Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (46 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Pero estaba equivocado. No había sólo astucia en el ataque, sino ferocidad y odio implacable. Los Orcos de las Montañas eran tropas disciplinadas, comandadas por feroces sirvientes de Barad-dûr, enviados mucho antes para vigilar los caminos,
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y aunque no lo sabían, el Anillo, que había sido cortado de su mano negra hacía ya dos años, estaba aún cargado con la mala voluntad de Sauron y clamaba por la ayuda de todos sus servidores. Los Dúnedain habían andado apenas una milla cuando los Orcos se pusieron otra vez en movimiento. Esta vez no atacaron, pero utilizaron todas sus fuerzas. Descendieron formando un amplio frente curvado en cuarto creciente y pronto constituyeron un anillo ininterrumpido en torno a los Dúnedain. Estaban silenciosos y se mantenían a distancia, fuera del alcance de los temibles arcos de acero de Númenor,
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aunque la luz disminuía de prisa, y en esta necesidad
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eran insuficientes los arqueros de que disponía Isildur. Se detuvo.

Hubo una pausa, aunque los Dúnedain de vista más aguda decían que los Orcos avanzaban furtivamente paso a paso. Elendur fue al encuentro de su padre, que estaba sombrío y solo, como sumido en sus pensamientos. —Atarinya— dijo—, ¿qué es del poder que podría acobardar a estas inmundas criaturas y ponerlas a tu mando? ¿Acaso no sirve de nada?

—De nada, ¡ay!, senya. No puedo utilizarlo. Temo el dolor de su contacto.
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Y no he encontrado aún la fuerza de doblegarlo a mi voluntad. Necesita de otro que posea más grandeza de la que ahora soy consciente de tener. Mi orgullo está por tierra. Debería recurrir a los Guardianes de los Tres.

En ese momento hubo un clamoroso resonar de cuernos y los Orcos avanzaron por todas partes lanzándose sobre los Dúnedain con ferocidad implacable. La noche había llegado y se desvanecía la esperanza. Los Hombres caían abatidos; los Orcos de mayor talla saltaban juntos, en parejas, y vivos o muertos, derribaban a un Dúnedain, de modo que otras fuertes garras pudieran arrastrarlo y darle muerte. Los Orcos quizá pagaran cinco por uno en este intercambio, pero no era caro el precio. Ciryon fue muerto de este modo y Aratan mortalmente herido cuando intentó rescatarlo.

Elendur, todavía indemne, fue en busca de Isildur, que estaba animando a sus hombres en el flanco oriental, donde era más pesado el ataque, porque los Orcos todavía temían la Elendilmir que llevaba en la frente y lo evitaban. Elendur le tocó el hombro, e Isildur se volvió furioso creyendo que un Orco se le había deslizado por detrás.

—Mi Rey —dijo Elendur—, Ciryon ha muerto y Aratan agoniza. Tu último consejero debe aconsejarte, más todavía, mandarte, como tú mandaste a Ohtar, y decirte: ¡Vete! Coge tu carga y a toda costa llévala a los Guardianes: ¡aun a costa de abandonarme junto con tus hombres!

—Hijo del Rey —dijo Isildur—, sabía que tenía que hacerlo; pero le tenía miedo al dolor. Tampoco podía irme sin tu permiso. Perdóname y perdona mi orgullo, que te ha arrastrado a esta suerte.
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Elendur lo besó. —¡Vete! ¡Vete ahora! —dijo.

Isildur se volvió hacia el oeste, y cogiendo el Anillo que prendido de una fina cadena, le colgaba del cuello metido en una pequeña bolsa, se lo puso en el dedo con un grito de dolor, y nunca los ojos de nadie volvieron a verlo en la Tierra Media. Pero la Elendilmir del Oeste no podía apagarse y de pronto refulgió roja e iracunda como una estrella ardiente. Los Hombres y los Orcos se hicieron a un lado temerosos; e Isildur, cubriéndose la cabeza con una capucha, se desvaneció en la noche.
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De lo que después les ocurrió a los Dúnedain, sólo esto se sabe: que al poco tiempo yacían todos muertos, salvo uno, un joven escudero aturdido y sepultado bajo los cadáveres. Así murió Elendur, que estaba destinado a ser Rey, y en su fuerza y su sabiduría, en su majestad sin orgullo, uno de los más grandes, el mejor de la simiente de Elendil, el más semejante a su antecesor, como pronosticaban todos los que lo conocían.
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De Isildur se cuenta que el dolor y la angustia de su corazón eran grandes, pero al principio corrió como un gamo perseguido por perros, hasta que llegó al fondo del valle. Allí se detuvo para asegurarse de que no lo perseguían; porque los Orcos podían seguir el rastro de un fugitivo en la oscuridad por el olor. Luego prosiguió más precavido, porque vastas extensiones se abrían por delante en la penumbra, ásperas y sin senderos, llenas de trampas para los pies errantes.

Así fue que llegó por fin a las orillas del Anduin en lo más profundo de la noche, y estaba cansado; porque había hecho un viaje que los Dúnedain en semejante terreno no habrían podido hacer más rápidamente, sin detenerse y a la luz del día.
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El río estaba remolineando oscuro y veloz ante él. Se quedó allí un rato desesperado y solo. Luego, de prisa, se despojó de la armadura y las armas, salvo una corta espada que llevaba sujeta al cinturón,
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y se sumergió en el agua. Era hombre vigoroso, de una resistencia que pocos Dúnedain de su edad podían igualar, pero tenía escasas esperanzas de alcanzar la otra orilla. Antes de haber avanzado mucho, se vio forzado a volverse casi hacia el norte en contra de la corriente; y por más que luchaba era de continuo barrido hacia las grandes algas de los Campos Gladios. Estaban más cerca de lo que él había pensado,
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y cuando por fin sintió que la corriente disminuía, y cuando había casi logrado cruzar, se encontró luchando con altos juncos y algas adherentes. Allí advirtió de pronto que había perdido el Anillo. Por azar, o por un azar bien utilizado, se le había desprendido de la mano en un sitio donde jamás podría encontrarlo. En un principio el sentimiento de la pérdida fue tan abrumador, que dejó de luchar y pensó en dejarse hundir y ahogarse. Pero este estado de ánimo se disipó tan de prisa como se le había presentado. Ya no sentía dolor. Se le había quitado un gran peso de encima. Sus pies encontraron el lecho del río, y saliendo del barro, avanzó forcejeando por entre los juncos hasta llegar a una islita cenagosa cerca de la orilla occidental. Allí emergió del agua: era sólo un hombre mortal, una criatura insignificante perdida y abandonada en el descampado de la Tierra Media. Pero para los ojos nocturnales de los Orcos que allí atisbaban vigilantes, se destacaba como una monstruosa sombra de espanto con ojos penetrantes como estrellas. Dispararon sobre ella sus flechas envenenadas y huyeron. Innecesariamente, porque Isildur, inerme, cayó sin un grito con la garganta y el corazón atravesados, de espaldas al agua. Ni rastros de su cuerpo encontraron nunca los Elfos ni los Hombres. Así murió la primera víctima de la malicia del Anillo sin amo: Isildur, segundo Rey de todos los Dúnedain, señor de Arnor y Gondor, y el último en esa edad del Mundo.

Las fuentes de la leyenda de la muerte de Isildur

H
ubo testigos oculares del acontecimiento. Ohtar y su compañero huyeron llevando consigo los fragmentos de Narsil. La historia menciona a un joven que sobrevivió a la matanza: era el escudero de Elendur, llamado Estelmo, y fue uno de los últimos en caer, pero estaba aturdido por un golpe, no muerto, y fue encontrado vivo bajo el cuerpo de Elendur. Escuchó las palabras cambiadas por Isildur y Elendur al despedirse. Hubo quienes acudieron al rescate sobre la escena demasiado tarde, pero a tiempo para ahuyentar a los Orcos e impedir la mutilación de los cuerpos: porque hubo ciertos Hombres del Bosque que llevaron la noticia a Thranduil por mensajeros, y también ellos reunieron una fuerza para tender una emboscada a los Orcos, pero éstos la olfatearon y se dispersaron, porque, aunque victoriosos, sus pérdidas habían sido muy grandes, y casi todos los Orcos corpulentos habían caído; no intentaron otro ataque semejante hasta después de transcurridos muchos años.

La historia de las últimas horas de Isildur y de su muerte procede de una conjetura, pero está bien fundada. La leyenda en su forma cabal no se compuso hasta el reinado de Elessar en la Cuarta Edad, cuando se descubrieron otros datos. Hasta entonces se había sabido, primero, que Isildur tenía el Anillo y había huido hacia el Río; segundo, que su cota de malla, su yelmo, su escudo y su gran espada (pero nada más) se habían encontrado en la orilla no muy lejos de los Campos Gladios; tercero, que los Orcos habían dejado en la orilla occidental una guardia de arqueros para impedir que nadie escapara de la batalla y huyera al Río (porque se encontraron huellas de sus campamentos, uno cerca de los bordes de los Campos Gladios); y, cuarto, que Isildur y el Anillo, juntos o separadamente, debieron de haberse perdido en el Río, porque si Isildur hubiera alcanzado la orilla occidental portando el Anillo, habría esquivado la guardia, y un hombre tan intrépido y resistente no habría dejado de ir entonces a Lórien o Moria antes de sucumbir. Porque aunque era un largo viaje, cada uno de los Dúnedain llevaba en un bolsillo sellado que le colgaba del cinturón un pequeño frasco de cordial y unas hostias de pan de caminantes que lo habrían sostenido con vida durante muchos días. No eran en verdad el miruvor
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o el lembas de los Eldar, aunque algo semejante, pues la medicina y las otras artes de Númenor continuaban floreciendo y no se habían olvidado. Entre las cosas que había dejado Isildur no había cinturones ni bolsos.

Mucho después, cuando la Tercera Edad del Mundo Élfico quedó atrás y la Guerra del Anillo se aproximaba, se le reveló al Concilio de Elrond que se había encontrado el Anillo, hundido cerca del borde de los Campos Gladios y junto a la orilla occidental; aunque no se descubrió nunca rastro alguno del cuerpo de Isildur. Tenían también conocimiento de que Saruman había llevado a cabo en secreto una búsqueda en la misma región; pero aunque no había encontrado el Anillo (que ya mucho antes había sido retirado de allí), no sabían si había descubierto alguna otra cosa.

Pero el Rey Elessar, cuando fue coronado en Gondor, inició la reorganización del reino, y una de sus primeras tareas fue la restauración de Orthanc, donde se proponía guardar otra vez la palantir recuperada de Saruman. Entonces se registraron todos los secretos de la torre. Se encontraron muchas cosas de valor, joyas y reliquias de familia de Eorl, hurtadas a Edoras por Lengua Viperina durante los años de decadencia del Rey Théoden, y otras cosas semejantes, más antiguas y bellas, recogidas en túmulos y tumbas de todas partes. Saruman, en su degradación, no se había convertido en un dragón, sino en una corneja. Por último, tras una puerta escondida que no podrían haber encontrado ni abierto si no hubiera contado Elessar con la ayuda de Gimli el Enano, se reveló un gabinete de acero. Quizá lo habían preparado para recibir el Anillo; pero estaba casi vacío. En el cofrecillo sobre un alto estante había dos cosas guardadas. Una era una cajita de oro sujeta a una fina cadena; estaba vacía y no tenía letra ni signo alguno, pero sin duda había guardado el Anillo en torno al cuello de Isildur. Junto a ella había un tesoro sin precio, largo tiempo lamentado como si se hubiera perdido para siempre: la misma Elendilmir, la blanca estrella de cristal élfico sobre una redecilla de mithril,
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que había pasado de Silmarien a Elendil, y que éste había escogido como la señal de la realeza del Reino del Norte.
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Cada rey y los capitanes que los habían seguido en Arnor habían llevado la Elendilmir, hasta el mismo Elessar; pero aunque era una joya de gran belleza, hecha por los orfebres élficos en Imladris para Valandil, hijo de Isildur, no tenía la antigüedad ni el poder de la que se había perdido cuando Isildur se internó en la os-curidad para no volver nunca más.

Elessar la cogió con reverencia, y cuando volvió al Norte y tuvo otra vez plena autoridad real sobre Arnor, Arwen se la ciñó en la frente y los hombres guardaron asombrado silencio al ver cómo resplandecía. Pero Elessar no quiso correr ningún riesgo y sólo la llevaba en días señalados en el Reino del Norte. Por otra parte, cuando vestido con sus galas reales llevaba la Elendilmir que había recibido en herencia, decía: —Y ésta también es cosa digna de ser reverenciada, y está por encima de mi mérito; cuarenta cabezas la han llevado antes que la mía.
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Cuando las gentes reflexionaron más detenidamente sobre este tesoro secreto, se afligieron. Porque les pareció que estas cosas, y con seguridad la Elendilmir, no podían haberse encontrado a no ser que estuvieran en el cuerpo de Isildur cuando se hundió en el agua; pero si ello hubiera sucedido en aguas profundas de fuertes corrientes, éstas las habrían arrastrado con el tiempo hasta lugares muy lejanos. Por tanto, Isildur debió de haber caído no en la corriente profunda sino en aguas de la orilla, no más altas que un hombre. ¿Por qué, entonces, aunque había transcurrido una Edad, no se encontraron huellas de sus huesos? ¿Los habría encontrado Saruman y los habría deshonrado quemándolos en uno de sus hornos? Si así había sido, era un hecho vergonzoso; pero no el peor que hubiera cometido.

Apéndice
Medidas de longitud Númenóreanas

Una nota relacionada con el pasaje de «El desastre de los Campos Gladios» sobre las diferentes rutas desde Osgiliath a Imladris dice lo siguiente:

Las medidas de longitud se convierten con la mayor aproximación posible en medidas modernas. Se utiliza «legua» porque era la más larga medida de distancia: en el cálculo Númenóreano (que era decimal), cinco mil rangar (medida de un paso cabal) constituían un lár, aproximadamente tres de nuestras millas. Lár significaba «pausa», porque, salvo en las marchas forzadas, se hacía de ordinario un breve alto después de cubierta esa distancia [véase la nota 9 que precede]. El ranga númenóreano era algo más corto que nuestra yarda, aproximadamente treinta y ocho pulgadas, por ser mayor la estatura de aquellos seres. Por tanto, cinco mil rangar serian casi el equivalente exacto de 5280 yardas, nuestra «legua»: 5277 yardas, dos pies y cuatro pulgadas, suponiendo que la equivalencia sea exacta. Esto no puede determinarse, pues se basa en las longitudes dadas en las historias de varias cosas y distancias que pueden compararse con las de nuestro tiempo. Deben tenerse en cuenta tanto la gran estatura de los Númenóreanos (puesto que manos, pies, dedos y pasos están probablemente en el origen de los nombres de las unidades de longitud) como las variaciones respecto de los promedios o normas en el proceso de fijación y organización de un sistema de medidas utilizable en la vida cotidiana y a la vez para cálculos de precisión. Así, dos rangar se llamaban a veces «talla-de-hombre», que, a treinta y ocho pulgadas, da una talla promedio de seis pies y cuatro pulgadas; pero esto fue en una fecha posterior, cuando la talla de los Dúnedain parece haber disminuido, y no pretende tampoco ser una apreciación exacta de la talla promedio observada en los varones, sino una longitud aproximada, expresada en la bien conocida unidad ranga. (Se dijo a menudo que el ranga era la longitud del paso desde el talón postrero al dedo gordo delantero de un hombre adulto que camina de prisa pero con tranquilidad; un paso cabal «bien podría tener cerca de un ranga y medio»). Se dice, sin embargo, de los grandes hombres del pasado que medían más de una «talla-de-hombre». Elendil «superaba la talla-de-hombre en más de medio ranga»; pero se consideraba el más alto de los númenóreanos que escaparon de la Caída [y se lo conocía de hecho como Elendil el de la Alta Talla]. Los Eldar de los Días Antiguos eran también de elevada estatura. Se decía de Galadriel, «la más alta de las mujeres de los Eldar de que nos hablan las historias», que tenía talla-de-hombre, pero, se especifica «de acuerdo con las medidas de los Dúnedain y los hombres de antaño», con lo que se indica una altura de unos seis pies y cuatro pulgadas.

Los Rohirrim eran en general más bajos, pues sus antepasados lejanos se habían mezclado con hombres de constitución más ancha y pesada. Se dice que Éomer fue alto, de una altura semejante a la de Aragorn; pero él, como otros descendientes del Rey Thengel, superaban la talla media de Rohan, pues heredaban esta característica de Morwen, la esposa de Thengel, una señora de Gondor de alto linaje númenóreano.

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