Cuentos desde el Reino Peligroso (43 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantástico

BOOK: Cuentos desde el Reino Peligroso
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[8]
Su influencia no quedó limitada a Inglaterra. El alemán
Elf, Elfe
parece derivar de
El sueño de una noche de verano
en la traducción de Wieiand (1764).

[9]
Confessio Amantis
, w. 7.065 y siguientes.

[10]
Salvo en casos especiales, como las colecciones de cuentos galeses o gaélicos. En ellos se distingue a veces con el nombre de «cuentos de hadas» a los relatos sobre la «Hermosa Familia» o pueblo de las hadas, diferenciándolos de aquellos «cuentos populares» que hacen referencia a otros hechos prodigiosos. Los «relatos tradicionales» o «cuentos de hadas» casi siempre son en este sentido breves descripciones de las apariciones de estos seres o de sus intromisiones en los asuntos humanos. Pero esta diferenciación es sólo fruto de las traducciones.

[11]
Cosa que también es verdad, aun cuando sólo sean creaciones de la mente del Hombre, y «verdad» sólo en cuanto que reflejan de forma especial una de las visiones que el Hombre tiene de la Verdad.

[12]
Beowulf
, vv. 111-112.

[13]
La auténtica raíz (no sólo el uso) de sus «maravillas» es la sátira, una burla de la sinrazón; y el elemento «sueño» no es sólo una mera estructura de comienzo y fin, sino que es inherente a la acción y a las transiciones. Si no se les influye, los niños pueden percibir y apreciar estas cosas. Pero a muchos, como a mí me ocurrió, se les dice que Alicia es un cuento de hadas y, mientras dura este malentendido, se advierte su disgusto por el artificio del sueño. No hay ninguna mención al sueño en El viento en los sauces. «El topo había estado trabajando con ahínco toda la mañana, haciendo en su casa la limpieza de primavera.» Tal es el comienzo, y este tono formal se mantiene. Por lo que es muy llamativo que A. A. Milne, tan gran admirador de este excelente libro, abriera el prefacio de su versión dramatizada con un comienzo caprichoso en el que aparece un niño usando un narciso como teléfono. O quizá no resulte tan llamativo, porque un admirador sensible de esta obra (a diferencia de un gran admirador) nunca hubiera intentado dramatizarla. Es evidente que sólo los componentes más sencillos, la pantomima y los elementos satíricos de la fábula, admiten este tipo de presentación. La citada obra es, a un nivel ínfimo de teatro, aceptablemente graciosa, sobre todo para los que no han leído el libro; pero algunos niños a los que llevé a ver El sapo de Villasapo se trajeron como principal recuerdo la aversión que les produjo el comienzo. En cuanto al resto de la función, preferían sus recuerdos del libro.

[14]
El que tal vez se acerque más sea
El sastre de Gloucester
. Si no fuera por el intento de explicación onírica, también estaría muy cerca
La señora Tiggywinkle
. De igual forma, yo incluiría entre las fábulas
El viento en los sauces
.

[15]
Como es el caso, por ejemplo, de
The Giant that had no Heart
, en
Popular Tales from the Norse
, de Dasent; o
The Sea-Maiden
, en
Popular Tales of the West Highlands
, de Campbell (n.° IV; véase también el n.° 1); o más remotamente,
Die Kristallkugel
, de Grimm. Budge,
Egyptian Reading Book
, p. XXI.

[16]
Véase Campbell, op. cit., vol. 1.

[17]
Salvo en casos particularmente afortunados; o bien en unos pocos detalles ocasionales. De hecho es más fácil desenmarañar un solo hilo (un incidente, un nombre, un tema) que rastrear la historia de un dibujo cualquiera en función de los muchos hilos que lo componen. Porque con el dibujo ya en el tapiz, un nuevo elemento ha entrado en juego: la escena es mayor que la suma de los hilos que la integran, que además no ayudan a su explicación. En eso reside el punto débil característico del método analítico (o «científico»): hace muchos descubrimientos sobre las cosas que acontecen en los cuentos, pero pocos o ninguno sobre sus efectos en un cuento determinado.

[18]
Christopher Dawson, por ejemplo, en
Progress and Religión
.

[19]
Esto queda corroborado con un estudio más detallado y amable de los pueblos "primitivos"; es decir, pueblos que siguen viviendo en un paganismo ancestral, que no están, como nosotros decimos, civilizados. Lo único que un rápido examen descubre son sus relatos más chocantes; un estudio más detalaldo saca a la luz sus mitos cosmológicos; sólo la paciencia y un saber profundo describen su filosofía y su religión: aquello en verdad venerable, de lo que los "dioses" no son necesariamente encarnaciones o lo son sólo en dosis variables (dispensadas a menudo por el propio individuo).

[20]
No se les debería ahorrar tal cosa; a menos que se les impida el acceso al cuento completo hasta que dispongan de estómagos más resistentes.

[21]
Es evidente que por lo general estos detalles se integraban en los cuentos, incluso cuando todavía eran práctica común, porque poseían un valor que ayudaba a su creación. Si yo fuese a escribir un relato en el que se ahorca a un hombre, ese detalle podría dar a entender en épocas posteriores (suponiendo que el cuento se conservase, lo que en sí mismo sería ya una señal de que poseía algún valor más permanente que los meramente locales o temporales) que se escribió cuando ahorcar a las personas era una práctica legal. He dicho podría, aunque está claro que la deducción hecha a posteriori también podría ser errónea. Para estar seguro, el futuro investigador habrá de saber con certeza cuándo se castigaba con la horca y cuándo viví yo. Podría suceder que yo hubiese tomado el episodio de otros tiempos y lugares, de otros relatos, o simplemente habérmelo inventado. Pero incluso aceptando que la deducción fuese acertada, el incidente del ahorcamiento sólo aparecería en el relato por-que: a) yo fuese consciente de la fuerza dramática, trágica o macabra de este episodio de mi cuento, y b) porque aquellos por cuyas manos pasó apreciaron esta fuerza con suficiente intensidad como para conservar el incidente. La distancia en el tiempo, la simple antigüedad y lo inusitado del caso podrían con los años agudizar el filo de la tragedia o del horror; pero el filo ha de estar ya allí para que puedan afilarlo incluso en la piedra de la antigüedad élfica. La pregunta más banal que los críticos literarios pueden plantearse o contestar sobre Ingenia, hija de Agamenón, es: ¿la leyenda de su sacrificio en Áulide proviene de una época en que los sacrificios humanos eran práctica común?

Y digo sólo «por regla general», porque puede suceder que lo que ahora se considera un relato tuviese en otros tiempos una intencionalidad distinta; por ejemplo: la crónica de un suceso o de un rito. La crónica estricta, quiero decir. Una historia inventada para explicar un ritual (fenómeno que a veces se supone que se ha dado con frecuencia) no deja de ser básicamente una historia. Adopta esa forma y sobrevivirá sólo en razón de sus valores narrativos (por mucho más tiempo que el ritual, evidentemente). En algunos casos, detalles que ahora resultan llamativos por el único hecho de ser extraños pueden haber sido tan cotidianos y normales en otros tiempos que se llegó a mencionarlos por pura casualidad. Como si dijésemos hoy de una persona que nos saluda «sombrero en mano» o que «ha tomado el tren», Son detalles insignificantes que no perduran mucho más allá del cambio en las costumbres cotidianas. No al menos en una época de transmisión oral. Con la literatura escrita (y rápidos cambios en las costumbres), una narración puede conservarse inalterada el tiempo suficiente para que incluso sus detalles menos significativos adquieran el valor de lo extraño y singular. Gran parte de la obra de Dickens presenta ahora este aire. Puede abrirse hoy la edición de una de sus novelas, que se compró y se leyó cuando reflejaba exactamente la vida diaria; y, sin embargo, aquellos hábitos cotidianos resultan en estos momentos tan distantes de nuestras costumbres como los del período isabelino. Bien es cierto que ésta es una situación típica de la actualidad. Los antropólogos y folkloristas no imaginaron nunca condiciones de este tipo. Pero si lo que manejan son elementos de simple transmisión oral, deberían con mayor razón darse cuenta de que están tratando con materiales cuyo primer objetivo fue la creación de narraciones, que es a su vez la razón principal de su supervivencia. El rey de las ranas (véase p. 304) no es un Credo ni un manual de preceptos totémicos: es un cuento muy especial con una sencilla moraleja.

[22]
En el caso de los cuentos infantiles entra también un nuevo elemento en juego. Las familias pudientes empleaban a mujeres que cuidaran a los niños, y eran estas ayas, que en ocasiones estaban en contacto con una sapiencia rústica y tradicional ya olvidada por sus «señores», quienes suministraban los cuentos. Hace ya largos años que esta fuente se agotó, al menos en Inglaterra; pero en cierta época tuvo su importancia. Lo cual, en cambio, no es a su vez prueba de que los niños estén especialmente preparados para la recepción de este «folklore» en extinción. De la misma forma (o mejor) podría haberse dejado a las niñeras la elección de los cuadros y muebles.

[23]
Por lo que mi experiencia me dicta, los niños que manifiestan un temprano interés por la literatura no sienten una atracción especial por escribir cuentos de hadas, a menos que éste sea el único tipo de literatura que hayan conocido; y cuando lo intentan, fracasan de la forma más lamentable. No es un género fácil. Si hacia algo se inclinan los niños de forma especial, es hacia las fábulas, que a menudo los adultos confunden con cuentos de hadas. Los cuentos mejores que he visto escritos por niños eran «realistas» (lo intentaban) o tenían por protagonistas a bestias y pájaros, que no eran por lo general sino los habituales humanos de las fábulas bajo formas animales. Supongo que esta fórmula se adopta tan a menudo principalmente porque admiten un abundante realismo: la recreación de los acontecimientos y del lenguaje doméstico que el niño de hecho conoce. Sin embargo, por lo general son los adultos quienes sugieren o imponen esta forma, que tiene una curiosa preponderancia en la literatura (la buena y la mala) que hoy en día se suele ofrecer a los niños. Supongo que la idea es que se da la mano con la Historia Natural, esos libros semicientíficos sobre bestias y pájaros que también pasan por lectura apropiada para muchachos. Idea reforzada por los osos y conejos que en los últimos tiempos casi parecen haber desplazado de los cuartos infantiles a los muñecos, incluidos los de las niñas. Los niños se inventan historias, a veces largas y complicadas, sobre sus muñecos. Y si éstos tienen el aspecto de osos, osos serán los protagonistas de los cuentos; pero hablarán como personas.

[24]
Lang y sus colaboradores lo hicieron. No se puede, en cambio, decir lo mismo de la mayor parte del material en su forma original (o en la más antigua que conservamos).

[25]
A mí me han preguntado con mucha mayor frecuencia: «¿Era bueno? ¿Era malo?» Es decir, que estaban más interesados por deslindar el lado Bueno del Malo. Y ésa es una pregunta importante tanto en Historia como en Fantasía.

[26]
Del prefacio
a Violet Fairy Booh
.

[27]
Mis contactos con la zoología y la paleontología («para niños») fueron casi tan tempranos como con el mundo de Fantasía. Solía mirar grabados de animales actuales y de animales prehistóricos auténticos (así decían). Los «prehistóricos» me gustaban más: al menos habían vivido hacía mucho tiempo, y una hipótesis (basada además en datos un tanto someros) nunca puede ahogar el resplandor de la fantasía. Pero no me gustaba que me dijeran que aquellos animales eran dragones. Aún puedo sentir la irritación que de niño me producían las afirmaciones de algunos de mi familia (o de los libros que me regalaban) cuando para instruirme decían cosas como éstas: «Los copos de nieve son las joyas de las hadas», o «son más hermosos que las joyas de las hadas»; «los prodigios de la profundidad del océano son más admirables que el País de las Hadas». Los niños esperan que los adultos les expliquen, o cuando menos reconozcan, las diferencias que ellos intuyen pero no pueden analizar, no que las ignoren o las nieguen. Yo era muy sensible a la belleza de las «Cosas Reales», pero me parecía un error confundirla con la admiración por las «Otras Cosas». Estaba ansioso por estudiar la Naturaleza; más ansioso en realidad que de leer muchos de los cuentos de hadas; no estaba, empero, dispuesto a salir engañado de Fantasía y dejarme llevar confundido a la Ciencia por aquellos que parecían aceptar que, debido a algún tipo de pecado original, yo tenía que preferir los cuentos de hadas, si bien, en aras de cierta clase de nueva religión, me debían inducir al gusto por las ciencias. Sin duda, la Naturaleza precisa de toda una vida de estudio o de un estudio (para los más dotados) de toda una eternidad; pero hay en el hombre una parte que no es «Naturaleza», que no se siente por lo tanto compelida a estudiarla y que de hecho se muestra totalmente insatisfecha con ella.

[28]
Naturalmente, esto es lo que muchas veces quieren decir los niños cuando preguntan: «¿Es verdad?» Ellos quieren decir: «Esto me gusta, pero ¿pasa en nuestros días?» Y la única contestación que quieren oír es: «Claro que no hay dragones hoy en Inglaterra».

[29]
Del prefacio
a Lilac Fairy Book
.

[30]
Es decir, que dicta y provoca la Creencia Secundaria.

[31]
Esta afirmación no es válida para todos los sueños. En algunos sí parece que interviene la Fantasía. Pero son los menos. La Fantasía es una actividad racional, no irracional.

[32]
En el surrealismo, por ejemplo, es habitual hallar una morbidez o un desasosiego que es mucho menos frecuente en la fantasía literaria. A menudo nos hace pensar que la mente que pintó esas imágenes ya estaba enferma, aunque ésta no sea necesariamente la explicación en todos los casos. Con frecuencia, el simple hecho de plasmar este tipo de cosas suscita una curiosa forma de desequilibrio mental, un estado de características y síntomas semejantes a los que se producen en estados febriles agudos, cuando el cerebro desarrolla una inquietante fecundidad y facilidad para crear figuras y percibe formas grotescas o siniestras en todos los objetos circundantes.

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