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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (18 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Cuando llegaron a la sala de espera, Elena rodeó a Rafael con los brazos y dejó que la llevara volando hasta el saliente.

Cuando salieron, las alas de Illium eran una sombra azul sobre la nieve, y su rostro estaba plagado de los copos que caían en silencio desde el cielo nocturno.

—El agua, Ellie —dijo el ángel—, borrará las esencias.

—Joder... —El agua era lo único que acabaría con cualquier esperanza de encontrar un rastro. Tras derretir unos cuantos copos en la palma de su mano, Elena intentó pensar de forma positiva—. A veces la nieve no es tan mala... En una ocasión atrapé a un vampiro gracias a que la nieve había conservado su esencia en lugar de borrarla.

—En ese caso, debes darte prisa. —Rafael rodeó su cintura con las manos—. Illium, Naasir cree que podría haber encontrado algo en el cuadrante norte.

Los ojos de Illium resplandecieron en las líneas limpias de su rostro.

—Lo ayudaré a inspeccionar.

Cuando remontaron el vuelo, Elena apretó los labios contra la oreja de Rafael para formularle una pregunta que llevaba tiempo pensando.

—¿Illium se está volviendo más fuerte?

Uram lo dejó muy malherido, así que se sumió en un sueño sanador conocido como anshara. Era la primera vez que lo hacía. A veces, los hombres sufren cambios después del anshara.

—¿Cuánto aumentará su fuerza?

Eso es impredecible. Descendió en picado, y el viento gélido arrasó las mejillas de Elena.
Estamos en la zona que rodea la casa de Sam
.

—En el aire no hay nada. Llévame abajo... Intentaré averiguar si puedo rastrearlo a través de la nieve.

No obstante, eso también fue inútil.

—No ha sido una pérdida de tiempo total. —Parpadeó para librarse de un copo que había quedado atrapado en sus pestañas—. Hace tanto frío que la nieve tardará bastante en derretirse. Eso me da tiempo para buscar en el Refugio.

—¿A cuánta distancia bajo la nieve puedes percibir una esencia?

—A unos sesenta centímetros, por lo menos.

Rafael alzó la vista.

—Esta noche el cielo estará despejado.

—En ese caso, supongo que tendremos que quedarnos sin dormir. —Elena enfrentó la tormenta azul que abrumaba los ojos masculinos y sintió la necesidad de extender la mano para cubrir su mejilla—. Encontraremos a esos cabrones.

Rafael no se aplacó con ese contacto. Su mirada siguió igual de distante.

—El hecho de que se atrevieran a raptar a un niño refleja una profunda corrupción, de una podredumbre que debe extirparse antes de que infecte a toda nuestra raza.

—¿Nazarach y los demás?

—Estaban todos a plena vista.

—Cómo no...

—Carece de importancia que el ángel responsable de todo esto no haya participado en el acto físico: sus raíces están podridas. Lo que le hicieron a Noel merece la muerte. Para lo que le hicieron a Sam... la muerte sería un castigo demasiado clemente.

La luz iluminó las yemas de los dedos que estaban en contacto con la piel de Rafael. Elena temía su poder, habría sido una estupidez no hacerlo. Sin embargo, no podía permitir que su arcángel atravesara esa línea, no podía dejar que la caza lo arrastrara hasta el abismo.

—Rafael.

—Hay —murmuró el arcángel, cuyos párpados se habían entrecerrado para ocultar el hielo de su mirada— una especie de siniestra melodía en los gritos de tus enemigos.

—No —susurró Elena en un intento por llegar hasta él. La crueldad, como Rafael le había dicho una vez, parecía ser un síntoma de la edad y el poder. Pero ella se negaba a rendirse, a dejar que lo consumiera la violencia de su propia fuerza—. No.

El arcángel no la escuchaba.

—¿No te gustaría atravesar su garganta con un estilete, Elena? —Cerró la mano alrededor del cuello de Elena en un movimiento suave, sensual y mortífero—. ¿No te gustaría ver cómo suplica por su vida?

16

—U
na parte de mí —susurró Elena, admitiendo la hambrienta necesidad de su interior— quiere hacer justo eso, quiere torturar a ese cabrón hasta que empiece a gimotear y a arrastrarse.

—Pero te compadecerías de él si llegara ese momento.

—Mi corazón es humano. —Y ese corazón le pertenecía a él. Pasando por alto la mano que aún le rodeaba el cuello, Elena tiró de la cabeza de Rafael para acercarla a la suya. Cuando sus labios se encontraron, sintió las palpitaciones incandescentes del poder masculino sobre cada centímetro de su piel. Eso demostraba que, sin tener en cuenta el hecho de que ahora tuviera alas, en manos de ese arcángel, ella aún era mortal.

Su energía la rodeaba, se colaba por cada uno de los poros de su piel. Los labios de Rafael se habían apoderado de los suyos con una belleza terrible y cruel. No había intención de hacer daño, no había dolor. No, Rafael besaba como el ser inmortal que era: con la inhumana destreza de un ser que había besado a tantísimas mujeres a lo largo de los siglos que ya ni siquiera recordaba sus rostros. Era una muestra directa e inconfundible del corazón despiadado que latía en su pecho.

No lograrás asustarme, le dijo Elena mentalmente.

Eso es mentira, cazadora del Gremio. Puedo escuchar tu corazón. Late como el de un conejillo aterrado.

Sería estúpida si no me preocupara un poco. Pero no pienso echarme atrás solo porque estés más gruñón que de costumbre.

Sus bocas se apartaron durante una fracción de segundo, y en ese instante Elena notó que los labios de Rafael se curvaban en una sonrisa. La mano que le sujetaba el cuello ascendió hasta su mejilla. El calor ardiente de su poder se desvaneció y lúe sustituido por el sensual roce de su piel.

Solo tú te atreverías a decirme algo así.

Puesto que necesitaba respirar, Elena rompió el beso. Todo su cuerpo echaba humo. Joder, los arcángeles sí que sabían besar...

—Tenemos que irnos.

Un breve asentimiento hizo que el cabello de Rafael cayera sobre su frente por un instante, antes de que el viento lo apartara de nuevo.

—¿Por dónde quieres empezar?

—¿Qué te parece la escuela? Debió de vigilar a Sam y a los otros niños antes de decidirse por uno.

El rostro de Rafael se ensombreció, pero sus ojos seguían teniendo un intenso color añil. No había vuelto a resplandecer a causa del poder.

—Te llevaré volando hasta la zona de la escuela.

A pesar de que Elena buscó hasta primeras horas de la mañana, cuando la nieve empezó a caer con mucha fuerza, no encontró ni el menor rastro del vampiro que se había atrevido a poner sus brutales manos sobre un niño en ese lugar diseñado para ser la más segura de las fortalezas. Más enfadada que otra cosa, se adentró en el dormitorio que compartían y empezó a quitarse la ropa humedecida por la nieve. Sentía los cardenales entumecidos a causa del frío.

—Déjame a mí. —Rafael colocó las manos sobre sus hombros—. Tus alas arrastran por el suelo.

—Estoy cansada —admitió ella, que le permitió quitarle las mangas, desatar las correas de la camiseta y apartárselas del cuerpo—. Estoy acostumbrada a ser más fuerte que la gente que me rodea. Aquí, soy patéticamente débil.

Un beso en la piel desnuda de su hombro. Manos cálidas sobre su vientre.

—La fuerza tiene muchas formas, cazadora. La tuya es mayor de lo que crees.

Elena apoyó la espalda contra él y dejó que su cuerpo se relajara, ya que confiaba en que Rafael la mantuviera en pie.

—Es muy agradable tener a alguien que me sostenga cuando estoy cansada. —Era una forma de intimidad, un regalo que jamás había esperado.

Una larga pausa. Otro beso en el hombro. Unas manos silenciosas y posesivas.

—Sí.

Había sido una especie de salto al vacío admitir que empezaba a confiar en él... Ella, una mujer que no había vuelto a confiar en un hombre desde que su padre la puso de patitas en la calle. Pero no había esperado que Rafael la honrara también con su confianza. Apretó las manos masculinas e inclinó la cabeza a un lado para dejar el cuello expuesto.

Rafael captó la indirecta y besó la piel de su garganta.

—¿Una ducha?

—Un baño. —Elena tenía la impresión de que no podría permanecer de pie sin ayuda.

—Te quedarás dormida. —Sus labios presionaron la zona donde se apreciaba el pulso, y la fuerza posesiva de su cuerpo atravesó el agotamiento para despertar una necesidad primaria.

Yo te mantendré en pie
.

Otro beso tras esa oferta.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Desnuda de cintura para arriba, Elena se mantuvo inmóvil mientras él la observaba desde atrás.

—Tienes muchos cardenales. —Pasó las manos con suavidad sobre ellos, pero su voz estaba cargada de furia.

—Acostúmbrate —dijo Elena con una carcajada—. Al parecer, tengo un talento natural para meterme en problemas.

Una sonrisa lánguida contra su mejilla. Unas manos grandes sobre el botón de sus pantalones.

—Como la primera vez que nos vimos.

Cuando estuvo desnuda por completo, Elena apartó los pantalones de una patada y estiró los brazos hacia atrás para rodearle el cuello antes de arquear su cuerpo en un sinuoso estiramiento.

—Elena... —Una advertencia ronca, aunque le estaba acariciando el torso con las manos, cerca de los pechos.

Con la respiración jadeante a causa del deseo, Elena se apretó contra él. Sus pezones ansiaban un contacto menos... suave.

—Más. —Una exigencia desvergonzada.

—Como desees, cazadora.

Todos los pensamientos que rondaban su mente se hicieron trizas cuando Rafael le pellizcó los pezones y le provocó una aguda punzada de dolor en la entrepierna. Empezó a moverse, inquieta, deseando algo más que solo él podía darle.

—Rafael...

Cuando ella inclinó la cabeza, el arcángel buscó sus labios y aplacó el dolor que había provocado, con movimientos lentos y suaves de las manos. Rafael era la personificación de la intensidad contenida, de la pasión controlada. Tras interrumpir el beso, Elena enfrentó su mirada azul cobalto.

—Creo que me he ganado mi segunda recompensa.

La más leve de las sonrisas. La mano que cubría su pecho se deslizó hacia abajo, hasta la superficie sensible de su abdomen, donde empezó a trazar círculos en torno al ombligo. Elena soltó una risilla.

—Tengo cosquillas.

Su trasero estaba apretado contra la rígida erección masculina, y eso hizo que el calor entre sus piernas se volviera líquido.

Cuando Rafael bajó la mano aún más, ella no se resistió. Permitió que la abriera sin rechistar. El arcángel jugueteó con ella, movió el pulgar sobre ese punto ultrasensible cuajado de terminaciones nerviosas, pero no le proporcionó la presión que necesitaba. Temblando, Elena movió su cuerpo contra él para tentarlo, para excitarlo..., para provocarlo.

Rafael clavó los dientes en su cuello.

—Si sigues haciendo eso, te castigaré.

—Huuuyy... Estoy muerta de miedo.

Le pellizcó el clítoris. El placer provocó un cortocircuito en el sistema de Elena. Su cuerpo se tensó en un arco, preparado, más que dispuesto a... Sin embargo, la presión acabó antes de tiempo.

—Rafael... —Una protesta sensual. Tenía la piel cubierta por una finísima capa de sudor.

—Te lo advertí —señaló él justo antes de introducir dos dedos en su interior y empezar a moverlos con fuerza. Elena lo cabalgó, montó esos dedos diabólicos mientras su respiración se volvía jadeante. Su cuerpo parecía moverse por voluntad propia.

La otra mano de Rafael estaba sobre su pecho, acariciando y moldeando. Su boca le rozaba el cuello, el hombro... Esos labios la marcaban sin vacilar, sin intentar ocultar lo que estaba haciendo.

Tensa, húmeda... y mía.

Un macho descaradamente posesivo y ardiente.

El trasero de Elena se frotaba contra él con cada movimiento de su cuerpo, y eso la llevó hasta un punto febril.

—Necesito más.

No puedes tener mi miembro, Elena
.

Ella se estremeció e intentó pensar con claridad.

—¿Por qué no? Le tengo bastante cariño.

Con eso consiguió otro roce provocador en el clítoris. Elena empezó a ver estrellitas tras los párpados, y apenas podía oírlo con el zumbido que atronaba sus oídos.

No estás lo bastante fuerte como para soportar lo que quiero hacerte
.

Casi loca por la necesidad, Elena lo cabalgó con más fuerza, más rápido.

—Dame más.

¿Estás segura? Una pregunta sexualmente explícita
.

—Sí.

Soltó un grito cuando él separó los dedos en su interior a fin de hacer hueco para un tercero. Esa plenitud extrema la llevó al borde del abismo. Luego, Rafael apretó su clítoris con el pulgar y la empujó al vacío. El orgasmo la sacudió de la cabeza a los pies, un desahogo tan violento que la dejó inconsciente entre sus brazos.

Rafael inhaló la esencia del placer de Elena y contuvo a duras penas la siniestra pasión que asolaba su interior, una pasión que luchaba contra las restricciones y anhelaba tomarla con una furia que no sabía si ella resistiría ni aun estando en plena forma.

Había esperado todo un año por ella. Un año en el que solo había escuchado silencio cuando le hablaba. No le quedaba mucha paciencia.

—Pronto —murmuró, dirigiéndose a esa necesidad voraz que moraba en su interior.

Cuando empezó a retirar los dedos del interior tenso y húmedo de su compañera, esa necesidad lo sacudió con fuerza y provocó que su erección comenzara a palpitar. Deseaba arrojar a Elena sobre la cama, separarle las piernas y penetrarla.

Te morderé los pechos,
le dijo mientras retiraba los dedos con lentitud, disfrutando al sentir cómo se contraía ella al oír sus palabras.
Pienso penetrarte hasta que no puedas caminar
.

El cuerpo femenino se contrajo en un espasmo, y Rafael se dio cuenta de que su cazadora estaba lista una vez más. Aprovechó el momento para volver a hundir un dedo en su cuerpo, ya que el segundo no cabía debido a la hinchazón causada por el orgasmo.

Después de saciar mi necesidad, te separaré los muslos y te obligaré a mantenerlos así para mí
.

Una embestida lenta, deliberada.

—Rafael... —dijo Elena con voz ronca.

Luego me tomaré mi tiempo para saborear esa carne dulce y rosada que tienes entre las piernas
.

Otra embestida, otra puñalada de placer que hizo que ella frotara las nalgas contra su polla.

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