—Tiene
entrenamiento
, Miles. Lo entrenaron para matar a tu padre que es más grande que Ryoval y tiene años de experiencia en combate.
—Sí, pero nunca pensé… ¿cuándo estuvo Mark en Vorbarr Sultana? —
Sorprendente lo fuera de onda que puede estar uno con sólo dos o tres meses de muerto
. Por primera vez controló el impulso de recuperar inmediatamente su puesto de comandante.
Un maníaco con tres cuartos de su memoria y convulsiones permanentes es justo lo que queremos, claro. Para no mencionar que me quedo sin aliento todo el tiempo
.
—Ah… y lo de tu padre. Debería decirte… no, tal vez sea mejor que espere un poco. —Elena lo miró, preocupada.
—¿Qué pasa con…? —Lo interrumpió un ruido en el canal de comu de Iverson, que el teniente le había dado como cortesía—. ¿Sí, teniente?
—Almirante Naismith. El barón Fell está en la entrada. Con un escuadrón doble. Dice que… que viene a buscar al cuerpo de su medio hermano muerto… Es el pariente más cercano.
Miles silbó en silencio e hizo una mueca.
—¿Ah, sí? Bueno, tengo una idea. Déjelo entrar con un guardaespaldas. Sólo uno. Y hablaremos. Tal vez sepa algo. Pero no deje entrar al escuadrón. Aún no.
—¿Le parece prudente?
¿Cómo diablos voy a saberlo?
—Claro.
Unos minutos después, el barón Fell entró, bufando, escoltado por uno de los hombres contratados por Iverson y flanqueado por un guardia grande vestido de verde. La cara redonda del barón estaba levemente más rosada que de costumbre por el esfuerzo, pero fuera de ese detalle, tenía el mismo aspecto de abuelo regordete de siempre, y rezumaba el habitual buen humor, falso y peligroso.
—Barón Fell. —Miles hizo un gesto de saludo—. Me alegro de verle de nuevo.
Fell también inclinó la cabeza.
—Almirante. Sí, supongo que ahora todo tiene buen aspecto para usted. Así que realmente era usted el que recibió el disparo de Bharaputra. Su clon hizo un excelente trabajo cuando fingió ser usted, después. Tengo que reconocerlo. Aumentó mucho la confusión de una situación ya sumamente confusa…
¡Ay!
—Sí. ¿Y qué lo trae por aquí?
—Negocios —afirmó Fell, es decir, en jacksoniano:
usted primero
.
Miles aceptó.
—El fallecido barón Ryoval me trajo aquí en un volador con dos de sus guardaespaldas, también fallecidos. Encontramos las cosas como usted las ve. Yo… bueno… neutralicé a los guardias a la primera oportunidad. La forma en que llegué a sus manos es una historia más complicada. —Es decir,
Es todo lo que voy a darle hasta que usted también me dé algo
.
—Hay algunos rumores extraordinarios sobre mi querido y fallecido herma… está fallecido, ¿verdad?
—Ah, sí. Dentro de un momento podrá verlo.
—Gracias. Mi querido y fallecido medio hermano. Su muerte. Me llegó uno de esos rumores de primera mano.
Un antiguo empleado de Ryoval huyó directamente hacia él y se ofreció como informante. Correcto
.
—Espero que su virtud fuera recompensada.
—Lo será, apenas me asegure de que dijo la verdad.
—Bueno. ¿Por qué no va a verlo, entonces? —Tuvo que levantarse de la silla. Lo consiguió con dificultad y llevó al barón al salón. Lo siguieron el guardaespaldas de la Casa Fell y los Dendarii.
El gran guardaespaldas miró preocupado a la sargento Taura, que se alzaba sobre él.
Ella le sonrió, los colmillos brillantes.
—Hey, hola. Eres guapo, ¿sabes? —le dijo. Él retrocedió, acercándose más a su señor.
Fell se apresuró a aproximarse al cuerpo, se arrodilló a su derecha y levantó la muñeca sin mano.
—¿Quién hizo esto? —preguntó contrariado.
—No lo sabemos todavía —dijo Miles—. Lo encontré así.
—¿Exactamente así? —Fell le echó una mirada.
—Sí.
Fell miró los agujeros negros en la frente del cadáver.
—Quienquiera que haya hecho esto, sabía lo que hacía. Quiero encontrar al asesino.
—¿Para… vengar la muerte de su hermano? —preguntó Elena con cautela.
—No. ¡Quiero ofrecerle un puesto! —Fell soltó una carcajada, alegre—. ¿Se da cuenta de la cantidad de gente que estuvo intentando esto durante años?
—Tengo una idea —dijo Miles—. Si usted puede ayudar…
En la otra habitación sonó la comuconsola medio asesinada de Ryoval.
Fell alzó los ojos, atento.
—Nadie puede llamar aquí sin la llave-código —afirmó, y se puso de pie. Miles apenas si consiguió llegar primero al estudio y deslizarse en la silla de la comuconsola.
Activó el monitor de vídeo.
—¿Sí? —Y casi se cayó de la silla de nuevo.
La cara regordeta de Mark se formó sobre el monitor. Parecía que acababa de salir de una ducha, la cara limpia, el cabello mojado y tirado hacia atrás. Tenía puesto un traje gris tejido como el de Miles. Unos moretones azules, que se estaban poniendo verdosos y amarillos en los bordes, hacían que la piel que se veía pareciera una colcha de retazos, pero los ojos estaban abiertos y muy brillantes. Y tenía las orejas en su lugar.
—Ah —dijo alegremente—, estás ahí. Lo supuse. ¿Ya sabes quién eres?
—¡Mark! —Miles casi se arrastraba a través de la imagen de vídeo—. ¿Estás bien?
¿Dónde coño estás?
—Veo que ya lo sabes. Me alegro. Estoy con Azucena Durona, Miles. Qué lugar. Qué mujer. Me dejó darme un baño. Me puso la piel de nuevo. Me arregló el pie. Me dio un relajante muscular para la espalda. Con sus propias manos me hizo servicios médicos que son demasiado íntimos y asquerosos para describírtelos aunque de lo más necesarios, y me sostuvo la cabeza mientras yo aullaba. ¿Ya te hablé del baño? La amo y me quiero casar con ella.
Todo eso con tal entusiasmo que Miles empezó a pensar que todo era una broma.
—¿Qué estás tomando? —preguntó receloso.
—Calmantes. Toneladas y toneladas de calmantes. ¡Ah, es maravilloso! —Le hizo una enorme sonrisa a Miles—. Pero no te preocupes, tengo la cabeza totalmente despejada. Es el baño. Estaba más o menos entero hasta que me bañé. Eso me descontroló. ¿Sabes lo fabuloso que puede ser un baño cuando estás lavándote de…? No, no importa.
—¿Cómo saliste de aquí? ¿Cómo llegaste a la Clínica Durona? —preguntó Miles impaciente.
—En el volador de Ryoval. La llave-código funcionó.
Detrás de Miles, el barón Fell respiró profundamente.
—Mark —se inclinó sobre el receptor de vídeo con una sonrisa—, ¿podría comunicarme con Azucena, por favor?
—Ah, barón Fell —dijo Mark—. Qué bien. Iba a llamarlo. Quiero invitarlo a tomar el té aquí, en casa de Azucena. Tenemos mucho de qué hablar. Tú también, Miles. Y trae a
todos
tus amigos. —Mark lo miró con ojos inteligentes, que decían mucho.
En silencio, Miles se inclinó y apretó el botón de «alerta» en la unión de comu con Iverson.
—¿Por qué, Mark?
—Porque los necesito. Mis tropas están demasiado cansadas para seguir trabajando.
—¿Tus tropas?
—Por favor, haz lo que te pido. Porque yo te lo pido. Porque me lo debes —agregó Mark en una voz tan baja que Miles tuvo que hacer un esfuerzo para poder oír. Los ojos de Mark brillaban, casi quemaban. Una chispa breve.
Fell musitó.
—La usó. Tiene que saber… —Se inclinó otra vez y le dijo a Mark —: ¿Sabe lo que tiene en… ah… la mano, Mark?
—Ah, barón. Sé lo que estoy haciendo. No sé por qué hay tanta gente a la que le cuesta tanto trabajo creerlo —agregó en un tono dolido—.
Sé exactamente
lo que estoy haciendo. —Después se rió. Era una risa muy perturbadora, nerviosa y demasiado alta.
—Déjeme hablar con Azucena.
—No. Venga y hable con ella aquí. —dijo Mark con petulancia—. De todos modos, es conmigo con quien quiere hablar. —Miró a Fell directamente a los ojos—. Le prometo que le va a resultar muy beneficioso.
—Creo que sí que quiero hablar con usted —murmuró Fell—. De acuerdo.
—Miles. Estás en el estudio de Ryoval. —Mark lo miró a la cara buscando algo, pero luego asintió para sí mismo, como satisfecho—. ¿Elena está ahí?
—Sí…
Elena se inclinó hacia adelante desde el otro lado de Miles.
—¿Qué quieres, Mark?
—Quiero hablar contigo un momento. Guardaespaldas. En privado. ¿Puedes hacer que se vayan todos los demás, por favor? Todos.
—No puede ser —empezó Miles—. ¿Guardaespaldas? ¿Mujer? ¿Con juramento? No puede ser.
—Técnicamente supongo que no, ahora que estás vivo de nuevo —dijo Mark. Sonrió con tristeza—. Pero quiero que me haga un servicio. Es lo primero y lo último que pido. En privado, Elena.
Elena miró alrededor.
—Todo el mundo afuera. Por favor, Miles. Esto es entre Mark y yo.
—¿Guardaespaldas personal? —musitó Miles, dejándose llevar al corredor—. ¿Cómo puede…? —Elena cerró la puerta y se quedó dentro. Miles llamó a Iverson para tratar de un transporte y otras cosas. La carrera entre él y Fell todavía era amable, aunque claramente era una carrera.
Elena emergió al cabo de unos minutos. Tenía la cara tensa.
—Vete a la Clínica Durona. Mark me ha pedido que le busque algo. Os alcanzo más tarde.
—Entonces, recoge todos los datos que puedas para SegImp —dijo Miles, que se sentía un poco superado por el ritmo de los acontecimientos. De alguna forma, ya no parecía estar al mando—. Le diré a Iverson que te dé mano libre. Pero… ¿guardaespaldas? ¿Quiere decir lo que yo creo que quiere decir? ¿Cómo puede…?
—Ahora no significa nada. Pero le debo mucho a Mark. Todos le debemos mucho. Él mató a Ryoval…
—Estaba empezando a darme cuenta de que ésa era la única explicación. Pero sigo sin ver cómo.
—Él dice que con las dos manos atadas a la espalda, y yo le creo. —Elena giró otra vez en redondo, hacia el departamento de Ryoval.
—¿Y ése era Mark? —musitó Miles mientras caminaba en dirección contraria. No podía haber tenido otro hermano clon mientras estaba muerto, ¿o sí?—. No sonaba a Mark. En primer lugar, parecía contento de verme. ¿Ése es Mark?
—Ah, sí —dijo Quinn—. Es Mark, te lo aseguro.
Él apresuró el paso. Hasta Taura tuvo que alargar sus zancadas para alcanzarlo.
El pequeño transbordador personal de los Dendarii mantuvo la misma velocidad que el transbordador grande del barón Fell: llegaron a la clínica del Grupo Durona casi simultáneamente. Un transbordador de la Casa Dyne que pertenecía provisionalmente a SegImp esperaba al otro lado de la calle, junto a un pequeño parque. Esperaba solamente.
Mientras hacían el primer círculo para aterrizar, Miles le preguntó a Quinn, quien pilotaba la nave:
—Elli… si estuviéramos volando en un volador o coche aéreo o algo así y yo te ordenara que te estrellaras, ¿lo harías?
—¿Ahora? —preguntó Quinn, alerta. El transbordador se tambaleó.
—¡No! Ahora no. Quiero decir, en teoría. ¿Obedecerías sin hacer preguntas, casi instantáneamente?
—Bueno, supongo que sí. Después preguntaría, claro. Probablemente cuando tuviera mis manos alrededor de tu cuello.
—Lo suponía —Miles se sentó de nuevo, satisfecho.
Se encontraron con el barón Fell en la entrada, donde los guardias se preparaban para abrir un portal en la pantalla. Fell frunció el ceño cuando vio a los tres Dendarii en armadura detrás de Miles, que seguía en su traje gris de tejido. Bel, Quinn y Taura.
—Es mi instalación. —Señaló hacia delante. Su par de hombres de verde los miraron serios.
—Ellos son mis guardaespaldas —dijo Miles —y los necesito mucho en estos sitios. Creo que eso está demostrado… Su pantalla de fuerza parece tener fallos de funcionamiento.
—A
él
ya le arreglaron las cuentas —dijo Fell, con amargura—. Eso no volverá a pasar.
—Aun así. —Y, como una concesión, Miles señaló el transbordador en el aparcamiento—. Mis otros amigos van a esperar fuera.
Fell frunció el ceño, pensativo.
—De acuerdo —dijo por fin. Lo siguieron al interior. Halcón salió a recibirlos, se inclinó frente al barón y los escoltó formalmente a través de una serie de tubos elevadores hacia el departamento de Azucena Durona.
Lo que vieron, pensó Miles, cuando llegó por encima del riel de cromo, podía definirse como «espectáculo». Todo arreglado, como un escenario.
Mark era el centro. Estaba sentado cómodamente en el sillón de Azucena Durona, el pie vendado sobre una almohada de seda colocada en la mesita baja. Rodeado de doctoras Durona. Azucena misma, el cabello blanco trenzado como una corona sobre su cabeza, de pie a la derecha de Mark, inclinada y divertida sobre el sillón, sonriendo benéficamente por encima de todo. Halcón se colocó a la izquierda. La doctora Crisan, la doctora Peonía, y la doctora Rosalía a la izquierda. La doctora Crisan tenía un gran extintor en las rodillas. Rosa no estaba allí. La ventana ya estaba arreglada.
En el centro de la mesa había una caja transparente. Encima de ella estaba una mano con un gran anillo de plata adornado con lo que parecía un cuadrado de ónice negro.
El aspecto físico de Mark perturbaba a Miles. Se había preparado para ver traumas de torturas terribles, pero Mark estaba cubierto del cuello a los tobillos con un traje tejido y gris como el suyo. Sólo los moratones en la cara y el vendaje en el pie hablaban de sus actividades de los últimos cinco días. Pero tenía el cuerpo y la cara extrañamente inflados, un aspecto muy poco saludable, el vientre impresionante, más grande que el de la figura rechoncha en uniforme Dendarii que había visto en esa misma habitación hacía apenas unos días y mucho más que el casi duplicado de sí mismo que había tratado de rescatar del ataque al criadero de clones hacía cuatro meses. En otra persona, el barón Fell por ejemplo, esa casi obesidad no le hubiera hecho ni parpadear pero en Mark… ¿podía ese gordo ser Miles mismo, si alguna vez aflojaba la marcha? Sintió unos deseos enormes de jurar que nunca volvería a comer un postre. Elli lo miraba francamente asqueada y horrorizada.
Mark sonreía. Tenía una pequeña caja de control bajo la mano derecha. El dedo índice apretaba un botón.
El barón Fell vio la caja que contenía la mano y empezó a caminar hacia ella, exclamando:
—¡Ah!
—Alto —dijo Mark.
El barón se detuvo.
—¿Sí? —dijo preocupado.
El objeto en el que usted se interesa está en esta caja sellada. El otro objeto que hay en la caja es una pequeña granada térmica. A control remoto. —Levantó la mano con el control en ella—. Y lo controlo yo. Si levanto el dedo… Hay un segundo control en manos de otra persona, en otra habitación. Si me bloquea usted o me salta encima, la granada se dispara. Asústeme y tal vez suelte el control. Cánseme y tal vez me aburra de sostenerlo. Disgústeme lo suficiente, y tal vez lo suelte sólo para molestarlo a usted.