Read Dentro de WikiLeaks Online
Authors: Daniel Domscheit-Berg
En nuestra página web teníamos una lista de los documentos «más buscados» (que habíamos elaborado inspirándonos en una lista similar del Center for Democracy and Technology (Centro para la Democracia y la Tecnología) para fomentar la competitividad entre los informadores potenciales, que se encontraba ya en la frontera de la ingerencia. Sin embargo, la lista no la habíamos elaborado nosotros personalmente, sino que habíamos pedido a nuestros lectores que llenaran de contenido una lista preparada.
De puertas afuera, declaramos que íbamos a prestar todo nuestro apoyo a Manning, sin que eso implicara que este hubiera tenido algo que ver con la filtración. Julian anunció que contrataría a los mejores abogados y que lanzaría una gran campaña en los medios de comunicación. Pidió públicamente donativos para poder garantizar el mejor asesoramiento jurídico a Manning (se habló de 100.000 dólares). Yo me encargué de preparar el servidor desde el cual íbamos a lanzar nuestra campaña de apoyo; el contenido iba a correr a cargo de otra persona.
Sin embargo, la campaña de auxilio quedó encallada ya en esa primera fase.
Si le pedía a Julian la información de contacto de los abogados de Manning, nunca lograba sacarle nada concreto. Y los periodistas me llamaban sin parar, de forma insistente. No solo eso, sino que la Asociación de Científicos Alemanes se puso en contacto conmigo para comunicarme su idea de nominar a Manning para su Premio al Informador del Año.
Pero Julian respondía así a mi interés:
J: yo no tengo tiempo de contártelo y tú no tienes necesidad de saberlo; siguiente…
J: además, sé por qué me lo estás preguntando y eso aún me cabrea más.
D: ¿y por qué te lo estoy preguntando?
J: lo preguntas por una estúpida campaña de desinformación
D: pues no. te lo pregunto porque estoy ahí afuera tratando de salvar el culo para justificar una posición oficial que has expuesto tú mismo, y por la que me preguntan constantemente
J: no podemos revelar los nombres de los abogados. no son nuestros abogados, sino los de bradley, bla bla bla
J: y tú no puedes saberlo porque tampoco puedes contárselo a la gente, bla bla, o sea que es una pérdida de tiempo
Debo decir que en esta ocasión fracasamos vergonzosamente. Y que conste que me incluyo a mí también en ello. Por desgracia, demasiado a menudo me conformé con lo que decía Julian. A menudo me quejé de que Julian era un dictador, que quería decidirlo siempre todo y que me ocultaba información. Mis críticas eran justificadas, pero no me eximían de mis responsabilidades. No debería haberme dejado avasallar por el estrés, debería haber insistido y, en caso de duda, tomar la iniciativa. No había ningún motivo por el que Julian tuviera que encargarse en solitario de la campaña de apoyo a Manning.
Al final nos adherimos a la Red de apoyo a Bradley Manning, que se gestiona a través de la página web www.bradleymanning.org y que habían organizado su familia y amigos. Julian y yo llegamos incluso a discutir por el importe final de la ayuda económica a Manning. Julian tuvo a bien corregir a la baja la estimación inicial de 100.000 dólares (que de repente le parecían demasiados) y dejarla en 50.000 dólares.
Pues muy bien. A finales de 2010, Manning no había visto aún ni un solo céntimo de los donativos recibidos explícitamente para financiar su causa. Hasta principios de enero (según pude saber de la Fundación Wau Holland poco antes de que se cerrara la redacción de este libro) la cuenta de apoyo a Manning habían recibido donativos por valor de 15.100 dólares.
Tras haber probado varias maneras de proceder, tales como simplemente cargar documentos en nuestra web sin decir palabra, permitir la participación de periodistas en el proyecto, e incluso actuar como un medio de comunicación, en esta ocasión queríamos que todo saliera bien. Teníamos en nuestras manos un enorme montón de documentos sobre la operación militar en Afganistán. En relación con los «
Diarios de Guerra de Afganistán
», queríamos involucrar a los medios en el momento preciso. En este caso, queríamos tener el control y buscar unos socios adecuados.
No tardamos en decidirnos por
The New York Times
. Por razones estratégicas queríamos informar a un medio de comunicación americano. ¿Por qué no acudir al más importante?, pensamos entonces. Nuestro segundo socio de mayor relevancia fue
The Guardian
británico, en el que Julian contaba con buenos contactos. En cualquier caso eso decía. En Alemania nos decidimos por una colaboración con el
Spiegel
, de la que yo sería responsable.
Marcel Rosenbach, Holger Stark y John Goetz son periodistas muy experimentados que trabajan en la redacción del
Spiegel
en Berlín. La revista ya había publicado un artículo en el año 2008 sobre WikiLeaks. Pero cuando hicimos públicos el vídeo
Asesinato colateral
por fin debimos parecerles lo suficientemente interesantes como para contactar con nosotros en persona, cosa que hicieron en la Re:publica 2010, una conferencia celebrada en Berlín sobre la Web 2.0. Les facilité un portátil encriptado, para que pudieran custodiar los documentos con mayor seguridad. Nuestros interlocutores de los medios consiguieron además criptófonos, pero nos indicaron que no debíamos utilizarlos en ningún caso en nuestras comunicaciones.
A partir de aquel momento, nos reuníamos como mínimo una vez a la semana, para ponernos al día mutuamente y asegurarnos de que todo iba bien. Habíamos acordado una fecha para la publicación, el 26 de julio de 2010, para la que todavía faltaban algunas semanas.
El material se componía de un total de 90.000 documentos del puesto de mando central de las fuerzas armadas de Estados Unidos, entre los que se encontraban informes de situación, informaciones sobre tiroteos y ataques aéreos, datos sobre incidentes sospechosos y los llamados
threat reports
(informes de amenazas). Ningún periódico, libro o película había podido facilitar hasta entonces informaciones tan concretas, y además de primera mano, sobre la guerra de Afganistán.
Los periodistas examinaron el material y realizaron sus propias pesquisas. Nosotros nos encargamos de que los documentos estuvieran listos desde el punto de vista técnico, tan pronto como todo el asunto saliera a la luz en Internet.
Pero entonces se nos presentó el primer problema. Queríamos colaborar con varios medios, y no solo con los tres que ya habían sido informados. Los periodistas se convierten en perros que defienden su hueso enseñando los dientes, cuando se trata de una buena historia. Los medios con los que hasta entonces habíamos hablado, obviamente, querían la historia en exclusiva.
Marc Thörner, por ejemplo, ya había escrito profusamente y con un buen enfoque sobre Afganistán. Había trabajado mucho tiempo como reportero sobre el terreno, y la prensa había hecho muy buenas críticas de su libro
Afghanistan Code
(Código Afganistán). Queríamos vincularlo a las investigaciones y ofrecerle también la oportunidad de echar un vistazo a los documentos. Pero los otros medios no lo vieron con buenos ojos. ¿Cómo era posible que un periodista libre cualquiera pudiera participar en aquello? Los grandes periódicos nunca lo consentirían. Según ellos, se trataba de otro nivel.
Debido a la presión ejercida por los medios informados, Marc Thörner, quien posteriormente escribió para el
Tagesspiegel
el informe más fundamentado sobre el tema, tuvo que conformarse con publicar un día después que los grandes. Aunque habíamos dicho que nunca permitiríamos que los poderosos supervisaran con quién y cómo trabajábamos, ya en este temprano estadio tuvimos que ceder.
Por mi parte, aquellas condiciones en ningún caso eran negociables, y así lo manifesté en mis conversaciones con el
Spiegel
.
The Guardian
y
The New York Times
ejercieron mucha más presión. Julian era dado a la confrontación fácil cuando se trataba de sus colaboradores, pero los periodistas de aquellos periódicos de momento parecían haberlo domesticado. Por supuesto, soy consciente de que no siempre es agradable hacerse odiar por los medios. Tampoco cabía la menor duda de que nuestros interlocutores llevaban más tiempo en aquel negocio que nosotros. ¿Qué nos habíamos creído? La caza de noticias exclusivas era una cuestión de competencia clásica. No debíamos engañarnos con la ilusión de que no intentarían imponernos sus reglas.
De acuerdo con nuestro plan inicial, habíamos previsto reunirnos todos en Londres. En un principio se habló incluso de encerrarnos en un sótano para deliberar todos juntos sobre el material. Entre tanto, nadie debería abandonar la sala. Algo parecido a una clausura, tal como había sucedido en el caso del vídeo de
Asesinato colateral
.
También estábamos de acuerdo en que, de cara a los periodistas, no debía escapársenos ni una palabra sobre la existencia de material adicional. Todavía no habíamos podido examinar a fondo los documentos que nos habían llegado con posterioridad, relacionados con la guerra de Afganistán. Pero intuíamos el alcance de la materia explosiva que teníamos entre manos.
Sin embargo, los acontecimientos no se desarrollaron según nuestros planes. Julian rechazó nuestro apoyo y viajó solo a Londres. Más tarde me enteré de que el interlocutor del
The New York Times
había dejado muy claro que prefería trabajar en su redacción, una vez tuvo en su poder no solo los documentos sobre Afganistán, sino también los documentos relativos a la guerra de Irak, que nunca antes habían estado a disposición de nadie. Después subió al avión y desapareció. Lo cual contravenía todo lo que habíamos acordado.
David Leigh de
The Guardian
se hizo cargo de la coordinación. Durante las conversaciones, Julian daba la impresión de estar totalmente agotado, o se enfrascaba por completo en su trabajo ante el ordenador, según me contaron los periodistas de
Spiegel
.
Muy pronto resultó obvio que ya no éramos los dueños y señores del procedimiento. Además, estábamos totalmente desbordados por la preparación técnica de los documentos. Nuestros técnicos trabajaban sin descanso para dar a los documentos un formato legible.
La fecha de publicación se había acordado para un lunes, con el fin de que
Spiegel
, que es una revista semanal, pudiera mantener su edición habitual. Para ello, la revista modificó expresamente su proceso de producción: el domingo no hubo ningún avance editorial para los políticos en Berlín, y la versión ePaper debería ser asimismo enviada después.
El miércoles anterior a la fecha de publicación fijada, me reuní con Marcel Rosenbach y John Goetz en un restaurante italiano de la calle Behrenstrasse a la hora de comer. Aunque no tenía nada de hambre, por educación pedí un plato de pasta cualquiera. Me dispuse a enrollar lentamente la pasta en el tenedor, mientras ambos hablaban. Los periodistas me informaron de lo bien que iba todo. Entre tanto yo miraba interesado cómo los espaguetis serpenteaban en el tenedor en anillos cada vez más amplios.
«¿Y vosotros qué tal?», me preguntó Goetz.
Tomé un bocado y asentí. Los dos periodistas de
Spiegel
parecían muy contentos. Yo tenía un mal presentimiento. El hambre se me pasó definitivamente cuando ambos preguntaron sobre los avances respecto al proceso de minimización de daños («
Harm Minimization Process
»). «¿Ya habéis acabado con la redacción?»
Debí de poner cara de tonto. Pero enseguida intenté controlar mi expresión. Habían acordado con Julian que eliminaríamos los nombres de los documentos, me recordó Rosenbach. Era la condición exigida por los tres medios de comunicación, absolutamente innegociable, antes de proceder a la divulgación
online
del material.
Yo no sabía nada al respecto. Los nombres de los inocentes implicados debían eliminarse, parecía lógico, estaba absolutamente de acuerdo con ellos. Empezaba a tener con frecuencia el problema de que Julian no me hacía partícipe de informaciones relevantes, o cuando lo hacía ya era demasiado tarde. Eso a veces me ponía en una situación comprometida ante los periodistas. Es bien probable que esa sea también la explicación de lo sucedido en aquella ocasión.
Corrí a casa y me comuniqué inmediatamente con nuestros técnicos y sus ayudantes. Estaban abrumados por el trabajo, pero era la primera vez que oían que había que volver a redactar documentos.
Nos encontrábamos entre la espada y la pared. Los artículos estaban casi terminados, las prensas tipográficas ya se estaban calentando: era demasiado tarde para detener el proceso de producción. Sobre todo cuando
Spiegel
hubiera perdido miles de euros para cambiar la fecha de publicación prevista.
Entré en el
chat
. Julian estaba conectado, y le pregunté: «Eh, ¿de qué va eso de la minimización de daños?».
¡Hop! Julian de pronto ya no estaba. Y no volvió a entrar durante el resto del día.
Para todos los demás había sonado el teléfono rojo. Hacíamos todo lo que estaba en nuestras manos. Creo que durante aquellos cinco días, del miércoles al lunes, dormí como mucho entre diez y doce horas. Anke vivía con un fantasma.
Al echar una ojeada a los documentos, vimos que incluso si eliminábamos los nombres, el contexto seguía allí, y por el contexto también se puede identificar a las personas. Cuando en un informe se mencionaba, por ejemplo, que uno de los tres afganos que fueron detenidos el 25 de marzo de 2009 en la localidad XY había proporcionado información a los americanos, aquello no hacía más que facilitar al talibán regional la tarea de búsqueda de aquella persona para tomar represalias.
¡90.000 documentos! Eran demasiados. Me quedé atónito mirando la pantalla y no supe qué hacer. Era imposible modificarlos en el documento original. Necesitábamos una interfaz web que facilitara la tarea de redacción. Nuestros técnicos desarrollarían posteriormente un programa, con cuya ayuda los colaboradores voluntarios podrían acceder a los documentos mediante una conexión segura, para corregirlos o camuflar los nombres. Pero en el caso de aquella publicación no teníamos tiempo.
Los medios de comunicación nos dieron el criterio decisivo: debíamos retirar 14.000 de los 90.000 documentos y esperar hasta nueva orden. Se trataba de los llamados
threat reports
(informes de amenazas). En aquellos informes se incluía una relación de los afganos que habían actuado como informantes de las tropas de los Estados Unidos, y que, por ejemplo, habían avisado a los norteamericanos de un atentado planificado o de la ubicación de un nuevo depósito de armas. Los informantes eran mencionados por su nombre y probablemente hubiesen sido una presa fácil para los actos de venganza de los talibanes.