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Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
El 1 de mayo de 1998, Aznar llama a La Moncloa a Federico Jiménez Losantos y Luis Herrero para que rompan con su gran amigo Antonio Herrero. Al día siguiente, Antonio, el gran renovador de la radio española, está muerto. Tras unos funerales multitudinarios y emocionantes, Luis y Federico tendrán que hacerse cargo de los dos grandes programas de la COPE para salvar el legado de libertad de Antonio y la continuidad de la cadena. Así comienza este libro trepidante y vertiginoso, que desvela las verdaderas relaciones entre la política y los medios de comunicación en España, todas las operaciones de fusión multimedia auspiciadas por el Poder, la lucha por la independencia de algunos periodistas y las tentaciones continuas que les rodean. Nunca en España se ha escrito un libro tan descarnadamente sincero sobre los entresijos del Cuarto Poder. Y literariamente, nunca Jiménez Losantos había desplegado una prosa tan acerada, humorística, descarnada, brillantísima. Es, quizás, el mejor de sus libros.
Pero la verdadera protagonista de este libro de memorias y ensayo, de confesión y análisis, es la COPE. El cura don Bernardo, Barriocanal, Rouco, Blázquez, José María García, José Antonio Abellán, César Vidal, Luis Herrero, Pedro J. Ramírez, Nemesio Fernández-Cuesta, José Manuel Lara, Aznar, Zapatero, Esperanza Aguirre, Gallardón, Polanco o Carod Rovira son, entre otros muchos, los personajes que entran y salen en este relato que se lee como una novela y tiene el peso de un acta notarial. Es también el curso más claro que se haya editado nunca sobre cómo se crean dos grandes programas de radio, La linterna y La mañana, que han convertido a Jiménez Losantos en el periodista más polémico y acaso más influyente de la España actual. Asimismo es la epopeya absurda y contradictoria de cómo la COPE ha podido sobrevivir a todas las operaciones para cerrarla -que continúan-, y por qué se ha convertido en la referencia fundamental de millones de españoles.
Ésta es una maravillosa saga de lealtades y traiciones, sustos y milagros, amenazas y certezas, ideas y valores, que tiene como fondo la gran crisis de España en el siglo XXI y la lucha eterna entre despotismo y libertad.
Federico Jiménez Losantos
De la noche a la mañana
El milagro de la COPE
ePUB v1.2
ePUByrm11.09.12
Título original:
De la noche a la mañana
Federico Jiménez Losantos, 10/2006
Editor original: ePUBrym (v1.0 a v1.1)
ePub base v2.0
E
l 2 de mayo de 1998, de la noche a la mañana, mi vida cambió. En realidad, había empezado a cambiar el 1 de mayo, uno de esos días madrileños de primavera capaces de curar cualquier invierno: cálidamente frescos al atardecer y frescamente tibios al anochecer, algo así como el Despotismo Ilustrado aplicado a la meteorología. Habíamos llegado al palacio de La Moncloa en el coche de Luis Herrero para cenar con el presidente del Gobierno, que nos había invitado esa misma tarde. Al día siguiente, Aznar tenía su primer día de gloria: viajaba a Bruselas para firmar un milagro: nuestra incorporación al sistema de moneda única europea, el euro. Al dejar el Poder el PSOE de Felipe González, tras más de trece años de Gobierno, España no cumplía ninguna de las condiciones de estabilidad financiera y presupuestaria para entrar en el euro. Sólo dos años después de la llegada del PP al Poder, y tras severas medidas de control del gasto público, las cumplía todas. El 2 de mayo de 1998 iba a inaugurarse oficialmente también la etapa de mayor prosperidad económica en la historia de España, pero esa noche tampoco lo sabíamos. Lo único que nos intrigaba era saber qué quería el Presidente.
La cena empezó cuando aún quedaban rastros de luz en las copas de los árboles. Ana Botella nos saludó con amable brevedad y subió a acostarse, porque quería estar fresca al día siguiente. En cambio, se quedó a cenar con nosotros José María, el hijo mayor del Presidente, con el que Luis tenía relación por los veranos de Oropesa. La hora de condumio transcurrió así entre oficiosidades y familiaridades, con abundantes referencias al Milagro del Euro que tanto nos había entusiasmado a los liberales, pero no por la moneda única, que no nos llenaba de alegría, sino por el control del gasto público y la lucha contra el déficit, garantía de prosperidad a medio plazo si además se bajaban los impuestos, como efectivamente sucedió. En
La linterna
de la COPE, que por entonces dirigía Luis y donde me dedicaba durante una hora larga a repasar los periódicos del día siguiente y al zafarrancho tertuliano, yo era uno de los más fogosos defensores de esa política económica genuinamente liberal e inédita en España desde el Cánovas anterior a 1898, el año de La Catástrofe, que en esas fechas se recordaba y que no lo fue tanto por la pérdida de las colonias como de los principios liberales. Huelga decir que esa referencia histórica, tan elogiosa como cierta, no molestaba nunca al Presidente, y esa noche tampoco. Parecía encantado con la silente participación de su primogénito en el alborozo intelectual que en algunos medios podía provocar su política económica.
Burla, burlando, llegó el helado de café. Y entre referencias a Von Mises y a los deportes náuticos en Oropesa, al Cánovas redivivo que nos daba de cenar y al deseado Sagasta capaz de asegurar desde el PSOE la continuidad de la nación y de la gestión económica —un perfil en el que no encajaba precisamente el nuevo candidato socialista, Borrell, con el que tres días después debía enfrentarse Aznar en el Parlamento—, su hijo hizo mutis escaleras arriba, tras las citas padelianas de rigor. El presidente del Gobierno se situó entonces al otro lado de un gigantesco habano. Y Luis y yo nos parapetamos tras dos descafeinados con leche, dispuestos a enterarnos, por fin, de
La Razón
de aquel encuentro.
Pronto se despejó la incógnita. Aznar estaba francamente molesto, qué digo molesto, verdaderamente enfadado; bueno, enfadado es poco; absolutamente indignado, pero indignado del todo, ilimitada, superlativa, apocalípticamente, con Antonio Herrero. No es que la COPE, donde nos habíamos refugiado los que por defender a Aznar como única alternativa lógica al felipismo fuimos despedidos en 1992 de Antena 3 Radio y Televisión, le ahorrara disgustos. Por ejemplo: nosotros dos habíamos criticado su olvido de las promesas de regeneración democrática en el caso de los papeles del CESID, y yo seguía censurando especialmente la decapitación de Vidal-Quadras en el PP de Cataluña. Pero esa crítica, aunque no la compartiera y la encontrara injustificada, podía comprenderla. En cambio, «lo de Antonio Herrero en
La mañana
» le resultaba «intolerable». Y una y otra vez, mientras cuidaba con eficacia sonámbula la combustión del habano, repetía la misma palabra: «Intolerable».
Yo recurrí al argumentario histórico: Antonio Herrero había sido la pieza clave del periodismo comprometido que, desde distintos medios de comunicación, mantuvo una crítica implacable a la corrupción y al crimen de Estado del felipismo. Tanto el
ABC
de Anson como el
Diario 16
de Pedro J. Ramírez, y, tras su defenestración por presiones del Gobierno del PSOE,
El Mundo
, tuvieron en el programa de Antonio Herrero (
El primero de la mañana
en Antena 3,
La mañana
en la COPE) el altavoz que ampliaba sus denuncias, la conciencia crítica que respaldaba sus argumentos, el lugar donde se refugiaban los damnificados por el felipismo para seguir políticamente vivos, la batería de tertulias que diariamente trataban de conmover la conciencia cívica. Sin la radio, sin aquella radio madrugadora e implacable de Antonio, cada periódico por su lado y todos en bloque no hubieran alcanzado la eficacia galvanizadora en la derecha moderna y la disuasión moral en cierta izquierda antigua que dejó de apoyar al PSOE.
El precio de esa crítica al felipismo —seguía repitiendo yo, como si Aznar, el gran beneficiario, no lo supiera— fue terrible: a la persecución profesional se unían las feroces campañas de difamación personal e incluso familiar a manos de Polanco y empresas satélites, como Zeta y
La Vanguardia
. En esos mismos días, tras el terrible episodio del vídeo de Pedro Jota (promovido desde el entorno de González y los GAL, con
El País
y la SER como altavoces del linchamiento social, del asesinato civil y profesional del director de
El Mundo
), el propio Antonio afrontaba una campaña implacable del PSOE, PRISA y un importante sector de la Conferencia Episcopal para echarlo de la COPE. La excusa, que no la razón, fue un desliz lamentable de Antonio comparando a la portavoz del Gobierno de González con Monica Lewinsky (el origen de la especie era el difunto Francisco Fernández Ordóñez, ministro en ese gabinete), por el que inmediatamente pidió perdón, y volvió a pedirlo durante días y días, por supuesto sin éxito. Para la izquierda era la ocasión de vengarse del pasado y, sobre todo, de acabar con el molesto presente de la COPE, cuya fuerza esencial era
La mañana
, un programa con casi dos millones de audiencia, según el hostil EGM, que competía eficazmente con el de Iñaki Gabilondo en la SER, como José María García en los deportes o Luis en
La linterna
. Sin Antonio en
La mañana
, nadie creía posible la supervivencia de la cadena. Y en esa situación de crisis profesional y de brutal acoso personal era increíble que viniera el presidente del Gobierno, precisamente José María Aznar, a criticar a Antonio Herrero.
—¡Es que no se puede oír! ¡Éstos —y señalaba la escalera por la que se había ido su hijo; supusimos que el otro no-oyente era Ana Botella— es que ya no le oyen!
—Bueno, pues que no le oigan. Se supone que esto es una democracia, ¿no? Que pongan a Luis del Olmo, Radio Nacional o, como le dije a Carlos Aragonés el otro día, poned todos el hilo musical, que es lo que os va. Así os enteraréis de lo que pasa.
—Te digo que es intolerable. Lo del CESID [escuchas ilegales en una sede de Batasuna] es intolerable. Las cosas que ha dicho Antonio son intolerables.
—Las que diga la SER hay que tolerarlas, claro. Lo que diga Antonio, no. ¡Que tengas a los chapuzas del GAL a las órdenes de Eduardo Serra: eso sí es intolerable!
Llegados a ese punto de bloqueo, yo no quería ver, o simplemente no veía, qué sentido tenía la discusión y, por ende, la cena, hasta que Luis, que por haber nacido en un gobierno civil tiene una percepción olfativa y hasta adivinatoria de la política, lo puso de manifiesto con toda crudeza:
—Mira, Presidente, antes de seguir, que el malentendido no quede entre nosotros: antes me colgarán del palo mayor que traicionar a Antonio.
Yo me quedé estupefacto. De pronto, todo —la cena, la discusión, el aire que olía a habano caro pero que se podía cortar con un cuchillo, la mirada rifeña del Presidente— cobraba un sentido dramático. Estuve a punto de corregir a Luis diciendo que Aznar no nos había dicho tanto, pero era evidente que de eso exactamente se trataba, porque bastaba una frase para deshacer el equívoco y el único que podía hacerlo no la pronunciaba. Luis todavía le dio otra oportunidad:
—No sé lo que pensará Federico. Yo hablo sólo por mí, pero desde aquí te digo que yo no voy a abandonar a Antonio. Pase lo que pase.