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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (19 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Claro que sí, estamos muy orgullosos de ti —dijo Genso, su padre.

—No, no es cierto. ¡Mientes!

Y sin mediar más palabra, el pequeño salió de casa entre sollozos, hacia el prado que rodeaba su hogar:

—Jamás pensé que pudiera reaccionar así —dijo Lunea.

—No te preocupes, se le pasará…

Los meses transcurrieron lentamente, sin grandes novedades. Aruán se había alejado de sus padres cada vez más. Seguía siendo el mismo chico brillante, pero apenas se comunicaba con ellos. Se mostraba distante, frío. Y aquel cariño que antaño colmaba de felicidad a sus progenitores, se disipaba al mismo ritmo que avanzaba la gestación de su futura hermana:

—No me quieren —dijo Aruán.

—¿Por qué dices eso? —le preguntó Hyun.

Era uno de los varios niños que a veces jugaba con él. A pesar de ser tres años mayor, los dos pequeños habían hecho muy buenas migas:

—Si me quisieran ahora no iría a tener un hermano… Pero, no sé, no he hecho nada malo. Creía que estábamos bien así. No quiero que mis padres se dediquen a alguien que no sea yo. —Dijo el pequeño.

Ambos estaban sentados en los verdes prados que rodeaban las afueras de Trikala:

—Te divertirás, ya lo verás.

—Es fácil para ti, tú ya tienes un hermano. —Replicó Aruán.

—Por eso, sé que tú también estarás bien… ¿vamos a jugar? No puedes estar triste todos los días…

Al mismo tiempo, en su hogar, Genso y Lunea observaban por la ventana como jugaban los pequeños. Él abrazaba a su esposa desde su espalda, mientras ella, apoyada en el pecho de su marido, se mostraba muy pensativa:

—No entiendo en qué punto nos equivocamos… Todo era fantástico, pero desde que lo supo, cada vez habla menos con nosotros. Hoy me han vuelto a decir que al estudiar se muestra antisocial y rechaza hablar con nadie. Aunque sigue siendo igual de inteligente que antes a la hora de hacer las pruebas… ¿Tan grave puede ser que te digan que vas a tener un hermano? Yo era mayor cuando nació mi hermana… —suspiró.

—Querida, no nos hemos equivocado. Pero Aruán es un niño muy especial. Quizá le hayamos mimado demasiado —dijo Genso pensativo—. A lo mejor, pensar que va a tener que compartir el cariño de sus padres con otro niño le molesta. Pero estoy seguro de que con el tiempo todo volverá a la normalidad, tenemos que aguantar…

—Pero esa actitud… La suya quiero decir. Es egoísta… —dijo Lunea, mientras agachaba la cabeza para mirar al suelo.

Como madre se sentía contrariada. Desde luego quería tener otro vástago, pero ver la reacción de su hijo la hacía preguntarse si en algún punto, quizá, no se había equivocado en su manera de actuar:

—Supongo que nadie es perfecto, ¿no crees? —dijo Genso.

—En eso tienes razón… ¿crees que algún día llegará a llevarse bien con su hermano?

—No lo sé, sinceramente. Creo que ahora es cuando realmente empezamos a ver cómo es nuestro pequeño… Esta situación le resulta hostil, y seguro que intentará defenderse como sea… —dijo su marido.

Durante unos minutos se hizo el silencio. Durante toda su vida, la pareja no había disfrutado de grandes bienes ni grandes riquezas. Muchas veces se habían visto casi al límite para poder sobrevivir. El hecho de no tener parientes con vida les dejaba indefensos. Los padres de ambos murieron durante la Plaga de Xanthi, doce años atrás, cuando un brote de una enfermedad regional comenzó a atacar a los habitantes de la gran capital. Ellos vivían ya en Trikala, y por lo que supieron más tarde, aquello les salvó la vida.

En aquel momento Kharnassos vivió durante unas décadas su máximo esplendor científico. Cientos de investigadores de todo el Imperio se desplazaron allí a fin de atajar la enfermedad. Pero aquello no impidió que la mermada población emprendiera, durante años, un largo éxodo a otros planetas ante la inseguridad de nuevas enfermedades letales y la falta de puestos de trabajo. Eran pocos los valientes que se atrevían a reclutar nuevo personal para las minas a cuentas de las millonarias indemnizaciones que los familiares recibían en caso de fallecimiento.

Por desgracia, ahora estaban atravesando otra etapa algo peliaguda. El contrato de su marido estaba a punto de expirar, y los responsables del sintetizador de hidrógeno pesado no le habían dicho nada acerca de su renovación, por el momento. Tomó aire, antes de volver a hablar…

—No quisiera ser aguafiestas —dijo Lunea con su melódica y en cierto modo melancólica voz— pero, las deudas empiezan a ahogarnos cariño.

—Lo sé —respondió él— hoy he vuelto a preguntarles. Dicen que están valorando renovarme para los próximos cinco años. La gente sigue yéndose y no quieren arriesgarse buscando a alguien más. Así que parece que, al menos por ahora, seguiremos aquí…

—¿Te han dicho algo del sueldo? —preguntó ella con cierto temor.

—Sólo que una vez me hayan renovado hablaremos sobre si es posible aumentármelo, a sabiendas de que dentro de poco tendremos dos hijos que mantener en lugar de uno.

—Quizá todavía queda esperanza para la gente en Kharnassos…

—Ojalá sea cierto… —dijo Genso.

—¿Has oído las noticias del Imperio?

—¿Cuáles? —preguntó su marido.

—Mi prima se ha casado…

—¿Tu prima?

—Beralae, ¿no la recuerdas? —preguntó Lunea.

—Vagamente… ¿con quién se ha casado?

—Con el nuevo mariscal… Ghrast, o algo así.

—Supongo que habrá sido por amor —dijo él.

—Sí, ella no es de las que se arriman a alguien por poder… no tengo duda.

—Y tú, ¿por qué me elegiste a mi? —preguntó Genso con cierta curiosidad.

Su mujer se dio la vuelta, y sonriendo, le dijo:

—Te veía casi cada noche en el parque enfrente de mi casa, en Xanthi… siempre pensativo. Se notaba que tenías problemas, igual que los tenemos ahora. Pero había algo que me decía que eras muy bondadoso…

—Por eso un día te acercaste a mi, sin más… —dijo el.

—Sí… ¿lo recuerdas?

—¿Cómo no lo voy a recordar? Parecías un ángel… Tuve que pellizcarme varias veces después para asegurarme de que había sido real —dijo Genso sonriendo.—. Aquel día quedamos para volver a hablar… y a la semana sabía que no te quería dejar escapar.

—Mi reacción fue la misma —dijo ella, mientras pasaba sus brazos por el cuello de su esposo.

Ya cuando el embarazo comenzaba a apuntar hacia su recta final. Lunea se decidió a acercarse a su centro médico para saber cuál sería el sexo de su hijo. Si bien muchas personas preferían saberlo desde el primer momento, tal y como les permitía la ciencia, ella, siguiendo la costumbre de su familia, pedía a sus médicos que no se lo revelasen hasta que lo solicitase. Cuando le dieron la noticia, regresó a Trikala. Se sintió reconfortada al saber que iba a tener una hija, en lugar de un hijo. Le gustaba la idea. Además, después de saber que su marido había renovado, su felicidad no podía ser mucho mayor.

Al llegar a casa, le recibió sonriente su marido. Ella, contrariada, le dijo:

—¿Es que lo sabes?

—¿El qué? —preguntó él, curioso.

—No, nada. Es que como te veía tan sonriente…

—Esta mañana me han llamado mientras trabajaba… ¡me van a subir el sueldo! —dijo él, exultante.

—¿De verdad?

—Sí, es fantástico. ¿No crees?

—¡Claro que lo es! —dijo Lunea.

—Y ahora dime, ¿qué es lo que debería saber? —preguntó curioso.

Ella agachó la cabeza durante unos segundos. Después, mirando a su marido con la mejor de sus sonrisas, le dijo:

—He ido a la ciudad para preguntar el sexo de nuestro hijo…

—¿Y qué te han dicho?

—¡Que va a ser niña!

—Me alegro muchísimo, cariño. Era lo que queríamos —contestó mientras se abrazaban.

—Sí, ahora sólo falta que se lo digamos a Aruán… ¿cómo se lo tomará? —dijo la mujer con un tono de voz mucho más serio.

—Quizá ahora ceda un poco, no lo sé… —dijo él.

—Espero que sí. No me perdonaría que el resto de su vida no volviese a ser el mismo que siempre ha sido con nosotros…

—Y, —dijo Genso— ¿cómo la llamaremos?

—Me gustaría llamarla igual que mi bisabuela… Alha.

—Alha… me gusta. —Añadió su marido.

Podría decirse que la infancia de la Emperatriz fue relativamente dura. Desde el principio su hermano Aruán la despreciaba, evitaba jugar con ella, y siempre que podía la esquivaba. Sus padres no reconocían al chiquillo, que seguía cambiando desde que supiera la noticia de la llegada de su nueva e inesperada hermana. Del mismo modo, sus progenitores veían impotentes como el trato del pequeño hacia ellos se enfriaba más y más. Casi a la misma velocidad en la que se convertía en uno de los más brillantes estudiantes de todo Kharnassos. Y así, pasó el tiempo. Cada vez más encerrado en sí mismo, y cada vez más reticente con su hermana:

—¿Cómo has dicho? —le preguntó su madre, incrédula, a Aruán.

—Quiero ser científico.

—Pero hijo, sí solo tienes catorce años. ¿No te parece un poco temprano para tomar una decisión así?

—Ya lo he pensado, mamá. —Dijo él, convencido—. Quiero investigar, descubrir cosas nuevas, ayudar a la Humanidad a avanzar…

—Aruán, me parece muy bien que lo tengas tan claro, pero no deberías cerrarte a otras cosas. A lo mejor te gustaría trabajar en la mina, como a tu padre, o pilotar naves de comercio…

—Calla. —Su hijo cortó la conversación de forma tajante—. Lo que quieres es que no destaque, para que Alha no se sienta inferior a mí. Pero, lo es.

—Cariño… Alha no es tan inteligente como tú. Eso lo sabes tú, lo sabe ella, y lo sabemos todos. Poca gente tiene tu inteligencia. Pero si lo digo, es por tu bien. —Dijo su madre, intentando ser complaciente con su hijo.

—¡Mientes! —dijo él.—. Nunca te has preocupado por mi. Desde que nació ella, siempre le has prestado más atención. Todavía recuerdo aquel día… Cuando os oí hablar a papá y a ti. Desde siempre habíais querido una hija. Si ella hubiese nacido antes que yo, a mí nunca me habríais tenido… —e inesperadamente, Alha entró en aquel momento…

—¿Qué miras? —le respondió violentamente su hermano.—. ¿Necesitas que te lo explique?, ¿o eres suficientemente lista para entenderlo?

La pequeña, que acababa de cumplir ocho años, miró con gesto horrorizado a su madre:

—No te quiero, nunca te he querido —siguió hablándole su hermano.—. Y nunca te querré. Te odio, eres más tonta que yo, más pequeña, y si estoy aquí, es simplemente porque nací antes que tú.

—¡Aruán! —gritó Lunea.— ¡es tu hermana, le debes un respeto!

—¡Ella no lo tiene por nada ni nadie!

Y sin decir más, se fue; al tiempo que la pequeña rompía a llorar desconsolada:

—Mamá, ¿por qué me odia? Nunca le he hecho nada malo, sólo quiero que nos llevemos bien —dijo entre lágrimas la pequeña Alha, que no lograba entender de dónde provenía todo el rencor de su hermano mayor.

—No lo sé, cariño, no lo sé. Pero no le escuches, no tiene razón…

—Pero… —intentó seguir la niña.

—Alha, cariño, todos te queremos.

—Pero Aruán…

—Se le pasará, ya lo verás… —le dijo su madre.

Desde aquel momento, las peleas aumentaron exponencialmente. Siempre que había oportunidad Aruán arremetía contra toda su familia. Quizá porque, consciente de la inteligencia privilegiada de la que disfrutaba, se dejaba cegar pensando que debía tener mucha más atención que su hermana pequeña. La consideraba un estorbo y una retrasada. Durante días estuvo castigado, encerrado en su habitación. Y sin embargo, ni una sola vez protestó por ello. En su lugar, se dedicaba a leer; especialmente libros sobre historia galáctica, así como sobre ciencia espacial. Sin embargo, tanta discusión y la violencia verbal que mostraba su hermano, hizo que Alha, poco a poco, dejase de llorar cada vez que le atacaba. Con el paso del tiempo fue capaz de desarrollar una fría indiferencia, que desde entonces, siempre mostraba hacia todas aquellas personas que intentaban humillarla o maltratarla de algún modo.

Su hermano no fue la excepción:

—No sé qué vamos a hacer con él… —dijo Genso a Lunea.

—Sólo sé que tenemos que proteger a Alha. Pero, no reconozco a nuestro hijo… Siempre le hemos educado en el cariño a los demás… Y desde que tenía seis años… —no pudo evitar echarse a llorar, al tiempo que se apoyaba en el pecho de su marido.

—No llores… No ha sido culpa nuestra. Es un chico muy difícil de entender. Sólo él sabe qué es lo que pasa por su cabeza…

La vida transcurría, dentro de lo que cabía, de forma normal para una familia humilde como aquella. Hasta que un día, apenas unos años después, llegaron las noticias de Antaria… La capital había sido atacada. El emperador Borghent, días después, anunciaba públicamente la imperiosa necesidad de contar con más mineros y científicos en la gran urbe, para poder ayudar a la reconstrucción de las defensas dañadas y para mejorar las tecnologías de las que disponía el Imperio. Muy poco tiempo después, también anunciaría que su estado de salud se agravaba por momentos.

Genso y Lunea pasaban por una situación económica muy apurada. La mina seguía funcionando pero bajo mínimos. El éxodo de Kharnassos había seguido a lo largo de los años, lento pero inexorable. Poco a poco, se convertía en un planeta fantasma:

—¿Has oído lo que ha pasado en Antaria? Dicen que han muerto muchísimos miembros del ejército…

—Parece que ha sido terrible —dijo Genso.—. Y el emperador ha anunciado que necesitan gente para trabajar… Lunea, lo he pensado mucho y, creo que deberíamos irnos. Aquí, las cosas cada vez están más complicadas. Llevo años trabajando en esto, no deberían decirme que no…

—Yo también quiero que vayamos —dijo Aruán, que irrumpió por sorpresa.

—¿Aruán?, Tú, ¿por qué?

—Buscan científicos. Es mi oportunidad.

Su padre le miró extrañado:

—Es absurdo, diecinueve años, nunca te admitirían.

—Por intentarlo no pierdo nada.

Lunea se separó de su marido. Se acercó a la ventana para contemplar el cielo inusualmente azul del planeta…

—Kharnassos siempre ha sido mi hogar…

—Pero nada queda aquí para nosotros, cariño —respondió su marido.

—Lo sé… —agachó la cabeza mientras hablaba—. Pero, irme de aquí, es como dejar mi pasado atrás. Como si todos estos años de lucha no hubieran servido para nada.

—Claro que han servido. Tenemos dos hijos preciosos. Hemos llegado hasta aquí. Pero si toda la gente se está yendo del planeta es porque nadie se preocupa de él. Si nos quedamos, prefiero no pensar como acabaríamos…

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