616 Todo es infierno

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Authors: David Zurdo & Ángel Gutiérrez

Tags: #Religion, Terror, Exorcismo

BOOK: 616 Todo es infierno
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Por orden del Vaticano, el jesuita Albert Cloiser recorre el mundo indagando acerca de distintos sucesos paranormales que tienen como denominador común una frase 'Todo es infierno'. Sus investigaciones le llevarán a contactar con una psiquiatra y un disminuido físico con poderes de clarividencia. Las revelaciones de este último conducirán al sacerdote hasta Jordania, donde hallará un texto escrito por Judas Iscariote que desvela una terrible verdad: Lucifer ganó la batalla contra el Bien. El infierno real es el mundo que hemos habitado desde el prinicpio de los tiempos.

David Zurdo - Ángel Gutiérrez

616

Todo es infierno

ePUB v1.1

NitoStrad
27.05.12

Título: 616 Todo es infierno

Autor: David Zurdo - Angel Gutierrez

Edición: febrero 2007

ISBN 10: 84-01-33609-0

Nota Previa

Los casos misteriosos e inexplicados -o acaso inexplicables-, presentes en este libro, tienen una base real.

Los pasajes de la Biblia que se citan, así como las interpretaciones bíblicas y de otros textos referentes al Demonio, existen; al igual que son exactos los fragmentos de textos apócrifos, condenados por la Iglesia.

El número 616 es el atribuido originalmente en el Apocalipsis de san Juan a la Bestia, es decir, Lucifer encarnado. Esta cifra fue sustituida más tarde por los primeros cristianos, que introdujeron el número 666. Éste corresponde al temible emperador romano Nerón, cruento perseguidor de los cristianos.

Según la Biblia, Lucifer fue el más puro y perfecto de los ángeles antes de tornar su bondad en maldad por su deseo de ser igual a Dios.

Para los teólogos, por qué Dios permite la influencia del Demonio en el mundo, es un gran misterio. Creen que ello debe formar parte de un plan superior que el ser humano no alcanza a comprender.

De los múltiples enigmas evangélicos, el mayor de ellos continúa siendo la frase pronunciada por Jesús antes de expirar en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!», recogida en los Evangelios de Mateo y Marcos.

La Compañía de Jesús es la orden religiosa cristiana más progresista y con mayor número de miembros en el mundo. Desde que el español Ignacio de Loyola fundara esta orden, los jesuítas se han entregado al estudio científico y a la investigación de los sucesos paranormales y lo esotérico en busca de la VERDAD.

La inquietante conclusión a la que se llega en este libro, bajo la luz de los hechos y la incuestionable firmeza de la lógica, podría ser la VERDAD.

Primera Parte

Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a una grieta profunda, ella también mira dentro de ti.

FRIEDRICH NIETZSCHE.

Preludio

Un secreto que ni la misma muerte podía borrar

New London, Estados Unidos.

Llovía a cántaros sobre la pequeña ciudad de New London, en el estado de Connecticut. Los únicos que se movían por las calles, en medio de la desapacible noche, eran algunos automóviles con sus luces desvaídas por el aguacero. La mujer había corrido rasgando la cortina de agua, e intentando protegerse con su gruesa gabardina y su gorro, hasta la puerta de la iglesia católica polaca de San Pedro y San Pablo. Tosía mucho, con una tos que sonaba irónicamente seca. Detenida bajo el arco que protegía la entrada, se sacudió como un perro empapado y llamó al timbre. El sonido pareció perderse en la soledad de la oscura noche. La mujer insistió repetidas veces, hasta que por fin una voz sonó desde dentro, retumbando en los muros interiores como un eco de otro mundo.

–¡Ya va! ¡Ya va! Va usted a quemar el timbre…

Un sacerdote en pijama y bata abrió la pesada hoja de madera de la puerta. Era de mediana edad, con el pelo cano y desaliñado y el rostro ancho. Tenía una altura considerable, a pesar de cierto encorvamiento de espalda con el que había nacido. Al menos levantaba veinte centímetros sobre la mujer que lo había despertado a esas horas tan intempestivas.

–¿Qué es lo que quiere? – dijo el sacerdote, sin reconocer a quien fuera tantas veces a su iglesia.

–Confesión, padre. Necesito confesarme. Ahora mismo.

–¿Seguro que no puede esperar hasta mañana? No creo que esté usted en peligro de muerte, como para pedir que la confiesen a estas horas.

La mujer esbozó una amarga sonrisa y replicó en tono angustiado:

–Le juro por Dios que lo necesito. Ahora.

–Ande, ande, pase. Está usted calada -dijo el cura, haciéndose a un lado para dejarla entrar-. Y no use el nombre de Dios en vano.

Aquella mujer, una médico psiquiatra llamada Audrey Barrett, no había usado el nombre de Dios en vano. No aquella noche. En el momento en que atravesaba el umbral de la iglesia, un trueno rasgó el enfurecido cielo. Y la lluvia pareció intensificarse aún más. Millones de seres dormían a esas horas, plácidamente, sin sospechar siquiera el horror inimaginable encerrado en el secreto que la doctora Barrett ya nunca llegaría, a comprender.

No sabía cómo explicar al párroco lo que le había sucedido; cuál era el secreto que llevaba en su alma. Algo que, para ella, había comenzado tan sólo unas semanas atrás.

Un secreto que ni la misma muerte podía borrar…

Capítulo 1

Boston, Estados Unidos.

Fuego. Las llamas sobresalen por encima de los edificios a diez manzanas de distancia. El camión toma una curva a toda velocidad. Se oye el chirriar de los neumáticos por encima del aullido de la sirena. Una mujer y su hijo pequeño ven alejarse al camión de bomberos que ha estado a punto de atropellados. El chico nuevo se ha abierto la cabeza contra el marco de la ventana, por el fuerte bandazo. Tenía que haberse quedado en la escuadra. Aquello le viene grande a un novato. Le cae un reguero de sangre por la cara, y los otros ven en eso un mal augurio. Es un incendio de los malos. Nadie lo comenta, pero todos lo saben. Se les nota en la cara y en el miedo con el que observan las llamas cada vez más próximas. Ojalá nadie muera hoy, dicen esas miradas.

–¡Preparaos! – grita el jefe del equipo.

El camión se detiene frente a las puertas del convento. Sienten un azote de calor cuando saltan a la calle. Son los primeros en llegar. Y tienen delante de los ojos el Infierno. Se oye un fragor siniestro. Las llamas iluminan la noche, pero hacen también más profundas las sombras que no alcanzan.

–¡Dios mío! – susurra el novato.

Se ha puesto un parche en la cabeza que ha conseguido reducir la hemorragia, pero aún tiene la cara manchada de sangre.

–¡No te quedes ahí parado como un imbécil! ¡Desenrolla la manguera, o quítate de en medio!

El bombero que grita al novato ha visto ya muchos incendios. Sin embargo, ninguno como este. Tiene la boca seca, pero intenta tragar saliva de todos modos. La cruz del campanario está envuelta en llamas que parecen querer devorarla. El fuego es como un ser vivo. Cualquier bombero lo sabe. Aunque hay algo en este incendio, en este fuego… Ahora es él quien está portándose como un imbécil. Allí parado, pensando estupideces. «Hay algo en este fuego que no está bien…», se dice, sin poder evitarlo.

–¡Vamos, vamos, vamos! – les grita a sus hombres-. ¡Apuntad la manguera hacia allí!… ¡No! ¡Más a la derecha! ¿Estáis todos dormidos, maldita sea? ¡Que el fuego no cruce la calle! – «O quedará fuera de control», es lo que le falta añadir. Pero lo que dice es-: Fred, llama a otros dos equipos enseguida.

Le da un golpe a Fred en el hombro, como si eso pudiera acelerar las cosas. El mismo se echa a correr hacia donde se concentran los supervivientes del incendio. Todas son monjas. Y eso resulta extraño. Miran horrorizadas cómo arde su hogar. Siente lástima por ellas, pero no está ahí para consolarlas. Ahora no.

–¿Queda alguien dentro?

La joven novicia a la que pregunta ni siquiera le mira. Él se coloca delante y pone las manos en sus brazos, con delicadeza.

–Escúcheme, hermana, ¿sabe si queda alguien dentro?

Habla muy despacio, aunque lo que desearía es zarandearla para que reaccione. Ella no contesta y él no puede perder más tiempo. El tiempo lo es todo en un incendio. Deja a la novicia para ir a preguntar a otra monja. Y entonces oye un hilo de voz que dice:

–Estábamos… cenando. Empezó en la cocina. Salimos todas juntas… Todas las hermanas están a salvo… Pero… Daniel… El no ha querido salir. La hermana Mary y yo fuimos a buscarlo, pero él no ha querido salir… No encuentra su rosa.

–¿Dónde está ese hombre?

–Tuvimos que dejarlo, ¿me comprende? ¡No queríamos morir allí con él!

La monja empezó a sollozar, y el bombero tuvo que contenerse de nuevo.

–Dígame dónde está Daniel, hermana, quizá aún podamos salvarle.

–¿Sí? – La novicia desvió por primera vez la mirada del fuego, y la posó en sus ojos-. Sí, quizá aún podamos… Estaba en su casa. Por detrás del convento. No sé si seguirá allí.

El bombero regresó corriendo al camión y cogió un equipo de respiración y un extintor portátil.

–Ya vienen de camino dos grupos completos, jefe -dijo el bombero que salía en ese momento de la cabina.

–Bien. Ayuda a Johnson y Peters con la manguera, y no dejéis que…

–… el fuego cruce la calle, lo sé. ¿Adonde va usted?

–Queda un hombre ahí dentro.

El otro bombero miró al edificio en llamas.

–A estas alturas ya debe de estar muerto.

–Es posible. Haz lo que te he dicho.

El bombero jefe se dirigió a la entrada del convento. De espaldas, gritó:

–Pide también una ambulancia… Si no he vuelto en quince minutos, que nadie vaya a buscarme. Es una orden.

Pensó en sus dos hijos, y sintió deseos de no entrar en ese infierno. No es fácil estar dispuesto a sacrificarse por otro. Nunca lo es. Las llamas parecieron redoblarse, desafiándole. Emergían por los huecos de las ventanas, entre un humo negro y denso. El suelo era un caos de cenizas incandescentes, madera chamuscada y cristales rotos.

Empezó a musitar una oración que le había enseñado su madre siendo niño y que casi no recordaba. Pero Dios no oiría su rezo. Estaba muy lejos de allí. Mucho más de lo que el bombero podría suponer.

Decidió rodear el edificio por su lado izquierdo, donde el fuego era menos intenso. Se movía deprisa, pero con cautela. Un paso en falso y dos niños crecerían sin su padre. En momentos como éste se preguntaba por qué quiso hacerse bombero. Pero debía alejar esos pensamientos y concentrarse en lo que estaba haciendo: apartarse cuanto fuera posible de las ventanas, vigilar las cornisas y el campanario… Dios, iba a derrumbarse en cualquier instante.

No soltó el aire de los pulmones hasta alcanzar por fin el patio trasero. Sólo entonces se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Un poco más y su ropa protectora habría ardido por el calor extremo. Al menos le pareció que eso era posible. Tenía encharcado el cuerpo. Llevaba la máscara de oxígeno tan apretada, que el borde le hacía daño en el rostro. «Los bomberos también tienen miedo», pensó. Y era cierto. Pero eso no les hace desistir. Tampoco a este bombero, que empezó ahora a correr hacia el extremo del patio.

Allí estaba la edificación a la que se refirió la novicia. El fuego la había alcanzado. Su tejado de madera era una pira llameante e hipnótica. El tal Daniel debía de estar ya muerto, sí. Abrió la puerta de una patada. Apenas conseguía ver. Todo estaba lleno de humo. Sobre su cabeza, las llamas se extendían por el techo, acariciando la madera antes de devorarla. Encendió la linterna y se adentró en la habitación.

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