Danza de dragones (16 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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«Otro error funesto.»

—En tal caso, yo haré lo mismo.

—La Compañía Dorada marcha en estos momentos a Volantis, donde esperará hasta que llegue nuestra reina del este.

«Bajo el brillo del oro, el filo del acero.»

—Tenía entendido que una de las Ciudades Libres había contratado a la Compañía Dorada.

—Myr. —Illyrio esbozó una sonrisa burlona—. Los contratos se rompen.

—Vaya, el queso da más dinero de lo que creía —dijo Tyrion—. ¿Cómo lo habéis conseguido?

El magíster hizo un gesto para quitar importancia al asunto. —Algunos contratos se firman con tinta, y otros, con sangre. No puedo decir más.

El enano se quedó dándole vueltas. La Compañía Dorada tenía fama de ser el mejor de los ejércitos libres. La había fundado hacía un siglo Aceroamargo, hijo bastardo de Aegon el Indigno. Cuando otro de los Grandes Bastardos de Aegon trató de arrebatar el Trono de Hierro a su hermanastro legítimo, Aceroamargo se unió a la revuelta. Pero Daemon Fuegoscuro murió en el Prado Hierbarroja, y su revuelta murió con él. Los seguidores del Dragón Negro que sobrevivieron a la batalla pero se negaban a hincar la rodilla huyeron por el mar Angosto, y entre ellos se encontraban Aceroamargo, los hijos menores de Daemon y cientos de caballeros y señores sin tierras que pronto se vieron forzados a vender las espadas para comer. Algunos se unieron al Estandarte Andrajoso; otros, a los Segundos Hijos o a los Hombres de la Doncella. Aceroamargo vio como la fuerza de la casa Fuegoscuro se dispersaba a los cuatro vientos, así que creó la Compañía Dorada para unir a los exiliados.

Desde entonces, los hombres de la Compañía Dorada habían vivido y muerto en las Tierras de la Discordia, luchando por Myr, por Lys o por Tyrosh en cualquiera de sus guerritas intrascendentes y soñando con la tierra que habían perdido sus padres. Eran exiliados e hijos de exiliados, desposeídos y olvidados… pero seguían siendo luchadores temibles.

—Vuestra capacidad de persuasión es admirable —dijo Tyrion a Illyrio—. ¿Cómo habéis convencido a la Compañía Dorada para que se una a la causa de nuestra hermosa reina, cuando se ha pasado buena parte de su historia combatiendo a los Targaryen?

Illyrio hizo un gesto con los dedos para rechazar las objeciones como si fueran moscas.

—Negro o rojo, un dragón es un dragón. Con la muerte de Maelys el Monstruoso, en los Peldaños de Piedra, acabó la línea masculina de la casa Fuegoscuro. —El mercader de quesos sonrió tras las puntas de la barba—. Y Daenerys hará por los exiliados lo que Aceroamargo y los Fuegoscuro no pudieron hacer: los llevará a casa.

«A fuego y espada.» Era el mismo regreso que deseaba Tyrion.

—Desde luego, diez mil espadas son un regalo principesco. Su alteza estará de lo más satisfecha.

Las papadas del magíster temblaron cuando inclinó la cabeza con modestia.

—No me atrevería a presumir qué satisface a su alteza.

«Muy prudente por tu parte.» Tyrion conocía demasiado bien la gratitud de los reyes. ¿Por qué las reinas iban a ser diferentes?

El magíster no tardó en quedarse profundamente dormido, con lo que Tyrion se quedó a solas con sus pensamientos. ¿Qué opinaría Barristan Selmy de ir a la batalla con la Compañía Dorada? Durante la guerra de los Reyes Nuevepeniques, Selmy se había abierto un camino de sangre entre sus filas para matar al último de los aspirantes Fuegoscuro.

«La rebelión hace extraños compañeros de cama; no debe de haber pareja más extraña que este gordo y yo.»

El quesero despertó cuando hicieron una parada para cambiar los caballos, y pidió que le llevaran otra cesta.

—¿Hasta dónde hemos llegado? —le preguntó el enano mientras se hastiaban de capón frío con una salsa de zanahorias sazonada con pasas y trocitos de naranja y lima.

—Estamos en Andalia, amigo mío, la tierra de la que salieron vuestros ándalos. Se la arrebataron a los hombres peludos que la habitaron antes que ellos, primos de los hombres peludos de Ib. El corazón del antiguo reino de Hugor se extiende hacia el norte, pero ahora mismo estamos cerca de su frontera meridional. En Pentos, esta zona se conoce como
las Llanuras.
Las colinas de Terciopelo, hacia donde nos dirigimos, están al este.

«Ándalos». La fe enseñaba que los Siete habían recorrido las colinas de Ándalos en forma humana.

—«El Padre alzó la mano a los cielos y sacó siete estrellas —recitó Tyrion—, y las depositó de una en una en la frente de Hugor de la Colina para ponerle una corona resplandeciente.»

El magíster Illyrio lo miró con curiosidad.

—No imaginé en ningún momento que mi pequeño amigo fuera tan devoto.

—Es una reliquia de mi infancia. —El enano se encogió de hombros—. Sabía que no podría ser caballero, así que decidí optar a septón supremo. Con la corona de cristal sería un palmo más alto. Estudié los libros sagrados y recé hasta que me salieron callos en las rodillas, pero mi camino se vio interrumpido de manera trágica: llegué a cierta edad y me enamoré.

—¿De una doncella? Ya sé cómo son esas cosas. —Illyrio se metió la mano por la manga izquierda y sacó un guardapelo de plata. La imagen pintada era la de una mujer con grandes ojos azules y pelo rubio muy claro con mechones plateados.

—Serra. La conocí en una casa de las almohadas lysena y me la llevé a casa para que me calentara la cama, pero acabé por casarme con ella. Yo, que me había casado en primeras nupcias con una prima del príncipe de Pentos. Se me cerraron las puertas de palacio, pero no me importó. Era un precio muy bajo por Serra.

—¿Cómo murió?

Tyrion sabía que había muerto; ningún hombre hablaría con tanto afecto de una mujer que lo hubiera abandonado.

—Una galera mercante braavosi llegó a Pentos, de regreso de una travesía por el mar de Jade. La
Tesoro
transportaba clavo, azafrán, azabache, jade, brocado escarlata, seda verde… y la muerte gris. Matamos a los remeros cuando bajaron a tierra y quemamos el barco en el lugar donde había anclado, pero las ratas bajaron por los remos y corretearon por el muelle con sus patitas frías como la piedra. La peste se llevó a dos mil personas. —El magíster Illyrio cerró el guardapelo—. Conservo las manos de Serra en mi dormitorio. Eran tan suaves…

Tyrion pensó en Tysha y contempló los campos por los que otrora caminaran los dioses.

—¿Qué dioses son estos que permiten que existan ratas, pestes y enanos? —Recordó otro pasaje de
La estrella de siete puntas
—. «La Doncella puso ante él a una joven grácil como una bailarina y con los ojos azules como estanques profundos, y Hugor declaró que la tomaría por esposa. Y así fue como la Madre la hizo fértil y la Vieja predijo que engendraría cuarenta y cuatro hijos para el rey. El Guerrero dio fuerza a sus brazos, mientras que el Herrero forjó una armadura de hierro para cada uno.»

—Vuestro Herrero era rhoynar, seguro —bromeó Illyrio—. Los ándalos aprendieron el arte de trabajar el hierro de los rhoynar que vivían a lo largo del río. Todo el mundo lo sabe.

—Nuestros septones no —replicó Tyrion—. ¿Quién vive en estas llanuras?

—Campesinos y trabajadores que no pueden ir a otra parte. Hay huertos, sembradíos, minas… Hasta yo poseo algunas, aunque rara vez las visito. ¿Por qué voy a pasar mis días aquí, con la miríada de delicias que me ofrece Pentos?

—Una miríada de delicias. —«Y unas murallas muy altas.» Tyrion hizo girar el vino en la copa—. No hemos visto otra ciudad desde que salimos de Pentos.

—Hay ruinas. —Illyrio señaló las cortinas con una pata de pollo—. Los señores de los caballos vienen por aquí cada vez que a un
khal
se le mete en la cabeza ver el mar. A los dothrakis no les gustan las ciudades; me imagino que eso ya lo sabéis hasta en Poniente.

—Atacad uno de esos
khalasares
y destruidlo, y veréis como no tienen tanta prisa en cruzar el Rhoyne.

—Es más barato comprar a los enemigos con provisiones y regalos.

«Ojalá se me hubiera ocurrido llevar un buen queso a la batalla del Aguasnegras; así conservaría toda la nariz.» Lord Tywin siempre había sentido un hondo desprecio hacia las Ciudades Libres. «Luchan con moneda, no con espada —solía decir—. El oro es útil, pero las guerras se ganan con hierro.»

—Si se le da oro a un enemigo, volverá a por más, como solía decir mi padre.

—¿Ese mismo padre al que matasteis? —Illyrio tiró un hueso de pollo de la litera—. Los mercenarios no resisten el ataque de los vociferantes dothrakis, eso ya se demostró en Qohor.

—¿Ni siquiera vuestro valeroso Grif? —se burló Tyrion.

—Grif es diferente. Adora a su hijo, Grif el Joven, como lo llaman. Nunca se ha visto muchacho más noble.

El vino, la comida, el sol y el vaivén de la litera, junto con el zumbido de las moscas, se habían aliado para adormilar a Tyrion, de modo que durmió, despertó y bebió. Illyrio le siguió el ritmo copa tras copa y, cuando el cielo se tornó de un violáceo oscuro, el gordo empezó a roncar.

Aquella noche, Tyrion Lannister soñó con una batalla que teñía de rojo las colinas de Poniente. Él estaba enmedio, matando con un hacha tan grande como él, y luchaba hombro con hombro con Barristan el Bravo y Aceroamargo mientras los dragones surcaban los cielos. En su sueño tenía dos cabezas, las dos desnarigadas, y su padre iba al frente del enemigo, de modo que lo mató otra vez. Luego mató a su hermano Jaime tras machacarle la cabeza hasta destrozarle la cara, soltando una carcajada con cada golpe. Tyrion no advirtió que su segunda cabeza estaba llorando hasta que la batalla hubo terminado.

Al despertar tenía las piernas rígidas como el hierro. Illyrio estaba comiendo aceitunas.

—¿Dónde estamos?

—Aún no hemos dejado atrás las Llanuras, mi impaciente amigo. El camino atravesará pronto las Colinas de Terciopelo. Allí empezaremos a subir hacia Ghoyan Drohe, por encima del Pequeño Rhoyne.

Ghoyan Drohe había sido una ciudad rhoynar hasta que los dragones de Valyria la redujeron a ruinas humeantes.

«Estoy recorriendo años, no solo leguas —reflexionó Tyrion—. He retrocedido en la historia hasta los días en que los dragones dominaban el mundo.»

Tyrion dormitó, despertó y volvió a adormilarse, sin que le importase gran cosa que fuera de día o de noche. Las Colinas de Terciopelo le parecieron decepcionantes.

—La mitad de las putas de Lannisport tienen las tetas más grandes que estas colinas —comentó a Illyrio—. Tendríais que llamarlas Pezones de Terciopelo.

Vieron un círculo de piedras verticales, que según Illyrio habían levantado los gigantes, y más allá un lago profundo.

—Aquí vivía una banda de ladrones que atracaba a todos los que pasaban por este camino —le contó—. Se decía que tenían la guarida bajo el agua. También arrastraban bajo la superficie y devoraban a quienes se atrevían a pescar en el lago.

Al anochecer del día siguiente pasaron junto a una gigantesca esfinge valyria acuclillada junto al camino. Tenía cuerpo de dragón y cabeza de mujer.

—Una reina dragón —comentó Tyrion—. Un buen presagio.

—Falta el rey. —Illyrio señaló la peana de piedra lisa ocupada en otros tiempos por una segunda esfinge; estaba cubierta de musgo y enredaderas—. Los señores de los caballos lo cargaron sobre ruedas de madera y lo arrastraron hasta Vaes Dothrak.

«Eso también es un presagio, aunque no tan prometedor», pensó Tyrion. Aquella noche, más borracho que de costumbre, se arrancó a cantar de repente.

Anduvo toda la urbe y bajó de su colina, por callejones y escalas, para ver a su querida. Era un tesoro secreto, su alegría y deshonra, nada es torre ni cadena si hay un beso que trastorna.

Era lo único que se sabía de la letra, aparte del estribillo: «Las manos de oro son frías; las de mujer, siempre tibias». Shae lo había golpeado con las manos mientras las manos de oro se le clavaban en la garganta. No recordaba si las tenía tibias o no. A medida que las fuerzas la abandonaban, sus golpes se transformaron en polillas que aleteaban alrededor del rostro de Tyrion. Cada vez que él retorcía la cadena, las manos de oro se hincaban aún más. «Nada es la torre ni la cadena si hay un beso que trastorna.» ¿La había besado por última vez después de muerta? Tampoco lo recordaba…, aunque sí recordaba la primera vez que se habían besado, en su tienda, junto al Forca Verde. ¡Qué dulce le había sabido su boca! También recordaba la primera vez con Thysa.

«No estaba más versada que yo. Su nariz no paraba de chocar contra la mía, pero cuando nuestras lenguas se tocaron, ella se estremeció.» Tyrion cerró los ojos para visualizar su rostro, pero a quien vio fue a su padre, acuclillado en la letrina, con la túnica de dormir roja enrollada en la cintura. «Adonde quiera que vayan las putas», dijo lord Tywin, y la ballesta zumbó.

El enano se volvió para hundir los restos de nariz en las almohadas de seda. El sueño se abrió ante él como un foso, y se lanzó sin dudarlo para que lo engullera la oscuridad.

El hombre del mercader

La
Aventura
apestaba. Se vanagloriaba de sus sesenta remos, su vela única y un casco largo y esbelto que prometía velocidad.

«Es pequeña, pero puede servirnos —pensó Quentyn al verla. Eso había sido antes de subir a bordo y percibir el olor—. Cerdos», fue su impresión inicial, pero a la segunda bocanada de aire cambió de opinión. Los cerdos tenían un olor más limpio. Aquel era el hedor de orina, carne podrida y excrementos en un orinal; apestaba a cadáver, a pústulas y a heridas infectadas, y era un olor tan fuerte que ahogaba los del salitre y el pescado del puerto.

—Me da ganas de vomitar —comentó a Gerris Drinkwater.

Estaban esperando al capitán del barco, y se derretían bajo el calor sofocante al tiempo que se ahogaban en el hedor que les llegaba de cubierta.

—Si el capitán huele como su barco, confundirá tu vómito con perfume —replicó Gerris.

Quentyn estaba a punto de sugerir que probaran suerte en otro barco cuando el capitán apareció por fin, acompañado de dos tripulantes con aspecto de granujas. Gerris los recibió con una sonrisa. No hablaba el volantino tan bien como Quentyn, pero para mantener su tapadera tenía que llevar la voz cantante. En la Ciudad de los Tablones, Quentyn se había hecho pasar por mercader de vinos, pero la farsa había llegado a cansarlo, de modo que cuando los dornienses cambiaron de barco en Lys, aprovecharon para cambiar de papeles. Abordo de la
Triguero,
Cletus Yronwood se hizo pasar por el mercader y Quentyn por el criado; en Volantis, tras la muerte de Cletus, Gerris asumió el papel de mayor importancia.

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