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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (40 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Elena salió de su escondite y corrió hacia Aodhan. Le arrancó la flecha del ala mientras él se encargaba de la que tenía en el hombro.

—¡Detrás de la par...! —Volvió la cabeza de pronto cuando la esencia de las bayas de saúco empezó a moverse. Un instante después, esa esencia se sumó al aroma de un intenso estallido de café amargo.

Elena soltó un juramento, dejó caer la flecha ensangrentada y corrió hacia las escaleras que había en un lado de la plaza, frustrada por no haber aprendido todavía a realizar un despegue vertical. Aodhan remontó el vuelo tras ella, y la corriente de aire que creó le golpeó la espalda cuando llegaba al pabellón de la planta superior que los vampiros habían utilizado como escondrijo. La esencia del café era intensa; la de las bayas estaba manchada de sangre.

Habían bajado por las escaleras del otro lado.

Elena retrocedió, cogió carrerilla y echó a volar. La euforia estalló en su interior, una sensación que la acompañaba en cada vuelo. Contuvo el impulso de seguir las corrientes de aire y miró hacia abajo. Desde lo alto, la Ciudad Prohibida parecía aún más grande que desde el suelo, una madriguera de patios altos y bajos conectados por delicados puentes, y caminos que se bifurcaban en diferentes direcciones para llegar a los diferentes edificios elegantes.

Aodhan, cuyo hombro aún sangraba y tenía un ala herida aunque funcional, se reunió con ella sobre el patio principal.

—Han desaparecido entre los cortesanos.

—Supongo que ha llegado el momento de ir de caza. Cúbreme. —Elena agudizó sus sentidos y decidió concentrarse en el que estaba herido. Sería más lento, más fácil de atrapar.

Las esencias se entremezclaban como un millar de lazos de colores.

Violetas. Exuberantes. Dulces. Embriagadoras.

Madera. Recién cortada.

Lluvia en un día de sol. Fresca. Reciente.

Sábanas enredadas y champán. Una esencia intensa. Femenina.

Bayas de saúco bañadas en sangre.

Con la emoción de la caza recorriéndole las venas, Elena descendió hacia la zona en la que había percibido el aroma de las bayas. Fue casi demasiado fácil. Ataviado con un abrigo verde azulado y una bufanda de seda alrededor del cuello, el vampiro estaba con un grupo de congéneres. La bufanda estaba húmeda, empapada con su fluido vital.

Estaba a punto de señalárselo a Aodhan cuando el vampiro se sacudió y cayó al suelo. Su cuerpo empezó a retorcerse como si sufriera un ataque de epilepsia. Los demás cortesanos empezaron a gritar y se dispersaron como las mariposas que eran. Elena aterrizó junto al cuerpo espasmódico del vampiro y lo colocó de lado, consciente de la espuma sanguinolenta que le rodeaba la boca.

—¡Mantén su mandíbula abierta! —le gritó a Aodhan cuando este aterrizó—. Si se ahoga con su propia lengua...

El cuerpo se quedó inmóvil bajo sus manos.

Los vampiros podían sobrevivir a muchas cosas, pero Elena sabía que aquel estaba muerto. Era una herramienta que se había convertido en un estorbo.

—Qué puto desperdicio... —Era muy joven. Lo más seguro era que ni siquiera llevara diez años como vampiro. A juzgar por su rostro, había sido Convertido cerca de los treinta—. Vaya mierda de inmortalidad.

Los ojos de Aodhan parecían de hielo cuando miró hacia lo alto.

—Rastrea al otro. Yo te seguiré.

—Necesitamos el cadáver.

Un breve gesto de asentimiento.

Elena se puso en pie, pistola en mano, y alzó la cabeza hacia el viento. Las esencias habían cambiado. Ahora estaban llenas de miedo y de un nauseabundo matiz de excitación. La violencia como droga...; de algún modo, parecía un inevitable efecto secundario de la inmortalidad. Tras descartar esa odiosa idea, empezó a caminar por la plaza siguiendo el rastro del segundo tirador sobre el suelo.

Se había alejado bastante. Había atravesado todo el patio y había bajado por un pasadizo sinuoso lleno de grabados que conducía a una plaza soleada. Luego había subido un tramo de escaleras, había cruzado tres puentes sinuosos y se había adentrado en lo que a todas luces era una zona muy privada de la ciudad. Allí no había farolillos en ningún árbol. No había mujeres hermosas que coquetearan tras sus abanicos. No había música.

En lugar de eso, había un ángel sentado en un banco de mármol, bajo un árbol de hoja perenne con el follaje verde. Y ese ángel tenía un vampiro a sus pies. Elena no lo vio venir. En un momento dado, el vampiro estaba arrodillado, jadeante. Al siguiente, la cabeza del vampiro llegó rodando hasta sus pies, después de ser decapitada con despiadada facilidad.

—Estúpido —murmuró Anoushka, que dejó la daga curva sobre el banco a su lado y se colocó las vaporosas faldas blancas del vestido, como si no viera las manchas de sangre que salpicaban el tejido y los diminutos espejos incrustados entre los bordados—. Te ha guiado directamente hasta mí.

Elena no podía ignorar la cabeza que le rozaba los pies, ya que los mechones de cabello cubrían el cuero negro de sus botas. Los labios de Anoushka se curvaron en una sonrisa al verla apartarse hacia un lado.

—No tendrás muchos hombres si los matas indiscriminadamente —dijo Elena. Se preguntó si podría disparar y acertar en el ala de Anoushka, dado que la otra mujer estaba sentada.

Conclusión: incierta.

Huir tampoco era una opción. No a menos que quisiera acabar con una daga enterrada en la espalda.

—Si esperas al ángel herido —dijo Anoushka—, te informo de que ha sido detenido. Por desgracia, lo detuvieron antes de que pudiera pedir refuerzos. —El ángel femenino se puso en pie—. ¿Oyes algo?

Resultaba escalofriante lo mucho que podía pesar el silencio.

—¿Por qué yo?

—Ya lo sabes, pero intentas distraerme. ¿Debería complacerte? —Anoushka mantuvo las alas pegadas a la espalda mientras recogía el arma, así que no se convirtió en un objetivo fácil para Elena. Meterle a un ángel una bala en el cuerpo, aun cuando se tratara de una de las balas especiales de Vivek, era como atacarlo con un matamoscas. El único punto vulnerable eran las alas.

Elena se fijó en la daga. La reconoció como una de las que se utilizaban en las clases de la Academia del Gremio. Se conocía como
kukri
, una hoja curva de un solo filo. Perfecta si lo que se buscaba era una forma eficiente de separar la cabeza del cuerpo.

Las siguientes palabras de Anoushka lo confirmaron.

—En realidad es muy práctica. Si me presento en la reunión que mantiene la Cátedra en estos momentos con tu cabeza como trofeo causaré, como dicen los humanos, un revuelo imposible de ignorar. Tenía pensado hacerlo en el baile, pero tendré que adaptarme a las circunstancias. —Un suspiro—. Es una lástima que tengamos tan poco tiempo. Lo cierto es que me habrías caído bien si las cosas hubieran sido diferentes. —El
kukri
se convirtió en un borrón en su mano.

Y Elena comprendió que la princesa sabía a la perfección cómo manejar esa hoja.

Sin titubear, apuntó la pistola hacia el ala de Anoushka y disparó en cuanto el ángel se movió, en cuanto sus alas se extendieron un poco. Sin embargo, la hija de Neha, que se movía con la velocidad propia de los reptiles, replegó las alas contra la espalda antes de que la bala la alcanzara. El proyectil acabó incrustado en la pared opuesta en medio de una lluvia de yeso.

¡Joder!

Elena disparó de nuevo, y tuvo la satisfacción de ver cómo sangraba la pierna de Anoushka, pero la princesa hizo caso omiso de la herida y acercó la mano a lo que Elena había tomado por un cinturón.

No lo era.

El látigo se enredó alrededor de su muñeca con la rapidez de la lengua de una serpiente y estuvo a punto de romperle los huesos. Elena disparó mientras se arrojaba al suelo, y consiguió distraer a Anoushka el tiempo suficiente para liberar su mano. Sin embargo, la pistola se había quedado sin balas y, tal y como le había advertido Galen en su día, no podía permitirse el lujo de pararse a recargarla, no con una oponente que solo necesitaba un simple instante para matarla.

Arrojó al suelo ese metal inservible, rodó para ponerse en pie y deslizó un cuchillo hasta su palma.

—Bueno —dijo Anoushka, cuya ala izquierda mostraba una zona quemada que la hacía sisear de dolor—. Parece que la insistencia de ese rufián de Rafael ha conseguido que sus Siete te enseñaran algo, después de todo.

—Soy una cazadora nata —replicó Elena, que cambió de posición para mantener a Anoushka desequilibrada mientras el ángel jugaba con la daga que tenía en la mano.

La princesa empezó a moverse con su sinuosa elegancia.

Al recordar el pequeño truco de Veneno, Elena fijó la vista en un punto situado ligeramente a su izquierda. Anoushka se echó a reír.

—Vaya, qué lista eres... Es una lástima que fueras demasiado joven para salvar a tu familia.

Elena retrocedió como si le hubieran dado una patada y bajó la guardia durante una fracción de segundo. Anoushka atacó y le clavó la daga en el brazo antes de que pudiera esquivarla. Pasando por alto el dolor de la herida y el causado por las palabras de la princesa, Elena deslizó otro cuchillo hasta la mano que tenía libre.

—¿A muerte, entonces?

—¿De verdad crees que podría ser de otro modo? —Anoushka realizó un barrido con el
kukri
, un movimiento increíblemente rápido.

Elena le arrojó ambos cuchillos y oyó cómo Anoushka detenía uno de ellos con su daga mientras se movía para esquivar el otro. Y aun así, el ángel consiguió hacerle un corte en el brazo que todavía estaba sano.

Esa zorra estaba jugando con ella.

Esa era, comprendió Elena, la única debilidad de Anoushka. Esa y el ego que la hacía creerse merecedora de Convertirse en arcángel.

—Dicen que tu sangre es veneno.

—Thomas bebió mi sangre antes de ir a por ti. —Una serie de movimientos rápidos con la hoja hizo que Elena se arrojara de bruces al suelo. Se alejó rodando un segundo antes de que Anoushka le cortara un trozo de ala—. Impresionante. —Una reverencia burlona, como si aquel fuera un enfrentamiento de lo más civilizado.

Elena sentía que la pérdida de sangre debida a los profundos cortes de sus brazos empezaba a tener su efecto. No la inutilizaba. Todavía no. Pero pronto retardaría sus movimientos.

—¿La muerte de Thomas fue debida a una reacción tardía al veneno?

—Creyó que lo honraba al permitirle beber la sangre de mis venas.

—Así que habría muerto sin importar lo que ocurriera, aunque no me hubiese encontrado.

—Se estaba volviendo un poco posesivo, el pobre. —Un suspiro—. Los seres masculinos son unos estúpidos. Incluso Rafael: debería haberte matado la primera vez que te vio. Ahora eres su debilidad.

Elena atisbo un ligero cambio en la expresión de Anoushka en ese momento, y supo que la muerte la estaba mirando a la cara. Lanzó una daga. El cuchillo fue a parar al suelo cuando Anoushka lo esquivó, pero ese movimiento la situó justo frente a la luz del sol, que la cegó por un pequeño instante. Los siguientes dos cuchillos de Elena dieron de lleno en las cuencas de sus ojos y lograron que trastabillara.

Anoushka gritó y dejó caer el
kukri
. Elena pasó por alto ese hecho, cogió la espada corta que colgaba de su cinturón y, sin darse tiempo para pensar, clavó la espada en el corazón del ángel, anclándola al suelo. La sangre empezó a manar a través del corpiño blanco de Anoushka cuando Elena despejó su mente y gritó:
¡Rafael!
Le importaba una puta mierda que alguien más pudiese oírla siempre que él lo hiciera.

Siseando de furia, Anoushka se arrancó los cuchillos de los ojos y los arrojó al suelo. Cuando empezó a levantarse (a pesar de la espada que la anclaba al suelo) con las uñas convertidas en garras, Elena recordó que Anoushka era hija de su madre. Tras esquivarla por un pelo, retorció la hoja que seguía clavada en el cuerpo de la princesa. El grito de Anoushka fue un leve gorgoteo de sangre, y luego su cuerpo cayó sobre los adoquines, donde sus dedos goteantes de veneno se retorcieron sobre las piedras. Conteniendo las náuseas que la embargaban, Elena retorció la espada una vez más y convirtió el corazón de Anoushka en carne picada.

Se regeneraría, pero por el momento la princesa se quedaría retorciéndose en el suelo mientras sus ojos mutilados dibujaban regueros rojos en sus mejillas.

Los ojos de su madre, tan hermosos, tan parecidos a los suyos propios. Unos ojos ciegos e hinchados en los que las venas dibujaban líneas rojas que resaltaban sobre el blanco.

Elena desechó ese recuerdo y luchó contra el abismo que amenazaba con succionarla y dejarla indefensa.

«No soy lo bastante fuerte. Perdonadme, pequeñas mías.»

Elena intentó no escuchar esas palabras susurradas. Esa noche estaba medio dormida con Beth, que todavía era muy pequeña, acurrucada a su lado. A su hermanita siempre le había dado miedo su nueva habitación en el Caserón. Pero esa noche dormía tan tranquila, como si estuviera segura de que Elena la mantendría a salvo. Solo Elena había oído a su madre entrar en la habitación. Solo Elena había intentado no entender sus palabras.

Elena
.

Se estremeció al percibir la esencia del viento, el aroma de la lluvia.

El alivio la volvió descuidada, así que su cuerpo estaba totalmente desprotegido cuando Anoushka se incorporó con un grito, la desequilibró con una patada y se abalanzó sobre ella con las uñas preparadas.

La cazadora sintió un dolor espantoso en el muslo. Cayó al suelo y, casi al mismo tiempo, oyó cómo el cuerpo de Anoushka chocaba contra la pared de piedra con un estruendoso crujido. Rafael tocó su muslo un instante después, y fue entonces cuando Elena se dio cuenta de que no sentía nada en esa pierna.

—Rafael —murmuró, consumida por el pánico. El entumecimiento se extendía, trepaba por su cuerpo. Empezó a sentir palpitaciones.

Las alas del arcángel ocultaron todo lo demás cuando él se inclinó hacia delante.

—No es más que un arañazo.

Elena sabía que era mucho más que eso. Había notado cómo le arrancaban la carne, pero comprendió el mensaje. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza e intentó calmarse. Cuando bajó la vista, vio que Rafael había colocado las manos a ambos lados de la herida. Desprendían un resplandor azul.

Se asustó mucho, pero comprendió de repente que no era fuego de ángel. No le estaba haciendo daño. De hecho, ya notaba una leve calidez en esa zona. Mientras lo observaba con los ojos abiertos de par en par, un líquido marrón oscuro empezó a salir del corte y a caer sobre el suelo.

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