Devorador de almas (11 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Devorador de almas
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«Tienen que ser los autarii», dedujo Malus. Vor decía que guardaban las moradas de los muertos y sabía de primera mano que podían moverse como espectros en los bosques de donde habían venido. Por primera vez, se sintió agradecido de que lloviera, ya que le daba buenos motivos para mantener la capucha caída sobre el rostro. Había un clan autarii en concreto con el que no le apetecía volver a cruzarse. Por supuesto, el urhan del clan había muerto por su propia naturaleza traicionera, pero Malus dudaba de que el resto del clan lo viera de ese modo. Muchas veces a lo largo del día intentó estimar a qué distancia estarían las tierras del clan. ¿Unas cien leguas? ¿Más? ¿Menos? Sólo los mismos autarii lo sabían con certeza. Todo lo que podía hacer Malus era esperar lo mejor.

El noble cogió las riendas de
Rencor y
condujo al nauglir por la pendiente empinada y musgosa hasta el recinto en ruinas. El gélido avanzó con un gruñido grave, moviéndose con facilidad por el suelo resbaladizo gracias a sus garras. Las escamas del vientre del nauglir rasparon el borde deteriorado de los cimientos, y Malus se sorprendió al ver que las viejas rocas aguantaban el peso de una tonelada del animal.

La bestia de guerra iba un poco lenta, aún digiriendo lentamente la dieta regular de carne de caballo que Silar le había estado dando durante toda su estancia en Karond Kar. Los nauglirs eran monturas fieras y poderosas, ideales para la guerra y la caza, pero su naturaleza voluble los hacía impredecibles e incluso peligrosos como cabalgaduras a menos que se los mantuviera bien alimentados. Malus había aprendido bien esa lección durante el viaje de ida y vuelta a los Desiertos y no quería repetirlo. Si
Rencor
se volvía irascible y comenzaba a comerse a los guardias, la situación sería bastante incómoda.

Malus condujo a
Rencor
hasta un colgadizo en el lado del foso opuesto al que habían cogido los guías.

—Levántate —le ordenó a la montura.

El nauglir se levantó obedientemente sobre las patas traseras. El gélido elevó su hocico cuadrado y gruñó, lo que hizo que Malus mirase hacia atrás. Vor se estaba acercando con precaución exagerada, mirando atentamente al nauglir.

—Nunca mires a un gélido a los ojos, Vor —dijo Malus, volviéndose para encarar al hombre—. Son criaturas de manada y lo toman como un desafío a su dominio.

Vor dirigió rápidamente su atención a Malus.

—Vamos a acampar aquí y seguiremos mañana.

Malus frunció el entrecejo, tratando de averiguar cuánto tiempo de luz tenían todavía.

—Seguramente tendremos una o dos horas más antes de que anochezca —dijo, elevando la vista hacia la lluvia que volvía brumoso el aire entre los árboles.

—Así es como se hace, temido señor —dijo—. Esta noche presentamos nuestros respetos a los espectros, y así podemos continuar sin problemas.

El noble frunció aún más el ceño.

—¿Presentar nuestros respetos? —No estaba seguro de que le gustara cómo sonaba aquello.

—Esta noche los espectros se sentarán para compartir nuestro fuego, nuestra carne y nuestra sal, y les diremos que estamos agradecidos de que nos permitan visitar las tumbas de nuestros ancestros —dijo Vor—. Después de eso, nos dejarán en paz.

—¿Eso es todo? —preguntó Malus, vacilante. El druchii lleno de cicatrices sonrió.

—El respeto cuenta mucho para los autarii, temido señor. Además, las moradas de los muertos pertenecen a todos los druchii; tenemos el mismo derecho que ellos a caminar por entre las torres.

—Entonces, ¿por qué se arrogan el derecho de guardarlas? Vor meneó la cabeza.

—Les he preguntado, pero no quieren hablar de ello. Quizá ya ni lo recuerdan.

El noble señaló hacia los muros semiderruidos.

—¿Hemos llegado a las afueras de la necrópolis?

Para sorpresa de Malus, Vor rió entre dientes.

—¡Oh, no!, temido señor. El valle de los Antiguos Reyes está todavía a un día de viaje. —Estudió las piedras grises con una sonrisa enigmática—. La necrópolis se construyó hace miles de años, poco después de que nuestros ancestros llegaran aquí por primera vez. Estas ruinas son mucho más antiguas. Venid, dejadme enseñaros algo.

Vor dio un amplio rodeo alrededor del nauglir, que estaba descansando, y se dirigió hacia una esquina de la estructura. Malus lo siguió lleno de curiosidad.

Vor se colocó junto a la base del muro y tocó la piedra desnuda con las puntas de los dedos.

—Tocadlo. Es piedra, pero al tacto es como acero pulido —dijo—. Suave y frío, casi como el cristal. Hace varios veranos encontramos suficientes ladrillos sueltos para hacer el foso para el fuego allá. No brillan ni crujen, no importa cuánto se calienten.

—Brujería —dijo Malus, torciendo la boca de asco.

—¡Oh, seguro! —Vor se mostró de acuerdo—. Pero mirad allí.

Señaló hacia una línea descolorida que recorría el muro a unos cuatro metros de altura. Malus miró el parche multicolor con los ojos entornados y se dio cuenta después de un instante de que estaba mirando un mosaico. Ante sus ojos surgió un diseño.

—Parece algún tipo de paisaje.

Vor asintió.

—Una orilla del océano, con arena de color claro y peces extraños —dijo—. Si os acercáis lo suficiente, podréis ver flores y árboles altos, y la brillante luz del sol. Aquí, en la ladera de una montaña, en una tierra de cielos grises y hielo.

Malus asintió, pensativo. El paisaje lo llevó de vuelta a una extraña ciudad, más al norte incluso de donde estaban ahora, con canales y un barco encallado a cientos de leguas de cualquier mar. El recuerdo le produjo un escalofrío.

—¿Quién construyó esto? —dijo prácticamente para sí.

Vor se volvió a encoger de hombros.

—Nadie lo sabe —dijo con voz débil, maravillado—. Estas montañas son viejas, están desgastadas por el tiempo y hay hondonadas muy profundas en las que ningún druchii ha posado jamás los ojos, y mucho menos las ha explorado. —En su rostro estropeado se formó una sonrisa torcida—. ¡Algún día espero tropezar con un tesoro oculto en una cueva, y entonces volveré a Karond Kar y viviré como un señor en su torre!

—Ten cuidado con lo que deseas, Hathan Vor —dijo Malus, sorprendiéndose de la sinceridad que había en su voz—. Hay tesoros que se pierden por algún motivo.

Vor miró al noble.

—Parece que habláis por propia experiencia. ¿Es un tesoro lo que buscáis en las moradas de los muertos? ¿O pretendéis dejar algo valioso detrás?

La absoluta ingenuidad de la pregunta hizo reír a Malus.

—¿Qué druchii viaja hasta estas montañas olvidadas por la diosa para dejar su tesoro en alguna antigua cripta?

—Os sorprenderíais, temible señor —respondió Vor con expresión sombría—. Hay druchiis de antiguos linajes (algunos todavía poderosos, otros tan sólo una sombra de su antigua gloria) que mandan a sus hijos todos los años para llevarles regalos a sus ancestros. La tradición se remonta a la perdida Nagarythe, y algunas familias todavía respetan las antiguas costumbres.

El noble miró a Vor con expresión cansada.

—Y supongo que les proporcionan un negocio alternativo muy lucrativo a los bandidos emprendedores que conocen el camino a las criptas —dijo.

Vor rió.

—Sin duda —respondió, aunque había un brillo en sus ojos que contradecía su tono relajado—. No habéis mencionado qué cripta estáis buscando, temible señor.

—¿Eso importa?

—Oh, sí —dijo Vor—. El valle es muy grande, y serpentea por entre las montañas a lo largo de unas doce leguas. Las casas más poderosas tienen sus torres en la parte más alejada del valle, así que es cuestión de cuántos días más hemos de continuar ascendiendo.

Malus reflexionó acerca de la pregunta un instante, y a continuación, se encogió de hombros. Tendría que decírselo antes o después.

—Busco la tumba de Eleuril. Su símbolo...

—El símbolo de la luna astada —dijo Vor, asintiendo con la cabeza—. Sí, la conozco. Otros dos días de viaje, y después hay que adentrarse muy arriba en el valle. —Su expresión se oscureció.

—¿Qué sabes de esa cripta? —preguntó Malus.

Vor se disponía a hablar, y después se lo pensó mejor. Se encogió de nuevo de hombros.

—Está maldita —dijo sencillamente—. Pero eso es asunto vuestro, no mío. —El druchii lleno de cicatrices hizo un gesto brusco con la cabeza a Malus—. Debo vigilar el fuego y la cena, temido señor. Los espectros vendrán a medianoche, así que descansad ahora si queréis. Tendréis que estar presente cuando lleguen.

El guía se volvió y se alejó sin decir más. Malus lo observó mientras se iba, preguntándose si habría desvelado demasiado. De repente, la presencia invisible de los autarii parecía la menor de sus preocupaciones.

La cena era un guiso de alubias y ternera en salazón cocida al fuego y con agua como único acompañamiento. Había un pellejo de vino decente en la mochila de Malus, pero no sentía deseos de probarlo. Quería estar en plenas facultades cuando los autarii llegaran aquella noche.

La comida estaba sosa, pero el fuego era de agradecer. Los guías habían tenido la previsión de mantener una pila de leña seca bajo uno de los chamizos y, en la hora que había pasado desde que montaron el campamento, el fuego rugía proyectando extrañas sombras sobre los muros medio derruidos. Había un círculo de viejos maderos que rodeaba la hoguera, y Malus se había hecho con un sitio antes que nadie. Ahora, horas después, estaba seco y caliente, y luchaba contra el sueño mientras Vor y el resto de su banda fumaban en pipas de arcilla y hablaban entre ellos en susurros. Un hervidor de hierro todavía bullía junto al fuego, y había dos cuencos limpios cerca, apartados para los visitantes a los que esperaban.

Vor se agachó junto al hervidor, removiéndolo suavemente con una cuchara de madera. Llevaba el pelo estropajoso recogido con una tira de cuero, lo cual le daba, si cabe, un aspecto todavía más terrorífico bajo la luz cambiante.

Malus cruzó los brazos y miró cómo la bruma y el humo formaban remolinos sobre las llamas que subían.

—Háblame de las moradas de los muertos —dijo, tratando de permanecer despierto—. ¿De veras es una ciudad hecha de criptas de piedra?

Hathan Vor sonrió levemente.

—Es una ciudad fragmentada —dijo en voz baja—. Cada cripta está rodeada de edificios y jardines de piedra, o incluso tiene una pequeña plaza. Pero ninguna de ellas forma un conjunto con las demás, si entendéis lo que quiero decir. Es como si cada familia hubiese creado su cripta al estilo de la torre que dejaron atrás en Nagarythe, incluyendo tantos elementos de la ciudad que los rodeaba como podían permitirse.

Malus trató de imaginárselo. Eso de enterrar a los muertos le resultaba una noción bastante extraña. Los druchii habían sido incinerados durante generaciones, siguiendo los dictados del templo de Khaine. Un culto que en aquellos días estaba prohibido, según recordó Malus.

—Puedo entender lo de las torres, supongo —dijo—. Pero ¿por qué el resto?

El druchii lleno de cicatrices se encogió de hombros.

—No hay nadie vivo que lo recuerde..., excepto la misma Morathi, supongo. Aunque hay leyendas, por supuesto. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Mi favorita cuenta que las moradas de los muertos eran parte de un conjuro elaborado para levantar Nagarythe con el poder de la nigromancia. Con cada alma enterrada, el conjuro se haría más poderoso, hasta que finalmente la tierra inundada resurgiría de las aguas. —Vor rió entre dientes—. Otra de las leyendas simplemente dice que las familias antiguas querían recuperar en la muerte algo parecido a lo que habían perdido en vida. Sospecho que hay algo de verdad en eso.

—¿Es por eso por lo que piensas que la cripta de Eleuril está maldita? —preguntó Malus.

Vor no contestó. Durante un instante, Malus pensó que había ofendido al hombre de alguna manera, pero entonces se dio cuenta de que los otros guías se habían quedado también callados. Se incorporó, escrutando las caras de los hombres que lo rodeaban... y se dio cuenta de que ya no estaban solos.

Había dos autarii en el límite de la luz de la hoguera. Eran tan esbeltos, oscuros y silenciosos que por un momento Malus pensó que eran un efecto de la luz. Entonces, Vor se aclaró la garganta y dijo:

—Os veo, hijos de las colinas. Es una noche oscura. Venid y compartid nuestro fuego.

Las palabras parecían memorizadas, como si se tratase de un cántico ritual, pero Malus también notó algo de aprensión solapada. Algo no iba del todo bien.

Sin decir una palabra, las dos figuras se deslizaron junto al fuego. Llevaban capas moteadas de lana de color gris, verde y negro, sobre las cuales las gotas de lluvia brillaban como diamantes. Como si fueran una sola persona, los espectros extendieron las manos pálidas y delgadas, y se quitaron las enormes capuchas. La luz jugueteó sobre los rasgos angulosos y de huesos finos, y brilló sobre unos ojos grandes e inesperadamente violeta. Las dos sombras parecían ser hermano y hermana; más que eso, podrían haber sido gemelos. Sus rostros aristocráticos estaban tatuados con el mismo dragón enroscado, elaborado con una tinta azul fantasmagórica. Eran increíblemente hermosos, ni muy femeninos ni muy masculinos, y la serenidad de sus rostros casi idénticos los hacía tan irresistibles como irreales de un modo inquietante. Su cabello, de un negro lustroso, estaba recogido en numerosas trenzas bien apretadas. Malus se fijó en que la muchacha llevaba huesos de dedos en el pelo. «Probablemente, los huesos de nobles druchii», pensó con temor, recordando que la carne de los nobles druchii era un manjar para los clanes de las colinas.

Las dos sombras se pusieron junto al fuego, pero permanecieron de pie, observando a los druchii, que estaban sentados, uno por uno. Cuando las miradas se posaron en Malus, se detuvieron. El peso de sus ojos le dio dentera. Vor lo miró con expresión cansada.

Con un profundo suspiro, Malus se quitó la capucha.

Los autarii siguieron observando a Malus. Vor cogió un cuenco.

—Perdonadme por no tener carne y sal preparadas para vosotros —dijo apresuradamente—. Esta noche habéis llegado temprano. ¿Compartimos nuestra comida con vosotros y os presentamos nuestros respetos?

El muchacho se volvió hacia Vor; se movía con una agilidad espectral. Cuando habló, su voz era clara y pura como una campana.

—Te conocemos bien, Hathan Vor —dijo—, al igual que conocemos al resto de tus parientes. Pero ¿qué hay de ese hombre? —Los ojos violeta se volvieron a posar sobre Malus—. ¿Sabes cómo se llama?

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