Cruel y extraño (36 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, Policíaco.

BOOK: Cruel y extraño
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—Bien, pues los dejaremos donde están —replicó Vander, como si fuera lo más normal que los muebles de una escena de asesinato siguieran en su lugar al cabo de diez años—. Pero la alfombra hay que quitarla. Se nota que no venía con la casa.

—¿En qué se nota? —Wesley examinó la alfombra azul y roja que tenía bajo los pies. Estaba sucia y los bordes se encorvaban hacia arriba.

—Si miras debajo, verás que el parquet está tan deslustrado y rayado como en el resto de la sala. Esta alfombra no lleva aquí mucho tiempo. Además, no parece de muy buena calidad. Dudo de que hubiera podido durar tantos años.

Extendí las fotografías en el suelo y las fui distribuyendo hasta que quedaron orientadas correctamente y nos fue posible ver qué había que mover. Los muebles que habían pertenecido a Robyn Naismith estaban cambiados de sitio. Empezamos a reconstruir, en la medida de lo posible, el escenario de la muerte de Robyn.

—Muy bien, el ficus tiene que ir allí—dije, como una directora de escena en un teatro—. Eso es, pero el sofá tendría que estar como medio metro más atrás, Neils. Y un poquitín hacia ahí. El árbol estaba a unos diez centímetros del reposabrazos izquierdo. Un poco más cerca. Así está bien.

—No puede estar bien. Las ramas quedan encima del sofá.

—Entonces el árbol no era tan grande.

—Es increíble que no se haya muerto. Me sorprende que nada pueda vivir en las cercanías del profesor Potter, salvo quizá las bacterias y los hongos.

—¿Y la alfombra hay que sacarla? —Wesley se quitó la chaqueta.

—Sí. Robyn tenía una esterilla en la puerta principal y una alfombra oriental pequeña bajo la mesita de la sala. Casi todo el suelo estaba desnudo.

Se puso de rodillas y empezó a enrollar la alfombra.

Me acerqué al televisor y examiné el aparato de vídeo que había encima y el cable que lo conectaba a la pared.

—Esto ha de ir contra la pared que queda frente al sofá y la puerta principal. ¿Alguno de los caballeros aquí presentes es experto en vídeos y cables de conexión?

—No —respondieron al unísono.

—Entonces me veo librada a mis propios recursos. Vamos allá.

Desconecté el cable y el vídeo, desenchufé el televisor y lo empujé cuidadosamente sobre el suelo desnudo y polvoriento. Tras consultar las fotografías, lo desplacé unos cuantos palmos más hasta dejarlo justo enfrente de la puerta. A continuación, estudié las paredes. Por lo visto, Potter era coleccionista de arte y sentía predilección por un dibujante cuyo nombre no logré descifrar con certeza, aunque me pareció francés. Sus obras consistían en bosquejos del cuerpo femenino al carboncillo, con abundancia de curvas, salpicaduras rosadas y triángulos. Las descolgué todas, una por una, y las dejé apoyadas contra las paredes del comedor. A aquellas alturas, la sala estaba casi vacía y el polvo empezaba a provocarme picores.

Wesley se enjugó la frente con el antebrazo y me miró.

—¿Hemos terminado ya?

—Creo que sí. Naturalmente, no está todo. Allí había tres sillas —señalé.

—Están en los dormitorios —dijo Vander—. Dos en uno y una en el otro. ¿Quieres que vaya a buscarlas?

—No estaría de más.

Wesley y él trajeron las sillas.

—En aquella pared había un cuadro, y otro a la derecha de la puerta que da al comedor —añadí—. Una naturaleza muerta y un paisaje inglés. O sea que a Potter le molestaba su gusto artístico, pero por lo visto no le incomodaba nada más.

—Hemos de ir por la casa cerrando todas las ventanas, persianas y cortinas —intervino Vander—. Si después de cerrarlas aún entra luz, coged un trozo de este papel —señaló un rollo de grueso papel marrón que había en el suelo— y pegadlo sobre la ventana.

Durante los quince minutos siguientes, la casa se llenó con el ruido de pasos, el traqueteo de las persianas de láminas y el siseo de tijeras cortando papel. De vez en cuando, alguien refunfuñaba en voz alta cuando el trozo de papel cortado resultaba insuficiente o la cinta no se adhería a nada más que a ella misma. Yo me quedé en la sala de estar y cubrí los cristales de la puerta principal y de las dos ventanas que daban a la calle. Cuando volvimos a reunirnos los tres y apagamos las luces, la casa quedó en la más absoluta oscuridad. Ni siquiera podía verme la mano ante la cara.

—Perfecto —dijo Vander, y volvió a encender la luz del techo.

Tras ponerse unos guantes, colocó las botellas de agua destilada y productos químicos sobre la mesita de la sala, junto con dos frascos atomizadores de plástico.

—He aquí lo que vamos a hacer —prosiguió—: Kay, tú puedes ir rociando con el vaporizador mientras yo lo grabo en vídeo, y si un área reacciona, continúa rociándola hasta que te indique que puedes seguir adelante.

—¿Y yo? —preguntó Wesley—. ¿Qué quieres que haga?

—Quítate de en medio.

—¿Qué hay en estos frascos? —inquirió mientras Vander destapaba las botellas de productos químicos secos.

—Es mejor que no lo sepas —respondí.

—Ya soy mayor. Puedes decírmelo.

—El reactivo es una mezcla de perborato sódico, que Neils está disolviendo con agua destilada, con triaminoftalhidracida y carbonato sódico —le expliqué, mientras abría un paquete de guantes.

—¿Estáis seguros de que dará resultado con una sangre tan vieja? —preguntó Wesley.

—De hecho, la sangre vieja y descompuesta reacciona mejor con el luminol que las manchas de sangre recientes, porque cuanto más oxidada esté la sangre mejor es el resultado. A medida que la sangre envejece, se va oxidando cada vez más.

—No creo que la madera que tenemos aquí esté tratada con sales —opinó Vander—. ¿A ti qué te parece?

—Yo diría que no —Me giré hacia Wesley—. El mayor problema que presenta el luminol son los falsos positivos. Existen varias sustancias que reaccionan con él, como el cobre y el níquel, y las sales de cobre que impregnan la madera tratada.

—También le gustan el óxido, la lejía casera, el yodo y la formalina —añadió Vander—. Más las peroxidasas que se encuentran en los plátanos, las sandías, los cítricos y algunas verduras. Los rábanos picantes, por ejemplo.

Wesley me miró y esbozó una sonrisa.

Vander abrió un sobre y extrajo dos recuadros de papel de filtro manchados con sangre seca diluida. A continuación, mezcló el preparado A con el B y le pidió a Wesley que apagara la luz. Un par de rociadas rápidas y en la mesita apareció un resplandor fluorescente blanco azulado que se desvaneció casi con igual rapidez.

—Toma —me dijo Vander.

Noté el contacto del frasco vaporizador en el brazo y me apresuré a cogerlo. Se encendió una minúscula lucecita roja cuando Vander accionó el interruptor de la videocámara, y en seguida la lámpara de visión nocturna ardió blanca, mirando hacia donde él miraba como un ojo luminiscente.

—¿Dónde estás? —la voz de Vander sonó a mi izquierda.

—Estoy en el centro de la sala. Noto el borde de la mesita contra la pierna —contesté, como si fuéramos niños jugando en la oscuridad.

—Yo ya me he quitado de en medio —llegó la voz de Wesley desde la dirección del comedor.

La luz blanca de Vander se movió lentamente hacia mí. Extendí la mano y le toqué un hombro.

—¿Listo?

—Estoy grabando. Empieza a rociar, y sigue adelante hasta que yo te diga que pares.

Empecé a rociar el suelo a nuestro alrededor, apretando constantemente el disparador mientras ascendía una neblina hacia mí y se materializaban configuraciones geométricas en torno a mis pies. Por un instante tuve la sensación de flotar aceleradamente en la oscuridad sobre la cuadrícula iluminada de una ciudad situada mucho más abajo. La sangre vieja retenida en las hendiduras del parquet emitía un resplandor blanco azulado que se desvanecía y reaparecía casi tan velozmente como la vista podía captarlo. Seguí rociando y rociando, sin saber realmente dónde me encontraba en relación con nada más, y vi huellas de pisadas por toda la habitación. Tropecé contra el ficus y vi surgir manchas de un blanco apagado en el tiesto que lo contenía. A mi derecha, unas huellas borrosas en forma de mano destellaron sobre la pared.

—Luces ——ordenó Vander.

Wesley encendió la luz del techo y Vander montó una cámara de treinta y cinco milímetros sobre un trípode, para que se mantuviera inmóvil. La única luz disponible sería la fluorescencia del luminol, y la película necesitaría un tiempo de exposición muy largo para capturarla. Cogí un frasco lleno de luminol y, cuando volvió a apagarse la luz, empecé a rociar las huellas borrosas de la pared mientras la película se impresionaba con el espectral resplandor. Luego seguimos adelante. En los paneles de la pared y en el parquet aparecieron anchas franjas, y las costuras del sofá de piel se convirtieron en una línea de puntos de neón que delimitaba parcialmente la forma cuadrada de los cojines.

—¿Podrías apartarlos? —me pidió Vander.

Deposité los cojines en el suelo, uno por uno, y rocié el armazón del sofá. Los espacios que había entre cojín y cojín empezaron a brillar. En el respaldo aparecieron más franjas y manchas de luz, y en el techo se formó una constelación de estrellitas brillantes. Fue en el viejo televisor donde obtuvimos nuestra primera explosión pirotécnica de falsos positivos, cuando el metal que rodeaba los mandos y la pantalla se iluminó y los cables de conexión tomaron el color blanco azulado de la leche aguada. No había nada notable en el televisor, a excepción de unos cuantos borrones que podían ser de sangre, pero el suelo que lo rodeaba, donde se había encontrado el cadáver de Robyn, reaccionó como si se volviera loco. La sangre lo había impregnado de tal manera que se podía ver los bordes de las tablas del parquet y la dirección de las fibras de la madera. Surgió una huella de arrastre a unos cuantos palmos del punto donde se concentraba la luminiscencia, y cerca de ésta apareció un curioso diseño de anillos producido por un objeto de circunferencia ligeramente inferior a la de una pelota de balón volea.

La búsqueda no terminó en la sala de estar. Empezamos a seguir las pisadas. De vez en cuando nos veíamos obligados a encender las luces, preparar más luminol y apartar estorbos de nuestro camino, sobre todo en el depósito de cultura que antes había sido el dormitorio de Robyn y ahora era el lugar donde el profesor Potter trabajaba y dormía. El suelo estaba cubierto por una capa de varios centímetros de artículos de revistas, exámenes, trabajos de investigación y docenas de libros escritos en alemán, francés e italiano. Había prendas de vestir esparcidas por todas partes y tiradas sobre las cosas de un modo tan caótico que parecía que un huracán hubiera reventado el armario y creado un torbellino en el centro de la habitación. Recogimos lo mejor que pudimos, formando pilas y montones sobre la revuelta cama de matrimonio, y luego seguimos la pista sangrienta de Waddell.

La pista nos condujo al cuarto de baño, yo abriendo la marcha y Vander pisándome los talones. El suelo estaba cubierto de borrones y huellas de zapatos, y al lado de la bañera refulgieron las mismas formas circulares que habíamos visto en la sala. Cuando empecé a rociar las paredes, aparecieron de pronto dos enormes huellas de manos situadas a media altura y a los dos lados del inodoro. La luz de la videocámara se acercó flotando en la oscuridad.

—Enciende la luz —dijo Vander con voz cargada de excitación.

El cuarto de baño de Potter estaba tan desaseado, por no decir más, como el resto de sus dominios. Vander se acercó casi hasta pegar la nariz a la pared y examinó la zona en que habían aparecido las huellas.

—¿Las ves?

—Humm. Quizás un poco —Inclinó la cabeza hacia un lado y luego hacia el otro, y entornó los párpados—. Es fantástico. Ya lo ves, el empapelado tiene este dibujo azul oscuro, así que difícilmente puede apreciarse nada a simple vista. Y está plastificado, o sea que es una buena superficie para las huellas.

—Dios mío —exclamó Wesley desde el umbral del cuarto de baño—. Parece que no haya limpiado el inodoro desde que se instaló en esta casa. Pero, coño, si ni siquiera ha tirado de la cadena.

—Aunque lavara o fregara las paredes de vez en cuando, en realidad es imposible eliminar todos los restos de sangre —le dije a Vander—. En un suelo de linóleo como éste, por ejemplo, los residuos se incrustan en la superficie rugosa, y el luminol los hace resaltar.

—¿Quieres decir que si volviéramos a rociar la casa dentro de diez años aún quedarían restos de sangre? —preguntó Wesley, asombrado.

—La única manera de eliminar casi por completo la sangre consistiría en pintarlo todo de nuevo, volver a empapelar las paredes, pulir los suelos y cambiar los muebles —le explicó Vander—. Y si quisieras eliminar absolutamente todos los residuos, tendrías que echar abajo la casa y construirla de nuevo.

Wesley consultó su reloj.

—Llevamos aquí tres horas y media.

—A ver qué os parece esto —sugerí—: Benton, tú y yo podemos empezar a devolver las habitaciones a su estado normal de caos, y mientras tanto, tú, Neils, vas haciendo lo que tengas que hacer.

—Bien. Tendré que montar aquí la Luma—Lite, y ya veremos si puedo realzar el dibujo de las huellas. Cruzad los dedos.

Volvimos a la sala. Mientras Vander transportaba la Luma Lite portátil y el equipo fotográfico al cuarto de baño, Wesley y yo nos quedamos contemplando el sofá, el viejo televisor y el suelo rayado y cubierto de polvo, los dos con cierta perplejidad. Con las luces encendidas no se advertía ni el menor indicio del horror que habíamos visto a oscuras. En aquella soleada tarde de invierno, habíamos vuelto atrás en el tiempo y habíamos sido testigos de los actos de Ronnie Joe Waddell.

Wesley permaneció muy quieto junto a una ventana cubierta de papel.

—No me atrevo a sentarme en ninguna parte ni a apoyarme en nada. Dios mío. Esta maldita casa está llena de sangre.

Miré en derredor, imaginándome la fluorescencia blanca en la negrura, y paseé lentamente la mirada por el sofá y por el suelo hasta fijarla en el televisor. Los cojines del sofá aún estaban en el suelo, donde los había dejado, y me agaché para examinarlos más de cerca. La sangre que había impregnado las costuras marrones ya no era visible, ni tampoco las manchas y borrones del respaldo de piel marrón. Pero un examen detenido reveló algo que era importante, aunque no por fuerza sorprendente. En un lado de uno de los cojines que se apoyaban contra el respaldo encontré un corte lineal que medía, como máximo, un par de centímetros de longitud.

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