Dentro de WikiLeaks (19 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

BOOK: Dentro de WikiLeaks
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El club había superado otras situaciones difíciles, yo no era el primero cuyo trabajo despertaba una cierta atención. Antes de mí, otros miembros habían logrado cosas mucho más extraordinarias. Y si el éxito individual provocaba el descontento de algunos, eso era algo que pasaba en las mejores familias. En cualquier caso, el club había logrado superar los conflictos. Un factor importante en ese sentido era que la reacción dentro del grupo ante un éxito ajeno no solía ser de envidia o de rencor; la única reacción que uno podía estar seguro de provocar era de curiosidad, y tampoco era infrecuente que alguien se ofreciera a ayudar. Por lo demás, cada uno se preocupaba por sus propios intereses.

Me llevó varios meses hablar con todas aquellas personas que Julian aseguraba tenían una mala opinión de mí y preguntarles qué podíamos hacer para superar esas diferencias. Otro de los rumores de entonces fue que estaba a punto de incorporarme a un servicio secreto, pues las personas que, como yo, sufríamos situaciones de estrés, éramos presa fácil para dichas organizaciones. Aún hoy me pregunto qué servicio secreto andaría detrás de mis servicios y qué trabajo irrechazable me habrían ofrecido. ¿Jefe de cantina? ¿Archivista de documentos secretos? Todas esas teorías de la conspiración parecían sacadas de una mala película de suspense.

Poco después de que me marchara de Islandia, Julian empezó a atacar la política islandesa y en particular el Ministerio de Justicia, con el que habríamos tenido que colaborar para lograr la aprobación de la IMMI.

Inicialmente, nuestra cuenta de Twitter había sido una plataforma neutral desde la que informábamos a nuestros seguidores sobre las novedades y los artículos relacionados con WikiLeaks; por descontado, también incluíamos textos críticos. Sin embargo, la cuenta pronto se convirtió en una especie de «canal sobre lo que piensa Julian Assange», y tardó muy poco en empezar a hablar de sus seguidores y de su cuenta. De repente estaba prohibido criticar sus
tweet
s. En una ocasión tildó a un periodista de idiota integral y en otra (y sin que nadie se lo hubiera pedido) escribió que no tenía tiempo para conceder entrevistas, mensaje que recibieron ni más ni menos que 350.000 personas.

En uno de sus
tweet
s, Julian dejó por los suelos un artículo de la revista norteamericana de noticias confidenciales
Mother Jones
. Más tarde, el autor de dicho artículo asistió a la rueda de prensa de WikiLeaks sobre las filtraciones de la guerra de Afganistán y aprovechó la ocasión para preguntar qué tenía de malo el artículo de marras. Julian respondió: «Ahora mismo no tengo tiempo de volver a analizar esa mierda». Lo que más le irritaba era que los periodistas recurrieran a procedimientos poco científicos y no se basaran en sus fuentes primarias, tal como exige cualquier método de trabajo mínimamente serio. Sin embargo, tampoco él podía documentar siempre sus historias, por ejemplo, cuando por enésima vez afirmaba que alguien lo perseguía.

Nunca he comprendido de dónde salía esa obsesión de Julian de que alguien lo estaba persiguiendo. Era como si para convencerse de la trascendencia de su labor de resistencia tuviera la necesidad de que primero lo declararan enemigo número uno del estado. En Islandia se compró el libro
El primer círculo
, de Solzhenitsyn. Cuando descubrió la obra en una librería de viejo, el hallazgo le arrancó una sonrisa. Los libros de Solzhenitsyn son una lectura clásica dentro del movimiento anarquista, pero para Julian tenían una importancia aún más significativa, pues se identificaba con el escritor ruso, que había pasado mucho tiempo en el
gulag
y que más tarde había vivido desterrado en el desierto kazajo.

Julian veía muchas similitudes entre su vida y la de aquel erudito, matemático y filósofo.

El que más tarde fuera premio Nobel de Literatura fue arrestado por haber expresado una crítica contra Stalin en una carta a un amigo. Hace tiempo, Julian escribió una entrada de
blog
en la que aseguraba que «el momento de la verdad» se produce «cuando vienen a por ti». La entrada, publicada en el año 2006 bajo el título «Jackboots» rebosa de heroísmo romántico. En ella, Julian habla también de los científicos presos en los campos de trabajo de Stalin y de los paralelismos entre lo que estos escribieron en su momento y su propia experiencia. Según Julian, la verdadera convicción empieza cuando «las botas de los soldados derriban la puerta de tu casa y vienen a por ti».

Una y otra vez acusó a la policía islandesa de estarlo vigilando. Asimismo, Julian aseguró que al tomar un vuelo para asistir a una conferencia en Oslo lo siguieron dos miembros del Departamento de Estado norteamericano; dijo tener pruebas irrefutables de que estos habían viajado en el mismo avión que él. Eso fue lo que les contó a nuestros (no, perdón: sus) seguidores de
tweet
er. Julian creía también que el hotel estaba vigilado.

Desde luego, esa aura de amenaza constante no perjudicó en absoluto la expectativa creada alrededor de nuestras filtraciones. Era evidente que no necesitábamos ningún departamento de marketing.

El vídeo
Asesinato colateral

Estando aún en Islandia, Julian y los demás empezamos a trabajar en el documental titulado
Asesinato colateral
. En el proyecto estaban involucrados también Birgitta, Rop y dos o tres islandeses que nos prestaron fundamentalmente asistencia técnica. Los informáticos y yo trabajamos desde casa con nuestros portátiles. Los demás alquilaron una casa vieja en las afueras de Reikiavik, se encerraron allí, corrieron las cortinas y se dedicaron a preparar el vídeo.

Por aquella época se unieron dos personas más a WikiLeaks: los periodistas islandeses Kristinn Hrafnsson e Ingi Ragnar Ingasson. Es probable que tanto Kristinn como Ingi influyeran decisivamente en que nuestra siguiente producción tuviera un tono tan periodístico. Ambos procedían del mundo de la televisión e Ingi era productora. Los dos animaron a Julian a elaborar un reportaje propio con el material de vídeo.

Kristinn comprendió enseguida lo que WikiLeaks podía significar para él en tanto que periodista. Actualmente es el nuevo portavoz de WikiLeaks. Y creo que fue él quien llevó a Ingi a WikiLeaks. Al poco, la joven de diecisiete años adquirió el extraño estatus de colaboradora de Julian, un título que nunca he terminado de comprender. A partir de aquel momento, Julian se refugió en Kristinn para lanzarme muchos de sus ataques: «Kristinn puede confirmar que los demás también están cansados de ti», Kristinn esto, Kristinn lo otro.

Sin necesidad de hablar del asunto, todos dimos por sentado que yo ni quería ni debía regresar a Islandia. Tenía la sensación de que Julian no me quería allí y no mostré ningún interés por viajar. Podía trabajar para WikiLeaks desde Alemania sin mayores problemas y, además, ahora tenía un buen motivo para querer quedarme en Berlín: Anke. Pronto nos habíamos dado cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro: compartíamos los mismos valores, ambos queríamos un mundo mejor y podíamos tratarnos de igual a igual.

En cambio, Julian y yo no nos poníamos de acuerdo en cuál debía ser nuestra relación a partir de aquel momento. Yo intentaba propiciar el diálogo, pero él lo bloqueaba. Había llegado el momento en que ya solo íbamos a conversar a través del
chat
, aunque muchos aseguran que habría bastado con que nos encontrásemos en persona para solucionar nuestras diferencias. Nuestras conversaciones eran cada vez más inverosímiles. A principios de mayo me enzarcé en otra de mis frecuentes batallas perdidas para intentar comprender de qué me acusaba. He aquí un fragmento del
chat
original.

D: tengo que saber qué podemos hacer para recuperar la confianza mutua, j

D: en cuanto tengas un minuto para hablar del tema, házmelo saber

D: solo necesito una conversación constructiva

J: no sé ni por dónde empezar. además, si te lo tengo que explicar, ¿de qué va a servir?

D: a lo mejor servirá para poder seguir adelante

D: y yo aún creo que soy de las pocas personas en las que puedes confiar, confiar de verdad

D: y ese tipo de personas no abundan, créeme

D: yo creo que vale la pena, aunque solo sea por lo que hemos hecho estos últimos tres años

J: los mentirosos patológicos tienen mucha confianza en su propia honestidad, y eso los ayuda a mentir

D: ¿crees que soy un mentiroso?

D: porque yo no recuerdo haberte mentido nunca, jamás.

D: tengo la sensación de que escuchas las mentiras de los demás

D: pero que ni siquiera te tomas la molestia de preguntarme a mí

D: pero, fundamentalmente, es que no entiendo por qué crees que soy un mentiroso

D: tío, esto va mucho más allá de lo que yo imaginaba

J: la has cagado de todas las formas imaginables y encima quieres que las enumere. ¿de qué va a servir si eres incapaz de verlo por ti mismo?

J: no, quiero que descubras tus errores por ti mismo.

D: lo que pasa es que yo pongo en duda esa lista

D: y por eso no puedo descubrir mis errores, porque por lo menos la mitad ni siquiera son ciertos

D: son cosas que no han pasado nunca, aunque tú creas que sí

D: ¿cómo quieres que las descubra por mí mismo?

J: Se trata de observaciones directas, no de informaciones de terceras partes.

D: pues entonces aún lo entiendo menos

J: te pasé una lista larguísima de las cosas que me fastidian de ti hace seis semanas.

D: ¿te refieres a esa lista donde decías que casi siempre llevo la ropa bien planchada?

D: de verdad que no lo entiendo

La lista, Dios mío, menuda locura. Julian había elaborado una lista con todos mis supuestos defectos en la que, por ejemplo, me echaba en cara que los pantalones de mi traje llevaran siempre una raya perfecta. Es importante puntualizar que nos vestíamos con ropa seria aproximadamente una vez cada tres meses. Yo era de la opinión de que muchas de nuestras citas resultarían más productivas si renunciábamos a nuestro aspecto habitual de colgados y nos vestíamos con ropa algo más conservadora. Apariencia formal, actitud subversiva: he aquí mi postura.

Desde hace un tiempo, Julian aparece en público vestido siempre con traje (un traje perfectamente planchado). A mí me parece muy bien. Sobre este tema existe una gran cita de Daniel Ellsberg, un famoso informador que en 1971 filtró a los medios documentos secretos del Pentágono sobre la guerra de Vietnam: «Si a uno lo detienen, debe llevar traje». El objetivo, naturalmente, no es aparecer elegante en las fotos de la detención, sino el efecto que eso produce en la opinión pública: que vean que un buen traje no impide recibir un castigo.

Otro de sus reproches era que, desde que me había mudado a casa de Anke, mi nombre aparecía en el timbre. Para Julian eso era verdaderamente inquietante. A menudo me he preguntado qué le importaba eso a él. Julian me acusaba de poner en peligro mi propia seguridad, pero la verdad es que ya antes de irme a vivir con Anke tenía un cartel con mi nombre en la puerta de mi casa. Y también en Wiesbaden, por cierto, donde Julian había vivido durante dos meses.

Aparte de eso, siempre que me he mudado de piso he cambiado la vieja cerradura por una nueva y mejor. Forzar la puerta de mi casa no era fácil. Y si alguien hubiera entrado en el piso, me habría dado cuenta enseguida. Por otro lado, hacía poco me había hecho con un bono de los ferrocarriles alemanes que me permitía viajar en tren y en metro siempre que quisiera durante un año. La tarjeta había costado 3.800 euros, que habían salido de la cuenta de la Fundación Wau Holland, que no paraba de crecer. Así, podía sentarme en el tren y viajar sin dejar un rastro de pagos con tarjeta de crédito que pudieran dar pistas sobre mi ruta de viaje. En definitiva, llevaba un estilo de vida más seguro que nunca.

Julian hacía tiempo que no tenía residencia fija, vivía aquí y allí, y siempre encontraba a alguien que lo acogía. Ya de niño había tenido que mudarse constantemente; su madre pasó mucho tiempo huyendo de su padre, que era miembro de una secta New Age australiana.

El año anterior, yo mismo había podido experimentar lo que se siente al vivir sin un domicilio fijo. En julio de 2009 había renunciado a mi piso de Wiesbaden y había pasado siete meses sin una dirección fija, hasta que conocí a Anke. Es posible que en un primer momento pensara que podía resultar emocionante llevar un estilo de vida como el de Julian. Y, de hecho, al principio la sensación de vivir sin lastre resultó interesante. Cuando digo «al principio» me refiero más o menos al primer mes.

Pronto lo empecé a detestar. Lo que más echaba de menos era mi cocina, donde tenía mis provisiones, mis especias y mi comida, el espacio alrededor del cual se articulaba mi orden vital y donde podía cocinar cuando tenía hambre.

Mis muebles (que habían ocupado dos minibuses llenos hasta los topes, medio para mi cocina y uno para el
hardware
) los había dejado en casa de mis padres. Mi idea era encontrar algo en Berlín, pero ni siquiera llegué a mirar pisos. Siempre andaba de aquí para allá con una mochila enorme, asistiendo a conferencias, alojándome en pensiones baratas o pernoctando en casa de amigos.

Y entonces fue cuando conocí a Anke y al cabo de una semana los dos supimos que iba a instalarme en su casa. Creo que cuando, más tarde, vio el sofá rojo del sótano del club donde había dormido la mayor parte del tiempo, se sintió muy aliviada por haberme propuesto que me fuera a vivir con ella. Anke vivía en una casa grande y cómoda, con un sofá rinconero en la sala de estar y una cocina que fue una verdadera bendición para mi hambrienta alma nómada. Es posible que Julian fuera mucho más nómada que yo y que ese tipo de vida le resultara agradable. Sin embargo, después de la época que pasé en el sofá rojo del club, entendí que no era para mí.

Además, de la noche a la mañana me convertí en padre. Mi nuevo hijo se llamaba Jacob y tenía diez años. Aunque mucha gente no se lo crea, nos entendimos desde el primer segundo. Desde mi nueva base de operaciones, me dediqué a trabajar en el proyecto con energías renovadas.

Durante una época, el
chat
estuvo muy calmado. Al parecer, los demás estaban demasiado ocupados preparando el documental y nadie aparecía por el
chat
. Pero al cabo de un tiempo se produjeron los primeros debates, centrados fundamentalmente en la estrategia a seguir con los medios y los donativos.

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