La única joda es que había llegado a la cima medio tarde, ya septuagenario y panzón, achacoso, y temeroso, en el fondo, de que ese ángulo agudo que es la cima, le impidiera sentarse y le insinuara el camino del descenso. Por eso, tal vez, Bernardo Neustadt se arropaba con todos los símbolos externos del
status.
Tenía una esposa joven y rubia que salía en las revistas del corazón. Una mansión —no tan grande como la de Alfredo, claro— en las mismas barrancas de Martínez, celosamente custodiada por perros de policía y perros de Bridees. (Uno de esos custodios, de nombre Alcides, desapareció misteriosamente en la semana que siguió al asesinato de Cabezas y nunca más se supo de él.) Todas las mañanas el antiguo propagandista de la dictadura iba a sus oficinas —compradas a nombre de la empresa Parflik SA— en un Mercedes que conducía su fiel custodio y chofer Héctor Mesa, que también había trabajado para una de las empresas de seguridad del Grupo. Como su secretaria Ana Di Leo, que había sido empleada de Alfredo y se la había transferido (o prestado) justo en las instancias más álgidas de la lucha por el correo. Algunos sostenían que además de los dos mil cuatrocientos dólares que le pagaba
Berni,
Ana seguía cobrando su antiguo sueldo con Yabrán.
En aquellos días el Mercedes del Gran Comunicador se detenía suavemente ante el símbolo monumental de la Nueva Era, los antiguos
docks
de Puerto Madero, reciclados en
lofts
de viviendas y oficinas al estilo del Londres
thatcheriano
y engalanados con una luminosa hilera de restaurantes a los que los nuevos ricos iban a ver y a ser vistos. Y allí, frente al número 130 de la avenida Dávila, se bajaba Neustadt, seguro de encontrar sobre el grueso vidrio de su escritorio el té bien caliente con limón que le habían preparado las chicas, alertadas rutinariamente por una llamada del celular que les hacía el bueno de Héctor, el chofer-confidente.
Una vez en el tercer piso,
Berni
atravesaba como una exhalación el breve pasillo adornado con fotos de él mismo entrevistando a grandes personajes del presente y del pasado y se encerraba en su vasto despacho con vista al río, que se prolongaba en una
suite
personal con cama matrimonial, un baño lleno de espejos y un cómodo placard. En el escritorio había una foto muy sexy de su esposa Claudia y otra de su amigo el Presidente. En una de las paredes laterales, junto a un gran equipo de sonido, otra instantánea muy sugestiva donde se lo ve junto a Menem y Cavallo, con un helicóptero a sus espaldas, los escasos pelos al viento, pero los tres muy sonrientes. Recuerdo de una tierna amistad con el
Mingo
que habría de malograrse. Pero lo más interesante, como suele suceder, no estaba a la vista.
Por ejemplo, sus relaciones estrechas con el
Amarillo.
En 1996, Neustadt querelló a Cavallo, porque éste reveló que en uno de sus diálogos con Yabrán tendientes a lograr un armisticio, el empresario había dicho que no había peligro de que
Berni
cuestionara públicamente un eventual acuerdo porque él "lo manejaba". En 1998, un mes después de la muerte de Yabrán, ante un requerimiento del periodista de
La Nación
Santiago O'Donnell, Neustadt negó que el
Cartero
le hubiera pagado el viaje de bodas con Claudia Cordero Biedma por Capri, Ná
poles
y la Costa Esmeralda. También desmintió que la agencia de viajes Longview le hubiera organizado un viaje a Palm Beach junto con el médico de Menem, Alejandro Tfeli. "No me suena Longview", remató
Berni,
que buscaba despegarse de la incinerante sombra de Don Alfredo. Ana Di Leo, por su parte, declaró al periodista de
La Nación
que los pasajes del señor Neustadt se compraban directamente a las líneas aéreas. Las preguntas no eran inocentes y las respuestas tampoco: según la prolija investigación de O'Donnell, Longview era una agencia de viajes que Alfredo le puso a Ada Fonre, con el apoyo gerencial de Noemí Tártara, una especialista en el tema que era dueña, junto con su esposo, de la agencia Piamonte, que en vez de competir complementó los negocios de Longview. Según la investigación de
La Nación,
la agencia de viajes habría sido usada para las relaciones públicas de Don Alfredo y contaba con clientes como el ex ministro de Justicia Elías Jassan, Erman González y la propia SIDE, entre otros. Como ha sucedido matemáticamente con otras empresas sospechadas de pertenecer al Grupo, las oficinas de Piamonte —donde estaban guardados documentos de Longview— fueron destruidas por un providencial incendio.
A Neustadt no le "suena" Longview, pero a su agenda electrónica sí. En la letra T puede leerse textualmente: "TÁRTARA NOEMÍ Agencia de Viajes de Alfredo. Long View. Florida 253 5° Oficina "I" CAP.FEDERAL". Y a continuación, los teléfonos y faxes. En la letra E también figura la persona de confianza de Yabrán, a la que envió su carta
in
artículo
mortis
designando a HC como sucesor: "ESTER RINALDI (ALFREDO) Oficina Carlos Pellegrini 1163 Piso 9 Capital Federal 1009" y los teléfonos y faxes. Teléfonos y dirección, por cierto, con los que había una comunicación diaria. Con frecuencia Ana Di Leo llamaba a Ester por teléfono o enviaba un cadete a las oficinas de Yabrán que llevaba y traía sobres lacrados como en las gloriosas épocas que precedieron a Internet.
Neustadt, como su amigo el Presidente y el senador Eduardo Menem, también era aficionado a los confortables vuelos de Lanolec. En una oportunidad viajó a San Juan para moderar un debate entre los distintos candidatos a gobernar la provincia y al entrar en el avión le dijo al piloto: "Qué suerte que viniste vos, porque es al único que le tengo confianza".
Este era uno de los dos periodistas que, de manera objetiva e imparcial, desplegarían su artillería verbal contra ENCOTESA.
Daniel Hadad declaró alguna vez que "para la empresa informativa, ganar dinero es un deber ético" y nadie podrá decir que no hizo honor a esa máxima. En su libro
Los dueños de la Argentina II,
Luis Majul reveló que Hadad le cobraba tres mil pesos mensuales a la empresa Benito Roggio sin contrapartida de avisos publicitarios. Es decir por hablar bien, disimulando bajo las apariencias de información y de opinión lo que en realidad es propaganda. Lo que en la jerga periodística suele llamarse "un chivo", y al que los perpetra, "un chivero". Sumando "chivos" de distintos colores y pelajes hay quien logra hacerse de una fortuna y convertirse en empresario periodístico. Es el caso de este abogado egresado de la Universidad Católica Argentina, de fuertes nexos con el Opus Dei, que comenzó su carrera en televisión conduciendo el programa "La trama y el revés" junto al ex oficial de Inteligencia Guillermo Cherasny y en una clave política bastante cercana al sector de los carapintadas. En esa arca ideológica donde coincidió con el montonero arrepentido Rodolfo Galimberti y operadores de negocios del masserismo como el teniente de navío retirado Jorge Radice (alias
Ruger),
miembro también de la organización derechista peronista Guardia de Hierro.
Hadad es una excepción en un país donde la mayoría de los periodistas no gana buenos sueldos. Algunos autores le atribuyen un dúplex en Villa Devoto; un departamento valuado en trescientos cincuenta mil dólares en Palermo y una casa en el exclusivo Country Club Mayling que ronda el millón y medio de dólares. Ese patrimonio llamó la atención de la DGI hasta el punto de hacerlo sentir "acosado". Según una denuncia de Cavallo en el programa
Hora Clave
(el jueves 17 de agosto de 1995), el acoso habría cesado cuando el ministro del Interior Carlos Corach llamó al entonces titular de la DGI, Ricardo Cossio, y le pidió que "parase" la investigación. Corach diría por su parte que se "preocupó" por saber si existía animosidad contra el periodista Hadad y que lo mismo haría "por cualquier otro periodista".
No cualquier periodista, sin embargo, puede acceder a las ondas de AM y FM de la vieja Radio Municipal, que un decreto presidencial (el 374/95) adjudicó a Hadad y un grupo de socios estrechamente vinculados con el poder. Con esa frecuencia creó Radio 10 y FM News, emisoras que en setiembre de 1998 se disponía a vender a una empresa extranjera, gracias a otro decreto de Menem (de necesidad y urgencia) que lo habilitaba a desprenderse de esas frecuencias antes de que se cumplieran los cinco años que prescribe la ley de Radiodifusión. La venta se estimaba en dieciséis millones de dólares. En 1997 Hadad suscitó las iras de Hugo Anzorreguy, por participar de una conspiración en las alturas, liderada por el secretario general de la Presidencia Alberto Kohan, y destinada a desplazar al
Señor Cinco y
poner en su lugar al juez Roberto Marquevich, a quien también se vincula con Yabrán.
En el caso de Hadad, los nexos con Don Alfredo fueron estrechos, casi familiares. Una de sus colaboradoras era Lorena Colella, la hermana de Héctor Colella, el HC de la nota póstuma de San Ignacio. Lorena murió en un accidente automovilístico en Pinamar, en 1994. Cuando se produjo la muerte de Yabrán, Hadad llegó a la radio con los ojos enrojecidos y dio orden de que se pasara música sacra y se entrevistara únicamente a los amigos del difunto, como Carlos Galaor Mouriño (el
Coco),
Aldo Elías y la periodista Carolina Perín, que solía recibir grandes
bouquets
florales del
Cartero.
Ese era el otro periodista que sumó su voz a la de Neustadt para pegarle duro a ENCOTESA.
El "entrenador" Grisanti comenzó a tener problemas en los tribunales. Ramón Baldassini, que había participado en un proyecto de semiprivatización del correo que significaba de hecho una alianza entre su sindicato (FOECYT) y los permisionarios privados, denunció al presidente de ENCOTESA por una serie de presuntas irregularidades. El juez Adolfo Bagnasco dispuso el procesamiento de Grisanti y otros miembros del directorio. Más allá de la obvia intención que escondían las denuncias del sindicalista entrerriano, que asesoraba a Alfredo en la compra de armas, Grisanti presentaba algunos flancos débiles en su gerenciamiento, que podían favorecer los ataques. Había despedido a unos ocho mil agentes y tomado gente nueva, había creado alrededor de cuatrocientas nuevas gerencias con sueldos que iban de cinco a ocho mil pesos mensuales y había contratado los servicios de una agencia de turismo, Asensio Tour, donde trabajaba una pariente suya, Ana Grisanti de García. Baldassini explotó esos costados flacos desde el punto de vista social y ético, del mismo modo como Yabrán después explotaría la propia confesión de Cavallo ("Necesito diez mil pesos por mes para vivir") para preguntarse en una solicitada de dónde sacaba su enemigo el dinero adicional que usaba para hacer política, disponer de infraestructura y mantener un equipo costoso de gente, que incluía a los gorditos de anteojos negros que trotaban junto a él y "su entrenador" en las mañanas de Palermo.
Porque así como Cavallo hacía inteligencia sobre el
Amarillo,
éste mantenía sus archivos al día sobre el contendiente. Y sobre varios de sus apóstoles, como Juan Schiaretti, el antiguo militante del Cordobazo devenido ejecutivo de la Fiat en Brasil que Cavallo había importado para sumarlo a su
brain
trust.
De él dependió durante un tiempo Alfredo Aldaco, otro ex militante juvenil reciclado, que en los momentos álgidos del escándalo IBM-Banco Nación, reconocería haber recibido una gruesa coima. La confesión no se debió tanto a un movimiento tardío de la conciencia como a la necesidad de hundir a su antiguo jefe Cavallo y al luego suicidado Marcelo Cattáneo, en beneficio del hermano de éste, Juan Carlos Cattáneo, y de su jefe, el oscuro Alberto Kohan. Entre los colaboradores más cercanos del hombre que denunciaba las mafias y la corrupción del poder figuraba Aldo Dadone, que presidía el Banco Nación cuando se produjo la onerosa adquisición del sistema cibernético; por él Cavallo pondría "las manos en el fuego" y las retiraría notoriamente chamuscadas. O Juan Carlos Pezoa, un amigo de los tiempos estudiantiles en Córdoba, a quien Cavallo habría logrado rescatar del campo de concentración de La Perla, a través de una negociación directa y personal con el general genocida Luciano Benjamín Menéndez que no tuvo igual consideración con los dos mil desaparecidos que pasaron por ese centro de reclusión clandestina. El amigo Pezoa, a quien
Mingo
llevó a la Cancillería, donde el antiguo condiscípulo le tomó el gusto a las mieles del poder, sería después oficial de enlace entre Cavallo y Duhalde.
En simultaneidad con la batalla del Correo, Cavallo intensificó las operaciones en el frente de los aeropuertos. Siempre enarbolando el apoyo de los Estados Unidos y su embajada, había logrado convencer a Menem de bajar las tarifas de EDCADASSA (a la que le calculaba ya pingües beneficios) y proceder a la "desmonopolización" de los depósitos fiscales y el servicio de rampa. En este último terreno el Presidente le había hecho caso a medias: apoyó la desregulación, pero la dejó en manos del ministro de Defensa Erman González, que no se mostraba muy interesado en llevarla a la práctica.
A Cavallo, sin embargo, se le presentó una circunstancia favorable, que le permitió avanzar, aunque fuera parcialmente, en su estrategia. La renegociación con los españoles para la capitalización de Aerolíneas Argentinas, que había comprado Iberia, atravesaba por un momento difícil. Los españoles habían endurecido sus posiciones y fue necesaria incluso una reunión entre Menem y Felipe González para destrabar la controversia. Exigían, entre otras cosas, que se le permitiera a la empresa autoprestarse los servicios de rampa que encarecían su operación. Si no se llegaba pronto a un acuerdo, las pérdidas podían colocar a Aerolíneas ante una suerte de "quiebra técnica". Menem le ordenó a Cavallo que apurase la negociación y éste aprovechó la orden para colar un decreto que autorizaba a las empresas de transporte aéreo a realizar "por sí mismas los servicios de atención en tierra".
El decreto alarmó a Don Alfredo, que se movió de inmediato. Fue a verlo a Erman González y le planteó que si se revocaban las concesiones de los aeropuertos, el Grupo debería ser compensado por los derechos que había adquirido como concesionario. Estaba dispuesto a venderle al Estado las acciones de EDCADASSA, Intercargo e Interbaires pero no a cualquier precio. La reunión sería revelada años después por el propio Erman en sendos reportajes a
Clarín
y
Noticias,
y en ambos dio un paso en falso que lo dejó descolocado: ¿para qué había discutido con Yabrán acerca de la posible venta de acciones que, según éste, no le pertenecían? Cuando el periodista del semanario le hizo notar la incongruencia, balbuceó: "No sé, él vino a verme por Villalonga Furlong", de la cual era titular formal el señor Andrés Gigena. Para rematar, el Ministro recordó que él le había pedido que pusiera su propuesta de venta por escrito y que Yabrán así lo hizo.