Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online
Authors: J.R.R. Tolkien
Tags: #Fantasía
Cuando los días de los Reyes llegaron a su término, y Gondor fue gobernada por los Senescales descendientes de Húrin, Senescal del Rey Minardil, se estableció que todos los derechos y deberes les pertenecían «hasta el retorno del Gran Rey». Pero en cuanto a la «Tradición de Isildur», ellos solos eran los jueces, pues sólo ellos la conocían. Entendían que con las palabras «un heredero de Elendil», Isildur había querido referirse a uno del linaje real descendiente de Elendil que hubiese heredado el trono; pero que no había previsto el gobierno de los Senescales. Si entonces Mardil había ejercido la autoridad del Rey en su ausencia,
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los herederos de Mardil que habían heredado la Senescalía tenían los mismos derechos y deberes hasta el retorno de un Rey; cada Senescal, por tanto tenia derecho a visitar el santuario cuando quisiera y a permitirles el acceso a quienes lo acompañaban. En cuanto a las palabras «mientras el Reino perdure», decían que Gondor seguía siendo un «reino» gobernado por un vicerregente, y que las palabras debían entenderse «en tanto el país de Gondor perdure».
No obstante, los Senescales, en parte por veneración, en parte por los cuidados que el gobierno les exigía, rara vez iban al santuario de la Colina de Anwar, excepto cuando llevaban a él a sus herederos, de acuerdo con la costumbre de los Reyes. A veces pasaban años sin que nadie lo visitara, y como Isildur lo había querido, estaba bajo la custodia de los Valar; porque aunque en los bosques abundaran las malezas y los hombres los evitaran a causa del silencio, de modo que el sendero ascendente se había perdido, no obstante, cuando el camino volvió a abrirse, se descubrió que en el santuario no había huellas de daños ni profanaciones, siempre verde y en paz bajo el cielo, hasta que el Reino de Gondor cambió.
Porque sucedió que Cirion, el duodécimo de los Senescales Gobernantes, se enfrentó con un nuevo y grave peligro: invasores amenazaban con la conquista de todas las tierras de Gondor al norte de las Montañas Blancas, y si esto sucedía, no tardaría en producírsela caída y la destrucción de todo el reino. Como en las historias se cuenta, este peligro se evitó sólo por la ayuda de los Rohirrim, y a ellos Cirion, con gran sabiduría, les concedió todas las tierras septentrionales, salvo Anórien, para que gobernaran en ellas, aunque en alianza perpetua con Gondor. Ya no había hombres suficientes en el reino para poblar la región septentrional, ni siquiera para mantener en funcionamiento la línea de fuertes a lo largo del Anduin que había protegido sus fronteras orientales. Cirion lo pensó mucho antes de ceder Calenardhon a los Jinetes del Norte; y juzgó que esta cesión debía alterar por entero la «Tradición de Isildur» en relación con el santuario de Amon Anwar. A ese sitio llevó al Señor los Rohirrim, y allí, junto al túmulo de Elendil, con la mayor solemnidad, escuchó el Juramento de Eorl, que fue contestado con el Juramento de Cirion, confirmando para siempre la alianza entre los Reinos de los Rohirrim y Gondor. Pero cuando esto se hizo y Eorl hubo regresado al Norte para conducir a su pueblo a su nueva morada Cirion trasladó la tumba de Elendil. Porque juzgó que la «Tradición de Isildur» había quedado invalidada. El santuario no estaba «en el punto medio del Reino del Sur», sino en los límites de otro reino; y además las palabras «mientras el Reino perdure» se referían a él tal como era en los días en que Isildur hablaba, después de examinar sus límites y definirlos. Es cierto que otras partes del Reino se habían perdido desde entonces: Minas Ithil estaba en manos de los Nazgûl, e Ithilien, en estado de abandono y desolación; pero Gondor no había renunciado al derecho que tenía sobre ellas. Calenardhon había sido cedida para siempre mediante un voto. Por tanto, la caja que Isildur había guardado en el interior del montículo, la llevó Cirion al Santuario de Minas Tirith; pero el montículo verde subsistió como memoria de una memoria. No obstante, aun cuando se había convertido en el sitio de un fanal, la Colina de Anwar siguió siendo un lugar de reverencia para Gondor y los Rohirrim, que lo llamaron en su propia lengua Halifirien, el Monte Sagrado.
Considero que estos fragmentos pertenecen al mismo período que «El desastre de los Campos Gladios», cuando mi padre estaba sumamente interesado en la historia temprana de Gondor y Rohan; estaban destinados sin duda a constituir una historia sustancial, que desarrollaría en detalle las crónicas sumarias que se ofrecen en el apéndice A de
El Señor de los Anillos
. El material pertenece a una primera etapa de la composición, muy desordenada, plagada de variantes, interrumpida por anotaciones en parte ilegibles.
L
a plena comprensión de esta historia requiere conocer lo que se cuenta en el Apéndice A (III, El Pueblo de Durin) de
El Señor de los Anillos
. Sigue a continuación un breve resumen:
Los Enanos Thrór y su hijo Thráin (junto con Thorin, hijo de Thráin, más tarde llamado Escudo de Roble) escaparon de la Montaña Solitaria (Erebor) por una puerta secreta cuando el dragón Smaug descendió en la cima. Thrór regresó a Moría después de dar a Thráin el último de los Siete Anillos de los Enanos, y fue muerto allí por el Orco Azog, que marcó su nombre en la frente de Thrór. Fue ésta la causa de la Guerra entre los Enanos y los Orcos, que terminó con la gran Batalla de Azanulbizar (Nanduhirion) ante la gran Puerta Oriental de Moria en el año 2799. Después Thráin y Thorin Escudo de Roble vivieron en las Ered Luin, pero en el año 2841 Thráin partió de allí para regresar a la Montaña Solitaria. Mientras erraba por las tierras al este del Anduin, fue capturado y hecho prisionero en Dol Guldur, donde le fue quitado el anillo. En 2850 Gandalf penetró en Dol Guldur y descubrió que el amo de aquel sitio era en verdad Sauron, y allí encontró a Thráin antes de que éste muriera.
Existe más de una versión de «La búsqueda de Erebor», como se explica en un Apéndice que sigue al texto, donde también se reproducen extensos extractos de una versión anterior.
No he encontrado escrito alguno que preceda a las palabras iniciales del presente texto («Ese día ya no siguió hablando»). El sujeto de «no siguió», en la oración inicial, es Gandalf; el de «volvimos» en la segunda oración, son Frodo, Peregrin, Meriadoc y Gimli; finalmente, el de «no recuerdo», en la tercera oración, es Frodo, que es quien relata la conversación; la escena es una casa de Minas Tirith, después de la coronación del Rey Elessar (véase el Apéndice de «La búsqueda de Erebor»).
Ese día ya no siguió hablando. Pero más tarde volvimos sobre el tema, y nos contó toda la extraña historia; cómo preparó el viaje a Erebor, por qué pensó en Bilbo, y cómo convenció al orgulloso Thorin Escudo de Roble de que lo llevara con él. No recuerdo ahora toda la historia, pero entendimos que, para empezar, Gandalf pensaba sólo en la defensa del Oeste contra la Sombra.
—Estaba muy inquieto por ese entonces —dijo—, porque Saruman estorbaba todos mis planes. Sabía que Sauron se había alzado de nuevo y que pronto haría una declaración, y sabía también que se preparaba para librar una gran guerra. ¿Cómo empezaría? ¿Intentaría primero ocupar de nuevo Mordor o atacaría antes las principales fortalezas de sus enemigos? Pensaba entonces, y hoy me parece fuera de toda duda, que su plan original era atacar Lórien y Rivendel no bien contara con fuerzas suficientes. Sería para él un plan mucho mejor, y mucho peor para nosotros.
Quizá penséis que Rivendel estaba fuera de su alcance, pero yo no lo creo así. La situación en el Norte era muy mala. El Reino bajo la Montaña y los fuertes Hombres del Valle ya no existían. Para resistir cualesquiera fuerzas que Sauron pudiera enviar para recuperar los pasos septentrionales de las montañas y las viejas tierras de Angmar, sólo estaban los Enanos de las Montañas de Hierro, y detrás de ellos no había más que desolación y un Dragón. Sauron podía recurrir al Dragón con terribles consecuencias. Muchas veces me decía a mí mismo: "He de encontrar algún medio para vérmelas con Smaug. Pero todavía es más necesario asestar un golpe certero sobre Dol Guldur. Tenemos que desbaratar los planes de Sauron. He de conseguir que el Concilio lo tome en consideración".
Ésos eran mis sombríos pensamientos mientras avanzaba a trote corto por el camino. Estaba cansado y me dirigía a la Comarca para tomarme un breve descanso después de haber estado alejado de allí más de veinte años. Pensaba que si apartaba de mi mente las preocupaciones por un tiempo, quizá encontraría una manera de darles solución. Y así fue, en verdad, aunque no pude olvidarlas.
Porque mientras me acercaba a Bree, fui alcanzado por Thorin Escudo de Roble,
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que vivía por entonces en el exilio más allá de las fronteras noroccidentales de la Comarca. Para mi sorpresa, me dirigió la palabra; y fue en ese preciso momento cuando el curso de los acontecimientos empezó a cambiar.
Él estaba preocupado también, tanto que se decidió a pedirme consejo. De modo que lo acompañé a sus estancias en las Montañas Azules, y escuché allí la larga historia que tenía que contarme. Advertí en seguida que el corazón le ardía de tanto pensar en sus males y en la pérdida del tesoro de sus antepasados, y que también le pesaba el deber heredado de vengarse de Smaug. Los Enanos toman muy en serio este tipo de deberes.
Le prometí ayudarlo si podía. Estaba yo tan ansioso como él por ver sucumbir a Smaug, pero Thorin no pensaba en otra cosa que en planes de batalla y guerra, como si fuera realmente el Rey Thorin II, y yo no veía ninguna esperanza en todo ello. De modo que lo dejé y fui a la Comarca, y cogí el hilo de las noticias. Era un asunto extraño. No hice más que dejarme llevar por la "casualidad" y cometí muchos errores en el camino.
De algún modo me había sentido atraído por Bilbo desde mucho antes, cuando no era sino un niño y un joven hobbit: no había llegado apenas a la mayoría de edad cuando lo había visto por última vez. Me había quedado grabado en la mente desde entonces; recordaba su ansiedad, sus ojos brillantes, su amor por los cuentos y sus preguntas acerca del ancho mundo más allá de la Comarca. No bien entré en la Comarca, tuve noticias de él. Había conseguido que se hablara de él, según parecía. Sus dos padres habían muerto poco más o menos a los ochenta años, es decir jóvenes, si se tiene en cuenta lo que era habitual entre los habitantes de la Comarca; y él nunca se había casado. Ya se estaba volviendo algo raro, decían, y se pasaba largos días solo. Era posible verlo hablar con forasteros, aun con Enanos.
"¡Aun con Enanos!" Estas tres cosas se asociaron de pronto en mi mente: el Gran Dragón, codicioso, y de oído y olfato penetrantes; los tenaces Enanos de pesadas botas con su antiguo rencor ardiente y el veloz Hobbit de pies silenciosos, anhelante (me parecía adivinar) por ver el ancho mundo. Me reí a solas; pero me apresuré en seguida a ver a Bilbo: quería ver qué efectos había tenido sobre él el paso de veinte años y si era tan prometedor su estado como lo aseguraban los chismorreos. Pero no se encontraba en casa. Sacudieron la cabeza en Hobbiton cuando pregunté por él. "Ha partido otra vez —dijo un hobbit. Era Holman, el jardinero, creo—.
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Ha partido otra vez. Va a reventar un día de éstos si no se anda con cuidado. Bueno, pues, le pregunté que a dónde iba y cuándo volvería, y va y me dice no lo sé; y luego me mira de modo curioso.
Depende de que me encuentre con alguien, Holman
, me dice.
¡Mañana es el Año Nuevo de los Elfos!
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Una lástima y siendo tan buena persona. No se encuentra nadie mejor desde las Quebradas hasta el Río."
"¡Mejor que mejor! —pensé—. Creo que correré el riesgo." El tiempo pasaba de prisa. Tenía que estar en el Concilio Blanco en agosto a más tardar; de lo contrario Saruman se saldría con la suya y no se haría nada. Y sin entrar a considerar asuntos de mayor importancia, eso podría resultar fatal para la búsqueda: el poder de Dol Guldur no dejaría de intentar nada contra Erebor, a no ser que tuviera algo más importante que hacer.
De modo que cabalgué velozmente de nuevo al encuentro de Thorin para emprender la difícil tarea de convencerlo de que abandonara sus altivos designios y acudiera sigilosamente a reunirse con Bilbo. Sin ver a Bilbo primero. Era un error y resultó casi desastroso. Porque Bilbo había cambiado, por supuesto. Cuando menos, se había vuelto bastante codicioso, y gordo, y sus viejos deseos habían disminuido hasta convertirse en una especie de sueño privado. ¡Nada podría haber sido más desalentador que ver convertirse este sueño en realidad! Bilbo estaba completamente consternado y actuó como un tonto. Thorin lo habría abandonado furioso de no haber mediado una extraña circunstancia que dentro de unos momentos mencionaré.
Pero ya sabéis cómo fueron las cosas, al menos cómo Bilbo las vio. La historia sonaría algo diferente si yo la hubiera escrito. Para empezar, no advirtió cuan fatuo lo consideraban los Enanos, ni tampoco hasta qué punto se habían enfadado conmigo. No se dio cuenta de que Thorin estaba muy indignado y hablaba en un tono mucho más despectivo. Se mostró en verdad despectivo desde un principio, y pensó quizá que yo lo había planeado todo sencillamente para mofarme de él. Sólo el mapa y la llave salvaron la situación.
Pero no había pensado en ellos durante años. Sólo cuando llegué a la Comarca y tuve tiempo de reflexionar sobre la historia de Thorin recordé de pronto la extraña casualidad que me los puso en las manos; incluso empezaba entonces a no parecer tan casual. Recordé un peligroso viaje emprendido por mí noventa y un años antes, cuando entré en Dol Guldur disfrazado y encontré allí a un desdichado Enano que agonizaba en las mazmorras. No tenía idea de quién era. Me mostró un mapa que había pertenecido al pueblo de Durin en Moria, y una llave que parecía tener alguna relación con el mapa, aunque el Enano estaba demasiado grave para explicarlo. Y dijo que había poseído un gran Anillo.
Casi todos sus devaneos se centraban en eso. El último de los Siete, repetía una y otra vez. Pero estas cosas podrían haber llegado a sus manos de muchas maneras. Podría haber sido un mensajero capturado mientras huía, o aun un ladrón atrapado por otro ladrón mayor. Pero me dio el mapa y la llave. —Para mi hijo —dijo; y luego murió, y poco después, yo mismo escapé. Guardé las cosas, y por algo que el corazón me advertía, las llevé siempre conmigo, en lugar seguro, aunque pronto dejé de pensar en ellas. Tenía otro asunto en Dol Guldur más importante y peligroso que todo el tesoro de Erebor.