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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (17 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Ni mi marido estaría muerto —dijo ella, apesadumbrada.

E intentando quitarse de encima al fastidioso anciano añadió:

—Probablemente, tú no serías mariscal. Quizá ni siquiera nos conoceríamos.

—La vida… es algo tan efímero para nosotros, los humanos. Miles de años de tecnología, y apenas llegamos a los cientocincuenta años. Mientras, otras razas llegan incluso a los cientos de milenios, como los legendarios Ur'daeralmán… Sí, lo reconozco, si pudiera volver atrás cambiaría la historia de este Imperio.

—Tienes miedo a la muerte… —susurró Miyana.

—La muerte sólo es el final de este camino. Lo sé, para el individuo, seguramente es el fin de todas las cosas, al menos en este mundo. Pero si aceptamos vivir, tenemos que aceptar morir. No hija mía, no es la muerte a lo que temo. Temo que Antaria y todo Ilstram se desmorone porque el emperador no esté a la altura de lo que necesita su pueblo. Si su padre hubiera elegido bien… hubiéramos mantenido nuestra importancia en la galaxia. Somos el hazmerreír bélicamente hablando. Económicamente, tenemos una buena red comercial aunque no comerciamos en exceso con otros imperios. Ni siquiera estamos compartiendo nuestro conocimiento con otras civilizaciones. Apostaría que incluso en Tharla, en el planeta que se destinó a archivar el conocimiento de todos los habitantes de este Universo, ni siquiera hay constancia de todos nuestros planetas. Es como si nos hubiéramos aislado del resto del mundo para crecer en paz, pensando que los demás se dedican a lo mismo, y no es así.

Miyana se dio la vuelta, extrañada:

—¿Hablas de Tharla, la gran capital del Imperio de Hítare? Que yo sepa, si presté atención en las clases de Historia Galáctica, ese Imperio fue arrasado. También he oído hablar de los Ur'daeralmán. Pero… creo que nadie los ha visto nunca. En cierto modo, diría que es como una leyenda de nuestros tiempos.

El anciano sonrió:

—Cuánto mundo te queda por ver. Y aun así esto lo dice todo. Tu actitud no es de negación. En todo caso, dudas de lo que sabes. Pero, a diferencia de él, aceptas que quizá no todo está a nuestro alcance. Es cierto —continuó con decisión—. Hítare fue, cronológicamente, el primer Imperio que dominó gran parte del Universo sin formar parte de una alianza de Imperios. Han debido pasar treinta mil años de aquello, quizá más. Su potencial bélico, y sus investigaciones, muy avanzadas para la época, les llevaron a un lugar privilegiado. Hoy en día, de aquella idea utópica quedan muy pocos imperios entre los que se cuentan Ilstram, Grodey, y Tarshtan. Son muy pocos los imperios que han sido capaces de subsistir durante miles de años sin formar parte de alianza alguna.

—Y, ¿qué sucedió en Hítare? —preguntó la mujer, curiosa.

—Todo tiene un límite. Es una ley inexorable de este mundo… Nuestra vida, nuestra fuerza, nuestros conocimientos… Y nuestro poder también. Llegaron a un punto en el que ansiaban ocupar la mayor parte posible del Universo conocido en aquel momento. Querían tener presencia en todas las galaxias y eso les hizo demasiado vulnerables. Una alianza de aquella época, compuesta principalmente por varias especies cercanas que sentían amenazadas sus imperios, fue debilitando sistemáticamente sus planetas menos importantes, hasta arrasar con Tharla, su capital. Allí, la emperatriz derrocada, antes de entregar su Imperio al enemigo quinientos años después de que Hítare viera su máximo esplendor, pidió que se reconvirtiese a algo similar a un gran centro de recolección de cultura, ciencia y conocimiento. Aunque originalmente fue humano, después los propios invasores lo ampliaron a todas las razas. Allí comenzó a almacenarse, desde aquel momento, todo cuanto ha llegado hasta nuestros días. Por eso ahora, nuestra Historia Galáctica es más completa que nunca.

—Se diría que a ti… te hubiera gustado que Ilstram fuese un nuevo Hítare. —Dijo Miyana.

—No, no me gustaría verme sometido por todas las especies que nos rodean. Como te dije antes, todo tiene un límite. Salvo para los Ur'daeralmán, claro. Desde que se les conoció por primera vez, fueron distintos. Cuentan las leyendas que algunos de ellos han llegado a vivir más de medio millón de años. Eso ha hecho que muchos les consideren dioses. Nunca han participado en guerras. Sin embargo todos los escritos que han perdurado hasta hoy dicen que su potencial no tiene límites. Pero tienes razón, ningún ser vivo ha llegado a ser capaz de demostrar conocerles, aunque varios han dicho haber mantenido contactos con ellos.

—No recuerdo nada de eso. Pero, tú conoces toda esta historia —dijo Miyana, desasosegada— y no entiendo, ¿por qué nunca he oído nada acerca de esto? En las escuelas esa historia no se cuenta, apenas llegamos a oír hablar de los detalles. Mucho menos de esa civilización, a la que sólo se la menciona someramente. Y sin embargo, tú la conoces mucho más… Pero esas enseñanzas no forman parte del estudio militar. He tenido familiares allí, y nunca he oído algo similar… ¿dónde aprendiste todo esto?

El decrépito anciano, sonrío nuevamente, y mirando al cielo dijo:

—Antaria no es el único planeta, al igual que Ilstram no es el único Imperio. Hace muchos años, antes de servir a Donan, al emperador Borghent, estudié en la mejor escuela de otro mundo. Ahora mismo no importa cuál, allí oí hablar de los Ur'daeralmán, y me interesó su historia.

—Más de medio millón de años.

La cifra había impresionado a la chica, que, de repente, se encontró con un pensamiento cruzado, la Tierra:

—Me pregunto… ¿cuánto tiempo hace que nos fuimos de la Tierra?

—A ti también te interesa, ¿verdad? —dijo el mariscal— no me sorprende. Parece que a casi todos nosotros, nos llama la atención el Planeta Madre de alguna manera. Creo que nadie sabe con certeza cuanto tiempo hace que nuestros ancestros lo abandonaron… Unos dicen que ochenta mil años, otros que cien mil, algunos dicen que incluso más de ciento veinte mil, y los menos que ya no queda ni rastro…

—Pero, eso querría decir que entonces los Ur'daeralmán quizá si conocían la ubicación de la Tierra. Algunos de ellos han tenido que ver toda nuestra evolución desde mucho antes de que saliéramos de allí. Quizá todavía hay una esperanza de encontrar nuestro hogar…

—Creo que si realmente existen, no nos lo dirían… —continuó Ghrast—. Siempre se ha dicho de ellos que creen que nuestros errores deben ser corregidos por nosotros mismos. Además, ¿dónde ir?, nadie sabe dónde viven. Parecen ser algo así como nómadas en busca de nuevas galaxias todavía no exploradas en el Universo. Tendríamos que seguir su rastro, y probablemente la única manera de poder aprender más de ellos sería investigando a su vez los conocimientos de las civilizaciones galácticas más antiguas. Quizá ellos sí podrían darnos alguna clase de indicación… pero sería una aventura titánica.

—Supongo que sí… ¿y, que opinas tú sobre la Tierra? —dijo Miyana.

—Creo que ya no existe. Pero, aún si la encontrásemos… No puedo evitar pensar que todos los Imperios humanos la reclamarían para sí mismos, diciendo ser descendientes legítimos de nuestros antepasados… ¿Por dónde iba…? —el anciano guardó silencio durante unos segundos—. ¡Ah, sí! Después de que Hítare desapareciese. Varios milenios después, comenzó a nacer algo llamado la Confederación de Junae. Podría decirse que fue la primera alianza de Imperios reconocida como tal. Son muchos imperios de poca importancia por sí solos, pero de gran peso colectivo que ha perdurado hasta nuestros días. En sus primeras etapas, fue liderada por una mujer, Rinala. En cierto modo, era como tú, algo ingenua, un tanto despreocupada, pero siempre dispuesta a superarse a sí misma, y a no cerrarse ante nada. Fue una estratega sin parangón. Durante los últimos años, nos han dejado al margen, sin molestarnos. Pero temo, que ahora, que llevamos tiempo sin hacer nada a nivel bélico, podamos ser atacados para forzarnos a unirnos a su Confederación, o simplemente para arrasar con Ilstram.

—Lo que no entiendo… —dijo ella, reflexivamente— es por qué has venido a contarme toda esta historia.

—¿Realmente hace falta un motivo? La nieve es bonita. El frío desde siempre me hace pensar, a veces me pone melancólico…

—No es una explicación que me convenza. —Respondió nuevamente Miyana.

—Trata de ponerte en mi lugar. —Intentó explicarse el anciano mariscal—. Durante años he servido al Imperio, he visto como estábamos en una posición de privilegio, y como, al llegar el nuevo emperador, nos hemos ido diluyendo. Si algo nos mantiene ahí arriba, es el nombre que tiene Ilstram, porque realmente, no somos ni la sombra de lo que éramos ayer.

—Tenemos una gran fuerza militar. —Puntualizó la joven.

—Pero nadie capacitado para llevarla bien ante un ataque. —Sentenció Ghrast.

Miyana guardó silencio, mientras observaba al anciano abrirse paso hasta un banco cercano, donde sentarse costosamente:

—Creo que ya necesito un bastón… —dijo.

Levantando de nuevo la mirada hacia la mujer, meditó por un momento sobre su plan maestro. De momento, había logrado conseguir acercarse a la joven de una manera mucho más amistosa que en ocasiones anteriores. Tras unos segundos de silencio, añadió:

—Me alegro de haber podido compartir este rato contigo.

—Yo también —respondió ella, todavía algo desasosegada.

Y con aquellas palabras terminó, al menos por aquel momento, su larga charla.

Magdrot se encontraba ya de vuelta en Antaria. Por un lado, se sentía aliviado de volver a su hogar; por otro, preocupado por las noticias que le había dado el emperador. Poco a poco, en su mente ganaba fuerza la idea de que si había un nuevo ataque sólo podía ser sobre uno de los tres planetas, Antaria, Ghadea o Kharnassos. En el resto no había nada que pudiera considerarse útil, pero algo asfixiaba su mente. Seguía con esa aprisionante sensación que todo el grupo había sentido al llegar a Ghadea. Algo pasó allí, no sabía el qué, pero aquella idílica colonia marcaba un punto de inflexión en el devenir de Ilstram. Y lo más preocupante, nadie sabía si para bien o para mal. Interiormente, era consciente de que podía ser una oportunidad única para ascender en el mando militar. Desde siempre había sentido cierto aprecio por el mariscal Ghrast, por haber destacado entre el resto de soldados y haber ido escalando puestos hasta lo más alto. Sin embargo, no tenía su sed de poder. Aunque no le desagradaba la idea de ser, algún día, el jefe absoluto de la flota de Ilstram. Se preguntaba qué debería sentirse al saber que cada paso a seguir tiene que medirse todavía más que siendo coronel. Porque si para él era importante la vida de uno sólo de sus hombres, todavía más la de muchos. Por ello, anhelaba llegar a ese puesto. Poder demostrar al mundo que un buen militar además de preocuparse del potencial bélico de su Imperio, se preocupa también de sus personas. Algo que no podía asegurar con certeza respecto a aquel anciano. Sumido en sus pensamientos, se preguntó qué pasaría en Ghadea en aquellos momentos. Sin duda, momentos de importancia vital y de muy tensa espera.

Khanam miraba con calma el monitor. Esta vez sin quedarse adormilado, al tiempo que daba órdenes al resto de científicos. Era importante localizar cuanto antes a la flota que había desaparecido de Ghadea. Les habían vuelto a perder el rastro, presumiblemente por la presencia de un portal de salto cuántico que no lograban localizar. Si realmente iban a atacar en algún lugar de Ilstram, no tardarían en saberlo y habría que actuar con mucha presteza:

—Quiero que si veis el más mínimo movimiento, me lo digáis. Pensad que ahora mismo, la seguridad de muchas personas dependen de lo que veamos en estos monitores. Así que por favor, no me falléis —les dijo el veterano científico a sus improvisados pupilos.

—Así se hará. —Respondió uno de sus compañeros.

Cogió su intercomunicador, necesitaba hablar con el emperador:

—Dime —preguntó desde el otro lado del aparato.

—¿Dónde estás?

—Voy a ver a mi esposa, ¿sucede algo?

—No, perdona, simplemente quería comenzar la charla con algo que no fueran naves. —Se disculpó torpemente Khanam.

—Está bien, no te preocupes —dijo Hans.

—Todo esto me tiene fuera de lugar. Ahora entiendo por qué cuesta tanto que alguien se dé cuenta de tu trabajo. Todo tiene que hacerse de espaldas al pueblo, o estaríamos en un sin vivir continuo.

—Bienvenido al club —dijo irónicamente el gobernante.

—¿Hay alguna idea de por dónde podría aparecer la flota?

—He hablado con Magdrot. Sólo tengo dos posibilidades en mente: Antaria, o Kharnassos. Si quisieran venir aquí, ya lo habrían hecho.

—O eso, o intentan despistarnos. —Puntualizó Khanam.

—Es posible, pero no parece probable. Piensa en Antaria, bueno, tu no lo viste en ese aspecto, pero no hubo nada que nos intentase despistar. Fue directo, simplemente nadie supo lo que sucedía.

—Espera… —dijo el científico mientras en la sala comenzaba a formarse cierto revuelo.

—¡Atención!, los tenemos aquí —gritó uno de los científicos en Ghadea.

—¿Dónde? —preguntó Khanam.

—Aquí, sistema de Algaway…

—¡Hans! —gritó Khanam por el intercomunicador— ¡van a atacar Kharnassos!

Al mismo tiempo, en Antaria, uno de los sirvientes, salió al blanco jardín y entregó un bastón de madera a Ghrast. El anciano dio las gracias, y lentamente, se ponía en pie:

—De verdad, ¿quieres saber cuál era mi intención con mi relato sobre nuestra historia?

—Sí —dijo ella. Miraba fijamente al frente, a los niños que, inagotables, seguían jugando.

En ese momento, el comunicador de Ghrast, emitió un suave pitido, lo cogió y lo observó. Era una confirmación desde Darnae:

—El caso es… —prosiguió— que tienes razón. Los niños tienen el futuro —dijo el mariscal observando la mirada de la mujer.

—Y no puedo reescribir la historia. —Prosiguió Ghrast refortalecido notablemente por el uso del bastón, mirando a la silenciosa joven—. Pero creo que tú, podrías ser la Emperatriz… de Ilstram— dijo el anciano.

—¡Estás loco! Además, ¿yo, por qué? —dijo ella, extrañada.

Ahora Miyana no tenía duda de que estaba ante un auténtico demente:

—Reúnes muchas cualidades. Ya te lo dije antes, en cierto modo, eres como Rinala. Algo más insegura, ingenua, despreocupada, pero dispuesta a superarte siempre. Eres su vivo retrato, te has sobrepuesto a la muerte de tu marido, y te estás enfrentando tu sola un embarazo. De verdad, ¿crees que no podrías serlo?, te estás demostrando a ti misma que no tienes límites. Y me consta, que el emperador ya ha dicho en alguna ocasión, que antes dejaría a cualquiera al mando de Ilstram, que a mi.

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