—Los yunkios os están llenando los oídos de veneno. —La boca de ser Jorah se había transformado en una línea dura—. Mi señora no debería otorgar verosimilitud a semejantes patrañas.
—No soy ninguna señora, pero hasta la puta de Vogarro reconoce la falsedad cuando la oye. Lo que sí es cierto es que la reina dragón tiene enemigos: Yunkai, el Nuevo Ghis, Tolos, Qarth… Sí, y pronto se les unirá Volantis. ¿Para qué queréis viajar a Meereen? Solo tenéis que esperar un poco. Pronto harán falta espadas, en cuanto los barcos de guerra viren hacia el este para acabar con la reina dragón. A los tigres les encanta usar las garras, y hasta los elefantes están dispuestos a matar si se sienten amenazados. Malaquo anhela probar la gloria, y Nyessos debe demasiada parte de su riqueza al tráfico de esclavos. En cuanto Alios, o Parquello, o Belicho consiga la triarquía, la flota zarpará.
—Si reeligen a Doniphos… —Ser Jorah la miró con el ceño fruncido.
—Antes saldría elegido Vogarro, y mi amado señor lleva treinta años muerto.
—¿Cómo os atrevéis a llamar cerveza a esto? —gritó un marinero tras ellos—. ¡Es una mierda! ¡Los meados de un mono sabrían mejor!
—Y tú te los beberías —replicó otra voz.
Tyrion se volvió para mirar, con la esperanza de que fueran Pato y Haldon, pero solo vio a dos desconocidos… y al enano, que lo miraba fijamente a pocos pasos. Tenía algo que le resultaba conocido.
—Entre los primeros elefantes hubo mujeres. —La viuda bebió un pulcro traguito de vino—. Ellas acabaron con el dominio de los tigres y pusieron fin a las viejas guerras. A Trianna la reeligieron cuatro veces. Por desgracia, de eso hace trescientos años. Desde entonces no ha habido ninguna mujer en el gobierno de Volantis, aunque las hay con derecho a voto: son mujeres de alta cuna que viven en palacios antiguos del otro lado de la Muralla Negra, no seres despreciables como yo. La Antigua Sangre permitirá que voten sus niños y sus perros antes que un liberto. No, el reelegido será Belicho, o tal vez Alios, pero con uno o con otro habrá guerra. O eso creen ellos.
—¿Y vos? ¿Qué creéis? —inquirió ser Jorah.
«Bien por ti —pensó Tyrion—, es la pregunta correcta.»
—Yo también creo que habrá guerra, pero no la que ellos quieren. —La anciana se inclinó hacia delante; le brillaban los ojos—. Creo que R’hllor tiene en esta ciudad más adoradores que el resto de los dioses juntos. ¿Habéis oído predicar a Benerro?
—Sí, anoche.
—Benerro ve el mañana en sus llamas —dijo la viuda—. ¿Sabíais que el triarca Malaquo trató de contratar a la Compañía Dorada? Quería arrasar el templo rojo y acabar con Benerro. No se atrevió a utilizar a los capas de tigre; la mitad adora al Señor de Luz. Corren malos tiempos en la Antigua Volantis, sí, hasta para las viudas decrépitas. Pero no tan malos como en Meereen, por lo que tengo entendido. Así que decidme: ¿por qué buscáis a la reina dragón?
—Eso es asunto mío. Puedo pagar por los pasajes, y pagaré bien. Tengo plata.
«Imbécil —pensó Tyrion—. No quiere monedas, sino respeto. ¿Es que no la has escuchado?» Volvió a mirar atrás. El enano se había acercado un poco más a su mesa, y parecía llevar un cuchillo en la mano. A Tyrion se le pusieron los pelos de punta.
—Quedaos con vuestra plata; ya tengo oro. Y también podéis ahorraros esas miradas torvas. Soy demasiado vieja para que me impresione un ceño fruncido. Ya veo que sois un hombre duro, y seguro que muy hábil con esa espada larga que portáis, pero estáis en mi reino. Me basta con mover un dedo para que viajéis a Meereen, sí, pero encadenado a un remo en el vientre de una galera. —Cogió el abanico de jade y lo abrió. Las hojas se movieron, y un hombre apareció en el arco de vegetación que crecía a su izquierda. Su rostro era un amasijo de cicatrices y en la mano llevaba una espada corta y pesada que parecía un cuchillo de carnicero—. Seguro que os dijeron que buscarais a la viuda del puerto, pero también os tendrían que haber advertido sobre los hijos de la viuda. Pero bueno, la mañana es tan agradable que os lo preguntaré una vez más. ¿Para qué buscáis a Daenerys Targaryen, a quien medio mundo quiere ver muerta?
—Para servirla —respondió Mormont con una mueca de rabia—. Para defenderla. Si es necesario, para morir por ella.
—¿Así que vais a rescatarla? —La viuda se echó a reír—. ¿Queréis que esta pobre viuda crea que tratáis de rescatarla de tantos enemigos que no puedo ni contarlos? ¿Que sois un valeroso caballero ponienti que ha cruzado medio mundo para acudir en auxilio de esta…? Bueno, hermosa seguramente, pero doncella, lo que se dice doncella… —Rio de nuevo—. ¿Pensáis que vuestro enano le resultará grato? ¿Qué creéis? ¿Que se bañará en su sangre o que se conformará con cortarle la cabeza?
—El enano es… —empezó ser Jorah, titubeante.
—Ya sé quién y qué es el enano. —Clavó en Tyrion sus ojos negros duros como la piedra—. Un parricida, un Matarreyes, un asesino, un cambiacapas. Un Lannister. —Hizo que la última palabra sonara insultante— ¿Qué puedes ofrecer a la reina dragón, hombrecito?
«Odio», pensó Tyrion. Extendió las manos tanto como le permitieron las cadenas.
—Lo que quiera de mí. Consejo sabio, ingenio punzante, volteretas… La polla si la desea, y la lengua si no. Me pondré al frente de sus ejércitos o le daré masajes en los pies. Y lo único que pido a cambio es que me permita violar y matar a mi hermana.
—Por lo menos, este es sincero —anunció la anciana, sonriendo—. En cambio, vos… He conocido a una docena de caballeros ponientis y a miles de aventureros de la misma calaña, y ninguno era tan puro como vos os pintáis. Los hombres son bestias egoístas y brutales. Por dulces que sean sus palabras, los motivos que encubren siempre son negros. No confío en vos. —Los despidió con el abanico, como si no fueran más que moscas que revolotearan en torno a su cabeza—. Si queréis ir a Meereen, id a nado. Mi ayuda no es para vos.
En aquel momento, los siete infiernos se desencadenaron a la vez.
Ser Jorah empezó a levantarse; la viuda cerró de golpe el abanico y el hombre de las cicatrices reapareció entre las sombras… Detrás de ellos gritó una mujer. Tyrion dio media vuelta justo a tiempo de ver al enano que se precipitaba hacia él.
«Es una chica —supo al instante—. Una chica vestida de hombre. Y quiere destriparme con ese cuchillo.»
Durante un momento, ser Jorah, la viuda y el hombre de las cicatrices se quedaron paralizados. Los mirones de las mesas cercanas siguieron bebiendo cerveza o vino, pero nadie se adelantó para intervenir. Tyrion movió las dos manos a la vez, pero las cadenas solo le permitieron llegar a la frasca que había en la mesa. La cogió, lanzó el contenido contra el rostro de la enana que lo atacaba y se tiró a un lado para esquivar el cuchillo. La frasca se hizo añicos bajo él al tiempo que el suelo subía para golpearle la cabeza, y la chica se le tiró encima. Tyrion giró hacia un lado y ella clavó el cuchillo entre los tablones del suelo, tiró para recuperarlo, lo alzó de nuevo…
…Y de pronto la vio volando por los aires y pataleando para liberarse de ser Jorah.
—¡No! —aulló la enana en la lengua común de Poniente—. ¡Suelta!
Tyrion oyó como se le desgarraba la túnica en el forcejeo. Mormont la tenía agarrada por el cuello, y con la otra mano le quitó el puñal.
—Ya basta.
En aquel momento llegó el posadero con un machete en la mano. Al ver la frasca rota soltó una maldición y preguntó a gritos qué había pasado allí.
—Una pelea de enanos —replicó con una risita el tyroshi de la barba violeta.
—¿Por qué? —quiso saber Tyrion, parpadeando para enfocar a la joven que se debatía en el aire—. ¿Yo qué te he hecho?
—Lo mataron. —De repente, la enana perdió todo deseo de luchar. Se quedó inmóvil, presa de Mormont y con los ojos llenos de lágrimas—. A mi hermano. Se lo llevaron y lo mataron.
—¿Quienes lo mataron? —preguntó el caballero.
—Marineros. Marineros de los Siete Reinos. Eran siete y estaban borrachos. Nos vieron justar en la plaza y nos siguieron. Cuando vieron que yo era una mujer me soltaron, pero se llevaron a mi hermano y lo mataron. ¡Le cortaron la cabeza!
Tyrion la reconoció de golpe. «Nos vieron justar en la plaza.» De repente, supo quién era la enana.
—¿Tú montabas la cerda o el perro? —le preguntó.
—El perro —sollozó—. Oppo siempre montaba la cerda.
«Los enanos de la boda de Joffrey. —Su espectáculo era lo que había desencadenado todos los problemas de aquella noche—. Qué curioso es volver a encontrármelos a medio mundo de distancia. —Aunque tal vez no fuera tan extraño—. Si tenían la mitad del cerebro que su cerda, seguro que huyeron de Desembarco del Rey la noche de la muerte de Joff, antes de que Cersei tuviera tiempo de atribuirles alguna culpa en la muerte de su hijo.»
—Soltadla —dijo a ser Jorah Mormont—. No va a hacernos ningún daño. Siento lo de tu hermano, pero nosotros no tuvimos nada que ver con su asesinato. —El caballero soltó a la enana.
—Él sí. —La chica se levantó y se cubrió los pequeños senos con la túnica desgarrada y empapada de vino—. Confundieron a Oppo con él. —Sus sollozos eran una súplica de ayuda—. Debería morir como murió mi pobre hermano. Por favor, que alguien me ayude. Que alguien lo mate.
El posadero la agarró del brazo sin miramientos y la puso en pie sin dejar de preguntarle a gritos, en volantino, quién iba a pagar los daños. La viuda del puerto lanzó una mirada gélida a Mormont.
—Se dice que los caballeros defienden al débil y protegen al inocente.
Y yo soy la doncella más hermosa de todo Volantis. —Su carcajada estaba cargada de desprecio—. ¿Cómo te llamas, chiquilla?
—Penny.
La anciana se dirigió al posadero en la lengua de la Antigua Volantis. Tyrion comprendió lo suficiente para saber que le decía que llevara a la enana a sus habitaciones, le diera vino y le buscara ropa. Cuando se marcharon, clavó en él los brillantes ojos negros.
—Yo diría que los monstruos deben de ser más grandes. En Poniente vales un señorío, hombrecito, pero me temo que aquí tu precio no es tan alto. En fin, creo que será mejor que os ayude. Volantis no parece lugar seguro para los enanos.
—Sois un dechado de bondad. —Tyrion le dedicó la más cautivadora de sus sonrisas—. ¿Me quitaréis también estas pulseritas de hierro? Este monstruo solo tiene media nariz, pero ni os imagináis hasta qué punto me pica, y las cadenas no me dejan rascarme. Si las queréis, os las regalo.
—Qué generoso. Pero no, ya cargué con hierro en mis tiempos, y he descubierto que el oro y la plata me gustan mucho más. Además, siento decirte que estamos en Volantis, donde las cadenas y los grilletes valen menos que el pan duro, y está prohibido ayudar a huir a un esclavo.
—No soy esclavo.
—No hay hombre capturado por los esclavistas que no haya cantado esa canción. No me atrevo a ayudarte… en este lugar. —Se inclinó hacia delante—. Dentro de dos días, la coca
Selasori Qhoran
zarpará en dirección a Qarth, con parada en el Nuevo Ghis. Lleva un cargamento de hierro, estaño, balas de lana y encaje, cincuenta alfombras de Myr, un cadáver conservado en salmuera, veinte tarros de guindillas dragón y un sacerdote rojo. Deberéis estar a bordo cuando se haga a la mar.
—Así lo haremos —respondió Tyrion—. Y muchas gracias.
—No vamos a Qarth —dijo ser Jorah con el ceño fruncido.
—La coca no llegará a Qarth. Benerro lo ha visto en sus fuegos. —La vieja volvió a esbozar aquella sonrisa digna de un animal.
—Será como decís —sonrió Tyrion—. Si yo fuera libre y volantino y por mis venas corriera la sangre, os daría mi voto para la triarquía, mi señora.
—No soy ninguna señora —replicó la viuda—. Soy la puta de Vogarro. Será mejor que desaparezcáis antes de que vengan los tigres.
Y si llegáis hasta vuestra reina, transmitidle un mensaje de parte de los esclavos de la Antigua Volantis. —Se tocó la vieja cicatriz de la mejilla, allí donde había llevado las lágrimas—. Decidle que esperamos. Decidle que no tarde.
Al oír la orden, ser Alliser torció la boca en algo parecido a una sonrisa, pero sus ojos permanecieron fríos y duros como el pedernal.
—Así que el bastardo me envía a morir.
—Morir, morir, morir —graznó el cuervo de Mormont.
«No estás ayudando.» Jon apartó al cuervo de un manotazo.
—El bastardo os envía a explorar. A localizar a nuestros enemigos y a matarlos si es necesario. Sois hábil con la espada. Habéis sido maestro de armas, aquí y en Guardiaoriente.
—Sí. —Thorne rozó la empuñadura de su espada larga—. He desaprovechado un tercio de mi vida intentando enseñar los rudimentos del manejo de la espada a patanes, cretinos y villanos. De poco me valdrá eso en el bosque.
—Os acompañará Dywen, y también otro explorador curtido.
—Os enseñaremos todo lo que necesitéis saber —cacareó Dywen—. Os diremos cómo limpiaros ese culo de alta cuna con hojas, como un buen explorador.
Kedge Ojoblanco le rió la broma, y Jack Bulwer el Negro escupió.
—Os gustaría que me negase —replicó ser Alliser—. Así podríais cortarme la cabeza, como hicisteis con Slynt. No os daré ese placer, bastardo. Es mejor que recéis para que sea la hoja de un salvaje la que acabe conmigo. Aquellos que caen a manos de los Otros no mueren… y nunca olvidan. Volveré, lord Nieve.
—Rezaré por eso. —Jon no contaría con ser Alliser Thorne entre sus amigos, pero aun así, era un hermano, y nadie había dicho que los hermanos tuvieran que caer bien.
Nunca era fácil tomar la decisión de enviar exploradores a las tierras salvajes; sabía que había muchas posibilidades de que no volvieran.
«Son hombres curtidos. —Pero también lo eran su tío Benjen y sus exploradores, y el bosque Encantado se los había tragado sin dejar rastro. Cuando al fin volvieron al Muro dos de ellos, se habían convertido en espectros. Se preguntó, no por primera vez ni por última, qué habría sido de Benjen Stark—. Quizá los exploradores encuentren alguna pista», se dijo sin acabar de creérselo.
Dywen estaría al mando de una expedición, y las otras dos quedarían en manos de Jack Bulwer el Negro y Kedge Ojoblanco. Ellos, por lo menos, estaban deseosos de ponerse en marcha.
—Sienta bien volver a ir a caballo —dijo Dywen desde la puerta, mientras se chupaba los dientes de madera—. Lo siento, mi señor, pero es que nos estaban saliendo ampollas en el culo de tanto estar sentados.