—¿Te gustaría montarlo? —ofreció—. Aunque no lo han trabajado mucho últimamente, seguro que está bien.
—No, gracias —se ahogó Mark—. En otro momento, tal vez.
—Ah.
Caminaron a lo largo de la alambrada con Ninny a su altura al otro lado, hasta que las esperanzas del caballo desaparecieron en el rincón del campo, donde la alambrada lo obligó a quedarse atrás. Relinchó cuando se alejaban, un sonido extraordinariamente triste. Los hombros de Mark bajaron como si alguien le hubiera dado un golpe. El conde sonrió, pero el intento le debió de parecer tan torpe como realmente fue porque la sonrisa se borró inmediatamente. Miró de nuevo por encima del hombro.
—El viejo tiene más de veinte. Está cerca del límite ya, para un caballo. Estoy empezando a identificarme con él.
Iban hacia el bosque.
—Hay un sendero para montar… da vuelta hacia un lugar desde donde se ve la casa. Hacíamos picnics allí arriba. ¿Te gustaría verlo?
Una caminata. Mark no tenía ganas pero ya había rechazado la invitación del conde para que montara a caballo. No se atrevía a negarse dos veces, el conde pensaría que era un… maleducado.
—De acuerdo. —Nada de guardaespaldas ni de SegImp a la vista. El conde se había esforzado por crear ese momento en privado. Mark se encogió. Charla íntima a la vista.
Cuando llegaron al borde del bosque, oyó el sonido de las primeras hojas del suelo entre sus pies, y olió el perfume, orgánico pero agradable. Pero el ruido no llegaba a llenar el silencio. El conde, a pesar de su falsa tranquilidad campestre, estaba duro y tenso. Sin equilibrio. Nerviosísimo, Mark dejó escapar un:
—La condesa le pidió que hiciera esto, ¿verdad?
—No. En realidad —dijo el conde—… sí.
Una respuesta muy ambigua y seguramente cierta.
—¿Alguna vez va a perdonar a los de Bharaputra el disparo equivocado contra el almirante Naismith?
—Probablemente no. —La voz del conde era tranquila, nada agresiva.
—Si hubiera sido al revés… si ese hombre le hubiera metido un tiro al de la izquierda… ¿SegImp estaría cazando mi crío-cámara ahora? —Y Miles, ¿habría sacado de la cámara a Phillipi para poner a Mark?
—Como en ese caso, Miles sería SegImp del área, supongo que la respuesta es sí —murmuró el conde—. Como yo no te hubiera conocido, mi interés sería probablemente más… académico. Tu madre habría sido como Miles —agregó, pensativo.
—Seamos honestos —dijo Mark con amargura.
—No podemos construir nada que dure sobre ninguna otra base —dijo el conde con sequedad. Mark se puso rojo y gruñó. Estaba de acuerdo.
El sendero corría junto a un arroyo, luego cortaba sobre una elevación por encima de algo que parecía una quebrada o un desaguadero, llenos de rocas sueltas y caídas. Por suerte, después de eso no había cambios de altura por un tiempo, y el sendero se abría y volvía a abrirse entre los árboles. Algunas vallas para caballos, troncos cortados y arbustos, aparecían de vez en cuando a los lados; los senderos pasaban de lado o por encima, como quisiera el jinete. ¿Por qué estaba tan seguro de que Miles siempre elegía saltarlas? Tenía que admitirlo, había algo tranquilo, primordial en los bosques: los dibujos del sol y la sombra, los altos árboles terrestres y nativos y los arbustos importados creaban una ilusión de soledad infinita. Alguien que no hubiera sabido algo más sobre las técnicas de terraformación hubiera imaginado que todo el planeta era esa selva sin gente. Giraron hacia una senda doble más ancha, donde podían caminar a la par.
El conde se mojó los labios.
—En cuanto a esa crío-cámara…
la cabeza de Mark se alzó como la del caballo cuando olía el azúcar. SegImp no le hablaba, el conde tampoco le había hablado del tema hasta el momento; medio loco por el vacío de información, finalmente se había derrumbado y había ido a preguntarle a la condesa, aunque la decisión le había costado una enormidad. Pero ella tampoco podía informarle. SegImp había determinado los nombres de unos cuatrocientos lugares a los que la crío-cámara NO había llegado. Un comienzo. Cuatrocientos lugares menos, el resto del universo en veremos… imposible, inútil, absurdo…
—SegImp la ha encontrado. —El conde se frotó la cara.
—¡Qué! —Mark se detuvo en seco—. ¿La tienen? ¡Mierda! ¡Entonces ya se ha terminado! ¿Adónde… por qué usted no? —Se mordió la lengua cuando se le ocurrió que probablemente había surgido una buena razón por la que el conde no se lo había dicho inmediatamente. No estaba muy seguro de querer oírla. La cara del conde estaba desolada.
—Estaba vacía.
—Ah. —Qué manera más estúpida de reaccionar. Ah. Lo único que se le había ocurrido decir era
Ah
. Se sentía increíblemente estúpido —¿Cómo? No entiendo. —Se había imaginado miles de finales, pero nunca ése. ¿Vacía?—. ¿Dónde?
—El agente de SegImp la encontró en un inventario de ventas de una compañía de suministros en el Centro Hegen. Limpia y reacondicionada.
—¿Y están seguros de que es la misma?
—Si las señales de identificación que nos dieron la capitana Quinn y los Dendarii son correctas, es ésa. El agente es uno de nuestros muchachos más brillantes y se limitó a comprarla, sin ruido ni alharaca. La mandaron por correo rápido a los cuarteles generales de SegImp en Komarr para que los forenses hagan un buen análisis. Aunque parece que no hay mucho que analizar.
—Pero es una pista, un rastro por fin. La compañía de suministros tiene que tener registros… SegImp debería poder rastrearla hasta el momento en que…
—Sí y no. El rastro se pierde un paso más atrás de la compañía de suministros. El carguero independiente que la trajo tiene varios cargos por comerciar con objetos robados.
—¿De Jackson's Whole? ¡Ah, pero eso hace que el área de probabilidades sea mucho más pequeña!
—Mmm. Hay que recordar que el Centro Hegen es exactamente eso, un centro. La posibilidad de que la crío-cámara llegara al Imperio Cetagandano desde Jackson's Whole y luego saliera otra vez vía el Centro Hegen es… remota pero real…
—No. ¿Y el tiempo?
—El tiempo sería escaso, pero posible. Illyan lo calculó. El tiempo limita el área de búsqueda a sólo… nueve planetas, diecisiete estaciones y todas las naves en ruta entre ellos. —El conde hizo una mueca—. Casi me gustaría que fuera un complot cetagandano. Por lo menos podría confiar en el hecho de que los señores Ghem conocieran el valor del paquete. La pesadilla que me desespera es que la crío-cámara haya caído en manos de algún ladronzuelo jacksoniano que se haya limitado a tirar el contenido y revender el equipo. Nosotros podríamos haberle pagado una recompensa, un rescate… doce veces más que el valor de la crío-cámara, y sólo por el cuerpo muerto. Por Miles preservado y potencialmente capaz de recibir tratamiento… lo que pidieran, cualquier cosa. Me vuelvo loco pensando que Miles se está pudriendo en alguna parte por… por error…
Mark apretó las manos sobre la frente, que le latía de pronto. Tenía el cuello tan tenso que lo sentía como un pedazo de madera dura.
—No… es demasiado, es… una locura… Ahora tenemos los dos extremos de la soga, nos falta el medio. Tiene que haber una conexión. Norwood… Norwood era leal al almirante Naismith. Y además, inteligente. Yo lo conocí… algo. Claro que no esperaba que lo mataran pero no habría mandado la crío-cámara a ningún lugar donde corriera peligro, no la hubiera mandado a cualquier sitio, al azar… —¿Estaba tan seguro de eso? Norwood esperaba recuperarla de su destino en un día, a lo sumo. Si hubiera llegado… a donde fuera… con algo así como una nota diciendo quédensela hasta que llamemos… y después nadie hubiera llamado…—. ¿La reacondicionaron antes o después de que la compañía la comprara en el Centro?
—Antes.
—Entonces tiene que haber algún tipo de instalación médica en ese intervalo. Tal vez una de crío-tratamientos. Tal vez… tal vez Miles entró en los bancos de almacenamiento de alguien. —¿Sin identificación y medio muerto? Esa caridad era posible en Escobar; pero en Jackson's Whole… Una esperanza muy imposible.
—Ojalá. Sólo hay un número finito de esas instalaciones. Es controlable. SegImp está ahora en eso… Pero los… los muertos congelados requieren mucha experiencia. La mera operación mecánica de limpiar una cámara puede hacerla cualquier enfermería de nave. O sector de ingeniería. Una tumba sin marcas puede ser mucho más difícil de localizar. Y tal vez no hay tumba y lo desintegraron… como a un montón de basura… —El conde miró a los árboles.
Mark hubiera apostado cualquier cosa a que no los veía. Hubiera apostado todo a que veía lo mismo que él, un cuerpecito congelado, con el pecho destrozado en mil pedazos —no habría hecho falta un tractor manual para levantarlo —tirado sin cuidado, sin conciencia, a una unidad de limpieza y eliminación de basura. ¿Se preguntaría alguien quién había sido el hombrecito, o lo considerarían una cosa repelente, olvidable? Y ¡mierda! ¿quiénes eran ellos?
¿Cuánto tiempo hacía que la mente del conde daba vueltas sobre esa rueda de pensamiento, y cómo diablos era posible que todavía pudiera caminar y hablar al mismo tiempo?
—¿Cuánto tiempo hace que sabe esto?
—El informe me llegó ayer por la tarde. Así que… bueno, hoy es más importante que nunca que yo sepa dónde estás. En relación con Barrayar. —Empezó a subir otra vez por el sendero, luego tomó un desvío que se fue haciendo más angosto y empinado, subiendo a través de una zona de árboles altos y arbustos menos espesos.
Mark lo seguía, lo más rápido que podía.
—Nadie en su sano juicio puede estar parado en relación con Barrayar. Lo que hay que hacer en relación con Barrayar no es estar parado sino salir corriendo. Lo más rápido posible.
El conde sonrió.
—Me temo que estuviste hablando demasiado con Cordelia.
—Sí, bueno, ella es la única que me habla aquí —dijo Mark y alcanzó al conde, que caminaba más despacio.
El conde hizo un gesto de dolor.
—Eso es cierto. —Empezó a caminar otra vez por el sendero pedregoso—. Lo lamento. —Unos pocos pasos después agregó con un ataque de humor negro —: Me pregunto si los riesgos que yo asumía de joven le hacían esto a mi padre. Si es así, está vengado. Con toda nobleza. —Más negrura que humor, pensó Mark—. Pero ahora más que nunca es necesario… saber…
El conde se detuvo y se sentó abruptamente a un lado del sendero, con la espalda apoyada en un árbol.
—Qué raro —murmuró. La cara, un momento antes llena de color y húmeda con la subida y la tibieza de la mañana, se había puesto pálida de pronto.
—¿Qué? —dijo Mark con cuidado, jadeando. Apoyó las manos sobre las rodillas y miró al hombre con los ojos muy abiertos, por una vez a su mismo nivel. El conde tenía una mirada absorta, perturbada.
—Creo… creo que será mejor que descanse un momento.
—De acuerdo. —Mark se sentó también en una piedra cercana. El conde no siguió con la conversación. Una inquietud extrema tensó el estómago de Mark.
¿Qué diablos le pasa? Algo le pasa. Ay, coño
… El cielo se había puesto azul y hermoso y una brisa suspiraba entre los árboles. Una pocas hojas doradas cayeron desde las ramas. El frío que le corría por la espalda no tenía nada que ver con el tiempo.
—No es —dijo el conde en tono distante, académico —una úlcera perforada. Ya tuve una de ésas y no tiene nada que ver. —Cruzó los brazos sobre el pecho. Tenía la respiración rápida y superficial y no recobraba el ritmo con el descanso, como le ocurría a Mark.
Algo anda muy mal
. Un hombre valiente que trata de no parecer asustado era una de las cosas más espantosas que Mark había visto en su vida. Valiente. Pero no estúpido. Por ejemplo, el conde no había tratado de fingir que no le pasaba nada y seguir andando por el sendero para demostrarlo.
—No parece que esté bien.
—No me siento bien.
—¿Qué le pasa?
—Eh… dolor en el pecho —admitió él, obviamente avergonzado—. En realidad, más que un dolor. Una sensación… muy… rara… Empezó entre un paso y otro, de golpe…
—No puede ser una indigestión, ¿verdad? —Como la que hervía en ácidos en el vientre de Mark desde hacía un momento…
—No, lamentablemente no.
—Tal vez será mejor que llamemos por comu. Para pedir ayuda —sugirió Mark tímidamente. Pero no había nada que él pudiera hacer, si se trataba de la emergencia médica que parecía ser.
El conde rió con una risa nada reconfortante.
—No lo he traído.
—¿Qué? Usted es el Primer Ministro, no puede andar por ahí sin…
—Quería asegurarme un conversación sin interrupciones, privada. Para cambiar. Sin que los otros ministros de Vorbarr Sultana interrumpieran cuarenta veces para preguntarme dónde dejaron sus agendas. Antes hacía… eso… por Miles. A veces, cuando la atmósfera se ponía muy espesa. Todo el mundo se volvía loco pero… finalmente… lo aceptaban. —La voz sonó aguda y leve en la última palabra. El conde se acostó sobre las hojas caídas—. No… no mejora así… —Extendió una mano y Mark, con el corazón latiéndole de terror, lo volvió a sentar.
Una toxina paralizante… ataque al corazón… Yo iba a quedarme a solas contigo… tenía que esperar veinte minutos y mirarte todo el tiempo mientras morías
… ¿Cómo había logrado que pasara eso? ¿Magia negra? Tal vez realmente estaba programado, y una parte de sí mismo hacía cosas que el resto de él no conocía, como en una de esas personalidades dobles.
¿Yo lo he hecho? Ah, Dios, Dios. Mierda
.
El conde hizo un esfuerzo por sonreír.
—No te asustes tanto, muchacho —susurró—. Vuelve a casa y busca a los guardias. No es tan lejos. Te prometo que no me voy a mover. —Una risita ronca.
No presté atención a los senderos cuando subíamos. Te seguía a ti
. ¿Podría llevarlo a cuestas? No. Mark no era un tecnomed pero tenía la clara sensación de que mover a ese hombre era muy mala idea. Por otra parte, a pesar de los kilos que había ganado, el conde pesaba más que él.
—De acuerdo. —No había habido tantos lugares donde perderse, ¿verdad?—. No… no… —
No se te ocurra morirte ahora, mierda. ¡Ahora no!
Mark se volvió y echó a correr otra vez por el sendero. ¿Izquierda o derecha? A la izquierda, por el sendero doble. ¿Pero dónde habían entrado en el doble? Habían pasado a través de algunos arbustos en todas partes y media docena de aberturas a los costados del camino. Una de esas vallas para saltar a caballo. ¿Habían atravesado una? Muchas se parecían…
Me voy a perder en este bosque de mierda y voy a caminar en círculos… dentro de veinte minutos estará muerto y van a pensar que lo hice a propósito
… Dio un tropezón, rebotó contra un árbol y buscó equilibrio y dirección. Se sentía como un perro en un drama, un perro que busca ayuda. Cuando llegara, lo único que podría hacer sería ladrar, gemir y rodar por el suelo y nadie lo entendería… Se aferró a un árbol, jadeando, y miró a su alrededor. ¿El musgo crecía en el lado norte de los árboles allí también o era sólo en la Tierra? Eran árboles de la Tierra, la mayoría por lo menos. En Jackson's Whole había unos líquenes resbaladizos que crecían sobre el lado sur de todas las cosas, incluyendo los edificios, y había que eliminarlos de los goznes de las puertas… ¡Ah! ¡La quebrada! ¿Pero cómo habían venido? ¿Arroyo arriba o arroyo abajo?
Estúpido, estúpido, estúpido
… Le había empezado a doler el costado. Se volvió hacia la izquierda y echó a correr.