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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (22 page)

BOOK: Cruzada
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Era un sendero poco transitado, de tierra y pedruscos, que avanzaba entre las rocas. Apenas tenía el ancho suficiente para que cupieran dos personas y resbalaba a causa del agua. La lluvia me golpeaba la espalda y la cabeza, cayéndome sobre los ojos y haciendo que casi no pudiese ver hacia dónde iba. Cada tanto, incluso me volvía complicado respirar.

Nos detuvimos al final del primer altozano, para recobrar un poco el aire, pero sólo durante un par de segundos. Luego Ravenna reinició la marcha. Debía de tener las muñecas y los tobillos en carne viva, pero no se permitía demostrar la menor señal de dolor y se limitaba a cojear inclinada hacia adelante en la incómoda posición que le permitían las cadenas.

El ruido de la tormenta apagaba ahora cualquier sonido que nos pudiese llegar desde atrás, pero, tras doblar unas cuantas curvas, oí sonidos lejanos que venían de delante. ¿Estarían aún sobre la pista los penitentes que Oailos había enviado antes de nosotros? ¿Se habrían perdido en el camino?

Por un instante observé con atención las tinieblas que teníamos enfrente, preguntándome si podría distinguir lo que oía. Pero entonces me tambaleé y tuve que mirar hacia el sendero. ¿Aquello que había ante nosotros sería el débil rastro de una luz o el fulgor de un relámpago reciente?

Entonces doblamos otra curva y distinguí sin lugar a dudas la trabajosa respiración del mago.

―Es él ―dijo Ravenna y se lanzó al ataque. Yo volví a mirar. ¿Sería una antorcha? Ni el mago mental ni su guardián llevaban antorcha. ¿Y si los acompañaba alguien más?

El asistente debió de oír que nos aproximábamos, pues manoteó su cuchillo y se abalanzó sobre nosotros, gritando algo que sonó como una petición thetiana de socorro. Su voz se perdió casi de inmediato entre el sonido de la lluvia, pero aun así estaba armado y nosotros no. Detrás de él, el mago mental estaba desplomado en el sendero, con la túnica negra empapada y consciente.

Así que no podría hacer magia. Miré desesperadamente a mi alrededor, tratando de encontrar alguna inspiración y preguntándome dónde estarían los demás penitentes.

―Nadie os ayudará ―dijo Memnón con su peculiar acento―. Y nosotros tenemos refuerzos un poco más adelante. Vendrán en seguida.

―Pero ahora no están ―interrumpió Ravenna cogiendo una piedra del lado del camino. No era un arma muy eficaz, pero era cuanto teníamos, y pude notar el gesto de preocupación en el rostro del guardián. Él estaba armado, pero nosotros lo aventajábamos en número aunque fuésemos un par de andrajosos esclavos.

Cuando Ravenna le lanzó la piedra se agachó para esquivarla y avanzó unos pocos metros hacia nosotros, con el cuchillo levantado. Me tiré sobre él un segundo antes de que nos alcanzase, golpeándolo en las rodillas y arrojándolo al suelo. Como era mucho más fuerte que yo, me pateó en el hombro mientras su cuchillo volaba por los aires. Luego huyó cojeando. Ravenna sostenía otra piedra en la mano.

―No hay tiempo que perder ―aulló ella, y nos arrastramos los últimos pocos metros―. Inmovilízalo, yo conseguiré la llave.

Agarró entonces el cuchillo y apuntó el filo contra la cabeza del mago antes de que pudiera moverse, luego lo bajó durante un segundo mientras cogía la llave.

Ninguno de nosotros notó la llegada de los «refuerzos» hasta que los tuvimos prácticamente encima.

―¡Dejadlo en paz! ―gritó una voz mientras Ravenna volvía a alzar el cuchillo―. Si lo matáis, firmaréis vuestra propia sentencia de muerte.

―¡Alejaos! ―chilló Ravenna casi sollozando―. ¡Alejaos o lo dejaré ciego!

La alta figura con capa negra, que se parecía mucho al mago mental, hizo retroceder unos pasos a sus hombres.

―No lograréis nada con esto ―objetó.

―¡No volverás a capturarme! ―gritó ella―. ¡Traidor!

―Tú eres la traidora,
corvita.
Doblemente condenada por la compañía de la que te rodeas.

Corvita
significaba «pequeña cuerva» en thetiano. Pero el sujeto no era thetiano. El parecido era inconfundible. Se trataba del padre de Memnón, el oficial de Tehama que Ravenna había creído que le prestaría ayuda.

―Después de tantos años tenemos a un miembro de tu familia a nuestra merced. Espero que todos los miembros del Cónclave estén presentes cuando decidamos cómo matarte, Tar' Conantur ―me dijo.

Intenté otra vez formar en mi mente el vacío necesario para hacer magia, suponiendo que sería bloqueado, pero no fue así. Me encontraba demasiado exhausto para mantener el esfuerzo durante mucho tiempo, pero era consciente de mis posibilidades.

Liberé entonces un poco de mi durmiente magia de las sombras, mirando hacia arriba, al sendero, para distinguir de dónde habían salido. Justo detrás de la siguiente curva estaba la entrada de una caverna. Agua. El agua nos rodeaba por completo, más poder del que yo hubiese podido emplear incluso estando en óptimas condiciones. Congregué la lluvia como a través de un embudo, recogiéndola desde una distancia de varios metros y la volqué creando una cortina que rodeó al oficial y a sus hombres.

―Regresad a vuestra cabaña ―ordené sin salir del trance.

Percibí la furia que sentían, pero tras un segundo de vacilación me obedecieron, dando media vuelta en dirección a la caverna, rodeados por una muralla ondulada de agua de varios centímetros de espesor, permanentemente alimentada por la lluvia. Cuando estuvieron dentro, disminuí el grosor de la cortina y la desplacé hasta que cubrió la entrada de la caverna. Durante unos minutos sería como un muro auténtico. La dejé allí utilizando el poder constructor más vigoroso que poseía, un armazón mágico que se desintegraría al poco rato.

―Estarán fuera de juego unos minutos ―dije, casi desmayándome sobre el mago mental, que estaba inconsciente―. Debemos regresar.

―Antes quítame las cadenas ―urgió Ravenna dándome la llave―. Tienen las cerraduras en la parte interior de las muñecas. No puedo alcanzarlas.

Me tendió las manos y al poco encontré las cerraduras. Di dos vueltas con la llave en cada caso y las esposas se abrieron. Le acaricié una muñeca y sentí lo lastimada que tenía la piel, pero insistió en quitarse ella misma las cadenas.

Oí más gritos y por un instante temí que hubiese cedido el muro de agua. Entonces comprendí que venían del sentido opuesto. Las voces no me resultaban familiares.

Los sacri. Estábamos rodeados, y ya no me quedaban energías para detenerlos, y mucho menos para enfrentarme a ellos.

―Debe de haber un camino que descienda hacia el lago ―murmuró Ravenna―. Subamos unos pasos para ver si hay algún sendero, tal vez podamos escondernos en algún hueco de los acantilados o algo así.

Corrimos hacia el final del camino, hacia un espacio abierto frente a la caverna. Noté miradas iracundas detrás de la muralla de agua, todas excepto las de su líder, a quien pude oír claramente incluso a través del ruido de la lluvia.

―Corred ―gritó―, pero os encontraremos y os traeremos de vuelta para ser juzgados ante el Cónclave Ya no os podéis esconder de nosotros. Pronto os cogeremos. Disfrutad de vuestros últimos momentos de libertad.

Hubo más gritos tras la muralla líquida, y nos lanzamos a la carrera bajando por el sendero, del lado más lejano del campo abierto, avanzando a través de puntiagudas rocas al borde de rectos precipicios hasta que ya no tuvimos la menor idea de dónde estábamos.

Y en nuestra frenética huida bajo los acantilados de Tehama, alejándonos cada vez más hacia lo desconocido, oímos a nuestra espalda las voces furibundas de nuestros perseguidores hasta que el rugido de la tormenta acabó por ahogarlo todo.

CAPITULO X

Alrededor de una hora más tarde tuvimos que detenernos. Estábamos demasiado exhaustos para ir más lejos, y pasamos la noche, empapados, al abrigo de un saliente rocoso. Éste nos protegió de lo peor de la lluvia, aunque no de los torrentes que se derramaban en cascada por los acantilados. Durante la huida habíamos encontrado una pequeña playa, pero las olas eran demasiado potentes para imaginar siquiera la posibilidad de nadar y tuvimos que seguir andando.

De algún modo nos las compusimos para dormir unas pocas horas, tras haber abandonado ya toda esperanza cié volver atrás en dirección a la represa a tiempo de reunirnos con los demás. Los sacri habían interrumpido su persecución cuando la tormenta arreció, pero para entonces ya llevaban varias horas detrás de nosotros y controlaban todas las posibles vías de retorno.

Debió de ser un trueno lo que me despertó, ya que cuando abrí los ojos el cielo seguía negro y la tormenta proseguía infatigable. No era tan fuerte como antes, pero tampoco había cesado.

Me estiré y lamenté al instante haberlo hecho, ya que me dolió cada uno de los músculos del cuerpo, un dolor que la humedad había trasladado a los huesos. Carecíamos de espacio suficiente para acostarnos, de modo que estaba sentado con la espalda contra una roca relativamente vertical y con la cabeza apoyada en la de Ravenna.

Mi movimiento la despertó y lanzó un quejido, sin duda sintiéndose mucho peor que yo. Se alejó de mí, apartándose de la cara un mechón húmedo.

―Debemos seguir adelante ―dijo―. Ya habrán reiniciado la persecución.

―¿Tan pronto?

―No dejarán que escape. Ahora conozco la alianza de Tehama con el Dominio, y saben que si no me atrapan todo su silencio carecerá de sentido.

A gatas, Ravenna salió de la roca, dejándome sin otra elección que seguirla. La ropa que se me había secado volvió a empaparse de inmediato y el efecto aturdidor de las constantes gotas sobre mi cabeza era aún más molesto que antes.

―¿No aceptarías, por lo menos, que te preste mis sandalias? ―le ofrecí cuando empezó a avanzar. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a andar descalzo, pero al menos yo había trabajado y me había mantenido en movimiento durante el último año, mientras que ella debía de haberse pasado la mayor parte del tiempo en las celdas de la Inquisición―. ¡Ravenna, por favor! ¡Al aceptar no demostrarás debilidad ni nada parecido, sólo sentido común!

―Nos turnaremos ―accedió por fin. Me quité entonces las finas y rústicas sandalias y esperé a que Ravenna de las pusiera. Me sentía hambriento y todavía estábamos a mucha distancia del bosque, donde sin duda podríamos encontrar algo que comer.

Así que volvimos a coger el sendero en medio de la oscuridad, coleccionando magullones y cortes en las piernas y los pies mientras la seguía en su tortuosa e impredecible ruta entre los acantilados y el rugiente lago. Cada tanto veíamos el agua a nuestra izquierda, una revuelta masa de olas blancas iluminada por los relámpagos, una pesadilla para quien intentase nadar, ya que el trabajo en la represa había llenado las aguas de barro.

No notamos que nadie fuese detrás de nosotros, pero en semejantes condiciones habría sido un milagro oír algo a cincuenta metros de distancia. ¿Se las habría arreglado Ithien para apoderarse de la manta? ¿Habrían podido con todos los guardias?

O bien los penitentes estaban apretujados en la ensenada o estaban muertos. No quería pensar demasiado en ello, pero en cualquiera de los dos casos no había nada que el inquisidor y el mago mental pudiesen hacer excepto capturarnos.

―¿Cómo es el lago de grande? ―pregunté mientras rodeábamos una nueva bahía. Me percaté de que tendríamos que escalar al menos sesenta metros para cruzar la estribación de Tehama, que sobresalía ante nosotros.

―Mide unos dieciséis kilómetros, quizá más. Creo que al final de la costa hay una jungla, el bosque desciende hacia el lago en algún sitio por allí.

Y si Ravenna se equivocaba, entonces nos esperaba otra caminata atravesando colinas calientes como hornos con los estómagos vacíos.

La aurora llegó de forma súbita, pero sin ningún cambio de luz demasiado notable. El cielo pasó a toda prisa de negro a gris oscuro y pude distinguir la silueta de las colinas en la costa más lejana del lago. Sus laderas estaban ocultas por capas de densa lluvia y no había nada a nuestras espaldas que indicase que nos seguían.

El terreno que nos rodeaba era bastante monótono, una interminable sucesión de salientes irregulares dominados por los salvajes acantilados. Ahora nos aproximábamos a las cataratas y me pregunté cómo las cruzaría el camino. En teoría aquella ruta había sido utilizada en otros tiempos por la gente de Tehama, pero no parecía demasiado práctica. Debían de haber tenido medios de comunicación bastante más eficientes entre las ciudades que rodeaban el lago.

Nos detuvimos para descansar bajo otro de los enormes peñascos, ocultándonos detrás de una roca que no se veía desde el camino, por si los inquisidores estuviesen más cerca de lo que pensábamos. Casi no nos protegíamos de la lluvia, pero agradecí la oportunidad de sentarme unos pocos minutos.

Ravenna tenía peor aspecto que la noche anterior. Era una persona ágil y delgada, pero esa delgadez se confundía ahora con la desnutrición. Su rostro no había cambiado, con excepción de su fuerte mirada. La tensa resolución y la compostura seguían allí, incluso más marcadas.

―¿Quién era ese hombre? ―le pregunté por fin―. ¿Qué era?

―Es un tribuno de la Mancomunidad de Tehama ―dijo Ravenna como si estuviese leyéndolo―. Se llama Drances y es el padre de Memnón. Todos los que estaban vestidos de negro son habitantes de Tehama.

―Pensaba que tu gente odiaba al Dominio ―aventuré, empezando a comprender qué había sucedido.

―También yo lo creía. Pero se enteraron del
Aeón
y decidieron que el Dominio era un mucho mejor... aliado. Ya hemos estado detenidos bastante tiempo.

Yo sabía muy poco acerca de Tehama, con excepción de la antigua historia que nos habían enseñado y que la ¿Mancomunidad había sido la primera civilización de Aquasilva. Pero ahora todo eso era cosa del pasado y la mayor parle del mundo creía que Tehama se había extinguido. La realidad era que no sólo existían y estaban activos, sino que hacía apenas treinta años habían sido lo bastante importantes para que el faraón Orethura casase a su hija, la madre de Ravenna, con un habitante de Tehama de cierta alcurnia.

Ravenna había abandonado su patria cuando tenía nueve años y me había contado tan poco sobre su infancia que ni siquiera sabía el nombre de sus padres. Fiel a su estilo, seguía ahora tan impenetrable como siempre.

Ascendí el siguiente espolón y la encontré del otro lado, apenas oculta tras una cresta rocosa, mirando hacia abajo en dirección a lo que había sido inconfundiblemente una ciudad de Tehama. A continuación se veía el principio del bosque.

BOOK: Cruzada
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