daga al arcángel que la observaba.

Tras capturarla con una precisión letal, Rafael se la lanzó de nuevo. Elena la guardó en la vaina del brazo antes de comprobar si sería muy difícil sacar la pistola de la cartuchera que llevaba en el muslo izquierdo. No sería difícil.

—Sin problemas.

Cuando se incorporó, el vestido se acomodó perfectamente a su cuerpo, con todas las aberturas ocultas en su elegancia.

—¿Qué probabilidades hay de que no tenga que utilizar mis armas esta noche?

La respuesta de Rafael fue de una claridad abrumadora.

—Los renacidos de Lijuan recorren los pasillos.

38

E
l baile se celebraba al aire libre, en un enorme patio rodeado de edificios bajos y lleno de luz, de comida y de músicos. Las hipnóticas melodías del
ehru
flotaban en el aire. Cuando miró a su alrededor, Elena no pudo evitar sentirse admirada por la asombrosa sencillez de todo: los adoquines, delgados y rectangulares, que había bajo los pies de los invitados habían sido restregados hasta adquirir un brillante color cremoso; y toda la zona estaba iluminada con delicados farolillos de un millar de tonos diferentes, cuyas luces imitaban el cielo cuajado de estrellas.

Los cerezos en flor (algo imposible) extendían sus exuberantes brazos rosados sobre la gente, y sus ramas estaban colmadas de luces que centelleaban como si fueran diamantes. Elena cogió uno de esos capullos perfectos que había caído sobre su cabello.

—Percibo lo que hay tras todo esto —dijo, asaltada por el hedor de la corrupción, de la muerte—, pero la apariencia es mágica.

—Una reina posee una corte de la que todos hablan. Una diosa posee una corte que jamás será olvidada.

Las alas ocuparon su campo de visión cuando los ángeles, uno tras otro, empezaron a aterrizar con elegancia. Todos ellos estaban ataviados con ropas que acentuaban su belleza inmortal. Incluso los vampiros, cuyos rostros eran un ejemplo de simetría sensual, parecían fascinados. Los escasos mortales que habían sido invitados o asistían en calidad de acompañantes luchaban por no observarlo todo con la boca abierta, pero aquella era una batalla perdida.

Elena podría haber padecido esa misma reacción... si no estuviera con el ser más atractivo del lugar. Esa noche, Rafael había decidido ir de negro, y ese tono sobrio convertía sus ojos en dos focos. Era un ser de una belleza sobrenatural y, a la vez, un rey guerrero que no vacilaría a la hora de derramar sangre.

—No esperaba que ella asistiera.

Al seguir la dirección de su mirada, Elena vio a Neha. La reina vestía un sari de seda sin adornos de color blanco, y se había recogido el pelo en un moño austero. Sus ojos oscuros ardían de odio mientras miraba a Michaela.

Michaela parecía indiferente. Estaba ataviada con un exquisito vestido hasta los tobillos, de los colores de la puesta de sol, e iba del brazo de Dahariel. El ángel masculino no sonreía; su expresión era tan indiferente como la de la rapaz a la que recordaban sus alas. Sin embargo, la tensión sexual existente entre ambos era evidente.

Elena apartó la mirada, y sus ojos se toparon con los de Neha cuando la arcángel india se volvió hacia donde estaban Rafael y ella. Se quedó helada. Lo que moraba en el interior de Neha era más antiguo que la civilización, una criatura sin alma y sin conciencia. Su sangre se convirtió en hielo cuando Neha empezó a acercarse a ellos con zancadas bastante impropias de su habitual elegancia.

Se oyó el susurro de unas alas cuando Aodhan y Jason aparecieron de la nada para flanquearlos.

Neha solo se fijó en Rafael.

—Te perdonaré, Rafael. —Palabras sencillas, carentes de entonación—. Anoushka rompió la más importante de nuestras leyes. Y por eso murió.

Rafael guardó silencio cuando Neha se dio la vuelta sin añadir nada más para dirigirse a un círculo de vampiros con los ojos castaños y la piel oscura, que hablaban de una tierra de calor y violencia oculta, similar a los tigres que recorrían sus bosques.

—¿Qué parte de lo que ha dicho es cierta? —preguntó Elena, que apartó la mano de la empuñadura de la pistola.

—Ninguna en absoluto.

Neha se comportará como una arcángel, pero el odio es un veneno en su alma
.

Elena soltó el aire que había contenido sin darse cuenta y dejó que su mirada se posara más adelante, en los escalones que conducían a lo que, sin duda alguna, era un trono. Lijuan estaba sentada en una silla de marfil majestuosamente tallada. Había tres seres masculinos a su lado: Xi, con sus alas grises veteadas de rojo; un vampiro chino de rostro perfecto; y el renacido que les había servido el té a Rafael y a ella la primera noche. Sin embargo, él ya no era el único de su especie.

Rodeaban a la multitud, como un silencioso ejército cuyos ojos registraban cualquier movimiento. Su mirada poseía un brillo extraño, un hambre que despertó los instintos de Elena. Carne, pensó la cazadora al recordar el informe que había leído en la luminosa aula de Jessamy; esos seres se mantenían a base de carne.

—Sus renacidos nos rodean —señaló Elena, que se preguntaba cómo era posible que los demás invitados no percibieran el olor a podrido, el hedor rancio de una tumba profanada.

Rafael no apartó la vista de Lijuan, pero sus palabras evidenciaron que era muy consciente de todo lo que los rodeaba.

—Un ángel sin alas es una criatura lisiada, una presa atada al suelo.

Elena tomó una profunda bocanada de aire cuando su mente se llenó de imágenes de aquel atardecer en el jardín de flores silvestres, de la espada de Illium convertida en un borrón plateado que amputaba las alas de la guardia de Michaela. Fue el instinto lo que le hizo replegar sus alas un poco más antes de concentrar su atención de nuevo en el trono.

Y descubrió que Lijuan la miraba a los ojos.

Incluso a esa distancia, Elena sintió el impacto aplastante de su mirada. No se sorprendió cuando la arcángel se puso en pie y los asistentes se quedaron en silencio.

—Esta noche —dijo Lijuan con una voz que se hacía oír sin problemas en aquel escalofriante ambiente cálido—, celebraremos un nuevo comienzo para nuestra raza, la creación de un ángel.

Las cabezas se volvieron siguiendo la dirección de los ojos de Lijuan, y Elena pudo sentir el peso de todas las miradas. Algunas eran curiosas; otras, crueles. Y una de ellas... Se le erizó el vello de la nuca. Una de ellas era perversa. La acarició como un beso maligno que ella quiso rechazar con todo su ser. Sin embargo, permaneció en silencio, inmóvil. Les dejaría creer que no se daba cuenta; dejaría que la creyeran un objetivo fácil.

—Elena —continuó Lijuan, que empezó a bajar los escalones para acercarse a ellos— es una creación única, una inmortal con corazón mortal. —La multitud se abrió a su paso para contemplar su avance... a excepción de una deslumbrante pareja formada por un vampiro y una mortal, que no se apartó lo bastante rápido—. Adrian. —El nombre fue pronunciado en un suave susurro.

El renacido (el que tenía esa piel que recordaba a la sabana), le arrancó el corazón a la mujer humana y, casi al mismo instante, hundió los colmillos en su cuello para desgarrarle la yugular. La mujer seguía en pie cuando Adrian estiró el brazo para rebanarle la garganta al vampiro. Luego empezó a descuartizar su cuerpo hasta que la desafortunada criatura quedó convertida en un montón de carne. La humana muerta cayó junto a los restos de su compañero. El vapor se alzaba aún de las vísceras cuando Adrián (que titubeó un instante, como si sintiera la tentación de lamer la sangre que cubría su piel) sacó un pañuelo de mano y empezó a limpiarse.

Tras dejar atrás a la pareja asesinada como si nada hubiera ocurrido, Lijuan se situó frente a Elena.

—Algunos dirían que ese corazón mortal es una debilidad que devalúa el don que Rafael te ha otorgado.

—Es mejor un corazón mortal —dijo Elena en voz baja— que un corazón que no siente nada en absoluto.

Una sonrisa, casi infantil, y mucho más aterradora por esa misma razón.

—Bien dicho, Elena. Bien dicho. —Dio una única palmada, una orden silenciosa—. Para distinguir esta ocasión, esta reunión entre ancianos y recién nacidos, me gustaría regalarte un recordatorio, un obsequio de alguien antiguo para alguien nuevo. Algo tan especial, tan único, que lo he mantenido oculto incluso a los ojos de mi propia corte.

El dolor causado por el último regalo de Lijuan aún era una herida abierta en su alma, pero Elena enderezó la espalda y se mantuvo firme, a sabiendas de que aquella era una prueba que debía superar si no quería ser considerada durante el resto de su existencia como el juguetito mortal de Rafael.

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