Authors: Greg Egan
La pregunta provocó el silencio en la sala. Los enlazadores, en su diversidad, tenían a alguien que sabía cómo funcionaba un cuerpo gleisner. Los guardias miraron a Yatima con furia, como si les hubiese engañado simplemente por no confesar la existencia de esas posibilidades.
—No tengo más y no fabricaré más. —Extendió los brazos, como si les mostrase el fantasma inocente que surgía del muñón, incapaz de tocar su mundo.
La convocación se prolongó hasta la noche. La gente venía y se iba, algunas personas se iban en grupos para coordinar los preparativos, algunos regresaban con más preguntas. De madrugada, los tres guardias conminaron a la reunión a expulsar a Yatima e Inoshiro inmediatamente de Atlanta; se fueron al perder la votación.
Al amanecer, la mayoría de los enlazadores y representantes de muchos enclaves parecían haberse convencido, al menos hasta el punto en el que aceptaban que el equilibrio de probabilidades hacia que valiese la pena arriesgarse a malgastar recursos en precauciones innecesarias. A las siete en punto, Francesca le dijo al segundo turno de traductores que fuese a descansar; el salón no estaba del todo vacío, pero las pocas personas que quedaban se encontraban absortas en sus propias discusiones urgentes y las pantallas se habían apagado.
Uno de los enlazadores había propuesto encontrar la forma de conseguir tener los datos de TERAGO en la red de comunicación de los carnosos. Francesca los llevó al centro de comunicaciones de Atlanta —una estancia enorme en el mismo edificio— y trabajaron con el ingeniero de guardia para establecer un enlace con la Coalición por medio de los zánganos. La parte más complicada parecía ser traducir las etiquetas gestalt a un equivalente audiovisual adecuado, pero resultó que en la biblioteca había una herramienta de varios cientos de años de antigüedad que se ocupaba exactamente de eso.
Cuando todo estuvo en marcha, el ingeniero mostró una gráfica de las ondas gravitatorias de Lacerta y una imagen anotada de la órbita de las estrellas de neutrones en dos grandes pantallas situadas sobre la consola: versiones reducidas de los complejos panoramas polis ejecutándose como imágenes planas y enmarcadas. Comparadas con la linea base histórica, las ondas habían duplicado su frecuencia y su potencia se habían multiplicado por diez. G-1a y G-1b se encontraban todavía a unos 300.000 kilómetros de distancia, pero la tendencia seguía implicando una caída súbita y total a eso de las 20:00 TU —dos de la tarde de la hora local— y ahora cualquier carnoso del planeta con unos mínimos recursos informáticos podía tomar los datos en bruto y confirmarlo. Claro está, podría ser que los datos fuesen falsos, pero aun asi Yatima sospechaba que serían más convincentes que su palabra, o la de Inoshiro, por sí sola.
—Voy a tener que descansar unas horas, —Francesca ahora miraba fijo y hablaba monótonamente; estaba claro que su escepticismo sobre el estallido había desaparecido hacía tiempo, pero no había manifestado ninguna emoción, y había hecho que la convocación se desarrollase hasta el final. Yatima deseaba poder confortarla, pero su único regalo posible era ponzoñoso, innombrable—. No sé qué queréis hacer ahora.
Tampoco Yatima lo sabía, pero Inoshiro dijo:
—¿Puedes llevarnos a casa de Liana y Orlando?
En el exterior, la gente construía pasos cubiertos entre los edificios, transportaba sacos y barriles de comida a los almacenes, cavaba trincheras y encajaba tuberías, tendiendo lonas para crear nuevos pasillos de sombras. Yatima esperaba que hubiesen comprendido el mensaje de que incluso los ultravioletas reflejados pronto podrían quemar o cegar; algunos de los enlazadores que trabajaban bajo el calor tenían los miembros o el torso desnudos, y cada centímetro cuadrado de piel parecía radiar vulnerabilidad. El cielo estaba más oscuro que nunca, pero incluso la nube más espesa sería un escudo débil e inconstante.
Los cultivos plantados podían darse por muertos; la supervivencia a medio plazo dependería de la capacidad de diseñar, crear, plantar y cosechar nuevas especies viables antes de que se agotasen las reservas actuales. También estaba el asunto de la energía; Atlanta obtenía su energía de plantas fotovoltaicas ajustadas a las ventanas espectrales de la atmósfera actual. Los botánicos de Carter-Zimmerman ya habían ofrecido algunas propuestas iniciales; Inoshiro había bosquejado los detalles durante la convocación; y ahora estaban disponibles al completo de forma digital. Sin duda los carnosos los considerarían obra de teóricos diletantes atados a sus modelos del mundo, pero eran mejor que nada como puntos de inicio para experimentar.
Llegaron a la casa. Orlando parecía cansado y distraído, pero los recibió con cariño. Francesca se fue y los tres se sentaron en el salón.
Orlando dijo:
—Liana duerme. Una infección de riñon, algo vírico. —Miró al espacio que les separaba—. El ARN nunca duerme. Pero se pondrá bien. Le conté que habíais vuelto. Se alegró.
—Quizá Liana pueda diseñaros corneas y piel nuevas — propuso Yatima. Orlando emitió un sonido cortés de acuerdo.
Inoshiro dijo:
—Los dos deberíais venir con nosotros.
—¿Disculpa? —Orlando se frotó los ojos inyectados en sangre.
—A Konishi.
Yatima se volvió con horror hacia Inoshiro; le había contado lo del nanoware superviviente, pero después de la reacción experimentada hasta ahora, decir eso era una locura.
Inoshiro siguió hablando con tranquilidad.
—No tenéis que pasar por nada de esto. El miedo, la incertidumbre. ¿Y si las cosas se ponen mal y Liana sigue enferma? ¿Y si no podéis viajar hasta el portal? Le debes pensar en esa posibilidad ahora.
Orlando no miró a Inoshiro ni respondió. Después de un momentó, Yatima se dio cuenta de que las lágrimas le corrían por la barba, apenas visibles por la capa de sudor. Orlando se cogió la cabeza entre las manos y dijo:
—Lo superaremos.
Inoshiro se puso en pie.
—Creo que deberías preguntarle a Liana.
Orlando levantó lentamente la cabeza; parecía más sorprendido que furioso.
—¡Duerme!
—¿No te parece que esto es bastante importante como para despertarla? ¿No te parece que tiene derecho a escoger?
—Está enferma y duerme, y no voy a hacerla pasar por esto. ¿Vale? ¿Lo comprendes? —Orlando examinó el rostro de Inoshiro; éste le miró con vacilación. Yatima de pronto se sintió más desconcertado que en cualquier momento después de que se hubiesen despertado en la jungla.
Orlando dijo:
—Y ella ni siquiera se ha enterado de una mierda. —En la última palabra su voz cambió radicalmente. Crispó los puños y dijo con furia—: ¿Qué queréis? ¿Por qué hacéis esto?
Miró los rasgos inexpresivos y grises de Inoshiro, y de pronto se echó a reir. Se quedó sentado haciendo muecas y riendo con furia, limpiándose los ojos con el dorso de la mano, intentando recuperar la compostura. Inoshiro no dijo nada.
Orlando se levantó de la silla.
—Vale. Subid. Le preguntaremos a Liana, le dejaremos elegir. —Fue a las escaleras—. ¿Vienes?
Inoshiro le siguió. Yatima se quedó donde estaba.
Pudo distinguir tres voces, pero no las palabras. No se oían gritos, pero si había varios silencios largos. Después de quince minutos, Inoshiro bajó las escaleras y salió directamente a la calle.
Yatima esperó a que volviese Orlando.
Il le dijo:
—Lo siento.
Orlando levantó las manos, las dejó caer, rechazándolo todo. Parecía más firme, más decidido que antes.
—Debo ir en busca de Inoshiro.
—Si. —Orlando avanzó de pronto y Yatima se echó atrás, esperando violencia. ¿
Cuándo había aprendido a sentir ese miedo
? Pero Orlando se limitó a tocarle el hombro y decir—: Deséanos suerte.
Yatima asintió y retrocedió.
—Os la deseo.
Yatima entrevio a Inoshiro cerca del límite de la ciudad.
—¡Más despacio!
Inoshiro se volvió para mirar a Yatima, pero siguió avanzando.
—Hemos cumplido lo que vinimos a hacer. Me voy a casa.
Podría haber vuelto a Konishi desde cualquier lugar; no era necesario abandonar el enclave. Yatima deseó que su punto de vista avanzase más rápido y el interfaz cambió el paso del cuerpo a un modo diferente. Alcanzó a Inoshiro en el camino entre campos.
—¿Qué temes? ¿Quedarte varado? —Cuando la ráfaga llegase, parte de la atmósfera superior se convertiría en plasma, así que los satélites de comunicación tendrían problemas durante un tiempo—. Tendremos preaviso de TERAGO con tiempo suficiente para enviar instantáneas. —¿Y luego? Los enlazadores más hostiles podrían llegar al extremo de matar a los mensajeros, una vez que la realidad posterior a Lacerta quedase clara, pero si llegaba a darse el caso, siempre podían borrar sus illos locales antes de que las cosas se pusiesen muy desagradables.
Inoshiro frunció el ceño.
—No tengo miedo. Pero hemos transmitido la advertencia. Hemos hablado con todos los dispuestos a escucharnos. Quedarse más tiempo es puro voyeurismo.
Yatima lo consideró seriamente.
—No es cierto. Somos demasiado torpes para ayudar como obreros, pero después de la ráfaga seremos los únicos con inmunidad garantizada a los rayos ultravioletas. Vale, se pueden cubrir, protegerse los ojos, nada es imposible si lo hacen con cuidado. Pero dos robots construidos para la luz solar sin filtrar podrían ser útiles.
Inoshiro no respondió. Sombras de bordes difusos se pusieron a correr por los campos, proyectadas por filamentos negros de nubes que pasaban bajas. Yatima miró a la ciudad; las nubes se iban acumulando en estructuras como si fuesen puños oscuros. La lluvia podría venir bien; enfriar el lugar, obligar a la gente a quedarse dentro, atenuar los primeros haces ultravioletas. Siempre que no los ocultase tanto que los enlazadores se volvieran complacientes.
—Creía que Liana entendería. —Inoshiro rió con amargura—. Quizá lo hizo.
—¿Comprender qué?
Inoshiro agitó la cabeza. Resultaba extraño volver a verle en ese cuerpo robótico, que se parecía más a la imagen mental duradera que de il tenía Yatima que su icono real en Konishi.
—Quédate y ayuda, Inoshiro. Por favor. Eres el único que se acordó de los enlazadores. Tú eres el que me avergonzaste para que viniese.
Inoshiro miró oblicuamente a Yatima.
—¿Sabes por qué te di el nanoware Introdus? Podríamos haber intercambiado las tareas, tú podrías haberte ocupado de fabricar los zánganos.
Yatima se encogió de hombros.
—¿Por qué?
—Porque a estas alturas lo hubiese usado todo. Le hubiese disparado a todos los enlazadores que hubiese podido. Los hubiese reunido a todos y me los hubiese llevado, quisieran o no.
Inoshiro siguió caminando sobre el llano camino de tierra. Yatima se quedó inmóvil y le observó durante un rato, para luego volver a la ciudad.
Yatima vagó por las calles y parques de Atlanta, ofreciendo información cuando se atrevía, aproximándose a cualquiera que no estuviese trabajando a menos que aparentase ser abiertamente hostil. Incluso sin contar con traductores oficiales, il descubrió que podía comunicarse con pequeños grupos de personas, con todos colaborando para compensar los huecos.
Un incomprensible «¿Cuáles son los límites de la pureza?» se convirtió en «¿Se puede confiar en el cielo?», con el hablante mirando a las nubes... que se convirtió en «Si hoy llueve, ¿nos quemará?"
—No. La acidez tardará meses en aumentar; a los óxidos de nitrógeno les llevará mucho tiempo difundirse desde la estratosfera.
Las respuestas traducidas en ocasiones daban la impresión de haber recorrido una cinta de Moebius y haber salido invertidas, pero Yatima se aferró a la esperanza de que no todo el sentido se evaporaba por el camino, de que «arriba» no se convertía en «abajo».
A mediodía, la ciudad parecía abandonada. O sitiada, con todos ocultándose. Luego vio a varias personas trabajando en un enlace entre dos edificios, e incluso bajo los cuarenta grados de temperatura vestían ropas de mangas largas, guantes y máscaras de soldar. Yatima sintió ánimos por esas preocupaciones, pero il casi podia sentir el peso aplastante y claustrofóbico de sus protecciones. Estaba claro que los enlazadores conservaban una aceptación evolutiva de las limitaciones del cuerpo, pero daba la impresión de que la mitad del placer de ser carne provenía de luchar contra los límites de la biología y el resto de minimizar el resto de limitaciones. Quizá el más loco de los estáticos masoquistas se deleitaría en todos los obstáculos e incomodidades que Lacerta les impondría, emocionándose con «el mundo real de dolor y éxtasis» mientras los ultravioletas lo despellejaban, pero para la mayoría de los carnosos no haría más que reducir el tipo de libertad que hacía que valiese la pena escoger la carne.
En el parque había un asiento colgando de cuerdas atadas a un bastidor; Yatima recordaba, hacía una eternidad, haber visto gente sentada, balanceándose de adelante hacia atrás. Logró sentarse sin caer, agarrándose con fuerza a una cuerda empleando la mano que le quedaba. Pero cuando intentó que le interfaz pusiese el péndulo en movimiento, no pasó nada. El software no sabía cómo hacerlo.
A la una en punto, las ondas de Lacerta habían incrementado en cien veces su potencia anterior. Ya no tenía sentido esperar a que llegasen datos de dos o tres detectores dispersos de TERAGO para eliminar interferencias de otras fuentes; ahora la información provenía directamente de Bullialdus en tiempo real, y el pulso acelerado de Lac G-1 era lo suficientemente potente para ahogar cualquier otra fuente del cielo. Las ondas estaban visiblemente cambiando con rapidez de frecuencia, cada una claramente más estrecha que su predecesora; los dos últimos picos estaban separados por quince minutos, lo que indicaba que las estrellas de neutrones habían cruzado el límite de los 200.000 kilómetros. En una hora la separación se habría reducido a la mitad, y luego desaparecería a los pocos minutos. Yatima se había aferrado a la tenue esperanza de un cambio de dinámica, pero la extrapolación de los gleisners que predecía un aumento cada vez mayor se había demostrado acertada.
El asiento se agitó. Un niño medio desnudo estaba tirando de un lado, intentando llamar su atención. Yatima miró, sin hablar, deseando poder envolver la piel expuesta del niño con su cuerpo invulnerable de polímero. Buscó un adulto en la zona de juegos desierta; no había nadie.