Diario de una buena vecina (18 page)

BOOK: Diario de una buena vecina
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Así Maudie se duerme de nuevo, pero se despierta, y duerme y se despierta durante unas horas, en cada ocasión recordando mover las manos para que no se queden demasiado tiesas. Finalmente se despierta porque el gato se frota y ronronea junto a sus piernas. Que están tiesas. Prueba sus manos. La derecha ha desaparecido de nuevo. Con la izquierda acaricia el gato: Bonito, bonito, bonito gatito, y con la derecha intenta abrir y cerrar los dedos hasta que se siente de nuevo ella.

La mañana... ah, las dificultades de la mañana, de enfrentarse al día... cada labor una carga tal... Se sienta, piensa: Tengo que dar la comida al gato, tengo que..., tengo que..., se levanta arrastrándose, ansiosa, porque sus intestinos amenazan de nuevo y, sosteniéndose en los picaportes, en las sillas, consigue llegar hasta la cocina. Hay una lata de comida del gato, medio vacía. Intenta colocar el contenido en un plato pequeño, no quiere salir.

Significa que debe coger una cuchara. Está muy lejos, en el fregadero, allí están las cucharas y los tenedores, hace días que no ha lavado la vajilla. Hace salir la comida del gato con su dedo índice, la cara fruncida... ¿quizás huele mal? Deja caer el plato al suelo desde una pequeña altura, porque agacharse la marea. El gato la husmea y se larga, con un leve miau. Maudie ve que, bajo la mesa, hay platillos, secos y vacíos. El gato necesita leche, ella necesita agua. Lenta, lentamente, Maudie consigue llegar hasta el fregadero, saca de allí un platillo sucio que no tiene la energía de lavar, pone agua dentro. Encuentra media botella de leche. ¿Agria? Husmea. No. De alguna manera deja el platito en el suelo, mientras se aguanta con la mesa y casi se cae. El gato se bebe toda la leche y Maudie advierte que ella está hambrienta.

Bajo la mesa no sólo hay platillos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, sino también excremento de gato. Esto le recuerda a Maudie que tiene que dejar salir al gato. Con dificultad llega a la puerta, deja salir al gato y se queda con la espalda apoyada en la puerta, pensando. Un general ideando una campaña no utilizaría más ingenio que Maudie, porque supera su debilidad y su terrible cansancio. Ya ha llegado hasta la puerta trasera: el lavabo está a cinco pasos; si va ahora, se ahorrará un viaje más tarde... Maudie llega al lavabo, lo utiliza, recuerda que hay un orinal lleno de mierda y peste en su dormitorio, de alguna manera regresa por el pasillo a su dormitorio, de alguna manera saca el recipiente de debajo de la silla, de alguna manera llegan ella y orinal al lavabo. Salpica mientras lo vacía y, al mirar, al oler, su pensamiento debe reconocer que algo marcha muy mal. Pero piensa, en la medida en que
ella
(lo que significa Janna) no vea lo que hago, nadie lo sabrá.
Y no me sacarán de aquí
...

Hecho todo esto, le parece que ha pasado mucho tiempo, pero sabe que aún es temprano, porque no puede oír a aquellos ruidosos mocosos irlandeses. Tiene una gran necesidad de una taza de té, toda su energía la ha empleado en el gato.

Se detiene junto a la mesa de la cocina, se sostiene allí, piensa en cómo llevará la taza de té, caliente y reconfortante, hasta la puerta contigua. Pero el té caliente es diurético, mejor leche fría. Vierte la leche fría en el vaso. Se acabó la leche. Precisa: leche, papel higiénico, comida de gato, cerillas, té y, probablemente, muchas cosas más, si pudiera pensar en ellas.

Quizá Janna llegue pronto y...

Mira con seriedad el excremento de gato, que le parece muy alejado, midiéndolo mentalmente con la necesidad de agacharse, y piensa: Janna lo hará...

Ella y la leche se trasladan a la habitación contigua. Se sienta. Pero ahora siente frío, sea o no sea verano. Está sentada en aquella vieja silla suya, junto al fuego apagado y siente que el calor se le escurre del cuerpo. Tiene que conseguir que le preparen el fuego. ¿Si enchufara la estufa? Pero gasta mucha electricidad, se encuentra en un precario equilibrio entre sus necesidades y su pensión. Finalmente se levanta con gran esfuerzo y la enchufa. En la habitación se expande el cálido resplandor rojo de la estufa, parece que sus piernas se sueltan y vuelven a ser lo que eran. Se queda allí sentada, sorbiendo la leche y musitando: Terrible, terrible, terrible.

Luego sueña que Janna se la ha llevado a su casa y la cuida. Siente una intensa posesión respecto a este sueño, lo mima y lo cuida, lo evoca y lo adorna siempre que se sienta allí, pero sabe que no se realizará.
No puede
suceder. Pero, ¿por qué no? Era imposible que Janna apareciera de repente en su vida como lo hizo, ¿quién se lo habría imaginado? Y sus entradas y salidas, con sus bromas, flores, pasteles y cosas, todas sus historias sobre su oficina, probablemente se las inventa, al fin y al cabo, ¿cómo puede ella, una pobre anciana, saberlo, si Janna decide embellecerlas un poco? Por qué, luego, no podría suceder otro imposible, que se la llevara a aquel bonito y caldeado piso y la cuidara, le hiciera sus cosas...

O que Janna se instalara a vivir aquí. Está aquella habitación contigua... Esto es lo que Maudie quiere realmente. No quiere dejar este lugar. Consíguete un lugar propio y no lo sueltes nunca: Maudie lo repite siempre que se siente tentada —como ahora— a dejar este lugar e ir a vivir con Janna. No, no, murmura, ella tendrá que mudarse aquí. Se queda sentada, a veces cabeceando, pensando que Janna vive aquí, la cuida y que, cuando ella se despierta de noche, sola y asustada de que está en la tumba, puede llamarla y oír la respuesta de Janna.

Sin embargo, muy pronto sus intestinos la obligan a levantarse. A pesar de que vació el orinal, no lo limpió y le resulta desagradable. En consecuencia, sale al retrete, deja entrar al gato, que está esperando y que se dirige hacia el platito con la comida para olería, no le gusta y, pacientemente, entra en la habitación con Maudie, que, ahora que está levantada, decide encender el fuego. Le cuesta más de una hora, arrastrarse por el pasillo para coger el carbón, arrastrarse para volver, rastrillar las cenizas, encender el fuego. Sopla en pequeñas bocanadas sin fuerza, porque se marea, por lo que le cuesta mucho animarlo. Se sienta de nuevo, con el deseo de una taza de té, pero se la niega, porque por encima de todo teme las demandas de su vejiga, de sus intestinos. Piensa, las «comidas a domicilio» llegarán pronto... sólo son las once, sin embargo. ¿Tal vez hoy lleguen antes? Está hambrienta, está tan hambrienta que no puede distinguir entre los ataques de hambre y la posibilidad de que deba muy pronto ir al lavabo. Antes de que la pizpireta de las «comidas», que tiene llave, entre y salga, diciendo: Hola, señora Fowler, ¿se encuentra bien?... tiene que salir de nuevo al retrete.

Es temprano. Sólo las doce y media. Maudie de repente coge los dos recipientes de lata y los pone sobre la mesa y, sin apenas mirar el contenido, se lo come todo. Se siente mucho mejor. Piensa, ah, si Janna llegara ahora, y si ella dijera: Vamos al parque, yo no me quejaría ni le gruñiría, me encantaría ir. Pero ve a través de la ventana que está lloviendo. Menudo verano, musita. El gato ha subido a la mesa y olisquea los recipientes vacíos; Maudie está preocupada por su glotonería, porque sabe que el gato está hambriento y que ella debería haberlo compartido.

Sale hacia la apestosa y fría cocina y coge... sí, qué bien, hay una lata por abrir. Maudie está tan contenta que incluso baila un poco, apretando la lata contra su pecho. Ah, bonito, bonito, bonito, exclama, puedo darte comida. Al fin ha abierto la lata, a pesar de que Maudie se ha cortado el dedo índice con el abridor. El gato se lo come todo. Maudie piensa, ahora debería salir, para ahorrarme luego el tener que abrirle... pero el gato no quiere salir, vuelve a la habitación con el fuego, se mete en la cama de Maudie para dormir. La cama está por hacer. Maudie debería hacerse la cama... piensa ella, no está bien por Janna. No lo hace; por el contrario, se sienta en la silla junto al fuego, se inclina hacia adelante para apilar carbón y, luego, duerme como una muerta durante tres horas. A pesar de que no sabe qué hora es, las cinco de la tarde, cuando se despierta, porque se le ha parado el reloj.

El gato sigue dormido, el fuego se ha apagado... lo prepara de nuevo. Podría tomar algo.
Debe
tomar una taza de té. Se prepara una tetera llena, coge las galletas y se da un pequeño festín en su mesa. Se siente tanto mejor debido al té que le es fácil olvidar que debe salir al lavabo una vez más, dos, tres veces. Sus intestinos son como unos enemigos rabiosos, que se agitan y le exigen. ¿Qué te pasa?, exclama, pasando una y otra vez la mano en forma circular por el pequeño montículo de su vientre. ¿Por qué no me dejas tranquila?

Debería lavarse... debería... debería... pero llegará Janna, Janna lo hará...

Pero Maudie se queda sentada, esperando, y Janna no llega, y Maudie se levanta para dejar salir al insistente gato, y Maudie va a buscar carbón, y Maudie mantiene el fuego, y Maudie busca por allí para ver si hay un poco de coñac, porque de repente se siente mal, se siente temblorosa, podría caerse al suelo y quedarse tendida allí, está tan vacía y cansada... No hay coñac. Nada.

¿Puede salir hasta la bodega? No, no, no podría subir los peldaños. Janna tiene que llegar y está obscureciendo. Esto significa que ya casi deben ser las diez. Janna no llega... y no hay leche, ni té, ni comida para el pobre pequeñito, nada.

Y Maudie se sienta junto al fuego que crepita con furia y piensa amargamente en Janna, que no se preocupa, malvada, burda y cruel Janna... En medio de esto, llaman sonoramente a la puerta y el alivio de Maudie se materializa en un grito bronco: Ah, bien, voy. Avanza con dificultad por el pasillo, torciéndose, hasta la puerta, temerosa de que Janna desaparezca antes de que ella la deje pasar. Terrible, terrible, musita, y su cara, al abrir la puerta, es cruel y acusadora.

—Oh, Dios mío, Maudie —exclama Janna—, déjeme pasar, estoy muerta. Menudo día.

Ah, entonces, si está cansada, no le puedo pedir... piensa Maudie y se queda a un lado cuando Janna entra dando tropezones, llena de energía y sonrisas.

En la habitación, Maudie ve que Janna sonríe al ver el maravilloso fuego, y ve, también, un respingo de la nariz, que frena en el acto.

—Le dije al hindú: No cierre (porque iba a cerrar), espere, debo comprarle algunas cosas para la señora Fowler.

—Ah, no necesito nada —dice Maudie, que reacciona de inmediato ante la noticia de que se verá obligada con el hindú, con quien se pelea casi cada vez que entra allí... le cobra más de la cuenta, le estafa con su cambio...

Janna, a Dios gracias, no se da por enterada, sino que revolotea por la cocina, para ver lo que falta, y sale corriendo con una cesta, antes de que Maudie recuerde las pilas. ¡Va con tal prisa, siempre! Todas son así, entran y salen corriendo, antes de que me dé vuelta.

Al instante regresa Janna, da un portazo con la puerta de la calle, golpe y portazo con esta puerta, con una cesta llena de comida que Maudie examina, con alivio y agradecimiento. Ahí está todo, pescado fresco para el gato y una lata de Ovaltine. Janna ha pensado en todo.

¿Ha visto el excremento del gato, los platos por lavar en el fregadero...?

Maudie se sienta calladamente junto al fuego, bajo una sonrisa de Janna que dice: Está bien. Janna limpia la suciedad del gato, lava los platos, guarda la cubertería, y no piensa, porque es joven y llena de salud, en dejar encima de la mesa de la cocina algunos platitos, una cuchara y un abrelatas para que Maudie no tenga que doblarse, mirar y revolverlo todo.

Maudie se queda sentada y oye a Janna trabajando por allí,
me cuida
... y piensa, si no se acuerda del orinal...

Pero cuando Janna entra, trae una botellita de coñac y un par de vasos y, después de alargar a Maudie su coñac, dice:

—Iba a... —y saca rápidamente el orinal sucio y se lo lleva.

Confío en que no quede nada para que ella se dé cuenta, teme Maudie, pero cuando Janna vuelve con el orinal limpio, que huele muy bien a bosques de pino, no dice nada.

Janna se deja caer en la silla junto al fuego, sonríe a Maudie, coge su vaso de coñac, se lo bebe de un trago y dice:

—Ah, Maudie, menudo día, deje que le cuente... —y suspira, bosteza... y está dormida. Maudie lo ve, no lo puede creer, sabe que así es, y se enfurece, está llena de rabia. Porque ha esperado hablar, escuchar, tener una amiga y un contacto decente, normal, tal vez una taza de té al cabo de un minuto, no importan sus intestinos y su vejiga... Y aquí está Janna, dormida.

Está tan obscuro en la calle. Maudie corre las cortinas. Maudie va hasta la puerta trasera y ve que han desaparecido los platitos sucios de debajo de la mesa, ha desaparecido el excremento del gato y hay un olor a desinfectante. Deja que el gato entre y aprovecha la ocasión para una rápida visita al retrete. Vuelve y atiza el fuego, se sienta frente a Janna, que duerme como... una muerta.

Maudie no ha tenido esta oportunidad antes, de poder mirar, contemplar y examinar de una forma abierta, estudiar detenidamente la evidencia y se sienta inclinada hacia delante, mira tanto como precisa la cara de Janna, que está tan agradablemente al alcance allí.

Es una cara agradable, piensa Maudie, pero hay algo... Bien, claro, es joven, ése es el problema, aún no comprende. Pero mira su cuello, con papada, ahí se puede ver la edad, y sus manos, a pesar de estar limpias y pintadas, no son manos jóvenes.

Su ropa, oh, su magnífica ropa, mira esta seda, que sobresale, es seda auténtica, oh, yo sé lo que cuesta, lo que es. Y sus bonitos zapatos... No hay nada barato en lo que lleva, nunca. ¡Y lo que le habrá costado este sombrero suyo! Míralo, tirado encima de la cama, este bonito sombrero, el gato casi se ha sentado encima.

Mira estas bonitas plumas aquí... los Rolovksy solían decir que nunca habían tenido a nadie que se pudiera comparar conmigo haciendo estas plumitas. Podría hacerlas ahora, todo sigue ahí, todavía tengo habilidad en mis dedos... Me pregunto si...

Maudie se levanta cuidadosamente, se va a la cama, recoge el bonito sombrero, con él vuelve a su silla. Mira el satén que ribetea el sombrero, cómo está cosido el ribete... pegado, más bien; oh sí, ¡quien hizo este sombrero conocía bien su oficio! Y las plumitas blancas...

Maudie se adormila, y se despierta. Se debe a que la nevera del piso de arriba retumba y da golpes. Pero se para casi de inmediato... esto significa que ha funcionado durante mucho rato, porque funciona durante una hora o más. Janna duerme aún. No se ha movido. Respira tan suavemente que Maudie se asusta y mira para asegurarse...

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