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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (26 page)

BOOK: Cruzada
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Entonces, por fin, llegó el silencio. Esperé concentrado el siguiente aluvión, pero nunca se produjo. Fuera cual fuese la mente que estaba detrás de la tormenta, quienquiera que nos estuviese rastreando con nuestras propias armas, parecía haberse tomado un descanso.

Era demasiado esperar que hubiese desistido, pero mientras me quitaba de encima algunas de las ramas y paseaba la mirada por el bosque devastado, pude oler el frescor del aire, la maravillosa sensación que siempre acompaña el final de una tormenta. Después de todo, habían transcurrido tres días, tiempo suficiente para que cualquier tormenta consuma sus fuerzas.

Como no me encontraba en condiciones de trasladar a Ravenna, tuve que esperar a que volviese en sí antes de volver a ponernos en movimiento. Llegado el momento no le mencioné lo que había visto e ignoraba si lo haría alguna vez. Era horrible la situación de que otro pudiese ver con pasmoso detalle los recuerdos de otra persona y, en especial, recuerdos como aquéllos.

Al abrirnos paso por el bosque, rogando que en esta ocasión estuviésemos en realidad orientados hacia el sur, nuestro entorno volvió poco a poco a la vida y de los árboles empezaron a surgir los agudos sonidos de las aves y otros animales. No todos eran bienvenidos, y tras estar a punto de pisar una sinuosa serpiente forcé la mirada en busca de boas o anacondas, así como de jaguares que nos acechasen. También los insectos salieron para alimentarse tras tres jornadas de aislamiento y ayuno, y me descubrí casi deseando que volviese a llover cuando inmensas nubes de mosquitos chupadores de sangre me rodearon, demasiado pequeños para verlos o ahuyentarlos.

Entonces, por fin, las nubes se volvieron lo bastante delgadas para que el sol se filtrase entre ellas, brillando a través de las irregulares copas de los árboles e inundando con su luz la maleza que nos rodeaba. De forma gradual fue abriéndose camino entre las nubes hasta que el cielo se despejó por completo, adquiriendo el tono azul del verano, que volvió a llenar la isla de color. Todo empezó a despedir vapor a medida que el agua que aún cubría los troncos y las hojas se evaporaba. Trascurrió todavía otro día semejante, cálido y bochornoso, hasta que alcanzamos la costa.

Yo había oído el sonido del mar mucho antes de llegar, y el ritmo de las olas se fue haciendo cada vez más fuerte e insistente a nuestro paso. Ravenna no lo percibió hasta mucho después, pero para entonces yo ya corría a través del bosque, chapoteando entre el omnipresente barro y las pegajosas plantas trepadoras hasta que los árboles desaparecieron de pronto y resbalé perdiendo el equilibrio. Evité caer aterrándome a una rama.

Abajo, ante mí, los negros acantilados con motas verdes parecían casi acogedores a la luz del sol, descendiendo desde el bosque hacia el azul del océano. Un azul poderoso que se perdía hasta el infinito en el horizonte, interrumpido cada tanto por pequeñas olas y que despedía una brisa intensa y refrescante.

Ravenna se acercó a mí mientras yo lo miraba todo con ojos extasiados. Le faltaba el aliento y se veía incluso más salvaje y desesperada que cuando comenzamos la huida unos cuatro días atrás.

―¿Y ahora qué? ―preguntó y tomó aire mientras contemplábamos la bahía―. ¿Dónde se ha metido el camino de la costa?

―No tengo ni idea.

Observé con detalle todo lo que estaba a la vista de los acantilados y la bahía, y mis ojos codiciaron el agua, la arena y los arrecifes del mar. Era tan fantástico, tan tentador... y, sin embargo, no nos llevaba a ninguna parte.

Oí un crujido detrás de nosotros.

―¿
Podríais explicarme de qué trata todo esto? ―dijo una voz tranquila y amenazadora.

CAPITULO XII

Contuve el aire y me volví lentamente, con la esperanza de que hubiese sido tan sólo una ilusión. Pero no fue así. Mis ojos se clavaron en la figura vestida de negro que estaba de pie a pocos metros de distancia. De su cintura colgaba el martillo del mago mental. Su rostro era anguloso y sus ojos tenían una tonalidad violeta.

No había vuelto a pensar en aquel sujeto durante los cuatro años y medio transcurridos desde nuestro fugaz encuentro en Ral Turnar. Tendría que haberlo hecho, preguntarme qué había sucedido con él tras la muerte de su tutor.

―Me debéis un montón de respuestas ―dijo Tekla con frialdad―. Pero parece que hay alguien más que las reclama.

Empecé a moverme, pero sentí que el aire se espesaba y que mis músculos se negaban a obedecerme, como me había sucedido antes en la cabaña sobre el lago.

―¿También tú te has pasado al otro bando? ―preguntó Ravenna, y por más que no podía verle el rostro la ira presente en su voz era clara, y muy comprensible.

―También a vosotros podría preguntaros lo mismo. Se supone que estáis muertos. Ambos. Y sin embargo os noto muy vitales y activos.

―¿Es que traicionaste a Mauriz cuando...? ―comencé, pero él me interrumpió.

―Soy
yo
quien hace las preguntas. O, para hablar con propiedad, seré yo quien lo haga tras conduciros a un lugar más seguro.

Echó un vistazo al borde del precipicio, justo debajo de nosotros.

―Confiaré en vuestro instinto de supervivencia ―prosiguió―. Bajo esta parte del acantilado hay rocas filosas, así que yo no intentaría saltar.

Yo no intentaría saltar.
Sus palabras resonaron en mi cabeza por un segundo antes de comprender por qué me resultaban tan familiares. No eran las palabras en sí, sino el modo en que las había pronunciado. Era como un eco, como si estuviese usando la ropa de alguien que conocía.

―Y si intentáis hacer alguna... estupidez. No tengo nada que ver con la gente que os ha estado persiguiendo.

―¿Esperas que te creamos? ―espetó Ravenna―.
¿
Ahora debemos tomarnos las cosas a la ligera y facilitarte las cosas?

―No supone ninguna diferencia ―afirmó Tekla con calma―. Os controlo de todas formas. Y ya hemos perdido demasiado tiempo.

Tekla era ahora mucho más sutil y me pareció imposible que nos manipulase físicamente para hacernos bajar por un sendero que escogí por propia decisión. De hecho, los sonidos y olores del mar me atrajeron como si se tratase de una celebración. El camino conducía a una hendidura en la roca oculta por una maraña de vegetación y era lo bastante empinado para que en varias partes me viese obligado a escalarlo.

Alcancé el fondo y bajé hasta un tramo de arenas blancas desde el que veía, a pocos metros, cómo rompían las olas con dulzura.

Llevaba tanto tiempo lejos del mar, tanto, tanto tiempo... y las aguas azul verdosas que llenaban la bahía eran tan difíciles de resistir...

Los últimos metros fui corriendo, hundiendo los pies en la arena, avancé a toda velocidad hacia las olas. El agua me rodeaba y yo chapoteaba con alegría a medida que me adentraba más y más profundamente, riendo por la pura felicidad de volver a estar en el mar.

De pronto, el agua me llegaba a la altura de las rodillas y, cuando la siguiente ola se alzó ante mí, me lancé contra ella, sumergiéndome por completo y saboreando la sal en los labios. El mar parecía tan fresco tras la lluvia tibia y desagradable y la capa de sudor que tenía de estar en la jungla. Sentí, además cómo toda la suciedad y el barro desaparecían de mi cuerpo. Me adentré más y más, permitiendo que las olas me golpeasen, y sólo cuando dejé de hacer pie en las límpidas aguas de la bahía me percaté de dónde estaba y eché la vista atrás.

Ahora Ravenna corría también adentrándose en el mar, y una ola rompía contra ella. La expresión de sus ojos se asemejaba a la mía, pese a que no podía sentir exactamente lo mismo que yo. Tekla permaneció unos pocos pasos detrás de ella, y no parecía en absoluto complacido. Entonces empecé a bucear, observando con placer el contraste entre el azul del agua y los colores de los peces. El fondo marino descendía de forma abrupta y a poca distancia había arrecifes recubiertos de una capa de algas que danzaban gráciles con la corriente.

Por unos momentos me permití flotar, satisfecho por el mero hecho de estar donde estaba, y entonces me percaté de que el control del mago mental sobre mí había desaparecido.

Empecé a nadar cada vez más lejos, hacia los arrecifes, hasta que vi las siluetas en forma de flecha y las cuatro aletas moviéndose ociosas hacia arriba y abajo a medida que peces más pequeños nadaban en todas direcciones. Cachorros de leviatanes, que medían apenas un metro y medio de largo y no eran peligrosos en sí, pero se trataba de criaturas de sangre caliente y no se alejaban de sus padres hasta ser mucho más grandes que los que tenía enfrente.

Entonces empecé a retroceder,
consciente
de que debía escapar de los jóvenes leviatanes antes de que llegasen los adultos y decidiesen que yo era una amenaza. Sólo cuando salí a la superficie me percaté de que el agua era allí demasiado poco profunda para que un leviatán grande hubiese podido alcanzarme. Pero para entonces ya era demasiado tarde.

―Ya has nadado un poco ―dijo Tekla con aire irritado cuando emergí. Había una tensión en sus palabras, en el modo en que estaba de pie, que me sorprendió. Ravenna me miraba por el rabillo del ojo―. Seguidme.

Intenté dilucidar por qué lo seguía, pero mi mente no lograba concentrarse, impelida a permanecer cerca de él y a ir donde nos llevaba. El modo en que mis ideas parecían volver siempre al punto de partida me parecía una sensación similar a la que se produce cuando se sigue a alguien del que se está locamente enamorado.

De manera que avancé paso a paso sobre la arena, padeciendo ahora una aguda quemazón allí donde el agua salada había entrado en contacto con los corles y magullones de mi piel. Tekla no nos hubiera permitido caminar más cerca del agua, y noté que llevaba botas, no sandalias.

Nos guió hasta una caverna muy diferente de aquella en la que habíamos estado dos noches atrás. No la vi hasta que la tuvimos casi encima, oculta por un grupo de oscuras rocas grises y plantas trepadoras muertas que habían caído desde arriba. El hedor de la vegetación putrefacta era tan intenso que intenté no respirar mientras pasábamos entre las rocas en dirección a la entrada. Dentro había algas muertas y charcos de agua producidos por la tormenta.

El «lugar seguro» estaba ascendiendo y doblando hacia un lado, un agujero en la roca con unos pocos hoyos desiguales que permitían el paso de la luz. Era mucho más largo que ancho. Me recordó a los depósitos subterráneos secretos del clan en Ral Turnar, donde Tekla y Mauriz Scartaris nos habían llevado para escapar de la Inquisición. A juzgar por su aspecto, alguien había tenido la misma idea: cavadas en los muros podían verse cavidades cerradas con candado y una tosca concha de piedra, al parecer, pensada para transportar cosas.

¿Qué sentido tenía? ¿Por qué hacer contrabando allí, a kilómetros de cualquier ciudad y lejos de cualquier ruta importante? Lo único que podía transportarse con facilidad en semejante terreno era lo que uno pudiese esconder entre las ropas.

Me llevó un rato acostumbrarme a la penumbra para observarlo todo con detalle. Entonces Tekla nos dijo que nos sentásemos en el suelo, del lado de la caverna que estaba de espaldas al mar. Los escasos vestigios de luz solar que penetraban caían a sus espaldas, de modo que se sentó frente a la luz, interponiéndose entre nosotros y la puerta, como si tuviésemos alguna oportunidad de irnos lejos.

―Para empezar ―dijo por fin―, ¿cómo es que todavía estáis vivos? ¿Cómo habéis sobrevivido cuando han perecido tantas personas mejores que vosotros?

―El perrito faldero de Orosius ―espetó Ravenna con desprecio―. Incluso hablas como él después de tanto tiempo. ¿Es tan difícil aprender a ser tú mismo?

―No discutiré contigo. De hecho, estoy haciéndote un favor al no coger sin más de tu mente lo que deseo saber. Podría hacerlo sin dificultad.

Ella no abrió la boca. ¿Sabría Tekla lo que le había hecho la gente de Tehama a Ravenna?

―Espero que me respondáis ―insistió―. ¿Cómo habéis logrado sobrevivir?

―Previmos el ataque antes de que se produjese ―señalé, intentando ser tan parco como podía. Mientras pidiese información en lugar de sacarla por la fuerza, era mi decisión mantener algunas cosas en secreto. Tekla no me podía leer la mente sin forzarla, tan sólo influir en ella como había hecho hasta ahora.

―¿Quién os atacó?

―Furnace,
la manta del Dominio.

¿Por qué era eso tan importante para él? Mucha gente sabía los detalles sobre la muerte de Orosius o al menos había oído rumores. Mi hermano estaba muerto, ¿no era lo que importaba?

―¿Con su armamento?

―No ―afirmó Ravenna, decidiendo responder en esta ocasión―, con el arma del terror, la única que emplearon fuera de Ilthys. Calentaron el agua por debajo de nuestra manta y destruyeron el interior.

―Sí, sí, lo sé.

―¿Es eso tan importante? ¿Eshar desea saber qué sucedió?

―Eshar no es un hombre sutil. Si quisiese saberlo os sacaría sin piedad hasta la última gota de verdad a fuerza de golpes. Tiene el odio típico de un soldado por cualquier artimaña, en especial la magia de la mente.

Lo último sonaba bastante cierto, a juzgar por lo que sabía de mi tío Reglath Eshar, cuyo título oficial era el de emperador Aetius VI.

―¿De modo que no estás trabajando para Eshar?

―¡Silencio! Me irritáis. Decidme, ¿qué distancia habéis recorrido en vuestra huida? ¿De dónde habéis partido?

Nos sometió a un montón de preguntas, en ocasiones saltando de forma abrupta de un tema a otro sin revelar jamás hacia dónde apuntaba. Intenté decirle tan poco como podía, pero Tekla sabía lo que hacía. ¿Cuántas veces había estado él detrás de Orosius mientras mi hermano interrogaba a sus oponentes y los reducía a meros receptáculos despojados de raciocinio? Recordé el triste remordimiento de Orosius en sus minutos postreros, su descripción de lo que le había hecho a tantas personas. Incluida Ravenna.

Además, ¿para quién trabajaba Tekla en ese momento? Me resultaba difícil creer que le debiese una gran lealtad personal a mi hermano, sobre todo teniendo en cuenta lo indigno que había sido Orosius. Entonces ¿quién era su nuevo amo? ¿Eshar, quizá? Era estúpido confiar en cualquier cosa que nos dijese Tekla, de modo que me obligué a descartar cuanto acababa de decirnos del nuevo emperador. Quizá Tekla se hubiese pasado a alguna de las agencias de inteligencia militar o quizá incluso colaborase con el Dominio. Se suponía que éste tenía el monopolio de la magia mental, aunque los habitantes de Tehama, como el emperador, no opinaban lo mismo.

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