Crimen En Directo (19 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

BOOK: Crimen En Directo
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Fue una noche tan agradable... La conversación fluía con una soltura inaudita. Hablaron de todo lo habido y por haber. Y a él le interesaba oír lo que ella tuviese que contarle. Quería saberlo todo de ella, dónde creció, qué había hecho en la vida, con qué soñaba, qué tipo de comida le gustaba, cuáles eran sus programas de televisión favoritos. Absolutamente todo. En un momento dado de la velada, vio reflejada en el cristal de la ventana la imagen de los dos riendo, brindando, charlando. Y apenas se reconoció a sí mismo. Jamás había visto en su propia cara una sonrisa como aquélla, y no pudo dejar de admitir que le sentaba muy bien. Que a ella le sentaba bien sonreír, eso ya lo sabía.

Cruzó las manos bajo la nuca y se estiró. El sol primaveral se filtraba por la ventana y cayó en la cuenta de que hacía ya mucho que debería haber lavado las cortinas.

Se despidieron con un beso ante la puerta del Gestgifveriet. Con cierto reparo, con cierta cautela. Él posó las manos sobre sus hombros con suma delicadeza, y la sensación de la superficie lisa y fresca del tejido en la yema de sus dedos, combinada con el aroma de su perfume cuando la besó, fue lo más erótico que jamás había experimentado. ¿Cómo era posible que aquella mujer lo alterase de tal modo? Y así, después de tan poco tiempo.

Rose-Marie... Rose-Marie... Pronunció su nombre saboreándolo. Cerró los ojos e intentó recrear su rostro mentalmente. Acordaron que volverían a verse muy pronto y Mellberg se preguntaba a qué hora no sería demasiado temprano para llamarla ese mismo día. Aunque, ¿no resultaría un tanto agobiante? ¿Demasiado ansioso? Pero ¡qué demonios! Aquello o funcionaba o no funcionaba: con Rose-Marie no tenía ganas de entrar en juegos complicados. Miró el reloj. Ya no era primera hora. Seguramente estaría despierta. Extendió el brazo para coger el auricular cuando sonó el teléfono. Vio en la pantalla que era Hedström. Su llamada no podía presagiar nada bueno.

Patrik se presentó en el lugar del hallazgo al mismo tiempo que los técnicos de la policía científica. Debieron de salir de Uddevalla más o menos cuando él se metió en el coche para llevar a Erica a casa. El viaje de regreso a Fjällbacka fue bastante lúgubre. Erica se dedicó a mirar por la ventana. No estaba enfadada, sólo triste, decepcionada. Y Patrik la comprendía. También él se sentía triste y decepcionado. Se habían dedicado tan poco tiempo el uno al otro los últimos meses... Patrik apenas recordaba cuándo fue la última vez que se sentaron sencillamente a charlar los dos solos. A veces detestaba su trabajo. En ocasiones así se preguntaba por qué habría elegido una profesión que hacía que, en la práctica, careciese por completo de tiempo libre. Podían requerirlo en cualquier momento. Su trabajo siempre estaba a una simple llamada telefónica de distancia. Pero, al mismo tiempo, era mucho lo que le daba. Por ejemplo, la satisfacción de sentir que él marcaba una diferencia. Al menos, de vez en cuando. Jamás habría soportado un trabajo en el que se viese obligado a mover papeles y a manejar cifras día tras día. La profesión de policía le producía una sensación de plenitud, de que su labor tenía sentido, de que era necesario. El problema o, más bien, el reto, consistía en que también en casa lo necesitaban.

Mierda, que tenga que ser tan difícil atender a todo el mundo, se lamentó Patrik mientras giraba para aparcar a unos metros del camión de la basura. Montones de personas se habían congregado alrededor del vehículo, pero los técnicos habían acordonado la zona marcando con cinta policial un área bastante extensa en torno a la parte trasera del camión, con el fin de asegurarse de que nadie la transitara y destruyese cualquier tipo de prueba. El jefe del equipo de la policía científica, Torbjörn Ruud, se le acercó para estrecharle la mano.

—¡Hola, Hedström! Ya te digo, esto no tiene buena pinta.

—No, ya me han dicho que, al parecer, Leif recogió algo más que la basura con la que contaba.

Patrik asintió en dirección al hombre, que parecía presa del desaliento.

—Sí, se ha llevado un susto de muerte. No es un espectáculo agradable. El cadáver sigue ahí, no hemos querido tocarlo aún. Ven conmigo a verlo, pero ten cuidado en dónde pones los pies.

Ah, por cierto, toma —dijo Torbjörn tendiéndole un par de cintas de goma, que Patrik se puso alrededor de los zapatos, a fin de que sus huellas se distinguiesen del posible rastro dejado por el agresor o los agresores. Entraron juntos en la zona delimitada por la cinta blanca y azul. Patrik sintió en el estómago cierto desasosiego mientras se acercaban y tuvo que reprimir el impulso de darse media vuelta y marcharse de allí. Detestaba con toda su alma aquella parte del trabajo. Como de costumbre, tuvo que hacer acopio de valor antes de ponerse de puntillas para ver el fondo de la parte trasera del camión. Allí, en medio de un amasijo repugnante y maloliente de restos de comida, latas de conserva, pieles de plátano y otros residuos, yacía el cadáver de una chica desnuda. Flexionado, con los pies alrededor de la cabeza, como si estuviera entrenándose para algún tipo de acrobacia. Patrik miró inquisitivo a Torbjörn Ruud.

—Rigor mortis —explicó con parquedad—. Las articulaciones se pusieron rígidas cuando ya estaba en esa posición, es decir, después de que le flexionaran el cuerpo para meterla en el contenedor.

Patrik esbozó una mueca de rechazo. Aquello era indicio de una sangre fría inusitada, de un desprecio ilimitado por el ser humano; no sólo habían matado a la joven, sino que, además, se habían deshecho de su cadáver como si de un montón de basura se tratase. Arrojada a un contenedor. Sencillamente, le parecía repugnante. Patrik apartó la vista.

—¿Cuánto tiempo os llevará la inspección del escenario del hallazgo?

—Un par de horas —respondió Torbjörn —. Supongo que, entretanto, empezaréis por preguntar a los vecinos de la zona por si ha habido testigos. Por desgracia, no hay muchos aquí —se lamentó señalando las casas vacías y abandonadas, a la espera de los inquilinos veraniegos. Sin embargo, alguna sí que estaba habitada todo el año, así que tendrían que confiar en la suerte.

—¿Qué ha pasado? —se oyó la voz de Mellberg, tan irritada como de costumbre. Patrik y Torbjörn se dieron la vuelta y lo vieron caminar resoplando hacia donde ellos se hallaban.


Han encontrado a una mujer ahí —respondió Patrik, señalando el contenedor que estaba a un lado de la calle. En ese momento, dos de los técnicos estaban colocándose los guantes para ponerse manos a la obra—. Este operario, Leif, descubrió el cadáver cuando vació el contenedor, por eso está en el camión de la basura.

Mellberg interpretó aquella respuesta como una exhortación a pasar por encima del cordón policial y acercarse al camión de la basura para comprobarlo. Torbjörn no intentó siquiera que se pusiera las cintas de goma en los zapatos. No tenía importancia, ya habían tenido que descartar las huellas de los zapatos de Mellberg en más de una ocasión, de modo que las tenían en el registro.

—¡Joder! —exclamó Mellberg tapándose la nariz—. Aquí huele que apesta. —Se apartó, al parecer más afectado por el hedor del camión de la basura que por la visión del cadáver de la muchacha. Patrik suspiró para sí. Desde luego, todo seguía como siempre. Podían estar seguros de que Mellberg se comportaría de un modo inapropiado y con una falta de sensibilidad extrema.

—¿Sabéis quién es? —preguntó Mellberg con expresión apremiante. Patrik negó con un gesto.

—No, por ahora no sabemos nada. Había pensado llamar a Hanna y pedirle que mirase si había llegado alguna denuncia de alguna joven que no hubiese vuelto a casa anoche. Y Martin está en camino; había pensado que él y yo podíamos empezar por interrogar a los pocos vecinos permanentes de la zona.

Mellberg asintió muy serio.

—Sí, me parece una buena idea. Es precisamente lo que pensaba sugerir.

Patrik y Torbjörn intercambiaron una mirada elocuente. Como era habitual, Mellberg se atribuía las iniciativas ajenas, pero rara vez aportaba alguna de su cosecha.

—En fin, ¿y dónde está el bueno de Molin? —preguntó Mellberg mirando displicente a su alrededor.

—Debería estar al llegar —dijo Patrik.

Como si fuese fruto de un ensayo, el coche de Martin apareció en ese preciso momento. Empezaba a ser difícil encontrar un sitio donde aparcar en la estrecha carretera de grava, así que tuvo que retroceder unos metros hasta que vio un hueco. Martin venía con la cabellera pelirroja totalmente encrespada cuando se acercó a ellos. Parecía cansado y aún tenía en la mejilla las huellas de la almohada.

—Había una chica muerta en el contenedor. Ahora está en el camión de la basura —explicó Patrik sucintamente.

Martin asintió sin más, pero no hizo amago alguno de ir a mirar. Su estómago tenía una marcada tendencia a descomponerse ante la contemplación de un cadáver.

—Hanna y tú estuvisteis de guardia ayer por la noche, ¿verdad? —preguntó Patrik.

Martin asintió.

—Sí, le estuvimos echando un ojo a la fiesta de la granja. Y buena falta que hizo. Se organizó un escándalo increíble y no llegué a casa hasta las cuatro.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Patrik frunciendo el ceno.

—En parte, lo habitual. Unos cuantos se emborracharon más de la cuenta, una bronca con un novio celoso, dos que habían bebido de más y llegaron a las manos. Pero nada comparado con la reyerta que estalló entre los participantes. Hanna y yo tuvimos que intervenir un par de veces.

—¿No me digas? —respondió Patrik lleno de curiosidad—. ¿Y eso por qué? ¿Cuál fue el motivo?

—Al parecer, todos estaban mosqueados con una de las chicas del grupo. La de las tetas de silicona. Y llegaron a darle dos buenas bofetadas antes de que pudiéramos mediar nosotros —explicó Martin frotándose los ojos para ahuyentar el cansancio.

En la mente de Patrik empezó a forjarse una idea.

—Martin, ¿podrías ir a ver el cadáver que hay en el camión de la basura?

Martin respondió con un mohín:

—¿De verdad crees que es necesario? Ya sabes cómo me... —se interrumpió y asintió resignado—. Por supuesto que lo haré, pero ¿por qué?


Tú haz lo que te digo —insistió Patrik, que no quería revelarle aún lo que pensaba—. Luego te lo explico.

—Vale —respondió Martin angustiado. Cogió las cintas de goma que le ofrecía Patrik y, una vez que se las hubo puesto en los zapatos, cruzó apesadumbrado el cordón policial y dio un par de pasos cautelosos en dirección a la parte trasera del camión. Después de un último y hondo suspiro, bajó la vista para, inmediatamente, volverse hacia Patrik con la perplejidad plasmada en el rostro—. Pero si es...

Patrik asintió.

—La chica de
Fucking Tanum.
Sí, lo he entendido en cuanto has empezado a hablar de ella. Además, tiene toda la pinta de haberse llevado una buena paliza.

Martin fue alejándose del camión. Estaba blanco como la cera y Patrik se percató de que luchaba por retener el desayuno. Tras unos minutos de forcejeo, el pobre Martin tuvo que darse por vencido y echó a correr en dirección a un arbusto que había unos metros más allá.

Patrik se acercó a Mellberg, que, haciendo grandes aspavientos, hablaba con Torbjörn Ruud. Patrik los interrumpió.

—Hemos identificado el cadáver. Es una de las chicas del programa. Anoche hubo una fiesta en la granja y, según Martin, estalló una buena pelea con esa chica.

—¿Pelea? —preguntó Mellberg arrugando la frente—. ¿Quieres decir que la maltrataron hasta acabar con ella?

—Eso no lo sé —admitió Patrik con un tonillo de irritación en la voz. En ocasiones, sencillamente no soportaba la estupidez de las preguntas de Mellberg—. Sobre la causa de la muerte sólo puede pronunciarse el forense, después de haberle practicado la autopsia. —Como tú bien deberías saber, añadió Patrik para sí—. Pero, desde luego, da la impresión de que ha llegado el momento de tener una charla con el resto del grupo. Y procurar que nos cedan todas las grabaciones de esa tarde. Puede que, por una vez, tengamos un testigo verdaderamente fiable por el que guiarnos.

—Sí, justo iba a decir que es posible que las cámaras hayan captado algo provechoso. —Mellberg se hinchó como un pavo, convencido de que la idea era suya desde un principio. Patrik contó hasta diez. Aquello empezaba a cansarlo. Llevaba varios años jugando a aquel jueguecito y, sencillamente, se le estaba agotando la paciencia.

—Entonces, lo haremos así —dijo con una calma forzada—. Llamaré a Hanna para que nos informe de cuáles fueron sus observaciones de lo que sucedió ayer por la noche. También deberíamos hablar con los jefes de producción de
Fucking Tanum,
y, además, puede que sea conveniente informar al Consejo Municipal. Estoy seguro de que todos estarán de acuerdo en que la grabación del programa debe interrumpirse de inmediato.

—Y ¿eso por qué? —preguntó Mellberg lleno de asombro. Patrik lo miró atónito.

—¡Es obvio! ¡Una de las participantes ha sido asesinada! No creo que puedan seguir grabando.

—Pues yo no estoy tan seguro —replicó Mellberg—. Conozco a Erling y hará lo posible para que esto continúe. Se juega su prestigio en este proyecto.

Por un instante, Patrik tuvo la sensación tan paralizante como inusual de que Mellberg tenía razón. Pero le costaba creerlo. Después de todo, no podían ser tan cínicos...

Hanna y Lars guardaban silencio sentados a la mesa. Parecían tan apáticos y cansados como de hecho se sentían, y todo aquello que había entre ellos sin aclarar flotaba en el ambiente y contribuía a acentuar su pesadumbre. Deberían hablar de tantas cosas... Pero, como de costumbre, no se dijeron nada. Hanna sentía aquel desasosiego tan familiar en el estómago que hacía que el huevo que se estaba comiendo le supiese a papel reseco. Se obligó a sí misma a masticar y tragar, masticar y tragar.

—Lars —comenzó en un intento por iniciar la conversación, pero se arrepintió enseguida. Su nombre le sonaba tan solitario y tan extraño cuando lo pronunciaba así, en medio de aquel silencio... Tragó saliva e hizo un nuevo intento—. Lars, tenemos que hablar. No podemos seguir así.

Él no la miró siquiera. Aplicaba toda su capacidad de concentración a la tarea de ponerle mantequilla al pan. Hanna contempló fascinada cómo Lars movía el cuchillo untando la mantequilla de un lado a otro, una y otra vez, hasta que estuvo bien repartida por toda la rebanada. Había algo hipnótico en aquel movimiento y, cuando volvió a dejar el cuchillo en el tarro, Hanna se sobresaltó. Lo intentó una vez más.

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