Desafío (27 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Desafío
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Sin embargo, Jude hace un gesto con la mano para interrumpir sus palabras.

—También sé lo que ocurrió… gracias al Gran Templo del Conocimiento de Summerland. —Encoge los hombros—. Últimamente he pasado mucho tiempo allí, quizá demasiado, o al menos eso es lo que piensa Ava. Pero algunas veces me gusta más estar allí que aquí… bueno, al menos de un tiempo a esta parte. Supongo que por eso me fascina tanto la extraordinaria duración de tu vida. No entiendo cómo lo consigues, porque sin duda hay veces en las que la vida media normal parece más que suficiente.

Damen asiente para indicarle a Jude que está de acuerdo, que él lo sabe muy bien. Luego empieza con la historia de su primer viaje a Summerland, cuando se sentía perdido y solo y buscaba algún significado profundo, cuando acabó estudiando en la India con los Beatles. Y puesto que yo ya la conozco, me escabullo en silencio y regreso a la tienda para ver qué está haciendo Ava.

La encuentro en un rincón, reponiendo un estante lleno de cristales.

—Bien está lo que bien acaba, ¿no? —pregunta mientras se vuelve hacia mí.

Me encojo de hombros, ya que no sé a qué se refiere.

—Tu elección. —Sonríe y vuelve a girarse hacia la estantería—. Uno se siente muy bien cuando por fin se resuelve todo, ¿verdad?

Suspiro, porque aunque sin duda es agradable dejar las cosas atrás, lo malo de los problemas es que nunca se agotan. Tan pronto como se solucionan unos aparecen otros.

Ava mete la mano en una bolsa de cristales de cuarzo rosa, el cristal del amor, y sopesa un generoso montón de piezas en la palma de su mano antes de mirarme.

—Pero… —dice, arrastrando la palabra todo lo que puede.

—Pero… —Hago un gesto indiferente con los hombros y estiro la mano con rapidez para coger en el aire una piedra que acaba de caerse. Se la devuelvo y añado—: Todavía está el problema de Haven, que cada vez está más fuera de control; y luego, por supuesto, está el problema del antídoto, y de que Damen y yo no podemos tocarnos de verdad… —No fuera del pabellón, al menos, pero no pienso contarle eso—. Y también está…

Ava me mira con las cejas enarcadas, aguardando con paciencia mientras me pienso si es aconsejable o no contarle lo que he descubierto sobre el lado oscuro de Summerland, y lo de la anciana demente con la que Damen y yo nos topamos.

Pero hay algo que me impide hacerlo. Algo que me dice que no hable de eso con ella. Todavía no, al menos. No hasta que hayamos tenido la oportunidad de investigar un poco más.

Así pues, respiro hondo y cojo una amatista de la estantería para examinarla desde todos los ángulos.

—Bueno, ya sabes, aún no he solucionado las cosas con Sabine. —Niego con la cabeza y coloco la piedra en su lugar, consciente de que aunque no es una mentira, tampoco es la verdad. Pero eso no me molesta tanto como antes. Por desgracia, me estoy acostumbrando a vivir así.

—¿Quieres que hable con ella? —sugiere.

Descarto esa posibilidad de inmediato.

—Créeme, no serviría de nada. Es de ideas fijas, y me da la sensación de que la única cura es el tiempo.

Ava asiente, se limpia las manos en la parte delantera de los vaqueros y vuelve a examinar el estante. Inclina la cabeza a un lado y frunce los labios mientras intercambia la posición de la lágrima apache con la del cuarzo fantasma, y luego esboza una sonrisa de aprobación.

Y cuando la miro, cuando la miro de verdad, no puedo evitar preguntarme por qué siempre está sola. Bueno, tiene que cuidar a las gemelas, así que sola, sola, no está; pero aun así, no ha tenido pareja desde que la conozco, y por lo que sé, ni siquiera ha tenido una cita con nadie.

—¿Crees que todo el mundo tiene un alma gemela? —pregunto antes de darme cuenta.

Ella se da la vuelta y me mira con seriedad.

—¿Crees que todas las personas tienen alguien con quien están destinadas a estar… como Damen y yo?

Se queda callada un momento, como si se tomara su tiempo para considerarlo. Y justo cuando estoy convencida de que no va a responder, hace algo que no me esperaba en absoluto. Se parte de risa.

Me mira con el rostro iluminado y los ojos brillantes.

—¿Por qué? ¿Quién te preocupa más, Ever? ¿Jude o yo?

Me ruborizo. No me había dado cuenta de que resultaba tan obvia, pero dado que ella es una médium muy buena y todo eso, debería haber supuesto que vería mis intenciones.

—Los dos, la verdad.

Vuelve a darme la espalda para seguir con su trabajo. Dobla las bolsas, ya vacías, y las pone una encima de la otra antes de plegar a la mitad el montón y meterlo dentro de una bolsa más grande.

—Bueno, si de verdad quieres saberlo, te diré que sí, lo creo —asegura en voz baja, casi inaudible—. Pero otra cuestión muy diferente es si reconocen a esas personas o hacen algo al respecto.

Capítulo treinta y dos

—B
ueno, ¿qué tal ha ido? —Echo un vistazo a Damen, que se acomoda en el asiento del acompañante y cierra la puerta mientras salgo del aparcamiento.

—Bien. —Asiente con la cabeza y cierra los ojos un instante para bajar la capota con la mente. Toma una honda bocanada del aire fresco de la tarde antes de mirarme y añadir—: Vamos a ir a hacer surf este fin de semana.

Lo miro boquiabierta, más que sorprendida de escuchar algo así. Creí que tendría suerte si conseguía el alto el fuego que deseaba, así que ni siquiera consideré la posibilidad de que se convirtieran en amigos.

—Vaya, ¿y eso es algo así como una cita? —bromeo mientras me pregunto cuánto tiempo hace que Damen no tiene un amigo, un amigo de verdad que sepa quién es en realidad.

—Nunca. —Me mira de reojo—. Nunca he tenido un amigo que supiera quién soy en realidad. Y, para serte sincero, ha pasado mucho, mucho tiempo desde la última vez que intenté conectar con alguien de esa forma. —Aparta la vista para contemplar las tiendas, los árboles, los peatones que se acumulan en los pasos de cebra y en las calles. Luego vuelve a mirarme y añade—: Para mí las amistades siempre son de corta duración, ya que no tengo más remedio que trasladarme cada cierto tiempo. La gente empieza a desconfiar cuando no cambias ni un ápice mientras los demás van envejeciendo; y, después de un tiempo, lo más fácil es evitar ese tipo de cosas.

Trago saliva y me concentro en la conducción. No es la primera vez que lo dice, pero no por eso me resulta más fácil oírlo. Sobre todo cuando lo relaciono conmigo, con mi vida y con la larga lista de despedidas a la que tendré que enfrentarme.

—¿Te importaría llevarme a casa?

La pregunta me saca de inmediato de mis pensamientos y hace que lo mire con la boca abierta. Estaba segura de que intentaría arrastrarme otra vez hasta el pabellón, y, a decir verdad, no pensaba negarme.

—Miles se reunirá conmigo en casa. Le dije que le ayudaría a repasar el diálogo de la audición que prepara.

Niego con la cabeza y me echo a reír. Tomo la salida a la derecha, hacia la autopista de la costa, y luego lo miro de reojo.

—¿Tienes algo de tiempo para mí entre todos esos compromisos tuyos? —pregunto, solo medio en broma, mientras piso el acelerador y trazo las curvas.

—Siempre. —Sonríe y se inclina para darme un beso, pero al final me distrae tanto que estoy a punto de salirme de la carretera.

Lo empujo y enderezo el volante de nuevo. Echo un vistazo al océano, a las olas que se convierten en espuma blanca cuando chocan contra la orilla.

—Damen… —le digo después de aclararme la garganta—, ¿qué vamos a hacer con lo del antídoto? —Veo que sus hombros se ponen rígidos y noto que su energía cambia, pero sigo adelante, porque sé que debemos hablar de esto—. Estoy totalmente comprometida contigo, con nosotros… creo que a estas alturas ya lo sabes. Y, aunque disfruto muchísimo de los ratos que pasamos en el pabellón, bueno… —Vuelvo a tragar saliva. Nunca se me ha dado bien hablar de estos temas, y siempre acabo con la cara roja de vergüenza y diciendo tonterías; pero, aun así, estoy decidida a llegar hasta el final—. Te echo de menos. Echo de menos poder tocarte en «esta» vida. Por no mencionar que esperaba que algún día pudiéramos romper la maldición de cuatrocientos años y…

Me detengo delante de la puerta de la urbanización y saludo a Sheila, quien nos hace un gesto para que pasemos. Asciendo por la colina siguiendo los giros que llevan hasta su calle. Aparco en el camino de entrada de su casa y cambio de posición en el asiento para poder mirarlo a la cara.

Estoy a punto de finalizar la frase cuando él me interrumpe.

—Lo sé, Ever. Créeme. —Estira el brazo y me cubre la mejilla con la mano sin dejar de mirarme a los ojos—. Y no me he rendido. Si quieres saber la verdad, he convertido la bodega en una especie de laboratorio químico… Y me he pasado allí todos los ratos libres disponibles con la esperanza de poder sorprenderte.

Abro los ojos como platos a la vez que intento calcular cuánto tiempo hace que no campo a mis anchas por su casa. La verdad es que hace bastante. Cuando no lo he evitado por una razón u otra, hemos estado entrenando o enrollándonos en el pabellón.

—Pero si la bodega es un laboratorio químico, ¿dónde almacenas ahora el elixir? —le pregunto con el ceño fruncido intentando adivinarlo sin su ayuda.

—En la nueva bodega, que antes era la sala de la colada.

—¿Y la sala de la colada?

—Ha desaparecido. —Se echa a reír—. Pero lo cierto es que en realidad nunca la consideré muy útil, ya que puedo manifestar ropa nueva y limpia siempre que lo necesito. —Sin embargo, su sonrisa desaparece cuando añade—: Pero no quiero que te hagas muchas ilusiones, Ever, porque aunque no me he rendido, hasta ahora la cosa va muy despacio. No tengo ni idea de qué puso Roman en esa bebida, pero todo lo que he probado hasta el momento no ha funcionado.

Suspiro y apoyo la mejilla sobre su palma para disfrutar del «casi» contacto de su piel contra la mía. Me digo que con eso basta, que siempre bastará, pero no puedo evitar desear más.

—Tenemos que conseguir esa camisa. —Lo miro a los ojos—. Tenemos que encontrarla. Sé que ella aún la tiene. Seguro que no se ha deshecho de ella. La guarda por razones sentimentales o porque sabe lo que significa para mí. O por las dos cosas. Pero, de cualquier forma, es nuestra única esperanza.

Me mira como lo hizo la última vez que hablamos del tema: está de acuerdo conmigo en que es muy importante, pero no está dispuesto a depositar todas sus esperanzas en eso.

—Seguro que no es nuestra única esperanza —dice.

Niego con la cabeza. No tengo tanta paciencia como él. No quiero pasarme los próximos años disfrazada con la ropa de mis vidas anteriores para poder darnos un besito casto de vez en cuando mientras él chapucea en su antigua bodega convertida en laboratorio. Quiero disfrutar de esta vida. De la vida que tengo ahora.

Quiero disfrutarla con tanta plenitud y normalidad como cualquier otra chica.

Y quiero disfrutarla con él.

—No puedo quitarte esa idea de la cabeza, ¿verdad? —pregunta con voz resignada antes de soltar un suspiro.

Niego con la cabeza.

—En ese caso, voy contigo.

—¿Que vienes conmigo? ¿Adónde? No tengo pensado ir a ningún sitio.

—Ya, puede que todavía no, pero seguro que estás ideando un plan. Lo veo en tus ojos. Así que será mejor que dejes espacio para uno más, porque pienso acompañarte.

—No, tú has quedado con Miles. Estaré bien, de verdad.

Sin embargo, a pesar de mis protestas, coge el teléfono móvil y le envía un mensaje a Miles para decirle que tiene que arreglar un asunto y que llegará un poco tarde.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? —pregunta mientras se guarda el móvil en el bolsillo.

—Por la tienda. —Acabo de decidirlo—. Pero en realidad no hace falta que vengas. Me las apañaré bien sola —añado, dándole una última oportunidad para retirarse.

—Olvídalo. —Se pone de nuevo el cinturón de seguridad—. Voy a ir contigo, tanto si te gusta como si no. Y, para que lo sepas, tanto rechazo empieza a provocarme ciertos complejos.

Lo miro fijamente, porque no sé a qué se refiere.

—¿Recuerdas la última vez? ¿Cuando te colaste en casa de Haven y decidiste arrastrar contigo a Miles en lugar de a mí?

Me deja atónita. La verdad es que no puede decirse que obligara a Miles, y no podía pedírselo a él, ya que estaba protegiendo a Stacia. No obstante, esa no es la cuestión. Lo que en realidad quiero saber es cómo ha llegado a enterarse de eso si yo aún no le he dado los detalles.

—Miles lo mencionó —dice en respuesta al pensamiento que me ronda la cabeza.

—¿Así van a ser las cosas ahora que eres don Popular y tienes tantos amigos nuevos? —Miro por la ventanilla con los ojos entrecerrados antes de volverme hacia él—. ¿Vas a intentar convencerlos a todos de que te cuenten mis secretos?

—Solo los buenos. —Sonríe y me da un beso rápido mientras salgo del camino de entrada de la casa y me dirijo a la salida de la urbanización—. Solo las cosas que de verdad necesito saber.

Capítulo treinta y tres

P
asamos junto a la antigua tienda de Roman, ¡Renacimiento!, aunque no tengo planes de entrar, ya que todavía es demasiado temprano. Lo último que me hace falta es tener otro enfrentamiento con Haven o con algún otro de los inmortales que trabajan ahí. Aun así, aminoro la marcha al acercarme mientras calculo cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que estuve aquí. Siento mucha curiosidad por saber en qué se ha convertido la tienda ahora que Roman ya no está.

Esperaba notar algún tipo de cambio, pero no estaba preparada para encontrarla en ese estado. Los escaparates están vacíos y han desmantelado todo lo que en su día formó elaboradas exposiciones. La puerta tiene un cartel que reza «¡Cerrado!», y alguien ha escrito a mano por debajo: «¡Para siempre!».

—Sé que no debería sorprenderme, pero la verdad es que no me esperaba algo así —dice Damen con voz grave sin apartar los ojos del cartel—. Estaba seguro de que Haven seguiría con el negocio, o Marco, o Misa, o Rafe.

Asiento para mostrarle que estoy de acuerdo, y aparco el coche pegado al bordillo de la acera. Salimos y atravesamos la calle para situarnos delante de la tienda. Miro a través del escaparate y veo algunos de los muebles más grandes (los sofás, las mesas y las vitrinas) que, por alguna razón, alguien ha dejado atrás. La mayor parte de las cosas pequeñas, como la ropa y las joyas, han desaparecido, con algunas excepciones aquí y allá.

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