Cuentos del planeta tierra (19 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción, Cuento

BOOK: Cuentos del planeta tierra
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Connolly aplastó el cigarrillo en la pared de granito; después arrojó el filtro blanco al mar, que cayó dando vueltas hacia las aguas a treinta metros por debajo de ellos. Se volvió de cara a su amigo.

—Lo siento, Jack —respondió, y por un momento reveló la personalidad familiar que, según sabía Pearson, debía estar atrapada en alguna parte, dentro del desconocido que estaba a su lado—. Sé que tratas de ayudarme, y te lo agradezco. Pero preferiría que no me hubieses seguido. Sólo empeorarás las cosas.

—Convénceme de esto, y me iré.

Connolly suspiró.

—No podría convencerte más que a aquel psiquiatra a quien me persuadiste de que fuese a ver. ¡Pobre Curtís! Era un hombre muy bienintencionado. Me gustaría que le presentaras mis disculpas.

—Yo no soy psiquiatra y no trato de curarte, si me permites la expresión. Si te gusta ser como eres, allá tú. Pero creo que deberías decirnos lo que ha pasado para que podamos hacer nuestros planes.

—¿Para que me digan que estoy loco?

Pearson se encogió de hombros. Se preguntó si Connolly podía ver, a través de su fingida indiferencia, la preocupación real que estaba tratando de ocultar. Ahora que todos los procedimientos parecían haber fracasado, la actitud de «francamente no me importa» era la única que podía adoptar.

—No estaba pensando en esto. Hay algunos detalles prácticos que resolver. ¿Quieres quedarte indefinidamente aquí? No puedes vivir sin dinero, ni siquiera en Syrene.

—Puedo alojarme en la villa de Clifford Rawnsley todo el tiempo que quiera. Ya sabes que era amigo de mi padre. Ahora la casa está vacía, a excepción de la servidumbre, y ésta no me preocupa.

Connolly se apartó del parapeto en el que se apoyaba.

—Voy a subir al monte antes de que anochezca —dijo.

El tono había sido brusco, pero Pearson sabía que no era de despedida. Podía seguirlo si quería, y esto le dio la primera satisfacción desde que había localizado a Connolly. Era un pequeño triunfo, pero lo necesitaba.

No hablaron durante la subida; lo cierto es que Pearson apenas si tenía aliento para hacerlo. Connolly caminaba a paso vivo, como si tratase deliberadamente de agotarse. La isla se hundía debajo de ellos; las villas blancas resplandecían como fantasmas en los valles umbríos; las pequeñas barcas de pesca, terminado el trabajo del día, descansaban en el puerto. Y el mar se estaba oscureciendo.

Cuando Pearson alcanzó a su amigo, Connolly estaba sentado delante del santuario que los devotos isleños habían construido en el punto más alto de Syrene. En pleno día, el lugar era frecuentado por los turistas, que se fotografiaban o contemplaban boquiabiertos la belleza de la que les habían hablado y que se extendía debajo de ellos; pero ahora estaba desierto.

Connolly respiraba fatigosamente debido al esfuerzo, pero sus facciones estaban relajadas y de momento parecía tranquilo. La sombra que había nublado su mente se había levantado, y se volvió a Pearson con una expresión que recordaba su antigua y contagiosa sonrisa.

—Él aborrece el ejercicio, Jack. Le espanta.

—¿Y quién es él? —dijo Pearson—. Recuerda que todavía no nos has presentado.

Connolly sonrió ante la muestra de humor de su amigo; después, su rostro se puso grave de repente.

—Dime, Jack —empezó diciendo—. ¿Crees que tengo una imaginación superdesarrollada?

—No; más o menos normal. Eres menos imaginativo que yo, desde luego.

Connolly asintió lentamente con la cabeza.

—Es verdad, Jack, y esto debería ayudarte a creer en mí, porque estoy seguro que nunca habría podido inventar la criatura que me obsesiona. Existe realmente. No sufro de alucinaciones paranoicas o como quiera llamarlo el doctor Curtís.

»¿Recuerdas a Maude White? Todo empezó con ella. La conocí en una de las fiestas de David Trescott, hace un mes y medio. Acababa de reñir con Ruth y estaba bastante harto. Los dos estábamos en una situación difícil y, al estar yo en la ciudad, ella vino al piso conmigo.

Pearson sonrió para sus adentros. ¡Pobre Roy! Era la misma historia de siempre, aunque nunca parecía darse cuenta. Cada aventura era diferente para él, pero no para los demás. Era el eterno Don Juan, siempre buscando y siempre decepcionado, porque lo que buscaba sólo podía encontrarse en la cuna o en la tumba, pero nunca entre las dos.

—Supongo que te reirás de lo que me impresionó tanto; parece muy trivial, pero sin embargo me asustó más que nada en la vida. Sencillamente, fui al mueble bar y preparé las bebidas, como había hecho infinidad de veces. Sólo cuando tendí un vaso a Maude me di cuenta de que había llenado tres. El incidente era tan natural que al principio no reconocí lo que significaba. Después miré como un loco alrededor de la estancia, para ver dónde estaba el otro hombre..., aunque sabía, de alguna manera, que no era un hombre. Desde luego, no estaba allí. No estaba en parte alguna del mundo exterior: estaba escondido en lo más profundo de mi propio cerebro...

La noche era muy silenciosa, sin más sonido que una suave cinta de música que subía en espiral hacia las estrellas desde algún café del pueblo, allá abajo. La luz de la luna naciente resplandecía sobre el mar; en lo alto, los brazos del crucifijo se perfilaban contra la oscuridad. Venus, brillante faro en la frontera del crepúsculo, seguía al sol hacia el oeste.

Pearson esperó, dejando que Connolly se tomase tiempo. Parecía lúcido y bastante razonable, por muy extraña que fuese la historia que contaba. Su cara estaba absolutamente tranquila a la luz de la luna, aunque podía ser la calma que viene después de la aceptación de la derrota.

—Después de aquello, lo primero que recuerdo es que estaba tumbado en la cama mientras Maude me limpiaba la cara con una esponja. Estaba muy asustada: yo me había desmayado y al caer me hice un corte profundo en la frente. Había mucha sangre por todas partes, pero esto no importaba. Lo que realmente me aterrorizaba era la idea de que me había vuelto loco. Parece curioso, ahora que me horroriza mucho más el estar cuerdo.

»Él estaba todavía allí cuando me desperté; y ha estado allí desde entonces. De alguna manera me libré de Maude (no fue fácil) y traté de averiguar lo que había sucedido. Dime, Jack, ¿crees en la telepatía?

La brusca pregunta pilló desprevenido a Pearson.

—Nunca he pensado mucho en ello, pero las pruebas parecen bastante convincentes. ¿Sugieres que otra persona está leyendo tu mente?

—No es tan sencillo. Lo que te estoy contando lo he descubierto poco a poco, generalmente cuando estaba soñando o me hallaba algo bebido. Puedes pensar que esto invalida la prueba, pero yo no lo creo. Al principio fue la única manera en que podía pasar por la barrera que me separa de Omega..., más tarde te diré por qué le llamo así. Pero ahora no hay ningún obstáculo: sé que él está siempre allí, esperando que yo baje la guardia. De día y de noche, borracho o sereno, soy consciente de su presencia. En ocasiones como ésta, permanece quieto, observándome por el rabillo del ojo. Mi única esperanza es que se canse de esperar y que se vaya en busca de otra víctima.

La voz de Connolly, tranquila hasta ahora, se le quebró de pronto.

—Imagínate el horror de aquel descubrimiento: el efecto de saber que cada acción, cada idea o cada deseo que pasa por tu mente está siendo observado y compartido por otro ser. Desde luego, esto significó para mí el fin de toda vida normal. Tuve que dejar a Ruth, sin poder darle una razón. Entonces, para empeorar las cosas, Maude empezó a perseguirme. No me dejaba en paz y me bombardeaba con cartas y llamadas telefónicas. Era un infierno. No podía luchar contra los dos, y por esto me escapé. Y pensé que precisamente en Syrene, él encontraría bastantes cosas de interés para que dejase de molestarme.

—Ahora comprendo —dijo Pearson, a media voz—. Es eso lo que busca. Una especie de
voyeur
telepático que ya no se contenta sólo con observar...

—Supongo que me estás tomando el pelo —replicó Connolly, sin resentimiento—. Pero no me importa, y además has resumido muy bien la situación, como sueles hacer siempre. Pasó bastante tiempo antes de que yo me diese cuenta de cuál era su juego. Una vez pasada la primera impresión, traté de analizar la cosa racionalmente. Pensé en lo que había precedido al momento del primer reconocimiento, y al fin caí en la cuenta de que no había sido una súbita invasión de mi mente. Él había estado conmigo desde hacía años, tan escondido que no me había dado cuenta. Supongo que eso te hará reír, conociéndome como me conoces. Pero nunca había estado del todo tranquilo con una mujer, ni siquiera cuando hacía el amor, y ahora sé la razón. Omega estaba siempre allí, compartiendo mis emociones, refocilándose con unas pasiones que ya no puede experimentar en su cuerpo.

»La única manera de conservar algún control era contraatacando, tratando de llegar a las manos con él e intentando comprender lo que era. Y al fin lo conseguí. Está muy lejos y su poder debe tener algún límite. Tal vez el primer contacto fue accidental, aunque no estoy seguro de ello.

»Supongo que lo que te he contado hasta ahora, Jack, te resultará bastante difícil de creer, pero no es nada en comparación con lo que voy a decirte. En todo caso, recuerda que estuviste de acuerdo en que no soy un hombre imaginativo, así que a ver si puedes encontrar un fallo en el relato.

»No sé si has leído alguna vez que la telepatía es, de alguna manera, independiente del tiempo. Yo sé que lo es. Omega no pertenece a nuestra era: está en alguna parte del futuro a una distancia inconmensurable de nosotros. Durante un tiempo pensé que debía ser uno de los últimos hombres, y por esto le puse aquel nombre. Pero ahora no estoy seguro; tal vez pertenece a una era en la que hay innumerables razas humanas diferentes, esparcidas por todo el universo; algunas todavía en auge, y otras en plena decadencia. Su pueblo, dondequiera que esté, ha alcanzado las alturas y caído desde ellas a unas profundidades que nunca conocerán las bestias. Todo él respira maldad, Jack; la maldad substancial que la mayoría de nosotros no conoceremos jamás. Sin embargo, a veces casi me compadezco de él, porque sé qué le ha hecho como es.

»Jack, ¿te has preguntado alguna vez lo que hará la raza humana cuando la ciencia lo haya descubierto todo, cuando no haya más mundos por explorar, cuando todas las estrellas hayan revelado sus secretos?

Omega es una de las respuestas. Espero que no sea la única, porque si así fuese todos nuestros esfuerzos habrían sido en vano. Espero que él y su raza sean un cáncer aislado en un universo todavía sano; pero no puedo estar seguro.

»Han mimado sus cuerpos hasta hacerlos inútiles y han descubierto su error demasiado tarde. Tal vez pensaron, como algunos hombres, que podían vivii sólo con la inteligencia. Y quizá son inmortales,
}
ésta es su verdadera perdición. A lo largo del tiempo sus mentes han estado corroyendo sus débiles cuerpos, buscando algún alivio a su tedio insoportable. Y al fin han encontrado la única manera de lograrlo: enviando sus mentes a una era anterior y más viril, y convirtiéndose en parásitos de las emociones de otros.

»Me pregunto cuántos serán. Tal vez explican to dos los casos que solíamos llamar de posesión. ¡Como habrán saqueado el pasado para saciar su hambre! ¿Te los imaginas volando como cuervos alrededor de Imperio Romano en decadencia, disputándose las mentes de Nerón, Calígula y Tiberio? Tal vez Omega no consiguió hacerse con aquellos grandes premios O tal vez no tiene mucho entre lo que elegir y tiene que apoderarse de cualquier mente con la que pueda establecer contacto en cualquier tiempo, pasando de ella a la siguiente a la primera oportunidad.

»Naturalmente, todo esto lo descubrí con mucha lentitud. Creo que él se regocija más al saber que percibo su presencia. Creo que me ayuda deliberada mente, rompiendo su propio lado de la barrera. Por que al fin pude verle.

Connolly se interrumpió. Pearson miró a su alrededor y vio que ya no estaban solos en la cima del monte. Una joven pareja, cogida de la mano, subía por la carretera en dirección al crucifijo. Ambos tenían la belleza física tan común entre los isleños. No reparaban en la noche que los envolvía ni en los espectadores, y pasaron junto a nosotros sin la menor señal de reconocimiento. Una sonrisa amarga se pintó en los labios de Connolly mientras los veía alejarse.

—Supongo que debería avergonzarme, pero pensaba que a lo mejor él me dejaba y se iba detrás de aquel muchacho. Pero no ha querido; aunque me niego a seguirle el juego, se queda para ver qué sucede.

—Ibas a decirme cómo es —dijo Pearson, contrariado por la interrupción.

Connolly encendió un cigarrillo y aspiró profundamente antes de responder.

—¿Puedes imaginarte una habitación sin paredes? El está en un espacio hueco, en forma de huevo, rodeado de una niebla azul que siempre parece estar girando y retorciéndose, pero nunca cambia de posición. No hay entrada ni salida, ni gravedad, a menos que haya aprendido a desafiarla. Porque él flota en el centro, y a su alrededor hay un círculo de cortos cilindros aflautados que giran lentamente en el aire. Creo que deben ser algún tipo de máquinas sometidas a su voluntad. Y una vez había un óvalo grande suspendido a su lado, con brazos humanos y muy bien formados. Sólo podía ser un robot; pero las manos y los dedos parecían vivos. Le palpaban y daban masajes, tratándole como a un niño pequeño. Era horrible...

»¿Has visto alguna vez lémures o társidos espectrales? Se les parece bastante: una pesadilla disfrazada de hombre, con grandes ojos malignos. Y lo más raro es que contradice lo que pensábamos de la evolución: está cubierto de una fina capa de vello tan azul como la morada en que vive. Siempre que lo he visto estaba en la misma posición: encogido hacia arriba, como un niño durmiendo. Creo que sus piernas deben estar completamente atrofiadas, y tal vez también los brazos. Sólo su cerebro está todavía activo, buscando su presa a lo largo de los siglos.

»Y ahora ya sabes por qué ni tú ni nadie podéis hacer nada. Los psiquiatras podrían curarme si estuviese loco, pero la ciencia que pueda con Omega aún no ha sido inventada.

Connolly hizo una pausa y sonrió con ironía.

—Precisamente porque estoy cuerdo, sé que no me vas a creer. Así que no hay un terreno común en el que podamos encontrarnos.

Pearson se levantó de la piedra en que se hallaba sentado, con un ligero temblor. La noche se estaba enfriando, pero esto no era nada en comparación con el sentimiento de impotencia interior que se había apoderado de él mientras Connolly le hablaba.

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