Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
A
Rencor
le bastaron instantes para llegar al extremo de la calle, y el único superviviente de los guías estaba pegado al nauglir cuando Malus saltó de la montura y condujo a la bestia al interior del imponente edificio. El interior era una cámara amplia, sin divisiones, con un techo que se alzaba casi a cinco metros por encima de sus cabezas. Haces de luz endeble y chorros de agua de lluvia entraban por los lugares donde el antiguo techo había sufrido el deterioro de siglos. La luz apenas permitía ver. Había una plataforma en el fondo de la estancia y algo que parecía un altar de piedra verde y oscura desgastado por la acción del tiempo. Malus condujo a
Rencor
por el suelo sembrado de desechos y se encontró con que había una rampa detrás de la plataforma que bajaba hacia una oquedad oscura como una cueva.
Tras detener a
Rencor
, Malus echó la mano hacia atrás para coger la ballesta y la aljaba que llevaba bajo la silla de montar y se las pasó al guía.
—Colócate sobre la plataforma y dispara a cualquiera que consiga pasar por delante de mí —dijo.
El hombre recogió los envoltorios con expresión confundida.
—¿Qué vas a hacer?
Malus desmontó y desenfundó su segunda espada.
—Voy a matar a cuanto maldito espectro atraviese esa puerta —dijo con expresión torva, mientras desandaba el camino por el que habían venido.
Hay que reconocer que el calvo no perdió tiempo en discusiones. De camino hacia la puerta, Malus oyó el chasquido tranquilizador de la palanca de rearme de la ballesta. Fue sorteando los puntos por los que el tejado dejaba filtrarse la luz y la lluvia, amparándose en las sombras más densas.
—Y bien, demonio —dijo a Tz’arkan en un susurro cuando consideró que se encontraba a distancia suficiente—, sé que estabas esperando este momento. Préstame tu fuerza.
—Claro que sí —respondió el demonio con voz acariciante—. Espero por tu bien que sea suficiente.
Las palabras hicieron que a Malus le corriera un escalofrío por todo el cuerpo.
—¿Y eso qué significa? —dijo, pero la pregunta quedó ahogada bajo el peso frío del poder de Tz'arkan.
La sangre se le heló en las venas; la carne y la piel se unieron y en el hombro se le formó una cicatriz con forma de estrella. Había recuperado su integridad física y, de hecho, por primera vez desde hacía días, se sintió realmente vivo.
En la puerta de acceso hubo un movimiento de espectros, y con una sonrisa gozosa, Malus se dispuso a salirles al paso.
Los autarii llegaban como una tromba oscura y llenaban el aire de penetrantes aullidos. A Malus le dio la impresión de que sus movimientos eran lentos y pesados, como los del ganado cuando se dirige al matadero. Sus espadas gemelas tejieron un tapiz de muerte justo al otro lado de la puerta: cortaron miembros, esparcieron entrañas y atravesaron gaznates a cada golpe de acero. Su macabra recolección hizo brotar de su garganta una risa enloquecida; muchos de los espectros ya estaban muertos antes de tocar el suelo, víctimas de una muerte tan instantánea que ni tiempo tenían de gritar de terror o de dolor.
Malus dejó de contar cuántos yacían apilados en la entrada. En realidad, tras la caída del décimo hombre, la matanza se había convertido en algo casi mecánico. Su risa se debilitó y aquello empezó a aburrirlo.
Fue entonces cuando uno de los espectros gemelos a punto estuvo de matarlo.
Los hombres muertos caían indolentemente al suelo. Cuando de sus heridas apenas había empezado a manar sangre, el muchacho se precipitó contra Malus blandiendo un par de ensangrentadas espadas. Atacaba como una víbora, tratando de alcanzar la cara y la garganta del noble, que por pura suerte logró apartar la cabeza en el último momento, de modo que el corte que amenazaba su garganta sólo le hizo una herida en la mejilla. El noble retrocedió parando rabiosamente el ataque, y el autarii apartó sus espadas al mismo tiempo que se lanzaba otra vez contra él como un torbellino. Las espadas gemelas resonaron contra su peto y sus espaldarones. Las junturas crujieron y los remaches se soltaron por efecto de los golpes. Malus, que hacía apenas un instante era un dios de la muerte, luchaba ahora a la defensiva.
Daba la impresión de que los espectros también tenían sus recursos mágicos.
La proximidad le permitía ver el reluciente dragón que cruzaba la cara del joven autarii. Había serenidad en su rostro, y una absoluta inexpresividad en sus ojos color violeta mientras descargaba sobre Malus una andanada de golpes. El noble se recuperó rápidamente, parando cada arremetida con pericia y presteza, pero el otro era implacable y superaba la guardia de Malus una y otra vez haciendo resonar su armadura.
Malus cedió terreno y poco a poco se internaba más en el edificio mientras trataba de encontrar un punto débil en la defensa del otro. Como el resto de los autarii, sus armas eran un par de espadas cortas, pero esto lo compensaban con creces su fuerza bruta y su velocidad. Cada vez que Malus lanzaba un ataque, el joven respondía con un contraataque potencialmente mortífero. A pesar del poder del demonio, el otro casi lo superaba.
El noble retrocedió aún más, procurándose un breve respiro. Oyó el golpetazo de una ballesta por encima de su hombro y vio que su contrincante desviaba el proyectil con una de sus espadas. En cuestión de segundos, el espectro le había hecho recorrer la gran estancia y volver al punto de partida.
Malus se apartó hacia la derecha, y el espectro se situó a la izquierda. Se movieron lentamente en círculo, midiéndose, buscando una oportunidad para atacar. Malus observó que el autarii ni siquiera parecía agitado.
—Incluso ahora estás jugando conmigo —gruñó el noble. El joven sonrió levemente por toda respuesta.
El noble estaba de espaldas a la lejana entrada. Se inclinó hacia atrás y saltó sobre el autarii. Las espadas entrechocaron, y Malus siguió su impulso hacia adelante, pero el joven no cedió terreno, y los aceros se quedaron inmóviles. El noble se afirmó e hizo un alto con el rostro a escasos centímetros de la cara de su contrincante.
—No puedes ganar —dijo Malus entre dientes—. ¿De dónde proviene tu fuerza? Dímelo y te perdonaré la vida.
El otro lanzó una carcajada.
—Eso no son más que palabras, noble —dijo—. Tus espadas no tienen nada que hacer con las mías.
Malus se esforzó, pero el joven no cedió un palmo.
—Es cierto —admitió a regañadientes—. Ése es el motivo por el cual decidí transformar esto en un enfrentamiento de ingenios.
El otro frunció el entrecejo.
—No entiendo.
Malus apoyó la bota en el pecho del autarii y empujó. Impulsado por la fuerza del demonio, el joven salió disparado por los aires y fue a parar a las fauces abiertas de
Rencor
. El grito sorprendido del espectro quedó sofocado por un crujido de huesos.
—Lo sé —respondió Malus, balanceándose sobre los pies—. Los tontos como tú nunca entienden, hasta que es demasiado tarde.
—¡Señor del Terror! —gritó el guía—. ¡El techo!
Malus alzó la vista. Los haces de luz parpadeaban al moverse los espectros entre ellos. Una vez más le habían ganado de mano. El asalto de la entrada sólo había sido una distracción, mientras el resto de los espectros trepaba por los muros y llegaba hasta el tejado.
El noble volvió a mirar hacia la puerta. También por allí aparecían más espectros.
—A la cripta —gritó—. ¡De prisa!
Malus asió las riendas de
Rencor
y, tirando de ellas, lo apartó de los restos del gemelo muerto. El guía bajó de la plataforma y desapareció rampa abajo, seguido de cerca por Malus.
El guía no había pasado de la base de la rampa cuando se paró en seco para tantear con la mano que le quedaba libre la oscuridad. Malus hizo al hombre a un lado y confió en que los sentidos del nauglir criado bajo tierra le permitirían advertir cualquier peligro.
Tras haber andado menos de cuatro metros en aquella negrura abismal,
Rencor
rozó un objeto alto y hecho de piedra. Se oyó un crujido siniestro, y el aire se llenó de olor a polvo. Sobre sus cabezas, el techo se estremeció.
Malus se quedó paralizado. Tenía la impresión de que el verdadero peligro no tenía nada que ver con fosos ni con pozos ocultos. Un movimiento en falso, y
Rencor
haría que el edificio se derrumbara encima de sus cabezas.
El noble respiró hondo y sintió en la boca un gusto a aire húmedo, estancado. En la estancia de arriba se oyó el grito desgarrado de la hermana gemela del espectro muerto, que inmediatamente se transformó en un alarido de rabia bestial.
—Ese..., ese chico —dijo el guía con voz aterrorizada—. ¿Qué era? ¿Y tú? ¿Qué eres tú?
—Silencio —ordenó Malus en un susurro—. Estoy tratando de pensar una manera de salir de aquí.
—Hay una —dijo el demonio, y su voz pareció reverberar en la negrura—. Está delante de tus mismísimas narices, pero dudo de que tengas el ingenio necesario para verla.
—¡No es momento para tus malditas adivinanzas! —le replicó Malus—. ¡A menos que puedas sacarme de este agujero, no quiero saber nada de ti!
—Yo no puedo..., pero tú, sí —dijo el demonio—. Sólo necesitas voluntad.
—¿Voluntad? —preguntó Malus con tono desabrido—. ¿La voluntad para hacerlo?
—La voluntad de usar todos los instrumentos que tienes a tu disposición, imbécil.
—En nombre de la Madre Oscura, ¿de qué estás hablando? —Malus buscó, perplejo, a su alrededor. Al mirar por encima del hombro, la escasa luz que llegaba de la planta alta le permitió ver los cuartos traseros de
Rencor
y, más allá, al guía que miraba, temeroso, rampa arriba—. Él no sirve para nada —dijo Malus en voz baja—, y
Rencor
no es tan rápido como para permitirme dejar atrás a una veintena de espectros. Y tendría tantas posibilidades de blandir el
Ídolo de Kolkuth
como de encontrar la salida de este pozo...
Se quedó con la boca abierta. El ídolo.
Envainó las espadas y rebuscó entre las alforjas de su montura con aquella escasa luz. Después de un momento, dio con un objeto pequeño y frío envuelto en seda. Lo sacó y lo descubrió. La figura de bronce destelló levemente.
Según las leyendas, el
Ídolo de Kolkuth
tenía el poder de curvar el espacio y el tiempo. Él mismo lo había visto en la isla de Morhaut. Pero ¿cómo funcionaba? ¿Qué sabía él de brujería?
Algo que una vez había oído decir a su madre, una poderosa bruja, resonó en su cabeza. El poder lo configura quien lo esgrime. Está hecho para servir, del mismo modo que un esclavo se adapta a la voluntad de su amo. ¿Y acaso la brujería no era un poder que se manifestaba?
Malus respiró hondo. El poder del demonio lo había abandonado y se sentía débil. Sin embargo, su poder seguía intacto. Todavía refulgía alimentado por el odio y el deseo.
Montó. Sentía al ídolo como un peso frío en su mano derecha. Pensó que todo era una locura. ¡Él no era un brujo! Pero si no hacía algo, iba a morir ahí abajo, en aquella tumba húmeda y vacía. Estaba dispuesto a dar lo que le quedaba de alma por engañar a la muerte un rato más. El guía se volvió.
—¡Madre de la Noche, ya los veo! ¡Esa chica autarii y su gente! ¡Ahí vienen!
—Que vengan —dijo Malus.
Con un grito tiró de las riendas de
Rencor
e hizo que el gélido describiera un apretado círculo. Su poderosa cola golpeó la cercana columna y la partió con un enorme estruendo.
Hubo otro gran crujido que en lugar de debilitarse creció en intensidad. De lo alto caían nubes de polvo. Malus sostuvo el ídolo en alto y visualizó el camino de fuera del edificio. Puso toda su voluntad en una única y furiosa orden.
—¡Llévame allí!
Malus clavó los talones en los flancos de
Rencor
. Hubo entonces un crujido tremendo, desgarrado, y el mundo se volvió del revés.
Sintió el viento silbándole en los oídos y, durante un momento, le revolvió el estómago la sensación de estar suspendido en un vacío infinito. Oyó sus propios gritos de terror, pero era demasiado tarde para volverse atrás. Había saltado del precipicio y, cuando se dio cuenta, empezaba a caer.
«El destino —oyó que murmuraba una voz dentro de su cabeza—. Debes seguir un sendero o perderte en el vacío para siempre. ¡Escoge!»
Malus cerró los ojos y expresó su voluntad en un susurro. No podía sentir nada. ¿Tenía todavía el
Ídolo de Kolkuth
en la mano? Trató de olvidar el terror del salto y de centrarse en la calle que había en el exterior del antiguo edificio. «Éste es mi sendero —pensó—. Éste es el lugar al que quiero ir. ¡Obedece mi orden!»
Un puño invisible se cerró sobre sus entrañas y apretó con una fuerza inclemente. Sus huesos empezaron a irradiar un frío terrible, una sensación que agradeció. A continuación, se produjo un impacto espantoso y ya no se enteró de nada más.
Lo despertó el golpeteo de las gotas de lluvia sobre su mejilla. Abrió los ojos y se encontró boca abajo sobre unas piedras negras y con la cabeza metida en un charco de agua salobre y bilis.
Con un gruñido se puso boca arriba entre quejidos provocados por las dolorosas convulsiones que le sacudían todo el cuerpo. Por primera vez desde hacía días, cuando sintió los diminutos impactos delineando los planos y aristas de su rostro, la maldita lluvia le pareció una bendición. Sus miembros estaban debilitados y se sentía hueco y frío por dentro. «Ésta es la sensación que produce encontrarse entre los muertos —pensó de pronto—. Me he convertido en un muerto viviente.»
La sensación de unas escamas que se deslizaban por el interior de sus costillas perturbó los pensamientos del noble.
—Acabas de probar por primera vez la brujería, Malus Darkblade. ¿Te ha gustado?
—Ha sido terrible —dijo el noble, exhausto—, pero no esperaba otra cosa. ¡Maldita brujería! —añadió con un gruñido, tratando de ponerse de pie a pesar de su debilidad.
Le temblaban las piernas, y el esfuerzo hizo que se le revolvieran las tripas, pero un momento después consiguió alzarse sobre los codos. En ese instante, reparó en que todavía tenía el ídolo apretado en la mano. No lo sentía. En realidad, sus sensaciones eran muy vagas.
Descubrió que estaba tirado en el estrecho callejón, a algunos metros del templo sin ventanas donde se había refugiado. Había dos o tres cuerpos desmembrados a la entrada y tanto el dintel como el muro grisáceo presentaban salpicaduras de sangre. Las paredes del edificio estaban surcadas de profundas grietas y muchos de los bajorrelieves se habían hecho trizas sembrando de escombros la calle. En el aire flotaba una espesa nube de polvo que lentamente se iba asentando sobre la tierra bajo el peso de la lluvia. Por lo que pudo ver, ni uno solo de los espectros había conseguido escapar.