—Vaya, vaya. Reunión de amigos —comentó entre dientes. —¿De qué hablas? ¿Qué haces ahí subido? —interrogó Carlos. —Mira. —Señaló al grupo—. Está toda la panda.
—¿Qué? —Carlos siguió con la mirada la línea invisible que marcaba el dedo de Marcos y al momento se quedó estupefacto— ¡Ostras! Solo falta Enar para completar la estampa. ¿Qué hacemos? ¿Nos acercamos a saludarlos? —preguntó renuente. Hacía más de siete años que no pisaba el barrio ni veía a su antiguo grupo y, para ser sincero, le daba un poco de vergüenza presentarse sin más y decir "Hola".
—No. Quiero averiguar de qué va esto, y luego con la información en mi mano ya veré lo que hago.
—Marcos tío, no dejes que salga tu vena periodística. Estamos en una exposición benéfica que busca recaudar fondos. No creo que haya más información que esa —comentó Carlos atónito. ¿Qué carajo quería decir su amigo con "información" y "ya veré"?
—No. Están todos. Algo pasa, lo huelo. ¿Por qué iban a estar todos juntos aquí, si no fuera por algo importante? Piénsalo. Si quieres ir a tomar unas copas con los amigotes, no te vas a una galería de arte a ver cuadros, te largas al bar de la esquina.
—Si tú lo dices —respondió Carlos no muy convencido. Debido a lo aislado de su granja de rapaces, lo cierto es que no tenía muchos amigos, de hecho sólo contaba a Marcos como tal... y cuando quería tomar unas copas con él, lo único que podía hacer era llamarlo a ver si pasaba a visitarlo. Las rapaces requerían cuidados constantes y, entre el trabajo y cuidarlas, no tenía tiempo para la vida social. Por tanto no estaba lo que se dice al corriente de las costumbres sociales.
—Voy a investigar, nos vemos luego. —Marcos salió disparado hacia el centro de la galería dejando a Carlos con su timidez y sus pensamientos.
El grupo se había disuelto en ese momento. Las chicas estaban juntas recorriendo el lugar mientras los hombres deambulaban cada uno por su lado acercándose a los asistentes; hablando con ellos y mostrándoles diversos cuadros. Marcos se dio cuenta en ese momento de que cada vez había más cartelitos de "vendido" y decidió, de golpe y porrazo, que aquellos en los que salía Ruth iban a ser suyos. ¿Por qué motivo? Ni idea. Pero serían suyos. Calculó su estrategia: no interrogaría ni al "Dandy" ni al hombre rubio que paseaba abrazado a Luka. Sus amigos le reconocerían y quería permanecer en el anonimato, al menos hasta que tuviera toda la información. Las demás chicas estaban descartadas por lo mismo. Quedaba el moreno de pelo en punta, y a por él se fue.
—Interesante pintura —comentó Marcos, como quien no quiere la cosa, cuando el moreno pasaba por su lado.
—¿Verdad que sí? —Dani se paró de golpe ante un posible comprador— El autor de este retrato padece alzheimer, aunque cualquiera lo diría a tenor de las pinceladas precisas y el manejo de la luz y el color.
—Ciertamente —aseveró Marcos que sí bien no entendía de pinceladas, conocía la luz en todos sus matices pues su trabajo dependía de ella—. Marcos Sierra. —Extendió la mano presentándose— ¿Todos los cuadros los han pintado abuelos?
—Daniel González. —Se presentó Dani—. Sí, pertenecen al grupo de mayores del centro de día. Esta exposición... —Dani, como buen vendedor, procedió a contar la historia de la exposición, haciendo especial hincapié en lo necesario que eran los fondos que se recaudaran, el uso social para el que se iba a utilizar y la excelente calidad de los trabajos.
—Habéis hecho una labor estupenda aquí, y totalmente desinteresada según veo —comentó Marcos cuando Dani finalizó el despliegue de datos.
—Sí. Lo cierto es que el motor de todo ha sido una de las trabajadoras del centro que se ha volcado desinteresadamente en el proyecto —respondió Dani orgulloso de su amiga, mordiendo totalmente el anzuelo.
—¿Una trabajadora del centro?
—Sí. Ruth Vázquez. Secretaria de Dirección de Recursos Humanos y madre adoptiva de todos los ancianos —comentó guiñándole un ojo a su interlocutor—. Una mujer extraordinaria, responsable en gran medida de que el centro sea uno de los mejores de la comunidad, impulsora de los talleres más creativos en que trabajan los ancianos y amiga de todos y cada uno de ellos.
—Vaya. Los ancianos la tendrán en gran estima.
—Ni se lo imagina. Acompáñeme. —Dani le guió hacia la salida, y una vez allí le mostró el retrato del escaparate— Esta es una de las pinturas que han hecho de ella. Como puede comprobar, el autor ha centrado su obra en el rostro. Si observa bien el retrato verá que los ojos trasmiten los sentimientos que el anciano siente al estar con ella: tranquilidad, simpatía, amabilidad. Si tenemos en cuenta que el autor de la obra está aquejado de demencia senil, nos damos cuenta de que no solo se hacen necesarios tratamientos y médicos, sino también personas capaces de sacar lo mejor de cada uno con su mera presencia.
—Impresionante. Me gustaría tenerlo en mi salón. —Listo, uno ya era suyo. Le quedaban dos, que él supiera.
—Perfecto. No hay ningún problema si quiere comprarlo —comentó Dani encantado. Un cuadro más vendido, un paso más cerca de conseguir los fondos necesarios.
—¿Tiene más obras en las que salga ella?
—Dos más. Pero no sé si están vendidas.
—¿Podría comprobarlo?
—Por supuesto. Acompáñeme. —Entraron de nuevo a la galería, y Dani se dirigió hacia el cuadro de los sauces llorones—. En este lienzo está retratada junto a su padre.
—Aja. ¿Y las cartas? —Era una pregunta tonta, pero se sentía intrigado... ¿mus? ¿tute?
—Es un juego de memoria. Se trata de buscar cartas para seguir la escalera numérica.
—Aja.
—Parece una tontería, pero no lo es. Los ancianos deben recordar la carta que hay en la mesa a la vez que la carta que están buscando en la baraja. Para ellos no es tan fácil como parece.
—Por supuesto. También estoy interesado en este.
—Perfecto —exclamó Dani lleno de gozo—. Si quiere ver el último...
—Efectivamente.
—Aquí lo tenemos. No es una gran obra técnicamente hablando, pero impresiona por su naturalidad y carisma.
En el cuadro se veía a Ruth vestida con un babi, una de esas batas ligeras que se les pone a los niños encima de la ropa para protegerla de manchas de color verde hierba, como los que llevan los más pequeños en las guarderías. Estaba sentada sobre una mesa, con los brazos alzados formando un semicírculo, el pelo recogido en una coleta caída y los botones del babi mal alineados la mostraban como realmente era, distraída de su aspecto externo. Su rostro inclinado a un lado y sus labios sonrientes insinuaban que por el contrario estaba totalmente centrada en quien quiera que fuese la persona destinataria de sus ademanes.
—¿Qué hace? —preguntó Marcos curioso.
—El autor de la obra la ha representado en uno de los talleres que imparte. El de cuenta cuentos. Vestida con ese babi se sube sobre la mesa y va desgranando un cuento ante los asistentes. Al acabar, los ancianos deben hacer un dibujo en el que se refleje lo que han retenido, sentido o pensado de la narración. En la ocasión retratada, narraba un cuento sobre la luna y sus hijas, las estrellas.
—¿Por qué lleva el babi? ¿Ella también pinta?
—No. Lo lleva porque los ancianos usan pinturas que pueden manchar su ropa, y por tanto se ven obligados a vestir con babi. Ruth se dio cuenta de que se sentían recelosos de que el profesor fuera bien vestido, y decidió asemejarse a ellos, por lo que cuenta los relatos vestida así... Y casi siempre acaba pringándose a propósito con las pinturas. Eso les hace sentir que no hay diferencia entre alumnos y profesor, se sienten más cómodos y expresan mejor su arte.
—Entiendo. También quiero este.
—Perfecto. ¿Le gustaría que le mostrase algún cuadro más? —"Tres, ¡Dios! Tres. ¡Alucinante!", pensó Dani.
—¿Hay alguno más en que salga esta mujer?
—Eh, no. Pero hay muchos otros que...
—Suficiente. Solo quiero estos tres, pero antes de formalizar la venta, me gustaría estar seguro de adonde van exactamente mis donativos y lo que se va a hacer con ellos. De hecho, considero necesario hablar con la persona que ha montado la exposición para estar totalmente seguro de que mis fondos serán bien empleados.
—Por supuesto. Mmm... Creo que lo mejor sería que conociera a Ruth Vázquez. Un momento por favor. Ahora mismo vuelvo. —Dani giró nervioso sobre sus talones, comprobando antes que el futuro comprador no se marchara, y salió disparado hacia el último lugar donde había visto a su amiga...
—Ruth, no te lo vas a creer, alguien está interesado en comprar tres de los cuadros que quedan por venderse. Vamos, tienes que venir y ayudarme a convencerlo. Me ha preguntado por el cerebro de todo esto. Esa eres tú, y me está preguntando por la labor social de la ONG y, joder, yo no sé cómo explicarle cómo va la cosa, ni lo que hacéis, ni cómo vais a montar el viaje. Ya sabes que cuando se trata de hablar en serio no se me da nada bien. Vamos, no vaya a ser que se vaya; date prisa, ven, a qué esperas... ¡Tres de golpe! ¡Dios! Va a ser todo un éxito. Vamos, no te retrases.
—Voy, voy.
Ruth acompañó risueña al nervioso Dani, seguida muy de cerca por los demás. A todos les comía la curiosidad por ver quién era el que iba a comprar tantos cuadros de una sola tacada. Se detuvieron ante una espalda impecablemente cubierta con un traje a medida en el que resaltaba una coleta de pelo rubio y liso, larga hasta la cintura. Dani se acercó a esa espalda tirando de la muñeca de Ruth...
—Ruth, quiero presentarte al Sr. Sierra.
La espalda se giro al oír su nombre. Pertenecía a un tipo altísimo, un hombre joven de alrededor de treinta años, con una cara que los mismísimos ángeles habrían envidiado, unos ojos azules que parecían penetrar en los pensamientos de los demás y un cuerpo que superaba con creces en belleza al David de Miguel Ángel. Miró a Ruth de arriba abajo y sonrió.
—Ruth Avestruz. Encantado de verte de nuevo. —"Te tengo", pensó Marcos complacido.
Siete años después de su última cita, Ruth estaba a su alcance, y esta vez no la iba a permitir escabullirse, no. Esta vez hablarían largo y tendido. Porque aunque había pasado el tiempo, a Marcos le quedaba todavía ese gusanillo de posesividad, esa mentalidad propia del hombre primitivo que le instaba a conseguir lo que una vez fue suyo. ¡Qué demonios! Durante años había estado obsesionado con saber. Y ahora que ella estaba al alcance de su mano, tenía que averiguar si había algún motivo especial por el cual le hubiese entregado su virginidad. No por nada en especial, simplemente curiosidad. Además, de niños le había perseguido, de jóvenes había sido suya y ahora, de adultos, le era absolutamente necesario saber si su antigua amiga había cambiado, o si permanecía igual. Y si seguía siendo la misma... entonces... ¿quién sabe?
—Marcos cara de asco... Qué placer más repugnante —respondió Ruth sin pensárselo dos veces.
—¡Vaya! Eres tú... ¿Marcos? —intervino Luka alucinando para a continuación fruncir el ceño disgustada.
—Sí y tú eres... —Entornó los ojos, haciendo como que recordaba—. Luka la "Loca", ¿verdad?
—Mira que gracioso. Si su asquerosidad me disculpa, me temo que el aire se ha tornado irrespirable, así que con gran placer me retiro de su presencia. Vámonos Ruth, que aquí apesta —dijo Luka empujando sin querer a Alex, su novio, y chocando contra Pili que estaba justo detrás.
—Ey, cuidado, Luka. —En ese momento cayó en la cuenta de que había alguien nuevo con ellos—. Hola soy Pili.
—¿Pili la "Repipi"? Increíble. Veo que seguís siendo las tres mosconas inseparables —comentó Marcos irónico y bastante irritado por el recibimiento de Luka y Ruth—. Solo falta Javi el "Dandi"...
—¿Algún problema? —preguntó Javi en ese tono de voz bajo y amenazador que usaba cuando estaba algo más que ligeramente irritado. Hacía años que los dos ex amigos no se veían y Javi había cambiado muchísimo. Ahora medía casi dos metros de altura y metro y medio de espaldas, y sobre todo tenía una memoria prodigiosa.
—Me lo tenía que haber imaginado... está el grupito al completo —respondió Marcos totalmente furioso por la amenaza implícita en las palabras de su amigo. No esperaba abrazos ni besos, pero tampoco desidia. ¿Qué mosca les había picado? Miró el rostro enfadado de Ruth y cayó en la cuenta de que quizás su ex amiga no había sido lo que se dice discreta con respecto a su último encuentro. Quién sabe si no lo había ido contando al resto de la panda. Aunque tampoco entendía las malas caras. Todo el mundo discute, ¿no? Todos lo miraban como si fuera el mayor villano del mundo.
—El aire cada vez es más irrespirable. Me largo —dijo Luka. Se dio la vuelta y se fue dando grandes zancadas hacia la otra punta de la exposición a la vez que abrazaba a Ruth por los hombros. Pili no se lo pensó dos veces y con una mueca de asco se giró y salió tras ambas, poniéndose al otro lado de Ruth y quedando ésta en medio de sus dos mejores amigas. Alex y Dani se miraron y luego observaron a Javi que seguía mirando fijamente a Marcos con una cara que no dejaba nada a la imaginación. Quería golpearle, machacarle las costillas y luego escupirle en la cara. Javi podía olvidar muchas cosas, pero ver a Ruth llorando en una cama del hospital era una de esas imágenes que jamás podría borrar de su cerebro.
—Vamos Javi, que se nos escapan las chicas —dijo Dani haciendo señas hacia las amigas, que en esos momentos estaban al otro lado de la galería.
Javi no dijo ni pío. Se giró y se marchó con los puños apretados contra su costado. Marcos vio alejarse a sus antiguos amigos con la irritación y el estupor dibujado en la cara. ¿Qué coño había pasado?
—¿Qué les has dicho? Parecían a punto de matarte —comentó Carlos a sus espaldas. Se había acercado al grupo con la intención de saludar a sus antiguos amigos, pero al ver las miradas de odio y oír las frases despectivas se había quedado clavado en el sitio.
—Nada.
—¿Estás seguro?
—No he dicho nada —gruñó entre dientes—, pero ten por seguro que dentro de muy poco me voy a despachar a gusto.
—¿Lo crees necesario? Mejor vámonos a tomar algo. Aquí no pintamos nada. —Carlos recordaba con cariño a la panda y no le apetecía nada que su mejor amigo discutiera con sus antiguos compañeros.
—No. Vete tú si quieres. Yo tengo algo pendiente que hacer.
—¿Qué?
—No es de tu incumbencia.
—Marcos. No empieces. —A veces Marcos volvía a ser la persona agresiva que conoció antaño, y Carlos no estaba por la labor de volver a soportar sus desplantes.