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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (14 page)

BOOK: Criopolis
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Y milord enseguida superó (naturalmente) el relato de Roic con una espeluznante historia de la asombrosa extensión de las Criotumbas bajo la ciudad, y de cómo había tropezado con una empresa de congelación clandestina dirigida, al parecer, por los mendigos callejeros de Kibou. Raven pareció menos impresionado por la criogenia ilegal: después de todo era jacksoniano. Por lo que Roic podía decir, todo en Jackson's Whole se hacía ilegalmente. O, más exactamente, de manera alegal.

—Frágil y condenada —fue la sucinta opinión de Raven sobre el negocio de madame Suze—. Me sorprende que haya escapado de rositas tanto tiempo.

—Humm… Tal vez no. Es clandestina, pero no sacude el barco de las criocorporaciones. Después de todo, aquí todo el mundo está en el mismo barco. —Milord se frotó la barbilla y entornó los ojos enrojecidos, que quizá brillaban demasiado—. Luego tenemos a esa mujer, Lisa Sato, y su grupo.

—¿La madre de su joven cuidador de animales? —dijo Roic.

—Sí. A los L.L.N.E. les permiten campar a sus anchas, hacen la vista gorda con la operación de Suze, pero el grupo de Sato, en apariencia mucho más razonable y legal, es disuelto, con considerables molestias y gastos. Todo ese ruido de fondo, y sin embargo sólo silencian una voz. —Milord señaló la comuconsula, ahora apagada—. He pasado las últimas horas haciendo un poco de exploración…

Como antiguo agente galáctico de Seglmp, este tipo de exploración era el pan y la sal de milord, reflexionó Roic.

—Y en un dos por tres he descubierto anomalías a mansalva. Lisa Sato no fue el único miembro de su grupo que tuvo un mal final. Otros dos fueron congelados después de que fracasaran supuestos tratamientos para enfermedades que no tendrían que haber sido fatales, otro murió en un accidente, y en otro caso se declaró un suicidio de esos en los que no se sabe si saltas o te tiran por la ventana. Incluso entonces se alzaron unas cuantas cejas, y un buen puñado de personas se sintieron ofendidas, pero las consecuencias se dispersaron con un aluvión de noticias de escándalos sexuales triviales. ¿Qué les sugiere esto?

—Que el grupo de Lisa Sato se estaba preparando para menear con fuerza el barco de alguien —dijo Roic lentamente.

Raven asintió.

—¿Cómo?

—Eso, curiosamente, no aparece en los archivos públicos. Ni siquiera en los archivos menos públicos. Alguien hizo un trabajo de limpieza de primera clase, aunque no fueran capaces de volverlo completamente invisible. Eso hace que ahora empiece mi lista de nuevas preguntas: ¿qué limpiaron hace año y medio?

Roic frunció el ceño.

—Muy interesante, milord, pero… ¿qué tiene esto que ver con los intereses de Barrayar?

Miles se aclaró la garganta.

—Es demasiado pronto para decirlo —contestó afectadamente.

Roic, sombrío, interpretó eso «como todavía no se me ha ocurrido un motivo, pero dame tiempo». ¿Iba a ponerse milord en plan quijotesco por ayudar a aquel chico huérfano? El mismísimo Emperador Gregor había advertido a Roic sobre la tendencia de milord a las caras acciones de caballería andante, en una de sus raras conversaciones privadas. Por el suspiro imperial que acompañó a sus palabras, no quedó claro si Gregor esperaba que Roic contuviera a milord o no.

La puerta se abrió, y el cónsul Vorlynkin asomó la cabeza.

—Tengo noticias del abogado, lord Vorkosigan.

—¡Ah, bien! —Milord le indicó que pasara. El cónsul se quedó de pie, cauteloso—. ¿Qué noticias hay de Jin?

—Como pensaba, no hay nada que podamos hacer legalmente. Si se tratara de un huérfano sin parientes, podría solicitar usted la custodia, pero harían falta meses y es casi seguro que los tribunales de Northbridge lo rechazarían, sobre todo si hubiera algún atisbo de que pretenda usted llevárselo del planeta.

—No he dicho nada de adoptarlo, Vorlynkin. Sólo de rescatarlo de la policía.

—En cualquier caso, milord Auditor, no tiene ninguna importancia: la policía ha entregado ya al chico a sus parientes, una tía que de hecho es su tutora legal.

—¡Maldición! —Miles se desplomó en la silla—. Maldición. Espero que Ako resulte ser mejor cuidadora de animales que yo.

—Bueno, no es que no podamos secuestrarlo —dijo Vorlynkin, con una leve sonrisa. Milord lo miró.

Pensando tal vez que lo mejor era no tomarse esta aventura con ligereza, Vorlynkin se aclaró la garganta y volvió a adoptar una postura serena. Roic se preguntó si debería llevar a un lado a Vorlynkin luego y advertirle que no dijera esas cosas delante de milord, y no porque el lord Auditor pudiera ofenderse.

Roic se frotó los ojos hinchados.

—Quizá lo mejor sea que duerma usted un poco, milord —sugirió, no sin interés propio. Milord había tenido claramente la ventaja de una ducha y ropa limpia, pero seguía teniendo aspecto de haber pasado despierto toda la noche, como habían hecho todos. Y el brillito de sus ojos era un indicativo—. ¿Ha comprobado los niveles de su neurotransmisor desde que regresó?

El aumento de los niveles era una primera advertencia de un ataque inminente, e indicaba que era el momento de emplear el estimulador médico para cortocircuitar el ataque, de forma segura y controlada.

Milord murmuró algo ininteligible, dirigiéndose a sus zapatos.

—Bien —dijo Roic, con tono muy firme.

Milord suspiró y se frotó la nuca.

—Sí, sí.

—¿Puedo volver a mi hotel ahora? —preguntó Raven, esperanzado.

—Sí, pero permanezca en contacto. De hecho… Vorlynkin, por favor, suministre al doctor Durona un comunicador seguro antes de que se marche, ¿quiere?

Vorlynkin alzó las cejas, pero dijo solamente:

—Sí, milord.

—Necesito más datos —gruñó milord, a nadie en particular. Miró especulativamente al cónsul—. Muy bien, Vorlynkin. Si CrisBlanco o cualquiera de nuestros anfitriones llama para preguntar por mí, quiero que les diga que estoy muy trastornado por la interrupción de la conferencia y el secuestro de mi hombre de armas. De hecho, estoy furioso y en cuanto me recupere de la experiencia pienso volver a casa y dar un informe muy negativo a todo el que quiera escuchar, empezando con el Emperador.

—Esto… ¿Y lo va a hacer? —preguntó Vorlynkin, nada complacido.

Milord le dirigió tan sólo una mirada que no lo tranquilizó nada.

—Quiero que ponga a prueba hasta dónde llegan para reabrir sus líneas de comunicación. Indique que recurrirá a sus mejores dotes diplomáticas para calmarme, pero que no está seguro de poder lograrlo. Si le ofrecen incentivos por la tarea, acéptelos.

—¿Quiere… que acepte un soborno, señor? —Un poco de ofensa real tensó la mandíbula de Vorlynkin, además de una comprensible alarma.

—Bueno, al menos finja que va a pensárselo, ¿vale? Eso nos indicará quién quiere qué, y hasta qué punto. Si ellos no nos abordan, tendré que pensar en otro movimiento, pero si es usted un pescador medianamente bueno, creo que podrá pescarlos por mí.

—Yo, hum… lo intentaré lo mejor posible, milord.

Vorlynkin no miró exactamente al lord Auditor como si al hombrecito le hubieran salido de pronto dos cabezas, pero Roic casi pudo ver al cónsul esforzándose para no perder el hilo. «Sí, bienvenido a mi mundo.»

Miles dio por concluida la reunión.

El consulado tenía dos dormitorios libres en el piso de arriba, destinado a los invitados, aunque no se utilizaba mucho para eso y se llenaba lentamente de todo tipo de cosas. Uno había sido despejado rápidamente para el lord Auditor. Roic abrió la cama y buscó en el equipaje de milord el estimulador de ataques. Milord se quedó en ropa interior, se sentó en la cama y miró con repulsión el artilugio médico.

—¡Qué porquería!

—Sí, milord. Dígame, ¿tengo que confiar en el personal del consulado, o no?

—Todavía no estoy seguro. Ya me he encontrado antes con personal de embajadas o incluso correos de Seglmp que han sido sobornados.

—Porque si pretende utilizarlos como refuerzo, cosa que bien necesitamos, va a tener que empezar a meterlos en el ajo. Me he dado cuenta de que el teniente Johannes, por ejemplo, no sabía cómo interpretar que lo dejara usted fuera.

—Es esto de ser lord Auditor. Antes podía conseguir que casi todo el mundo hablara conmigo, maldición. En tu tiempo libre, intenta evaluarlos, ¿eh? No tengo ninguna duda de que estarán más dispuestos a ser sinceros contigo, con eso de que tienes una cara franca y honrada y todo esto.

—Sí, milord.

—Ya sabía que ahí fuera hay alguien que está comprando a la gente. La pregunta es si han comprado ya al consulado o si no parecía haber ninguna necesidad de asegurarlo antes de que yo apareciera. Al menos ninguno de los barrayareses tiene familia aquí, así que no tengo que preocuparme por incentivos negativos.

Milord frunció el ceño, se tumbó y colocó el estimulador en la curva de su cráneo. Roic le tendió el protector bucal, que Miles encajó en sus dientes. Inspiró profundamente y cerró los ojos como alguien a punto de tomar una dosis de medicina de sabor desagradable, y puso en marcha el estimulador.

Roic cronometró el ataque: fue largo, lo que sugería que milord había estado aguantando hasta el límite. Roic estaba acostumbrado a los ojos vueltos, la extraña mueca y los temblores, pero dudaba de que se reconciliara jamás con la ausencia de aquella pujante personalidad que animaba el rostro. A su debido tiempo, la tormenta neural pasó, y milord se relajó y abrió de nuevo los ojos al universo como si su mirada lo recreara.

—Dios, odio esto —murmuró. Su mantra habitual en este punto.

—Sí, milord —lo tranquilizó Roic. Su respuesta usual.

—No estaré para nada el resto de la noche aunque duerma. Y mañana tampoco.

—Le traeré café.

—Gracias, Roic.

Milord se dio la vuelta y se cubrió con las mantas, rindiéndose por fin a las exigencias de su cuerpo agotado. Contra la almohada, casi inaudiblemente, murmuró:

—Por todo…

Roic sacudió la cabeza y se marchó de puntillas en busca de su propia cama.

Jin abrió los ojos doloridos en la semioscuridad del diminuto dormitorio de su hermana Minako, y entonces se mordió los labios y gimió. Había querido permanecer despierto, esperar y tal vez burlar a sus captores, pero el cansancio del último día lo había traicionado. Se incorporó apoyándose en un codo. Una lucecita en el techo proyectaba un tenue brillo rosado, pero la habitación carecía de reloj. Fuera todavía estaba completamente oscuro, y el rumor apagado de los ronquidos del tío Hikaru resonaba a través de las finas paredes de la habitación de al lado, así que todos los demás estaban dormidos, pero podía ser cualquier hora desde la medianoche hasta casi el amanecer.

Sacó las piernas desnudas de debajo de las mantas del estrecho futón. La tía Lorna le había hecho acostarse en ropa interior, ya que el pijama de su primo Tetsu le quedaba demasiado grande, y el de su primo Ken demasiado pequeño. Dijo que había llevado sus ropas a lavar, o tal vez a quemarlas, ya que no había forma de saber dónde habían estado. Desde luego, Jin no iba a contárselo.

Sin ninguna esperanza, se acercó a la ventana y probó con el cierre. Se abrió, pero la ventana sólo subió unos tres centímetros. El tío Hiraku había subido a una escalera prestada, después de la discusión en la cena, y había bloqueado el canalillo de la ventana con un palo. Jin sólo podía meter los dedos por el marco, pero no la mano. No iba a poder repetir la huida del año pasado.

Apretó la frente contra el frío cristal y contempló el pequeño patio, una planta más abajo. En cierto modo, tía Lorna se lo había puesto fácil, entonces, al sacar allí a todos sus animales. Después de bajar por la ventana, sólo había tenido que meterlos a todos en el carrito de Minako, que habían dejado junto a la verja aquel día. En aquel momento le aterrorizó que los graznidos de Gyre y los maullidos de Lucky alertaran a la caja, o que la caja de cristal que contenía las ratas y la tortuga se volcara e hiciera ruido, pero era una noche fría, las ventanas estaban cerradas, y nadie le prestó ninguna atención ni a él ni a sus criaturas.

Bueno, Tetsu tenía la costumbre de molestar a Gyre, hasta que Gyre, naturalmente, le picó. Luego tuvieron que ir a urgencias, y aplicar pegamento quirúrgico y antibióticos, y tía Lorna gritaba más que Tetsu, aunque sobre todo por la factura. Tetsu enseñó la cicatriz de batalla al día siguiente en el colegio, pavoneándose un tanto, según pensó Jin.

Jin se dio la vuelta y probó con la puerta, volviendo el picaporte lo más silenciosamente que pudo. Seguía cerrada con llave. Había habido otra gran discusión sobre si tendrían que levantarse de noche para permitir que Jin fuera al cuarto de baño, hasta que el tío Hikaru la zanjó, de manera muy práctica, proporcionándole un cubo, cosa que escandalizó a tía Lorna e hizo que Tetsu y Ken se burlaran de él, hasta que el tío tuvo que darles un cate. Eso fue después de la discusión sobre dónde iba a dormir Jin, ya que su hermana era ya demasiado mayor para compartir la cama con él, o tal vez era al revés. Tetsu y Ken, que compartían ya una habitación abarrotada, se quejaron de tener que soportar un tercer chico en su leonera, y también de tener que ser los vigilantes de Jin. El chico lo soportó todo en silencio, anoche y hoy, esperando una oportunidad para escapar. Lo que no esperaba era que lo encerraran.

—Hasta que el chaval se acostumbre —había dicho el tío Hikaru, como si Jin fuera a abandonar a sus criaturas. Como si fuera a quedarse aquí.

¿Estaría cuidando bien Miles-san de sus protegidos? ¿Qué pensaría, cuando Jin no regresó con su dinero? ¿Creería que lo había robado? La policía lo había robado, en realidad, pero ¿no creería a los adultos incluso aquel extraordinario exterior? Se tragó un nudo en la garganta, decidido a no volver a llorar, porque tal vez por hacerlo se había quedado dormido antes. ¿Aunque qué sentido tenía obligarse a estar despierto cuando no podía salir? Regresó al futón y se tumbó, desesperado.

Tal vez mañana por la noche podría esconder un destornillador o alguna otra herramienta en la habitación, y tratar de abrir la ventana o la cerradura de la puerta desde dentro. Jin estaba seguro de que Tenbury habría sabido cómo hacerlo. No creía poder fingir que se había acostumbrado tan pronto y engañar así a sus captores para que relajaran la guardia, no cuando cada vez se sentía más y más frenético por dentro. Tía Lorna había amenazado con inscribirlo al día siguiente en el colegio de Tetsu y Ken, porque no podía permitirse perder más días de trabajo para vigilarlo. Jin recordó que era aún más difícil escapar del colegio que de este… Jin se negaba a pensar que esta estrecha casita alquilada fuera su hogar.

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