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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (21 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Me dijiste que nunca habías salido de Antaria —le dijo Alha.

—No. Pero por el estudio conozco los planetas que componen nuestro Imperio.

—El ambiente de Kharnassos es muy diferente. No es tan frío, ni mucho menos, como el de Antaria.

—Estarían más cómodos con ropa de nuestros días. Pero incluso tú todavía vistes con esas togas, ¿por qué?

Alha se quedó muda… Nunca había pensado sobre eso. Y la verdad es que realmente no había una explicación científica. Sencillamente, le gustaba vestir así. Era lo que siempre había visto en el ambiente en el que se crió.

—Nos movemos por tradiciones, por costumbres. —Siguió Nahia.—. Y por miedos… Antes alabábamos a los dioses, ahora les tememos. Porque si existieran significaría que no podemos controlarlo todo. Significaría que hemos estado trabajando durante milenios, y que por mucho que sigamos progresando, ellos seguirán siendo mejores que nosotros.

—Los dioses no existen. —Dijo Alha—. Sólo son la justificación que los miedosos usan para aquello que no consiguen explicar…

—Y sin embargo, yo sentía que en Ghadea, nuestro futuro cambiaría. —Dijo Nahia enigmáticamente.

—Eso no te hace una diosa…

—Pero tampoco te lo deja explicar científicamente. —Dijo ella.—. Tuve un presentimiento, y tuve razón. Alha, de verdad, creo que no podemos controlar todo en la vida. Quiero creer que la Humanidad sigue siendo incapaz de controlar absolutamente todo. Quiero poder cerrar los ojos, y soñar con mundos que no hemos descubierto todavía. Y no tener que escuchar la voz de un científico que me refute esa teoría. Quiero sentirme viva.

—¿Por eso vienes?

—Sí, por todo lo que está pasando. No tiene lógica. Por eso quiero ir con vosotros, y porque quiero ayudar como buenamente pueda —respondió la joven.

Mientras tanto, Khanam y Hans seguían hablando en la sala. Habían estado comentando cosas sobre lo que podrían encontrarse en Kharnassos, y los medios de los que dispondría el científico para ayudar, que no eran muchos:

—Emperador —dijo uno de los tripulantes de la nave al entrar en el compartimento— disculpe que les interrumpa.

—¿Sí? —preguntó él.

—Hemos recibido un mensaje del centro de mando. Ha habido cambios. La flota se ha desprendido de las naves de carga más lentas y ha acelerado el ritmo. Están bastante más cerca de Kharnassos, podrían lanzar un ataque desde su posición y llegar en unas diez o doce horas al planeta.

—¿Cuándo llegaremos nosotros?

—En cinco horas, señor.

—Vale, gracias —le dijo Hans.—. Puedes retirarte.

—A sus órdenes.

Los dos hombres guardaron silencio durante unos segundos:

—¿Cuál es el plan? —preguntó Khanam.

—No tenemos una flota suficiente por los alrededores como para hacerles frente —dijo Hans, pensando en parte en voz alta para sí mismo.—. Pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados. Necesitamos movilizar toda la defensa que podamos. Necesito hablar con el coronel Magdrot, él conocía la composición aproximada de la flota.

—¿No puedes reunir aquí a la flota que tenga el Imperio en los alrededores? —preguntó el científico.

—Ya te lo he dicho, no hay flota suficiente en las cercanías para eso. Además, no cometeré el mismo error que mi padre cometió en Antaria. No mandaré a mis hombres a una muerte segura. —Dijo Hans, mientras su rostro se ensombrecía.—. Si llega ese momento, tendremos que utilizar el sistema de alarma para que la población civil se ponga a resguardo. No quiero que se repita lo que se vivió en Antaria.

—Pero, ¿qué hay en Kharnassos de tanto valor? No es una colonia que tenga una gran importancia estratégica.

—¿Y qué había en Antaria que lo tuviera? —preguntó el emperador.—. No sé que es lo que buscan… Ojalá lo supiera.

—Algo no encaja en todo esto, Hans. —Dijo un Khanam muy pensativo.—. Creo que estamos mirándolo desde la perspectiva equivocada. ¿Y si no es un ataque gratuito? ¿Y si buscan algo más concreto que se nos está escapando?

—Sí, pero ¿el qué? Ni siquiera tenemos una declaración de guerra. Quién quiera que nos esté atacando, está haciendo lo posible por mantenerse en la sombra.

—¿No tienes ninguna idea?

—¿Sinceramente? Ni la más mínima. —Dijo el emperador.

El tiempo pasaba demasiado lento, sentía que no podían llegar a Kharnassos lo suficientemente rápido.

Un tirano despiadado

En el distante planeta de Darnae, en el territorio del Imperio Tarshtan, el anciano y tiránico emperador Gruschal seguía muy de cerca el desarrollo de lo que estaba sucediendo en Kharnassos. La información que su hijastro le había estado enviando durante todo ese tiempo había sido clave para poner en funcionamiento el plan maestro que él mismo había ayudado a elaborar. Fue fácil tejer una estrategia aprovechándose de la tecnología de salto cuántico que habían robado a los grodianos. Haber robado una flota del propio imperio de Ilstram hacía las cosas todavía más sencillas, ya que le permitía ocultar que Tarshtan estaba involucrado.

—El ratón se dirige a su trampa —pensó para sí mismo.

El déspota gobernante del Imperio Tarshtan se relamía ante la posibilidad de que, en tan sólo unas horas, consiguiese dar inicio a un plan que había estado elaborando durante muchos años. La presencia del mariscal Ghrast en Antaria, la capital de Ilstram, había facilitado enormemente la tarea gracias al odio que éste había desarrollado hacia su actual emperador.

El anciano dictador quería anexionarse un nuevo Imperio y dejar así un legado digno de si mismo. A su vez, su hijastro quería colocar a un nuevo emperador en Ilstram. Era una situación perfecta, en la que, si jugaba sus cartas con un poco de maestría, ambos podían conseguir lo que buscaban. Ambos salían ganando. Poco le importaba que en el nuevo orden de Ilstram el emperador fuese alguien designado por su hijastro. Sería un títere, como habían acordado, sin mucha experiencia en el gobierno, al que harían ver un aliado en los tarshtanos. A partir de ahí, sólo era cuestión de esperar el tiempo que fuese necesario, se decía Gruschal a si mismo, esperar a que su hijastro muriese, y hacer ver al futuro emperador de Ilstram que estaba en el mejor de sus intereses permitir que el perverso narzham se convirtiese en el gobernante de su Imperio.

—Y si la vía pacífica no funciona, lo asesinaré yo mismo si es preciso —se dijo para sí mismo.

De repente, la puerta de la sala del trono de Gruschal se abrió, dando entrada a un olveriano, uno de sus muchos consejeros. Aunque en realidad, rara vez escuchaba los consejos de aquellos a los que él mismo había designado. Encontraba una retorcida satisfacción en ver como, en muchas ocasiones de manera fútil, intentaban hacerle cambiar de parecer. Un sueldo nada despreciable se encargaba de hacer que ninguno de ellos tuviera el más mínimo interés por alejarse del ala protectora de su tiranía. Eso, y la capacidad sin parangón que su amo tenía para infundir el terror en la población. Algunos de ellos, y algunos habitantes del Imperio, todavía recordaban con escabrosa lucidez cómo ordenó ejecutar públicamente, en el centro de Darnae, a un grupo de insurgentes que, muchos años atrás, habían intentado dar un golpe de estado para derrocarle.

Trescientos cuarenta años atrás, tras apresar a un pequeño grupo de narzhams y olverianos rebeldes, Gruschal ordenó que fuesen encarcelados en una de las lunas del Imperio durante trece años. Nadie preguntó por qué tenía que ser específicamente ese tiempo. Sus hombres sabían que fuese lo que fuese, a aquellos pobres desgraciados no les esperaba nada bueno. El tirano preparó un macabro evento festivo para la población. En aquella fecha, se cumplían diez mil años desde la fundación del Imperio. Por supuesto, nada se decía de la despiadada ejecución que iba a tener lugar allí. Tan sólo se hablaba de cómo los asistentes podrían celebrar, junto al emperador, el aniversario de la fundación de su pueblo.

Una vez todo estuvo preparado, fue el propio Gruschal el que dio el discurso que debían escuchar:

—Ciudadanos de Tarshtan —vociferó desde lo alto de una plataforma que había sido instalada cerca del tronco del árbol que ocupaba el centro de la ciudad.—. En esta fecha, no sólo se cumplen diez mil años de la fundación de nuestro gran Imperio. En esta fecha, vuestro emperador ha sobrevivido a un intento de asesinato.

Guardó silencio, esperando la reacción del pueblo… Y le respondieron, abucheando a sus todavía invisibles enemigos. Gruschal alzó las manos pidiendo silencio:

—Pero no temáis. —Prosiguió—. Han sido capturados, y hoy, aquí, les haremos ver lo que espera a todos aquellos que pondrían en peligro nuestra estabilidad, nuestro bienestar, y a nuestros seres queridos.

Tras aquellas palabras, se giró, ordenando a uno de sus consejeros que las ejecuciones diesen comienzo. Todo había sido preparado meticulosamente.

Mientras tanto, el grupo de ciudadanos allí congregados celebraban estruendosamente las palabras de su líder:

—Mirad ahora, tarshtanos, el destino que aguarda a aquellos que osen hacer peligrar nuestra felicidad —vociferó Gruschal.—. Nuestros antepasados narzham no tenían piedad con el enemigo. Nuestros antepasados olverianos hasta llegar a este Imperio, jamás se habían enfrentado a un rival. Hoy, recuperamos aquellas tradiciones para hacer llegar un mensaje alto y claro a nuestros enemigos.

Y tras aquellas palabras, dio comienzo la macabra orgía de muerte que el tiránico dictador había preparado. Los rebeldes fueron ejecutados uno a uno, de formas a cual más creativa y sádica que la anterior. El primero de ellos fue arrojado al vacío desde las ramas más altas del Árbol de la Eternidad.

—¡El Árbol de la Eternidad será tu puerta a la misma! —gritó el emperador.

El segundo fue llevado al lado de Gruschal. Un olveriano, visiblemente debilitado, que no era plenamente consciente de lo que le esperaba en tan sólo unos segundos:

—¡Desmembradlo! —dijo.

La población miraba expectante. Sólo unos pocos se habían estremecido ante la muerte del primero. Tal era el fervor que los asistentes sentían hacia su emperador. El pobre rebelde fue anclado y desmembrado eficientemente por un grupo de verdugos. Mientras, el líder del pueblo gritaba:

—¡No cederemos ante aquellos que intenten traer el dolor a los nuestros! —a lo que el público respondió con una oleada de vítores.

El tercero fue decapitado en medio de una multitud entregada a aquel macabro festival de destrucción; exhibiendo la cabeza de aquel desgraciado narzham como un macabro trofeo. Mientras, el número de habitantes aterrorizados por lo que veían iba en aumento. Y así, prosiguió durante varios minutos más el despiadado asesinato de aquel grupo de insurgentes que buscaban para el Imperio Tarshtan un mañana mejor.

—¡Festejad ahora el poder de nuestro Imperio! ¡Ningún peligro os acechará mientras vuestro líder esté aquí! —Y con esas palabras concluyó Gruschal aquel retorcido festejo.

Una gran parte de la multitud se entregó a las celebraciones del Imperio. Pero algunos de aquellos asistentes habían expresado su terror y su descontento por lo que acababan de presenciar. Dirigiéndose a los miembros del ejército que habían actuado como verdugos, el tirano dijo:

—Matad a todos aquellos que muestren la menor duda o desaprobación de esta celebración.

—¿Y sus familiares? —preguntó uno de ellos.

—Si están aquí, matadles también. Si no, aseguraos de que reciben una compensación del Imperio y un mensaje diciendo que han fallecido como consecuencia de unos disturbios.

—A sus órdenes, mi señor. —Respondieron al unísono.

Cuando ya se adentraba en el palacio, uno de sus consejeros se acercó, y le dijo:

—Con el debido respeto, emperador, quizá haya sido demasiado severo con la población esta tarde. Creo que no merecen asistir a algo tan macabro como lo que les ha ofrecido.

—¿Estás cuestionando mi juicio, olveriano? —respondió el dictador.

—No, mi señor. Tan sólo he creído oportuno compartir con usted mi punto de vista.

—La próxima vez guárdatelo para ti mismo. A menos que quieras ser el siguiente en visitar las ramas del Árbol de la Eternidad —replicó, sin ni siquiera girarse a mirar a su consejero.

—Sí, mi señor. Entendido. —El consejero desapareció a la misma velocidad con la que había aparecido.

Aunque, de vuelta al presente, el olveriano que ahora estaba allí delante del anciano dictador no había sido testigo del macabro festejo, Gruschal sabía que sin duda alguna estaba al tanto de lo sucedido. En cierto modo, decidió actuar así para asegurarse de que aquella historia sería transmitida de generación en generación, creando una imagen terrible sobre su figura que infundiría un respeto mucho más allá de cualquier juicio racional.

Su consejero se le acercó, y le dijo:

—Mi señor, hemos recibido comunicación de los mercenarios de Kharnassos. Esperan sus instrucciones durante las próximas horas.

—Puedes irte. —Dijo Gruschal, mientras esbozaba una perversa sonrisa.

Muy pronto llegaría el momento que durante tantos años había esperado.

Algunas horas después, en Antaria, Magdrot ya se encontraba en el centro de mando militar. Allí, junto a él, se encontraba el mariscal, que permanecía al mando del control del ejército de Ilstram en el planeta, tal y como había designado Hans:

—¿Cuál es la situación? —preguntó el coronel.

—La flota se está acercando a Kharnassos —respondió uno de los científicos militares allí ubicados—. Se han desprendido de las naves de carga. Ahora son un pequeño contingente de naves de guerra ligeras y naves de batalla. Llegarán en unas horas.

—¿Y el emperador?

—Su nave llegará en breves momentos. Ha intentado contactar con usted para preguntarle por la composición de la flota.

—Es demasiado grande como para repelerla sólo con las defensas planetarias. ¿Podríamos mandar ayuda desde Antaria, mariscal?

—No llegaría a tiempo —dijo él.—. Al haberse desprendido de las naves más lentas van a llegar mucho más rápido de lo que todos esperábamos. En los alrededores tampoco hay naves a las que podamos pedir ayuda. Están abandonados a su suerte. Deberíamos recomendar al emperador que se aleje del planeta, y que active los sistemas de alarma para la población civil de inmediato.

Magdrot miraba a la pantalla pensativo. El anciano tenía razón. Ninguna tropa de Ilstram podría llegar a tiempo. El contacto con los atacantes era imposible pese a ser naves de su propia flota. La retirada era la única opción viable ante un ataque que ya era más que evidente.

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