El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (10 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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—En ocasiones se pasan un poco de la raya, pero esto es lo que parece: una fiesta en la que se puede encontrar pareja.

Deslizó las manos arriba y abajo por sus brazos mientras su aliento agitaba los mechones rizados de la sien de Elena. Durante un breve instante, ella vaciló. ¿Cómo sería echarse hacia atrás y dejar que Rafael...? Joder... ¿Qué le estaba ocurriendo?

—Ya he visto suficiente. Vámonos. —Forcejeó para apartarse de él.

El arcángel la apretó con fuerza y sus alas se extendieron para impedir que viera el resto de la estancia. Elena sentía su pecho cálido y fuerte contra la espalda.

—¿Estás segura? —Sus labios se deslizaron sobre una piel tan sensibilizada que ella tuvo que luchar contra el impulso de estremecerse—. Hace eones que no tengo una amante humana, pero tu sabor me resulta... intrigante.

8

«A
mante humana.»

Aquellas palabras la liberaron de la prisión de deleite sensorial en la que el arcángel de Nueva York la había encerrado a sangre fría. No era más que un juego para él. Después de acabar con ella, la descartaría como si fuera un juguete viejo. Aburrido. Olvidado.

—Búscate a otra con la que divertirte. Yo no estoy en el mercado. —Se apartó de él, y en esa ocasión, Rafael se lo permitió.

Recelosa, se volvió para mirarlo a la cara. Esperaba ver enfado, quizá furia, por el rechazo, pero el rostro de Rafael era una máscara inexpresiva y vigilante. Se preguntó si habría jugado con ella desde el principio. ¿Por qué narices iba a tener un arcángel una amante humana cuando podía elegir entre un harén de deslumbrantes bellezas vampíricas?

Dijeran lo que dijeran sobre los requerimientos alimenticios, estaba claro que el vampirismo mejoraba enormemente el cuerpo y la piel. Cualquier vampiro de más de cinco décadas permanecía esbelto, con una piel impecable. Y su atractivo también crecía con cada año que pasaba, si bien la intensidad de aquel atractivo dependía de cada individuo. Elena había conocido a varios vampiros viejos que seguían siendo más una presa que un depredador, pero los que eran de verdad poderosos...

Algunos, como Dmitri, ocultaban con pericia su poder, su increíble carisma, hasta que deseaban utilizarlo. Otros habían vivido tanto que irradiaban poder de forma casi constante. Pero incluso los débiles, los que jamás llegarían a ser nada parecido a lo que Dmitri era en aquellos momentos, poseían una belleza deslumbrante.

—He aprendido la lección —dijo al ver que Rafael permanecía en silencio—. Debo ser más tolerante con las prácticas sexuales de los demás.

—Una interesante forma de decirlo. —Al final, bajó las alas y las plegó con pulcritud a su espalda—. No obstante, tan solo has atisbado la punta del iceberg.

Se preguntó si, a esas alturas, los dedos del presentador televisivo habrían llegado a las bragas de la vampira.

—Ya he visto suficiente. —Se ruborizó al percibir todos los actos sensuales que se desarrollaban tras ella.

—¿Eres una mojigata, Elena? Creía que los cazadores entregaban con toda libertad sus afectos.

—Eso no es asunto tuyo, joder —murmuró ella—. Si no nos vamos, aceptaré la oferta de Dmitri.

—¿Crees que me importaría?

—Seguro que sí. —Hizo frente a su mirada y se obligó a no retroceder—. Una vez que ese vampiro me clave sus colmillos, seré incapaz de caminar, y mucho menos de trabajar.

—Nunca había oído a nadie comparar el miembro masculino con un colmillo —murmuró él—. Tendré que contarle a Dmitri que tienes sus habilidades en muy alta estima.

Elena notó que el rubor de sus mejillas se intensificaba, pero se negó a permitir que le ganara aquella disputa verbal.

—Colmillos, miembro... ¿Qué más da? Para los vampiros, todo es sexual.

—Pero no para un ángel. El mío sirve para un propósito muy específico.

La lujuria (aguda, peligrosa e inesperada) llenó el pecho de Elena con tanta intensidad que apenas podía respirar. El sonrojo se desvaneció cuando todo el calor de su cuerpo se concentró en otro lugar. Un lugar mucho más bajo y húmedo.

—Seguro que sí... —dijo con dulzura. Permaneció firme, a pesar de que su cuerpo la traicionaba—. Satisfacer a todas esas fanáticas de los vampiros debe de resultar agotador.

Los ojos del arcángel se entrecerraron.

—Esa boca puede acarrearte problemas que no serías capaz de manejar. —No obstante, contemplaba su boca con una expresión que nada tenía que ver con la censura. Miraba sus labios como si deseara que le recorrieran la piel.

—Ardería en el puñetero infierno antes que... —dijo ella con voz ronca, a pesar de que sentía la sangre cada vez más densa.

Rafael no se molestó en fingir que no había comprendido el significado de aquel comentario salido de la nada.

—En ese caso, me aseguraré de que estemos en el cielo cuando suceda. —Los ojos de color añil estaban cargados de desafío cuando se volvió para abrir la puerta.

Elena salió con cautela... después de echar un último vistazo culpable a la fiesta. Dmitri la miró fijamente mientras rozaba con los labios la piel cremosa del cuello de la rubia y deslizaba las manos muy cerca de sus pechos. Mientras la puerta se cerraba, Elena pudo ver el brillo de sus colmillos. Se le hizo un nudo en el estómago provocado por una depravada sensación de anhelo.

—¿Serías dulce en su cama? —le susurró Rafael al oído; su voz fue como una espada afilada—. ¿Gemirías y suplicarías?

Elena tragó saliva.

—No, joder... Ese tipo es como una tarta con doble capa de chocolate. Tiene buen aspecto y querrías comértela entera, pero en realidad es demasiado empalagosa. —La naturaleza sensual de Dmitri resultaba agobiante, densa, como una manta que repelía a pesar de su atractivo.

—Si él es una tarta, ¿qué soy yo? —Aquellos labios crueles y sensuales se deslizaron contra su mejilla, contra su mandíbula.

—Veneno —susurró ella—. Un veneno hermoso y seductor.

Tras ella, Rafael se quedó tan quieto que Elena recordó la calma que precede a la tormenta. No obstante, cuando la tormenta llegó, se descargó en forma de una voz sedosa que se introdujo en su interior y la dejó desnuda.

—Y aun así, preferirías ahogarte en el veneno que darte un festín con la tarta. —Apretó las manos sobre sus caderas.

Elena tenía la lujuria atascada en la garganta, exigente y brutal.

—Pero ambos sabemos que tengo una pronunciada vena autodestructiva. —Se alejó de él, apoyó la espalda contra la pared y levantó la vista para mirarlo, deseando que su cuerpo dejara de prepararse para una penetración que ella nunca permitiría—. No estoy dispuesta a convertirme en tu juguete roto.

Puede que las líneas del rostro del arcángel fueran la encarnación de la masculinidad, pero en aquel instante, sus labios eran pura tentación: suaves, turgentes, sensuales de una forma en que solo puede serlo la boca de un hombre.

—Si te tumbara sobre mi escritorio e introdujera mis dedos dentro de ti en este mismo momento, creo que descubriría algo muy diferente.

Los muslos de Elena se contrajeron en un espasmo de necesidad que recorrió todo su cuerpo. En aquel instante, lo único que podía ver era la imagen de aquellos dedos largos y fuertes entrando y saliendo de su interior mientras ella yacía indefensa. Y cerrar los ojos solo empeoró las cosas, así que los mantuvo abiertos y concentró la mirada en el brillo negro de la pared de enfrente.

—No sé qué clase de mierda lasciva flota en el ambiente de este edificio, pero no quiero formar parte de ella.

Rafael se echó a reír, y el sonido de su risa estaba cargado de oscuros y eróticos conocimientos.

—Si esto te parece lascivo, es posible que hayas llevado una vida mucho más protegida de lo que yo creía.

Era un desafío que la retaba a responder. Elena luchó por controlarse. Así que no estaba tan abierta al sexo como algunos de los demás cazadores... Bueno, ¿y qué? Le daba igual que aquella panda testosterónica le hubiese puesto el apodo de Virgen Vestal cuando rechazó a sus miembros uno tras otro. En realidad no era virgen, pero si eso la mantenía a salvo de los juegos eróticos de Rafael, le seguiría el juego.

—Quiero seguir llevando esa vida protegida, gracias. ¿Podemos marcharnos de este lugar antes de que me quede dormida?

—Mi cama es muy cómoda.

Se habría dado de bofetadas por ponérselo tan fácil, sobre todo cuando su cerebro empezó a suplicar mostrándole imágenes de él en la cama, con las alas extendidas, los muslos desnudos y la po...

Elena apretó los dientes.

—¿Qué es lo que quieres que te diga?

Los ojos del arcángel resplandecieron, pero lo único que dijo fue:

—Ven. —Y empezó a caminar de vuelta hacia el ascensor.

Elena también empezó a caminar, pero frenó en seco al darse cuenta de que él esperaba que obedeciera sin rechistar. Como si fuese un perrito. Sin embargo, por una vez, mantuvo la boca cerrada. Quería alejarse todo lo posible de la planta de los vampiros, con su hedor a sexo, placer y adicción.

El viaje en ascensor fue corto, y esta vez al salir se encontró en una estancia con mucha clase. El blanco era el color predominante, aunque estaba adornado con elegantes toques dorados. Sin embargo, cuando Rafael la condujo a su despacho, descubrió que su escritorio era un enorme bloque negro de piedra volcánica pulida.

«Si te tumbara sobre mi escritorio e introdujera mis dedos dentro de ti en este mismo momento, creo que descubriría algo muy diferente.»

Descartó aquella idea antes de que invadiera su mente una vez más y se mantuvo al otro extremo del escritorio mientras Rafael lo rodeaba para situarse junto a la ventana. El arcángel clavó la vista en las luces de la ciudad y en la oscura corriente del Hudson, que se veía al fondo.

—Uram está en el estado de Nueva York.

—¿Qué? —Sorprendida aunque contenta por el abrupto giro de la conversación hacia el tema del trabajo, alzó las manos para arreglar el estropicio que el viento había hecho con su pelo y se lo recogió en una coleta—. Eso convierte nuestro trabajo en algo bastante sencillo. Lo único que tengo que hacer es dar la alerta en la red de los cazadores para que se inicie una búsqueda de un ángel con las alas gris oscuro.

—Has hecho los deberes.

—El diseño de sus alas es tan distintivo como el tuyo —dijo ella—. Casi igual al de la polilla gitana o
Lymantria dispar
.

—No alertarás a nadie.

Elena tensó la mandíbula. Cualquier posible vestigio residual de deseo se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Cómo se supone que voy a realizar mi trabajo si me impides hacer todo lo necesario para llevarlo a cabo de manera eficiente?

—Esas cosas te resultarían inútiles en esta caza.

—¡Venga ya! —le gritó a la espalda—. Es un ángel enorme con unas alas inconfundibles. La gente se habrá fijado en él. ¿Puedes mirarme cuando hablamos?

Él se dio la vuelta, con los ojos azules en llamas. El poder emanaba de él en oleadas que Elena casi podía percibir.

—A Uram no le gusta llamar la atención. Y a mí tampoco.

Ella frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?... Ay, joder... —Ya no estaba allí. Elena sabía que tenía que estar por algún sitio, pero ella ya no lo veía.

Tragó saliva, se acercó hasta la última posición que había ocupado y estiró el brazo.

Tocó una piel cálida y varonil.

Una mano fantasmagórica se cerró sobre su muñeca cuando intentó apartar el brazo. Luego, uno de sus dedos fue succionado por esa misma boca que había contemplado momentos antes, y su calor húmedo provocó una nueva y violenta palpitación entre sus muslos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que parte de su dedo se había vuelto también invisible.

—¡Para! —Apartó la mano de un tirón y retrocedió con dificultad hasta el escritorio.

Rafael apareció como un holograma antes de volverse sólido.

—Solo estaba demostrando lo que quiero decir. —Se colocó delante de ella para impedir que se moviera.

—¿Siempre le chupas el dedo a la gente para hacer una demostración? —Se le encogieron los dedos—. ¿Qué coño ha sido eso?

—Glamour —respondió mientras recorría el contorno de su boca con la mirada—. Nos permite movernos entre las multitudes sin ser vistos. Es una de las diferencias entre ángeles y arcángeles.

—¿Durante cuánto tiempo puedes permanecer invisible? —Intentó no preguntarse en qué pensaba cuando la miraba de aquella manera y trató de recordarse que había amenazado al bebé de Sara y también su propia vida. No obstante, resultaba difícil hacerlo cuando él estaba tan cerca, y era tan... palpable. Casi parecía humano. Siniestra y sexualmente humano.

—Todo el que sea necesario —susurró, y ella tuvo la certeza de que el comentario tenía un doble sentido—. Uram tiene más edad que yo. Su poder es mayor. Lo único que tiene que hacer... —Se quedó callado tan de repente que Elena comprendió que había estado a punto de revelar demasiado—. En plenas condiciones, puede mantener el glamour durante un tiempo casi indefinido. Incluso débil, puede mantenerlo durante la mayor parte del día y dejarlo durante las horas de la noche.

—¿Vamos a dar caza al Hombre Invisible? —Se inclinó un poco más hacia atrás, hasta que estuvo casi sentada sobre el escritorio.

Las manos del arcángel estaban apoyadas sobre la superficie resplandeciente a ambos lados de sus caderas. Elena no sabía cómo había conseguido acercarse tanto.

—Por esa razón necesitamos tu sentido del olfato.

—Yo percibo la esencia de los vampiros —replicó ella, frustrada—, no la de los ángeles. No percibo la tuya.

Rafael hizo un gesto con la mano para descartar aquellos detalles, como si carecieran de importancia.

—Tendremos que esperar.

—¿Esperar qué?

—El momento oportuno. —Sus alas se alzaron e impidieron la vista de todo lo demás, sumiéndolo en la oscuridad—. Y mientras esperamos, satisfaré mi necesidad de comprobar si tu sabor es tan ácido como tus palabras.

El hechizo sensual se partió en dos. Sin avisar, Elena hizo uso de su agilidad para deslizarse hacia atrás y bajar por el otro lado del escritorio, aunque tiró al suelo varios papeles con el movimiento.

—Te lo dije —jadeó. Saber que había escapado por los pelos hacía que su corazón latiera a mil por hora—. No quiero convertirme en tu aperitivo, tu juguetito ni en tu follamiga. Encuentra a una vampira a la que clavarle tu colmillo. —Salió de la estancia a grandes zancadas y se dirigió al vestíbulo sin aguardar respuesta.

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