—El hecho de que hay hecho esos arreglos —dijo Fell lentamente —me dice que usted sabe el valor de lo que tiene entre manos. No creo que deje estallar la granada. Es una amenaza vana…
—Le aconsejo que no trate de probar esa teoría —dijo Mark, sin dejar de sonreír—. Después de cinco días de la hospitalidad de su medio hermano, estoy de un humor
verdaderamente hostil
. Lo que está en esa caja es valioso para usted. Para mí no. Sin embargo —respiró hondo—, usted tiene algunas cosas que sí son valiosas para mí, barón. Negociemos.
Fell se mordió el labio inferior y miró los ojos brillantes de Mark.
—Escucho —dijo por fin.
Mark asintió. Un par de Duronas se apresuraron a traer sillas para Fell y Miles; los guardaespaldas se quedaron de pie. Los guardias de Fell parecían estar meditando profundamente mientras miraban a la caja y a su amo; los Dendarii los miraban a ellos. Fell se acomodó con aire formal, medio sonriente, la mirada intensa.
—¿Té? —preguntó Azucena.
—Gracias —dijo el barón. Los dos niños Durona se apresuraron a salir cuando ella se lo indicó. Había empezado el ritual. Miles estaba sentado, inquieto, con los dientes apretados. Fuerte. No sabía lo que estaba pasando pero fuera lo que fuese, no le habían informado. El espectáculo era de Mark, eso estaba claro. Pero él no estaba totalmente seguro de que Mark estuviera del todo cuerdo en ese momento. Era inteligente, de eso no le cabía la menor duda, pero no sabía si estaba cuerdo. El barón Fell parecía estar llegando a la misma conclusión y miraba directamente a su anfitrión del otro lado de la mesa de té.
Los dos esperaron en silencio a que llegara el té, y mientras tanto se estudiaron mutuamente. El niño trajo la bandeja y la colocó junto a la horrenda caja. La muchacha sirvió sólo dos tazas. El mejor té verde japonés importado por Azucena para Mark y el barón, ofrecido con galletitas.
—No —dijo Mark al ver las galletitas y su voz tenía un tono de asco—, gracias.
El barón se sirvió dos y mordisqueó una. Mark empezó a levantar la taza de té con la mano izquierda pero le temblaba demasiado el pulso y apoyó de nuevo la taza con rapidez en el platito que esperaba en el apoyabrazos del sillón de Azucena. Por suerte no llegó a caérsele. La chica se deslizó rápidamente hacia él y levantó la taza hasta sus labios; él bebió y asintió con la cabeza para dar las gracias, y ella volvió a acomodarse con la taza junto a su rodilla izquierda para volver a servirle cuando él se lo pidiera.
Está mucho más lastimado de lo que quiere demostrar
, pensó Miles con el estómago frío. El barón miró la mano izquierda de Mark que temblaba en el aire, y luego miró la derecha y se movió en su silla, inquieto.
—Barón Fell —dijo Mark—, creo que usted estará de acuerdo conmigo en que el tiempo es fundamental. ¿Empiezo?
—Por favor.
—En esa caja —Mark hizo un gesto hacia la mano separada del cuerpo—, está la clave de la Casa Ryoval. Es la llave-código de Ry Ryoval —dijo, y se echó a reír ruidosamente; después hizo un gesto a la muchacha para que le diera otro trago de té. Cuando volvió a controlar la voz, siguió diciendo —: Las llaves-código personales del fallecido barón Ryoval están incrustadas en el cristal de anillo. Ahora bien, la Casa Ryoval tiene una estructura administrativa muy peculiar. Decir que Ry Ryoval era un monstruo paranoico sería quedarse muy corto. Pero Ryoval está muerto, y ha dejado a sus subordinados distribuidos sin dirección, en lugares aislados y sin órdenes. Cuando los rumores de su muerte lleguen a todos esos lugares, quién sabe cómo reaccionarán. Ya han visto un ejemplo.
» Dentro de un par de días, todos los buitres estarán volando sobre el cadáver de la Casa Ryoval. La posesión es mucho más que el noventa por ciento de la ley que no existe en este lugar. La Casa Bharaputra tiene intereses muy semejantes a los que tenía la Casa Ryoval. Y estoy seguro de que usted puede imaginarse a otros, barón.
Fell asintió.
—Pero un hombre que tuviera las llaves-código de Ryoval en su mano,
hoy mismo
, tendría una ventaja considerable sobre los demás —siguió Mark—. Particularmente si tuviera bastante personal como para darle apoyo. Sin los retrasos que le reportaría tener que romper uno por uno los códigos de Ryoval, usted podría estar en posición de controlar la mayor parte de las posesiones actuales de la Casa Ryoval, de arriba abajo en lugar de una por una estilo rompecabezas. Agreguemos a eso una bien conocida relación de sangre para dar legitimidad a sus reclamaciones, y creo que la mayor parte de la competencia desaparecería sin necesidad de costosas confrontaciones.
—El anillo llave-código de mi medio hermano no es suyo. No puede usted negociar con él —dijo Fell con frialdad.
—Ah, sí que es mío —dijo Mark—. Me lo gané. Lo controlo. Puedo destruirlo. Y —se pasó la lengua por los labios; la muchacha levantó la taza de nuevo —pagué caro por él. Si no fuera por mí, usted no tendría esta oportunidad exclusiva. Exclusiva hasta el momento, claro.
El barón hizo un pequeño gesto de conformidad.
—Siga.
—¿Cuál diría usted que es el valor del Grupo Durona comparado con el de las posesiones actuales de la Casa Ryoval? Proporcionalmente.
El barón frunció el ceño.
—Un veintavo. Un treintavo, tal vez. La Casa Ryoval tiene más propiedades inmuebles. El valor de la propiedad… eh… intelectual es más difícil de calcular. La Casa y el Grupo se especializan en temas biológicos diferentes…
—Dejando de lado las propiedades inmuebles. La Casa Ryoval es claramente más valiosa: instalaciones, tecnos, esclavos; lista de clientes; cirujanos; especialistas en genética.
—Sí, en eso estamos de acuerdo.
—Entonces, negociemos. Le daré la Casa Ryoval a cambio del Grupo Durona, más un valor igual al diez por ciento de la Casa Ryoval en créditos al portador.
—Diez por ciento. El sueldo del intermediario —dijo Fell, mirando a Azucena. Azucena sonrió y no dijo nada.
—Solamente eso —aceptó Mark—. Sería barato al doble del precio y mire usted qué coincidencia, es lo que usted perdería sin las ventajas de la llave-código de Ry Ryoval.
—¿Y qué haría usted con todas estas damas, si las tuviera, Mark?
—Lo que yo… deseara… Deseara, sí, no quisiera. Me gusta más esa palabra.
—¿Está pensando en establecer su propio negocio en Jackson's Whole, barón Mark?
Miles se quedó helado, aterido con esa nueva visión.
—No —suspiró Mark—. Deseo, sí, deseo irme a casa, barón. Es un deseo profundo. Voy a darle el Grupo Durona a… al Grupo Durona. Y usted las dejará sin molestarlas, sin perseguirlas, a donde ellas… deseen. Escobar, ¿eh, Azucena? —Levantó la vista hacia Azucena, que lo miró sonriente.
—Eso me parece sumamente extraordinario, extraño —murmuró el barón—. Creo que usted está loco.
—Ah, barón. No tiene ni idea de lo loco que estoy. —Una risita rara escapó de los labios de Mark. Si estaba actuando, era la mejor actuación que Miles había visto en su vida, incluidos los vuelos más salvajes de su propia imaginación estratégica.
El barón se quedó sentado, con los brazos cruzados. Tenía la expresión pétrea, hundido en sus pensamientos. ¿Decidiría intentar engañarlos o atacarlos? Miles empezó a calcular frenéticamente las opciones frente a un fuego repentino: los Dendarii en cubierta, SegImp en órbita, él mismo y Mark en situación de riesgo,
la mira iluminada de un arma de proyectiles
… Dios, qué desastre…
—Diez por ciento —dijo el barón por fin —
menos
el valor del Grupo Durona.
—¿Quién calcula el valor de la propiedad intelectual, barón?
—Yo. Y se van inmediatamente. Tienen que dejar aquí las propiedades, las notas, los archivos, los experimentos en marcha. Intactos.
Mark echó una mirada a Azucena: ella se inclinó y le susurró al oído.
—El Grupo Durona tiene derecho a hacer un duplicado de los archivos técnicos. Y el derecho a llevarse todos los artículos personales como ropa y libros.
El barón miró al techo, pensativo.
—Pueden llevarse lo que pueda llevarse cada una. No más. Pero no pueden hacer un duplicado de los archivos técnicos. Y las cuentas de crédito siguen siendo mías. Como siempre.
Azucena frunció las cejas. Otra conversación con Mark en susurros… Él rechazó una objeción y señaló hacia la órbita. Ella asintió finalmente.
—Barón Fell —suspiró Mark —es un Trato.
—Es un Trato —confirmó Fell, mirándolo con una leve sonrisa.
—Mi mano —dijo Mark. Respiró hondo, dio vuelta a la caja de control y giró un botón del otro lado. La volvió a poner sobre el apoyabrazos del sillón y sacudió los dedos, que le temblaban.
Fell se estiró en la silla, distendiéndose. Los guardias se relajaron. Miles casi se derritió en un charquito.
Mierda, ¿qué hicimos?
Cuando Azucena dio la orden, doctoras Durona de varias clases se reunieron corriendo.
—Ha sido muy entretenido negociar con usted, Mark. —Fell se puso de pie—. No sé dónde está la casa a la que quiere volver, pero si necesita trabajo, venga a verme de nuevo. Yo podría ocuparle como agente en mis asuntos galácticos. Su sentido del tiempo es… elegante y muy malvado.
—Gracias, barón —asintió Mark—. Lo tendré en cuenta por si fracasa alguna de mis otras opciones.
—Su hermano también —agregó Fell, después de repensarlo—. Suponiendo que se recupera por completo, claro está. Un comandante más activo en combate podría ser muy útil para mis tropas.
Miles se aclaró la garganta.
—Las necesidades de la Casa Fell son defensivas, sobre todo. Prefiero el tipo de misiones más agresivas de los Dendarii —dijo.
—Tal vez de ahora en adelante haya trabajo de asalto en mi Casa —dijo Fell, los ojos vagos y distantes.
—¿Piensa usted conquistar el mundo? —preguntó Miles.
¿El Imperio Fell?
—La adquisición de la Casa Ryoval va a poner a la Casa Fell en una interesante posición de desequilibrio —dijo Fell—. Una política de expansión ilimitada, y manejar a la oposición que siempre resulta de esas cosas no valdría la pena por cinco años de gobierno… Pero si uno fuera a vivir durante otros cincuenta años, digamos, podría encontrar trabajo mucho más interesante para un oficial militar de calidad… —Fell levantó una ceja mirando a Miles.
—No, gracias. —
Y les deseo a ustedes toda la dicha posible
.
Mark miró a Miles con los ojos llenos de una luz felina de regocijo.
Qué solución extraordinaria la de Mark, pensó Miles. Qué Trato. ¿Entonces un jacksoniano podía desafiar su educación uniéndose al bando de los ángeles, hacerse rebelde adoptando la incorruptibilidad? Al parecer sí.
Creo que mi hermano es más jacksoniano de lo que cree. Un jacksoniano renegado. Alucino
.
Fell hizo un gesto y uno de los guardaespaldas levantó con cuidado la caja transparente. Fell se volvió hacia Azucena.
—Bueno, vieja hermana. Has tenido una vida interesante.
—Todavía la tengo —sonrió Azucena.
—Por poco tiempo.
—Suficiente para mí, muchachito ambicioso. Así que éste es el final del camino. La última parte de nuestro pacto de sangre. ¿Quién lo hubiera imaginado hace todos esos años cuando salíamos juntos de los abismos de Ryoval?
—Yo no —dijo Fell. Se abrazaron—. Adiós, Azucena.
—Adiós, Georie.
Fell se volvió a Mark.
—El Trato es el Trato. Y es por mi Casa. Esto es por mí. Por los viejos tiempos. —Sacó una mano gruesa—. ¿Puedo darle la mano, señor?
Mark parecía sorprendido e indeciso. Azucena asintió. Él dejó que la mano del barón estrechara la suya.
—Gracias —dijo Georish Stauber, sinceramente. Levantó el mentón y desapareció por el tubo elevador.
—¿Crees que respetará el Trato? —le preguntó Mark a Azucena en una voz suave, preocupada.
—Lo suficiente. Durante los próximos días, va a estar demasiado ocupado asimilando su nueva adquisición. Eso le va a ocupar todos sus recursos y tal vez más. Y después será demasiado tarde. Lo va a lamentar, eso sí. Pero seguirnos, vengarse, no. Es suficiente. No necesitamos otra cosa. —Le acarició el cabello con cariño—. Tú descansa ahora. Toma más té. Vamos a estar muy ocupadas durante un tiempo. —Se volvió para reunir a las jóvenes Durona—. ¡Gorrión! ¡Violeta! Venid enseguida… —Se alejó con ellas hacia el interior de sus habitaciones.
Mark se sintió de pronto muy cansado. Hizo una mueca al coger la taza de té, la cambió de mano y la levantó indeciso antes de bebérsela.
Elli tocó el casco de su media-armadura, escuchó atentamente y dejó escapar una súbita risita.
—El comandante de SegImp en la Estación Dyne en línea. Dice que llegaron los refuerzos y que adónde los manda.
Miles y Mark se miraron. Miles no sabía lo que estaba pensando Mark pero las respuestas que se le ocurrían a él eran de lo más obsceno.
—A casa —dijo Mark por fin—. Y ya que van, que nos lleven.
—Tengo que volver a la flota Dendarii —dijo Miles apremiante—. Ah… ¿dónde están, Elli?
—Van a encontrarse en Escobar desde Illyrica, pero tú, señor, no vas a acercarte allí hasta que Medicina de SegImp te dé el alta para la actividad —dijo ella con firmeza—. La flota está bien. Tú no. Illyan me va a arrancar las orejas si no te mando directo a casa. Y además, está lo de tu padre.
—¿Qué pasa con mi padre? —preguntó Miles. Elena había empezado a decirle algo… De pronto, un escalofrío de terror le recorrió el cuerpo. Una visión caleidoscópica de asesinatos, enfermedades mortales y complots políticos rodó por su mente. Para no mencionar accidentes en coches aéreos.
—Tuvo un importante ataque de coronarias cuando yo estaba allí —dijo Mark—. Cuando me fui, lo tenían sujeto a la cama en el Hospital Militar del Imperio, esperando un trasplante de corazón. Seguramente, ahora le están operando.
—¿Tú estabas allí? —¿Y qué le hiciste? Miles sintió que acababan de hacerle una inversión de polos magnéticos—. ¡Tengo que volver a casa!
—Es lo que acabo de decir —dijo Mark, cansado—. ¿Para qué crees que vinimos hasta aquí? Vinimos para arrastrarte a casa, no para disfrutar de las vacaciones gratis en el hotel de lujo de Ryoval. Mamá cree que soy el heredero de los Vorkosigan. Puedo manejar a Barrayar, creo yo, pero te aseguro que eso no lo manejo.
Era demasiado, demasiado rápido. Miles se sentó y procuró calmarse antes de que le diera otra convulsión. Ése era exactamente el tipo de debilidad que podía sacarlo a uno de servicio en SegImp si no se tenía cuidado con los testigos. Había supuesto que las convulsiones eran un factor transitorio de la recuperación. ¿Y si eran un efecto permanente? Ah, Dios…