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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (16 page)

BOOK: Danza de espejos
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Vamos a ganar
.

Cuando rodearon el planeta para ponerse en la línea de blanco, intentó hacer contacto con Thorne. Los de Bharaputra estaban interfiriendo los canales principales de comando. Trató de bajar de canal y emitir una pregunta breve en las bandas comerciales pero no obtuvo respuesta. Alguien debería estar asignado a monitorear esas bandas. Bueno, ya lo haría cuando llegaran al campo. Llamó la holovisión del complejo médico, imágenes fantasma que bailaban frente a sus ojos. Hablando de mejorar la situación, sintió la tentación de ordenar a los transbordadores abrir fuego y construir una trinchera para aterrizar cerca del refugio de Thorne, sacando del medio edificios molestos. Pero la trinchera tardaría mucho en enfriarse y, además, la cubierta podía beneficiar a las fuerzas de Bharaputra tanto como a él. Más: los de Bharaputra conocían mejor el terreno. Pensó en la posibilidad de que hubiera túneles y conductos de utilidad. No, conductos no, pensó y frunció el ceño pensando en Taura, llevada ciegamente a esa picadora de carne por alguien como Mark.

La desaceleración salvaje, las sacudidas, terminaron cuando los edificios se levantaron a su alrededor —
puntos perfectos para un francotirador
— y el transbordador se dejó caer en el suelo. Quinn, que había tratado de buscar canales de comunicación desde el asiento fijo opuesto al suyo, detrás del copiloto, levantó la vista y dijo:

—Tengo a Thorne. Prueba con el 6-2-j. Audio solamente, por ahora no hay imagen.

Con un parpadeo y un gesto controlado, él buscó a su subordinado.

—¿Bel? Vamos para allá. Prepárate para salir de ahí. ¿Queda alguien con vida?

No tenía que ver la cara de Bel para captar el gesto de espanto. Pero por lo menos el hermafrodita no perdió el tiempo en explicaciones ni excusas.

—Dos heridos que no pueden andar. Phillipi, muerta hace quince minutos. Hemos puesto la cabeza en hielo. Si puedes traer la crío-cámara portátil, tal vez salvemos algo.

—Sí, pero no vamos a tener mucho tiempo para eso. Empieza a prepararla ahora mismo. Estaremos ahí en cuanto podamos. —Asintió a Quinn y lo dos se levantaron y salieron del cuarto de comando. Él ordenó a los pilotos que lo sellaran detrás.

Quinn pasó la voz de lo que tendrían que ver en tierra el tecnomed y la primera mitad del Escuadrón Naranja salió del transbordador a toda velocidad en busca de posiciones defensivas. Dos hoverautos armados salieron inmediatamente detrás, para eliminar los puntos de ventaja de los francotiradores de Bharaputra y reemplazarlos por Dendarii. Cuando declararon un transitorio
¡Todo tranquilo!
, Miles y Quinn siguieron al Escuadrón Azul por la rampa hacia una aurora húmeda, fría. Él dejó la segunda mitad del Escuadrón Naranja como guardia para el transbordador, en caso de que los bharaputranos decidieran repetir el plan anterior, que tan bien les había salido.

La niebla de la mañana rodaba, leve, alrededor de la piel caliente del transbordador. El cielo estaba tachonado de una luz perlada pero las estructuras del complejo médico todavía estaban hundidas en sombras de distintos tonos. Una bici-flotante se alzó hacia el cielo y dos Dendarii tomaron posiciones. Detrás de ellos, siguió el Escuadrón Azul. Miles se concentró, forzando las piernas cortas para seguir a los demás. No quería que ninguno de sus soldados tuviera que detener el paso por él, jamás. Por lo menos esta vez no sucedió y él gruñó de satisfacción, con el poco aliento que le quedaba. Un rugido de fuego de armas pequeñas hizo ecos alrededor, informándole que su gente del perímetro, los Naranja, ya estaba trabajando.

Dieron vuelta alrededor de un edificio, bajo la protección de un segundo pórtico, luego junto a un tercero, mientras los medio-escuadrones saltaban como ranas y se cubrían unos a otros. Demasiado fácil. El complejo hacía que Miles pensara en flores carnívoras con los estambres llenos de néctar mirando hacia dentro. Entrar era fácil para bichitos como él. Lo que agotaba y mataba era el intento de volver a salir.

Así que fue un alivio que estallara la primera granada sónica. Los bharaputranos no estaban guardándoselo todo para el postre. La explosión tuvo lugar unos cuantos edificios más allá y reverberó de una forma extraña en los pasillos y caminitos. No era de los Dendarii: el timbre era distinto y demasiado lejano. Él manejó el casco de comando para seguir el fuego, medio subliminalmente, mientras el Escuadrón Naranja atacaba un nido de hombres de seguridad de Bharaputra. No le preocupaban los bharaputranos que sus soldados podían eliminar. Los peligrosos eran los que se escondían, los que los Dendarii no habían visto… Se preguntó si el enemigo habría traído otras armas de tipo proyectil, además de las granadas sónicas y se sintió terriblemente consciente de lo que le faltaba de su media armadura. Quinn había intentado que se pusiera su armadura para el torso, pero él la había convencido de que esas cosas colgando sueltas a su alrededor le impedirían concentrarse. Se volvería loco con eso, le había dicho.
Más loco
, le pareció que murmuraba ella, pero no le pidió una aclaración. No pensaba ir a la cabeza de los ataques de caballería en ese viaje, de eso estaba seguro.

Parpadeó para borrar el flujo de datos fantasma mientras doblaban la última esquina, asustando a tres o cuatro bharaputranos escondidos, y se acercó al criadero de clones. Un edifico grandote, como un bloque, que parecía un hotel. Las puertas de vidrio destrozado lo llevaron a un vestíbulo donde los defensores camuflados se movían entre protecciones levantadas precipitadamente, puertas de metal arrancadas de sus goznes y utilizadas como barricadas. Un rápido intercambio de contraseñas y entraron. La mitad del Escuadrón Azul se distribuyó instantáneamente para reforzar a los defensores del cansado Escuadrón Verde; la otra mitad fue con él.

El médico que traía la camilla flotante con la crío-cámara portátil entró rápidamente por la puerta y lo llevaron corriendo por un pasillo. Inteligentemente, tenían a Phillipi en una habitación lateral, fuera de la vista de los rehenes clones. Paso Uno, sacar toda la sangre posible del paciente; bajo esas condiciones de combate, no había necesidad de conservar esa sangre. Rudo, rápido y muy feo; no era una imagen para nadie que no estuviera preparado, para nadie con el corazón blando.

—Almirante —dijo una voz aguda, tranquila.

Él giró en redondo y se encontró cara a cara con Bel Thorne. Los rasgos del hermafrodita estaban casi tan grises como el capuchón que los cubría, un óvalo de tela de camuflaje suelto y suave. Y otra cosa que odiaba ver pese a su rabia:
la derrota
. Bel parecía derrotado, parecía haberlo perdido todo.
Y así es
. No intercambiaron ni una sola palabra de acusación ni de defensa. No hacía falta; todo estaba claro en la cara de Bel y Miles suponía que también en la suya. Asintió, reconociendo a Bel, reconociéndolo todo.

Junto a Bel había otro soldado, y la punta de su casco —
mi casco
— no llegaba ni al hombro de Bel. Se había olvidado de lo sorprendente que era Mark.
¿En serio soy así?

—Tú… —La voz de Miles se quebró y tuvo que detenerse para tragar saliva—. Más tarde, tú y yo hablaremos largo y tendido. Hay muchas cosas que parece que no entiendes.

El mentón de Mark se levantó para mirarlo, desafiante.
No, mi cara no es tan redonda, estoy seguro
. Debía de ser una ilusión, por el capuchón.

—¿Y los chicos? —preguntó Mark—. Los clones…

—¿Qué pasa con ellos?

Un par de jóvenes en túnicas de seda marrón y pantalones cortos parecían estar ayudando a los defensores Dendarii, asustados, excitados, no paralizados. El resto, chicos y chicas, estaba sentado en grupo, un grupo aterido e inmóvil, bajo los ojos de un Dendarii con bloqueador en mano.
Mierda, son chicos, nada más
.

—Tenemos… vamos a llevarlos. O yo no voy. —Mark tenía los dientes apretados pero Miles vio cómo tragaba saliva.

—Ah —dijo Miles, sarcástico—. Claro. Vamos a salir bailando el vals por la Estación Bharaputra, dejarlos ahí y dar las gracias a Vasa Luigi por el préstamo.
¡Idiota!
¿Qué pensabas? Vamos a cargar y salir disparando. El único lugar donde podemos ponerlos es en la compuerta de aire y te garantizo que tú caes primero que ellos…

Mark se encogió de hombros un poco pero respiró hondo y asintió.

—Muy bien, entonces.

—No. Las cosas. No. Están. Muy. Bien —mordió Miles—. Están… están… —No podía encontrar una palabra para describir la situación en que estaban. Hubiera tenido que decir que era el mayor desastre que había visto en su vida—. Si pensabas hacer una estupidez como ésta, por lo menos hubieras podido consultar al experto de la familia…

—¿A ti? ¿Pedirte ayuda a ti? ¿Qué te crees, que estoy loco? —chilló Mark, furioso.

—Sí… —Los interrumpió un clon rubio que los miraba fijamente, con la boca abierta.

—En serio son clones… —dijo, sorprendido.

—No, somos hermanos mellizos que nacimos con una diferencia de seis años —ladró Miles—. Sí, somos clones como tú, tienes razón, vuelve y siéntate. ¡Obedece las órdenes, coño!

El chico se alejó, asustado, susurrando:

—¡Es cierto!

—¡Mierda! —aulló Mark entre dientes, con voz baja y ronca—, ¿cómo es que a ti te creen y a mí no? No es justo…

La voz de Quinn, en el casco, interrumpió la reunión de familia.

—Si tú y Don Quijote Junior ya habéis terminado de saludaros, Med Norwood tiene a Phillipi cargada y lista, y a los heridos preparados para el transporte.

—Entonces tenemos que sacar a la primera tanda por la puerta, —ordenó él. Llamó al sargento del Escuadrón Azul—. Framingham, llévese el primer grupo. ¿Listo?

—Listo. Los tiene la sargento Taura.

—Vaya. Y no mire atrás.

Media docena de Dendarii, tres veces ese número de clones exhaustos y sorprendidos y dos heridos en camillas flotantes se reunieron en el vestíbulo y salieron por las puertas destruidas. Framingham no parecía contento de usar a dos niñas como escudo: la cara de chocolate tenía una mueca de amargura. Pero si había francotiradores de Bharaputra, iban a tener que apuntar muy bien. Los Dendarii obligaban a marchar a los chicos a un trote continuado y vivo. Un segundo grupo siguió al primero un minuto después. Miles transmitía por el casco a los dos lados de su visión periférica y aguzaba los oídos buscando el silbido mortífero de las armas de mano.

¿Saldría bien? La sargento Taura llevó el último rebaño de clones al vestíbulo. Lo saludó con un gesto semi militar, sin pararse siquiera a mirarlo junto a Mark.


Me alegro
de verte, almirante —ronroneó.

—Y yo a ti, sargento —contestó él, con sinceridad. Si Mark hubiera llevado a Taura a la muerte, nunca hubieran podido reconciliarse. En algún momento tendría que descubrir cómo había hecho Mark para engañarla, y hasta qué punto lo había logrado, en qué grado de intimidad… Más tarde.

Taura se le acercó y bajó la voz:

—Hemos perdido cuatro chicos, volvieron con los de Bharaputra, escaparon… ¿Hay alguna posibilidad de…?

Él meneó la cabeza, lamentando lo que iba a decir.

—No, no habrá milagros. Tenemos que llevarnos lo que tenemos a lo perdemos todo.

Ella asintió: comprendía la situación táctica con toda claridad, aunque por desgracia eso no le aliviaba la pena. Él le ofreció un breve
Lo lamento
, y ella abrió su boca grande para proferir una respuesta triste.

El med del Escuadrón Azul trajo la gran camilla flotante con la crío-cámara, con una manta sobre la parte transparente del cilindro brillante para ocultar el cuerpo desnudo y congelado de su camarada y paciente a ojos que pudieran no entenderlo y horrorizarse. Taura hizo poner de pie a los clones.

Bel Thorne echó una mirada a su alrededor.

—Odio este lugar —dijo.

—Tal vez podamos bombardearlo al salir —dijo Miles con tono contenido—. Por fin.

Bel asintió.

Todos ellos, los quince últimos clones, la camilla, la guardia de los Dendarii, Taura y Quinn, Mark y Bel, se asomaron a la puerta del frente. Miles sacó la cabeza, sintiendo que tenía el ojo de un toro pintado en la parte superior del casco, pero la sombra que cruzó corriendo el techo del edificio de enfrente tenía la ropa gris de los Dendarii. Bien. El holovídeo del costado derecho de su campo de visión le informaba que Franmingham y su grupo habían llegado al transbordador sin incidentes. Mejor todavía. Cortó las transmisiones de Framingham, colocó el segundo grupo en un murmullo apenas audible y se concentró en el presente.

La voz de Kimura le interrumpió con la primera comunicación que tenía del Escuadrón Amarillo, desde el otro lado de la ciudad.

—Señor, la resistencia es débil. No se lo creen. ¿Hasta dónde llego para que nos tomen en serio?

—Hasta donde pueda, Kimura. Póngalo todo. Tiene que desviar la atención de Bharaputra. Lléveselos lejos, pero no se arriesgue mucho y, sobre todo, no arriesgue el transbordador. —Miles confiaba en que el teniente Kimura estuviera tan ocupado que no captara la lógica levemente esquizofrénica de lo que había dicho…

La primera señal de las armas pesadas de Bharaputra llegó con un estallido literal: una granada sónica a unos quince metros de ellos. Delante. Hizo un agujero en el sendero, que volvió obedeciendo a la gravedad unos segundos después, convertido en fragmentos de material, terroríficos aunque no demasiado peligrosos. Los alaridos de los chicos-clones le ensordecieron los oídos.

—Me voy, Kimura. Use su iniciativa.

El golpe había fallado pero era un fallo intencionado. Miles se dio cuenta cuando más fuego de plasma tocó un árbol a la derecha y una pared a la izquierda. Los dos explotaron. Los estaban rodeando de fuego a propósito… para asustar a los clones. Y la cosa estaba funcionando bien: los clones se agachaban, se arrojaban al suelo, se aferraban unos a otros y aullaban y estaban listos para salir corriendo en todas direcciones. Si lo hacían, no habría ninguna posibilidad de volver a reunirlos. Un arco de plasma golpeó a un Dendarii. Era para probar que los de Bharaputra podían hacerlo si querían, supuso Miles; el arco se absorbió en el campo-espejo y salió de nuevo con un color azul infernal que asustó a los chicos que estaban cerca. Los de la tropa, más experimentados, devolvieron el fuego mientras Miles aullaba en su casco para que los cubrieran desde el aire. Por el ángulo de fuego, los bharaputranos estaban arriba.

BOOK: Danza de espejos
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