Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
La batalla había terminado en pocos minutos, cuando Hauclir y cincuenta marineros habían irrumpido en la cubierta principal y habían vencido a los hombres desollados. Para entonces, más de un tercio de la tripulación había muerto.
Malus estaba en el centro del desierto camarote de su hermanastra. Las visiones se sucedían ante sus ojos. Unas veces veía la habitación tal como era, con marcas de quemaduras en las paredes y sangre medio coagulada goteando de las runas talladas en el techo; otras, veía una caverna iluminada con una luz rojiza. Una multitud de figuras vestidas con túnicas negras y máscaras de porcelana con forma de calavera se inclinaban como señal de obediencia bajo los brazos abiertos de una diosa de piel de alabastro. Ella y Urial estaban de espaldas a un arco independiente tallado en piedra rojiza; él se encontraba bajo el mismo arco y tenía la impresión de estar observando la escena desde el otro lado de una puerta invisible.
—No puedes esconderte de mí, hermano —siseó Malus—. Vayas donde vayas, te encontraré. Lo juro.
—¿Decíais algo, mi señor? —preguntó Hauclir con expresión cansada desde la puerta.
La visión se desvaneció. Malus agitó la cabeza, exhausto. Los dones del demonio eran poderosos, pero cuando se desvanecían se sentía totalmente agotado.
—Sólo me hacía una promesa a mí mismo —contestó.
Hauclir estudió la cara de su señor durante un instante, lo suficiente para hacer que Malus se sintiera incómodo. A pesar de todas las debilidades y asperezas del guardia personal, éste podía ser también perceptivo de una manera desconcertante cuando quería. Pero el antiguo capitán de la guardia simplemente dijo:
—¿Adonde creéis que han ido?
—No lo sé, y por ahora no me importa —contestó.
Malus miró a su alrededor, intentando recordar las palabras que Yasmir (o la voz que hablaba a través de Yasmir) había dicho. ¿Había sido la calavera la que le había dicho adonde tenía que ir? ¿Era posible aquello?
«La daga se halla detrás de la luna astada. Tu camino espera en la oscuridad de la tumba.»
—El timonel dice que estaremos en la entrada del estrecho de los Esclavistas en pocas horas —continuó el guardia personal—. Quiere saber dónde atracaremos.
Malus volvió a mirar hacia el centro de la habitación, donde había visto la imagen fantasmagórica de su hermano. Urial se había escapado con su futura esposa, pero cuando había vuelto la vista hacia él, Malus había visto algo nuevo en los ojos color cobrizo de aquel hombre.
Miedo.
—Pon rumbo a Karond Kar —ordenó Malus, asintiendo, pensativo—. Debo hacer una visita a las moradas de los muertos.
El
Saqueador
navegaba con facilidad por las aguas picadas del Mar Frío, y su casco negro se deslizaba a través de las olas de color peltre con algo de su antigua elegancia. La luz del sol emitía destellos furiosos sobre el mar grisáceo, remarcando las crestas de las olas con un brillo plateado que hacía daño a los ojos después de tantas semanas de oscuridad y penumbra en el norte. El estrecho de los Esclavistas había quedado atrás hacía horas y casi toda la tripulación del barco estaba en cubierta, haciendo reparaciones y hablando unos con otros en voz baja y sibilante.
Los hombres en las jarcias estaban cantando alguna antigua saga marinera que databa de los tiempos de la perdida Nagarythe. Sus voces roncas cambiaban con el viento, como un coro de fantasmas afligidos. El barco machacado se abría paso por la accidentada costa norte, dejando atrás altos acantilados de tiza y calas boscosas siete millas a estribor. De vez en cuando, la oscura silueta de un dragón se estiraba lánguidamente desde lo alto de un acantilado y abría sus grandes alas membranosas antes de echarse a volar en el aire frío y despejado. Trazaban círculos en lo alto sobre el agua, buscando con ojos penetrantes lucios de mar con los que saciar su voraz apetito.
Karond Kar era un saliente afilado de roca gris, casi invisible desde el aire, todavía a unas leguas al norte y al oeste de donde se encontraban ahora. Apenas un tercio de su impresionante altura resultaba visible por encima de la rocosa línea de costa, pero como todas las ciudadelas druchii tenía un aire amenazador y autoritario, incluso a tanta distancia.
Malus estaba de pie en la proa del barco mientras la tripulación se afanaba en sus asuntos; miraba con expresión sombría la lejana torre y se preguntaba cuánto de lo que había dicho Urial sería verdad. No era de los que creían en las profecías o en las maquinaciones del destino; pocos druchii lo hacían, porque implicaba un grado de indefensión que les resultaba insoportable. La esclavitud era un signo de debilidad, incluso a escala cósmica. El hecho de que el templo de Khaine abrigara ese tipo de ideas, aunque fuera en secreto, ya resultaba bastante perturbador; peor aún era la idea de estar atado a ella.
Una cosa de la que estaba seguro era que su expedición a los Desiertos del Caos no había resultado el plan atrevido e inesperado que había creído. Se había enfrentado a los deudores y a una oposición secular después de su desastrosa incursión de tráfico de esclavos el verano anterior, y su hermana Nagaira lo había manipulado para que pensara que había una fuente de gran poder escondida en el norte con la que podía hacerse. Aquel poder había resultado ser el demonio, Tz'arkan, y más tarde había descubierto que ella, junto con su hermano Isilvar, pertenecían al culto proscrito de Slaanesh, que adoraba a Tz'arkan como uno de los príncipes más importantes de ese dios. Habían pretendido usar sus ataduras con el demonio para sus propios fines, pero al final le había dado la vuelta a la situación, traicionándolos ante Urial y los guerreros del templo.
Nagaira había sido una hechicera de poder considerable y lo había manipulado aprovechando su desconocimiento de las artes arcanas. Sus actividades ilegales eran un secreto a voces en Hag y un asunto sobre el que se especulaba. Nadie sabía cómo podía haber aprendido tanto y tan de prisa fuera de los conventos de brujas de Naggaroth. Malus no tenía pruebas, pero cada vez estaba más convencido de que su madre Eldire había sido la maestra secreta de Nagaira.
Urial afirmaba también que Eldire era la causante de su deformidad. ¿Acaso ella estaba orquestándolo todo para que se ajustara a un plan secreto propio, o también era un peón ignorante de la supuesta profecía? Lo que aquello implicaba hacía que un escalofrío le recorriera la espalda.
—¿Hasta dónde llega todo esto? —se preguntó Malus—. ¿Y hacia dónde conduce?
—A la oscuridad —le susurró Tz'arkan—. La oscuridad espera, Malus. Nunca lo olvides.
Antes de que Malus pudiera decir nada más oyó ruido de pasos. El noble se giró mientras Hauclir se aproximaba; le clavó al guardia personal una mirada amenazadora.
—¿Qué pasa ahora, Hauclir? —dijo Malus con brusquedad.
El guardia personal se detuvo a una distancia prudencial e hizo una pausa, pensando bien lo que iba a decir.
—Nos estamos acercando a Karond Kar, mi señor.
—Sí, Hauclir, ya lo veo —gruñó el noble.
Hauclir hizo una mueca, cambiando, incómodo, el peso del cuerpo de uno a otro pie.
—Una vez que atraquemos no pasará mucho tiempo antes de que los agentes de Hag Graef descubran que Bruglir está muerto y su flota ha sido destruida. Vuestro padre se enterará poco después, me temo.
Malus se encogió de hombros.
—Es una posibilidad.
El guardia personal frunció el ceño, insatisfecho con la respuesta.
—¿Nos quedaremos en Karond Kar, entonces? Dijisteis algo anoche acerca de visitar las moradas de los muertos.
—¿Y qué pasa?
El guardia personal apretó la mandíbula, no muy seguro de cómo seguir.
—¡Suéltalo, maldita sea! —rugió Malus.
—Los nobles de antaño iban a las moradas de los muertos a buscar las bendiciones de los Antiguos Reyes antes de ir a la guerra —contestó Hauclir, hablando precipitadamente—. ¿Es ése vuestro plan? ¿Entrar en guerra con vuestro padre?
Durante un instante, Malus no pudo hacer nada más que mirar con incredulidad el rostro atribulado del guardia personal.
—¡Claro!, lo has adivinado —dijo—. Voy a lanzar mi temible ejército de uno contra la casa del señor de la guerra más poderoso de Naggaroth. ¿Te has vuelto loco?
Hauclir se enfadó ante el tono que había utilizado Malus.
—Desde que entré a vuestro servicio os he visto infiltraros en el culto de Slaanesh, extorsionar al drachau de Hag Graef para que os concediera una cédula real y comandar una flota druchii para enfrentaros a la mayor banda de piratas de los mares del norte. En este momento, nada de lo que hagáis puede ya sorprenderme. —El hombre se cruzó de brazos y le devolvió la mirada a Malus—. ¿Por qué, entonces, las moradas de los muertos? ¿Pretendéis esconderos en la ciudad funeraria hasta que vuestro padre se olvide de vos?
El noble apretó los puños.
—Contén tu lengua impertinente, si no quieres que te la arranque —le advirtió Malus—. Resulta que hay algo en la ciudad funeraria que necesito y pretendo conseguir.
Hauclir abrió mucho los ojos.
—¿Así que pretendéis robar en las tumbas de los Antiguos Reyes?
—No lo sabré hasta que esté allí —contestó Malus—. ¿Cómo es que sabes tanto de la ciudad de los muertos?
El cambio de tema pilló al guardia personal desprevenido.
—Yo... leí un poco sobre ella cuando era joven —dijo.
—¿De veras? —Malus enarcó una ceja, pensativo—. ¿En tus lecturas se mencionaba algo acerca de un lugar con una luna astada?
—¿Una luna astada? No lo sé... —La voz del segundo bajó de tono mientras reflexionaba acerca de la pregunta. Ladeó la cabeza, mirando a Malus con curiosidad—. Si no recuerdo mal, uno de los príncipes de Nagarythe llevaba una luna creciente como símbolo de su casa. —El rostro del guardia personal se iluminó—. ¡Eleuril el Maldito! Ese era su nombre.
—¿El Maldito? —Malus suspiró—. ¿Por qué será que no me sorprende?
—Se dedicaba a asesinar a sus parientes, si no recuerdo mal. Mató a su padre, a su mujer y al padre de su mujer.
—¿Y?
—Y lo descubrieron.
—¡Ah!
—Según cuentan, fue estrangulado en su cama por el espíritu vengativo de su mujer. —Hauclir se encogió de hombros—. Por supuesto, eso es tan sólo una leyenda. Probablemente, la familia de su mujer hizo que lo asesinaran. De todos modos, es una buena historia. Si no recuerdo mal...
Malus lo interrumpió, agitando la mano.
—Una historia horrible, estoy seguro. ¿Por casualidad no mencionará una daga?
—Como estaba a punto de decir, mi señor —dijo Hauclir con tono perentorio—, Eleuril adoraba a Khaine y, si no me falla la memoria, fue uno de los primeros príncipes aquí en Naggaroth en convertirse a su culto. Esto sucedió en los primeros tiempos, cuando Malekith prohibió por primera vez a los hombres hechiceros y Eleuril era una especie de cazador de brujos. Le quitó la daga a un hechicero de Slaanesh llamado... Bueno, qué importa su nombre. No me acuerdo. De cualquier modo, pretendía usar la daga para asesinar a su parentela y echarles la culpa a los miembros del culto de Slaanesh. —Se encogió de hombros—. ¿Quién sabe? Quizá la daga estaba maldita.
—Ésa es la impresión que me da a mí —dijo Malus con expresión sombría.
Hauclir entornó la mirada con aire de sospecha.
—¿Vais detrás de la daga, no es así?
—¿Para qué querría yo semejante cosa?
—¿Qué querríais hacer con esa pequeña estatua que tenéis bajo llave en vuestro camarote, o ese extraño amuleto que tanto os inquietaba en el Hag? —El tono de voz del guardia personal era suave, pero la expresión de sus ojos oscuros se volvió resuelta de repente—. Me da la impresión de que os estáis tomando mucho trabajo para reunir una serie de objetos arcanos.
Malus dio un paso hacia Hauclir y deslizó la mano hacia la empuñadura de su espada.
—Tu mirada penetrante y tu mente recelosa te han servido bien, Hauclir..., siempre y cuando no las enfoques sobre mí —dijo tranquilamente—. Recuerda tu juramento y a quién sirves.
Hauclir se puso rígido.
—Por supuesto, mi señor —dijo, impasible—. ¿Cuáles son vuestros deseos una vez que atraquemos en el puerto?
Malus volvió la vista hacia la lejana torre.
—Eso dependerá del recibimiento que nos den —contestó con total calma—. Si se nos permite echar el ancla en el puerto, te quedarás a bordo y vigilarás el tesoro, mientras yo realizo algunas pesquisas. —El noble plegó los brazos contra el pecho—. Si algo va mal, no obstante, debes reunir mis posesiones del camarote del capitán y encontrarte conmigo en una casa de placer del barrio del Comercio llamada La Bruja Cortesana.
—¿Hay alguna razón para creer que algo pueda... ir mal, como decís?
El noble se encogió de hombros.
—Es posible que ofendiera a ciertas personas de alto rango la última vez que pasé por aquí.
Se hizo el silencio. Hauclir esperó, creyendo que Malus se extendería sobre el tema, pero el noble no dijo nada más.
—Muy bien, mi señor —dijo, al fin, el guardia personal; a continuación, se giró sobre sus talones y se alejó.
Tz'arkan emitió una risita falsa en la cabeza de Malus.
—Guardas los secretos como un demonio —dijo, admirado—. ¿No hay nadie en quien confíes?
Los labios del noble se curvaron en una expresión de asco.
—En estos momentos, ni siquiera confío en mí mismo.
El rompeolas de Karond Kar tenía casi cinco kilómetros de largo y estaba hecho de piedra extraída de las imponentes montañas que rodeaban la Torre de los Esclavos. Los señores de la torre pagaron enormes cantidades a un grupo de escultores para que tallaran la piedra en la base del rompeolas en forma de figuras de esclavos, de manera que sus cuerpos agonizantes y tensos parecieran surgir de las olas heladas para aguantar los bloques de piedra que mantenían a raya el Mar Frío. Durante cientos de años, el rompeolas había sido conocido como Neira Vor, el Gran Lamento. Cuando los corsarios druchii llegaban a la torre con las bodegas repletas de esclavos, éstos veían las estatuas tan realistas y dejaban escapar terribles lamentos, pensando que ése sería su destino. Los señores de la torre nunca se cansaban de aquella broma.
Karond Kar era la más lejana, siniestra y rica de las seis ciudades de Naggaroth, y disfrutaba de grandes riquezas como centro de intercambio de todos los esclavos que transportaban los invasores druchii por todo el mundo conocido. Era el lugar perfecto para servir de terreno neutral para la compra y venta del recurso más preciado de la tierra, ya que la torre estaba demasiado lejos, era muy difícil que un ejército accediera a ella por tierra y poseía una poderosa flota propia para repeler los asaltos por mar. Los seis señores de la torre eran viejos y poderosos druchii, designados por el Rey Brujo, provenientes de cada una de las seis grandes ciudades, y de esa manera, disfrutaban de la misma influencia en los consejos de los drachau de la torre. Había agentes de todas las casas más poderosas de Nagaroth que tenían residencia fija en la ciudad comercial al pie de la torre, y durante el verano, se triplicaba la población, ya que los comerciantes menores realizaban el viaje de dos semanas por mar para comprar suministros para el año siguiente.