De la diosa le llegaron algunos chismes ya en aquella época. Le contaron, por ejemplo, que el Jefe le había regalado a su secretaria un Ford Sierra y, como a la semana de tenerlo se lo robaron, le envió un Peugeot 505 para que no estuviera triste mientras esperaba el pago del seguro. Los datos sueltos recién adquirieron relieve en su conciencia cuando el diario
La Nación
destapó, en 1996, la relación entre Yabrán y su antigua secretaria, Ada Fonre, y la red de relaciones públicas que Don Alfredo había montado a través de ella y sus negocios favoritos: los restaurantes y las agencias de turismo.
—Mirá,
Indio,
te van a poner en la Aduana —dijo Alfredo, después de la sobremesa, en el jardín.
Rodolfo Echegoyen lo miró, con una sonrisa, las cejas enarcadas por el asombro, tratando de descifrar los detalles y las perspectivas escondidas en los ojos azules que lo escrutaban de emboquillada. Era a finales de enero de 1990 y estaban en Pinamar, la ciudad que aún no se había convertido en la catedral veraniega del menemismo. El Presidente había aceptado la sugerencia de Aldo Elías y del
Negro
Erman González, que aún ocupaba la cartera de Economía. Echegoyen no era un desconocido para Menem: lo había tratado muchos años antes, en La Rioja, y no tuvo inconvenientes en firmar el nombramiento.
—Ya vas a ver que todo va a ir bien —subrayó Alfredo ante la evidente perplejidad del
Indio,
que lo seguía mirando, la boca entreabierta, más indio, más cacique que nunca, en la luz cobriza del atardecer.
Rodolfo Echegoyen estuvo a cargo de la Administración Nacional de Aduanas desde febrero hasta noviembre de 1990, cuando renunció, "asqueado de la traición de los amigos" y huérfano de todo apoyo por parte de la Fuerza a la que había entregado los mejores años de su vida. Su dimisión se produjo en medio de una sonada polémica con Raúl Cuello, a la sazón subsecretario de Finanzas Públicas, que comparó a la Aduana con "un queso gruyere" perforado por el contrabando y maniobras de sobre y subfacturación perpetradas por grandes empresas, entre las que se destacaba netamente IBM.
La andanada de Cuello, que había estado a cargo de la DGI en la dictadura militar de Onganía, dejaba a Echegoyen mal parado cuando, al parecer, había sido el propio
Indio
el que había encargado la investigación de esas maniobras, que llegó a conformar una montaña de cincuenta y siete mil expedientes. Siete años más tarde, Wenceslao Bunge, aseguraría que esas denuncias no fueron labradas durante la gestión de Echegoyen, sino en la del hotelero Aldo Elías, quien a su turno tuvo también que dejar la Aduana después de meterse con ciertas compañías poderosas que no manejaban sus cuentas con probidad. Cuello, en realidad, había utilizado la propia investigación de Echegoyen como arma disuasiva en su enfrentamiento con el titular de Economía, que estaba por echarlo del cargo.
Pero ésa fue una razón aparente para la salida del
Indio.
La razón decisiva permanecería en las sombras durante muchos años y tiene que ver con una guerra secreta y tenebrosa, que aún no está suficientemente esclarecida. Una guerra entre grupos e instituciones del poder, del país y del extranjero, que fue confinando al brigadier a la soledad y acabó por despedazarlo convirtiendo en premonición aquellas dudas, aquellas cejas enarcadas ante el anuncio, aparentemente generoso y desinteresado, de su anfitrión de Pinamar, a quien probablemente el
Indio
no conocía en profundidad. No sabía, es de imaginar, que Yabrán no admitía rebeldías de aquellos a quienes consideraba "suyos", ignoraba, tal vez, qué clase de personajes crecían a la sombra del nuevo gobierno menemista. Y, sin duda, se equivocó al suponer que sus camaradas de la Fuerza Aérea lo ayudarían a despegarse cuando, por error o real patriotismo, llegó a pisar un cable pelado.
Al comienzo de su gestión, cuando empezó a entender que había caído en un nido de víboras, trató de buscar apoyos, primero, en el poder político. Finalmente, recurrió a su Fuerza, para comprobar que tenía las puertas cerradas. Es probable, también, que su orgullo se fuera rebelando frente a crecientes imposiciones que lo harían sentir un títere. Según el abogado de su familia, Franco Caviglia, le molestó saber que dos de sus asesores más cercanos, Jorge Mazzaglia y Enrique Lecumberri, eran incondicionales de Don Alfredo. A tal punto que Mazzaglia pasó a integrar después los directorios de Intercargo e Interbaires, para recalar más tarde en la Secretaría de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, en donde su titular, el
Tano
Piotti anudaba su alianza con el PJ, Duhalde y la Bonaerense de Pedro Klodczyck, que pronto aparecería salpicada por crímenes y escándalos mucho mayores.
En esos días, además, llegaron al palacio de la Aduana los "muchachos rubios", que entraban en los despachos oficiales sin hacer antesala. Los agentes de la Drug Enforcement Administration, más conocida por su sigla DEA, miraron a EDCADASSA con lupa desde el primer momento y no anduvieron con rodeos a la hora de manifestarle al brigadier: "Un negocio que deja treinta millones de dólares al año es muy bueno en sí mismo, pero puede ser, apenas, la fachada de un negocio muchísimo mayor". Eran el complemento policial de una ofensiva diplomática que comenzaba a crecer, con Federal Express como promotor y el embajador Terence Todman como ariete, y que pronto apuntaría los cañones contra "el monopolio de los aeropuertos". Es decir, contra el Grupo Yabrán.
Tal vez Echegoyen pensó que la DEA podría brindarle el apoyo que le estaba faltando y, en su creciente aislamiento, se acercó un paso más al cable de alta tensión. El jefe operacional de Ezeiza durante la gestión de Echegoyen, Marcos Basile, declararía ante el juez Roberto Marquevich que en aquel momento se llevó a cabo "una investigación reservada en el ámbito de EDCADASSA, tendiente a determinar la salida de mercaderías de los depósitos fiscales". Los familiares de Echegoyen, por su parte, aseguraron que el
Indio
inspeccionó personalmente los depósitos fiscales en varias oportunidades. Una tarea insalubre en la Argentina contemporánea: el subcomisario de la Policía Bonaerense Jorge Gutiérrez, hermano del sindicalista metalúrgico Francisco
Barba
Gutiérrez, apareció en el vagón solitario de un tren con un balazo en la nuca que le salió por la frente. Se dijo que era una bala perdida, que había sido un problema con vendedores ambulantes, pero el periodista Daniel Otero demostró que "el subco" investigaba las actividades de otra firma, Depósitos Fiscales SA (DEFISA), que había comenzado a operar antes de ser oficialmente habilitada por quien era titular de Aduanas, el cavallista Gustavo Parino. Según el entonces diputado peronista Franco Caviglia, el brigadier "estaba por desentrañar el
modus operandi
de una banda que, presumiblemente, manejaba los negocios de Ezeiza, integrada por personas que ingresaron no por sus conocimientos sobre comercio exterior, sino por sus amistades y contactos con el poder político".
El brigadier habría detectado "un circuito de contrabando en distintas formas (narcotráfico, tráfico de armas, lavado de dinero, etcétera) que operaría de la siguiente manera: de las aeronaves arribadas al Aeroparque y al Aeropuerto de Ezeiza, la mercadería se transportaría a través de Intercargo e Interbaires a los galpones de EDCADASSA y, desde allí, OCA y OCASA harían su distribución, efectuándose asimismo la operación inversa para sacar divisas del país hacia el exterior, no pudiéndose descartar por vía de hipótesis que estuviese involucrado —inclusive— personal de la DGI, cuya misión sería facilitar por omisión en su accionar la salida de los narcodólares".
Caviglia, que en aquel momento integraba el Grupo de los Ocho y venía investigando al Grupo Yabrán, junto con algunos agentes de la DGI que trabajaban fuera de horas, consideraba que "los principales operadores de los intereses ilícitos mencionados" podrían haber sido el
Oreja
Fernández; el secretario técnico de la Aduana, Héctor Name, y el oficial de la Inteligencia siria Ibrahim Al Ibrahim, que estuvo casado hasta 1989 con Amira Yoma, cuñada del presidente Menem y encargada de la agenda presidencial. El militar sirio, que hablaba un castellano de naufragio, fue designado a cargo de la aduana de Ezeiza por un decreto que firmó el entonces vicepresidente y "presidente en ejercicio", Eduardo Duhalde, durante uno de los múltiples viajes de Menem. Duhalde diría más tarde que se lo pasaron a la firma dentro de un paquete rutinario de decretos sin mayor importancia y firmó casi como un reflejo burocrático, pero algunos le recordaron que alguien que ejerce la primera magistratura, aunque sea de manera interina, suele leer lo que firma. Ibrahim saltó a la fama cuando el juez español Baltasar Garzón hizo estallar el Yomagate, que involucró a su ex esposa Amira (y las famosas valijas repletas de dinero), en una causa donde sólo quedó preso (y no por mucho tiempo) Mario Caserta, ex recaudador para la primera campaña presidencial de Menem, ex lopezreguista, ex directivo de la empresa de transportes Tab Torres, a quien también se vinculó con Alfredo Yabrán.
Echegoyen investigó al oficial sirio y llegó a chocar frontalmente con él, por causa de una famosa puerta secundaria de Ezeiza por la que había pasado mercadería no controlada.
El ex marido de Amira, que tiene estrecha relación con el traficante de armas Monzer Al Kassar, negó como éste haber tenido vínculos con Yabrán y sus empresas, pero el periodista Daniel Enz, director del semanario
Análisis
de Paraná, reveló que Ibrahim solía pasar los fines de semana en los campos de Don Alfredo cerca de Gualeguaychú. "Es más: Ibrahim alquiló durante dos años su propia casa en Gualeguaychú y logró así mantenerse alejado del círculo político, con un excesivo bajo perfil. La vivienda del ex militar sirio, por una de esas casualidades, se encontraba justo frente a la sede central del correo". El que le habría aconsejado salir de Buenos Aires y refugiarse en el sur entrerriano sería, precisamente, Don Alfredo, que adoptó ese consejo para sí mismo en su etapa terminal.
El diario
El Día
de Gualeguaychú informó, a comienzos de 1992, que se había registrado la presencia de Al Kassar en los mismos pagos entrerrianos, pocos días después de que se supiera que había obtenido la ciudadanía argentina merced a las gestiones de la abogada María Cristina Adur, la segunda hija de Abdón Adur, comerciante dedicado a las curtiembres, que tuvo un negocio en Avellaneda con los Yoma y en 1982 se fue a vivir a España.
Pero si Echegoyen seguía los pasos de Ibrahim, el
Oreja
y EDCADASSA, es de suponer que algunos lo vigilaran a él, empezando por los propios investigados. Aunque las tres Zapram fueron creadas recién al año siguiente (1991), el aparato de inteligencia y seguridad de Yabrán montó sus reales en la zona aeroportuaria desde el primer momento, en nítida conexión con el servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea, encarnado en uno de sus jefes: el brigadier Mario Alfredo Laporta. Según las investigaciones de Caviglia, Laporta se comunicaba con la Guardia Imperial (Dinamarca y Donda) a través de un enlace: el comodoro Ricardo Quellet. Según un grupo de la SIDE que redactó el informe de Los Tres Círculos sobre el aparato de Yabrán, el célebre capitán de fragata Jorge
Tigre
Acosta habría formado parte del
team
aeroportuario de Don Alfredo. Una versión con fundamento: al fin y al cabo el
Tigre
había sido el antecesor de
Palito
Donda como jefe de Inteligencia de la ESMA.
Cuando Cavallo denunció la existencia de represores de la Escuela en el aparato de Yabrán, Acosta se sintió preocupado y visitó a uno de los colaboradores del ex Ministro para asegurarle que él nunca había trabajado "para el
Amarillo".
Pero su palabra dista mucho de ser confiable.
El chofer del brigadier, Salvador Rosselli, era avispado y, con un solo golpe de vista, comprendió que le habían aflojado las tuercas de las cuatro ruedas del auto. Sin decir una palabra a Don Rodolfo, que esperaba en el asiento trasero, tomó la llave del baúl y las ajustó. El administrador de Aduanas estaba apurado y le preguntó por qué demoraba.
—No es nada, señor. Algún vivo me aflojó las tuercas —dijo el chofer mientras se acomodaba al volante.
Echegoyen empalideció y no hizo comentarios, pero sabía tan bien como su chofer que no se trataba de un chiste. Confiaba tanto en la gente que lo rodeaba en la Aduana, que se llevaba de su casa los saquitos de té y azúcar y él mismo se preparaba las infusiones. No era hombre de exteriorizar sus temores, pero su secretario privado, Ramón Gato (que había trabajado con él durante dieciocho años) le comentó a José, uno de los hijos del brigadier: "Su papá anda muy preocupado por las averiguaciones que está realizando en Ezeiza". La preocupación del administrador de Aduanas fue en aumento. Y también las señales ominosas. Un día le confió a un familiar de su esposa:
—No se lo vayas a decir a Raquel, pero estoy amenazado.
El "regalo" de Alfredo en Pinamar se le estaba convirtiendo en un presente griego. En una de las largas marchas entre Ezeiza y el palacio afrancesado del Bajo, Don Rodolfo exclamó:
—La Aduana me va a terminar matando.
Algo más que la "broma" de las ruedas debió pasar para que un día Echegoyen le propusiera a su chofer conseguirle otro trabajo, para que no corriera riesgos. Rosselli rechazó la oferta del brigadier, en mérito de una lealtad que le supondría, en los meses y años venideros, una escalada de amenazas que llegaron al apriete directo.
En los tramos finales de su gestión en la Aduana, Echegoyen le reveló a su mejor amigo, el comodoro Raúl Moreira, que había presentado a sus superiores del Arma toda la información relevada en esos meses y que se la habían "tirado por la cabeza". "Como si yo fuera,
Negro,
el culpable de todo lo que pasa."
El 11 de octubre de 1990 se vio obligado a firmar un contrato con EDCADASSA que, en el fondo, le repugnaba. El convenio otorgaba a la empresa aeroportuaria del Grupo la exclusividad para vender las mercaderías secuestradas en los depósitos fiscales durante un período de veinte años, y le reconocía un 10 por ciento de comisión por la ejecución de esas ventas. Veinte días más tarde, Echegoyen tuvo que ampliar el contrato al ámbito de Puerto Madero. En el documento original había una cláusula muy interesante que autorizaba a EDCADASSA "a disponer de vigilancia privada para controlar externa e internamente los depósitos fiscales". El marco legal que necesitaba la Guardia Imperial para crear las tres Zapram.