—¿Por qué no se lo preguntas tú misma? —me dice—. Según tengo entendido, estos días habéis intimado mucho.
Doy un respingo y vuelvo a mirarla de inmediato. Me pregunto si ha insinuado lo que creo, y quién se lo habrá contado.
—Bueno, es evidente que te has saltado las clases para atender la tienda, a pesar de que yo he dejado muy claro, y muchas veces, que me encantaría poder hacerlo. Además, Damen está muy desanimado últimamente; al menos, eso me ha parecido en las pocas veces que lo he visto, y las gemelas me lo han confirmado. Ellas le ven mucho más que yo, ¿sabes? Se las lleva a menudo al cine, o a la pista de karts, o de compras a Fashion Island, o a las atracciones acuáticas de Disneyland… En realidad, las ha llevado a todos los lugares de Orange County al menos un par de veces. A ellas les encanta, y está claro que es un gesto muy amable y generoso por parte de Damen, pero no hace falta ser muy listo para intuir qué hay detrás de tan súbito estallido de altruismo. —Hace una pausa y me mira a los ojos—. Está claro que busca una distracción. Que intenta desesperadamente mantenerse ocupado para no obsesionarse contigo y con el hecho de que ya no estás a su lado como antes.
Se me hunden los hombros. Mi mundo se hunde. La antigua yo se habría cabreado mucho y ya habría soltado alguna ridícula protesta para defenderse o, al menos, para interrumpirla antes de que tuviera oportunidad de terminar de hablar.
Sin embargo, ya no soy esa persona. Por no mencionar que no hay forma de negar nada de lo que ha dicho.
Soy la causante de la tristeza de Damen.
Y de su soledad.
Y no sirve de nada negarlo.
No obstante, las cosas no son tan sencillas. Es un asunto muy complicado, y dudo mucho que Ava sepa algo de eso.
Aun así, como bien ha dicho, he intimado bastante con Jude. Aunque no de la forma romántica que ella cree.
No hay duda de que existe una especie de atracción innegable que nos une desde hace una eternidad, pero por irónico que resulte, ahora es Jude quien echa el freno. Ha dejado muy claro que no le interesa conseguirme temporalmente.
Me quiere de verdad.
Me quiere para siempre.
Quiere estar seguro de que he roto con Damen y con todo lo que compartía con él.
Quiere estar seguro de que me acerco a él sin echar un solo vistazo atrás, sin compararlo con lo que tenía antes.
Según él, no quiere arriesgarse a que le rompan el corazón otra vez.
El hecho de que haya ocurrido un montón de veces en el curso de los último siglos no lo hace más fácil.
Pero todavía no puedo darle lo que busca. A pesar de que su versión sobre nuestra vida sureña confirma mis peores sospechas, sobre que Damen me compró, me separó de mi familia, y les dio la espalda para siempre con la intención de tenerme para él solo, todavía no estoy preparada para hacerlo.
Ni siquiera después de escuchar el resto de la historia: que poco después de marcharme, Jude y el resto de mi familia murieron en un terrible incendio del que podrían haberse salvado si Damen se hubiera tomado la molestia de comprarlos. Una cadena de muertes trágicas para la que no existe una excusa lógica.
Dada su inmensa riqueza y su formidable poder… Bueno, un acto tan frío y calculador, un acto vil que terminó en tragedia, es del todo inexcusable.
Y aun así, todavía no estoy dispuesta a renunciar a él.
Aunque tampoco estoy dispuesta a verlo aún.
Con todo, no pienso contarle eso a Ava, así que me limito a negar con la cabeza.
—Hay muchas cosas que tú no sabes. —La miro a los ojos de manera deliberada.
Ella asiente y estira el brazo hacia mí para apretarme la mano con delicadeza.
—De eso no me cabe ninguna duda, Ever. Ninguna en absoluto. —Se queda callada un momento para asegurarse de que cuenta con toda mi atención—. Pero no hagas nada apresurado. Tómate el tiempo que necesites para profundizar, para pensar bien las cosas. Y cuando tengas dudas, bueno, ya conoces mi remedio favorito…
—La meditación —murmuro con una risotada. Pongo los ojos en blanco, agradecida por el estallido de luz que siempre me proporciona en los momentos más oscuros. Tiro de ella para retenerla cuando hace ademán de marcharse. No quiero que se vaya todavía, y le suplico con la mirada que se quede—. ¿Sabes algo, Ava? —Agarro su brazo con fuerza. De pronto, siento que necesito sus consejos, sus palabras de ánimo—. ¿Sabes algo sobre lo que está ocurriendo? ¿Sobre lo que nos pasa a Damen, a Jude y a mí? ¿Sabes a quién se supone que debo elegir?
Ella me mira con calidez, pero niega con la cabeza muy despacio. Un mechón de cabello caoba se desliza desde su frente hacia los ojos y los tapa durante un instante, hasta que ella lo aparta.
—Me temo que ese es un camino que solo tú puedes recorrer, Ever. Tú y nadie más que tú. Solo tú puedes descubrir qué sendero debes tomar. En esto lo único que puedo ofrecerte es mi amistad.
—G
racias por tu ayuda. —Jude se coloca sobre el hombro el paño húmedo de secar la vajilla y apoya la espalda en la vieja nevera.
No se parece en nada al frigorífico de Damen ni al de Sabine (no es de acero inoxidable y no tiene el tamaño de un armario ropero); es solo una vieja nevera verde que tiende a hacer extraños y ruidosos gorgoteos.
Engancha el pulgar en la trabilla vacía del pantalón. Tiene las piernas cruzadas con aire informal a la altura de los tobillos y observa cómo meto las últimas tazas y vasos en el lavaplatos antes de cerrar la puerta y pulsar el botón de encendido.
Me incorporo y me quito la goma del pelo para dejar que las ondas caigan casi hasta la cintura mientras intento pasar por alto su mirada penetrante. Entorna los párpados para observarme, como si me comiera con los ojos, y su mirada hambrienta sigue mis manos cuando las paso por la parte delantera del vestido y me subo el tirante que se me ha bajado. Me contempla durante tanto tiempo que siento la necesidad de romper el hechizo, de encontrar una forma de distraerlo.
—Fue un funeral muy bonito. —Lo miro un instante antes de apartar la vista. Empiezo a ordenar la encimera de azulejos y el fregadero de porcelana blanca—. Creo que a Lina le habría gustado.
Él sonríe, se quita el paño del hombro y lo deja sobre la encimera. Luego se dirige al salón y se deja caer sobre el viejo sofá marrón, dando por hecho que lo seguiré. Y, después de un instante, lo hago.
—En realidad, le gustó mucho. —Se quita las chanclas de una patada y apoya los pies en los cojines.
—¿La viste, entonces? —Tomo asiento en la silla que hay frente a él y apoyo los pies en la vieja puerta de madera que hace las veces de mesa de café.
Jude se vuelve y me recorre muy despacio con la mirada.
—Sí, la vi. —Dice con la cicatriz de la frente arrugada por la sorpresa—. ¿Por qué? ¿Tú también la viste?
Hago un gesto negativo para descartar de inmediato esa posibilidad. Jugueteo con el grupo de gemas que cuelgan de mi cuello, dedicándole más tiempo a las rugosas que a las suaves.
—Pero Ava, sí. —Encojo los hombros y suelto el amuleto para que las piedras entibien mi piel—. Todavía soy incapaz de ver a los que son como Lina.
—¿Sigues intentándolo? —Me mira con los ojos entrecerrados, incorporándose durante un instante para aferrar un cojín pequeño con los pies. Se lo coloca detrás de la cabeza y vuelve a reclinarse.
—No —digo con un suspiro. Mi voz se vuelve melancólica, y mi mirada, distante—. Ya no. Renuncié a ello hace un tiempo.
Jude asiente sin dejar de mirarme, aunque ahora sus ojos tienen un brillo más pensativo, menos intenso.
—Bueno, si eso hace que te sientas mejor, te diré que yo tampoco la he visto. A Riley, me refiero. Porque estamos hablando de ella, ¿no es así?
Apoyo la cabeza sobre el respaldo acolchado y cierro los ojos. Recuerdo a mi adorable, vivaracha y fastidiosa hermana pequeña, a la que tanto le gustaba ponerse pelucas y disfraces. Espero que, esté donde esté, lo esté pasando genial.
—Ever, estaba pensando… —dice Jude, que me saca de mis ensoñaciones y eleva la mirada hacia el techo de madera—. Ahora que las cosas empiezan a calmarse, bueno, quizá sea un buen momento para que empieces a ir a clase otra vez.
Me pongo rígida y contengo la respiración.
—Resulta que Lina me lo ha dejado todo. La casa, la tienda… Todo. Y puesto que los papeleos parecen estar en orden, supongo que puedo dejar que el abogado se encargue de las cosas, así que dispongo de mucho tiempo libre. Además, Ava se ha ofrecido a atender la tienda en las horas en que yo no pueda hacerlo.
Trago saliva, pero no digo nada. Su expresión me dice que lo tiene todo controlado, preparado. Que ya se ha encargado de todo.
—Por mucho que aprecie tu ayuda, y créeme que lo hago —Me mira de soslayo un instante antes de volver a clavar la vista en el techo—, creo que lo mejor para ti es que…
No dejo que termine de hablar.
—Pero en realidad da… —Igual. Lo que quiero decir es que en realidad da igual. Empiezo a explicarle la conclusión a la que he llegado con respecto al instituto y a la vida normal que se espera que siga todo el mundo, a decirle que ya no me cuento entre esa gente, que ya no le encuentro sentido.
Pero no llego muy lejos antes de que me interrumpa con un gesto de la mano.
—Ever, si crees que esto es fácil para mí, olvídalo. —Suspira y cierra los ojos—. Créeme, hay una enorme y ruidosa parte de mí que me exige que deje de hablar ahora que por fin te tengo aquí, en mi casa, al alcance de la mano y más que dispuesta a pasar el tiempo conmigo. —Se queda callado y agita los dedos con movimientos nerviosos, una señal de la batalla que se libra en su interior—. Pero también hay una parte, una parte mucho más racional, que me dice que haga justo lo contrario. Y aunque lo más probable es que sea una locura decirte esto, siento que debo hacerlo, que… —Hace otra pausa y traga saliva antes de continuar—. Creo que esto es lo mejor si tú…
Contengo el aliento, segura de que no quiero oír lo que viene a continuación, pero resignada a hacerlo.
—Creo que deberías… No sé, mantenerte alejada un tiempo, eso es todo.
Abre los ojos y me mira mientras sus palabras flotan entre nosotros como una especie de barrera imposible de sortear.
—Me encanta tenerte cerca, te lo aseguro, y creo que ya lo sabes. Pero si queremos tener alguna posibilidad de avanzar, si quieres tener alguna esperanza de tomar pronto una decisión con respecto a tu futuro (a nuestro futuro), sea el que sea… Bueno, tendrás que alejarte de aquí. Tendrás que dejar de… —Respira hondo y se remueve con incomodidad. Es obvio que le está costando mucho pronunciar las palabras—. Tendrás que dejar de esconderte en la tienda y enfrentarte a la vida de ahora en adelante.
Me quedo sentada, muda de asombro y algo confundida. No sé cómo debo tomarme esto, y mucho menos cómo responder.
¿Ocultarme?
¿Eso es lo que cree que he estado haciendo toda la semana?
Y, lo que es peor, ¿es posible que esté en lo cierto? ¿Que se haya dado cuenta de algo de lo que yo no he sido consciente o me he esforzado por ignorar?
Niego con la cabeza y bajo los pies de la mesa antes de volver a ponerme las sandalias.
—Supongo que no me había dado cuenta de que…
Sin embargo, antes de que pueda añadir algo más, Jude se incorpora de pronto y sacude la cabeza.
—Por favor, no pretendía insinuar nada —me dice—. Solo quiero que pienses en ello, ¿vale? Porque lo cierto es que ya no sé si puedo seguir mucho más tiempo así, en punto muerto, Ever.
Se aparta las rastas de la cara para poder verme bien y luego deja las manos sobre su regazo, abiertas, relajadas, en una especie de gesto de oferta. Me mira a los ojos durante tanto tiempo que se me acelera el corazón y noto un mariposeo en el vientre. Empiezo a marearme un poco, como si de repente la habitación se hubiese quedado sin aire.
La energía entre nosotros aumenta de tal modo que resulta casi palpable, tanto que puedo ver el torrente que forma entre su cuerpo y el mío. Se trata de una banda gruesa y palpitante de deseo que se extiende y se contrae; una banda que nos anima a acercarnos, a fundirnos en un solo ser.
No sé muy bien de quién procede, si de él, de mí o de alguna fuerza universal. Lo único que sé es que el impulso es tan abrumador, tan fuerte y demoledor, que me levanto de un salto de la silla y me cuelgo la mochila al hombro antes de hablar.
—Tengo que irme.
Estoy ya junto a la puerta, con el picaporte en la mano, cuando Jude se anima a decir algo.
—Ever, va todo bien entre nosotros, ¿verdad?
Me limito a seguir adelante. No puedo evitar preguntarme si él ha visto lo que yo, si ha sentido lo mismo, o si es solo una estupidez que ha creado mi mente.
Cuando salgo al exterior, inhalo una profunda bocanada de aire fresco, que llena mis pulmones con la brisa cálida y salada del mar. Levanto la vista al cielo nocturno cuajado de estrellas, y me fijo en una especialmente brillante.
Una estrella cuyo brillo consigue eclipsar a las demás, como si me rogara que le pidiera un deseo.
Así que lo hago.
Contemplo mi estrella nocturna y le pido que me guíe, que me indique una dirección, que me ayude de algún modo. Y si por alguna razón no puede hacer eso, que al menos me dé un empujoncito hacia el camino correcto.
C
onduzco por Laguna durante lo que me parecen horas, sin saber muy bien qué hacer conmigo misma ni adónde ir. Una parte de mí (una enorme parte de mí), desea ir directamente a casa de Damen, arrojarme a sus brazos, decirle que todo está perdonado e intentar empezar justo donde lo dejamos. Pero desecho la idea tan rápido como aparece.
Estoy sola y confundida, y lo que busco en realidad es un hogar cálido en el que aterrizar. Por más enfadada que esté con él, me niego a utilizarlo como muleta.
Los dos nos merecemos algo mejor que eso.
Así pues, conduzco por la autopista de la Costa, dando vueltas arriba y abajo, antes de aventurarme hacia las calles del pueblo, más pequeñas, estrechas y retorcidas. Me limito a vagar sin rumbo, sin ningún destino en mente, hasta que me encuentro frente a la puerta de la casa de Roman. O, mejor dicho, la casa de Haven, ya que según Miles es ella quien vive allí ahora.
Dejo el coche lo bastante lejos para que ella no lo vea y cruzo la calle en silencio. Escucho la música mucho antes de haber llegado al sendero que conduce hasta la puerta. Los altavoces retumban al ritmo de una canción de uno de esos grupos de rock de garaje que tanto le gustan. Los mismos que Roman no soportaba y que siempre se negaba a escuchar.