—Pero, querida, ¿qué te pasa?
Erica sollozó.
—Es que... Es que... estoy tan gorda. Todo me queda espantoso.
—No estás gorda en absoluto, Erica. Aún te sobran unos kilos del embarazo y nada más. Y de aquí al día de la boda, nos habremos deshecho de ellos. Tienes un cuerpo precioso. Por ejemplo, mira el escote. Yo habría matado por un escote así el día que me casé.
Anna le señaló el espejo y Erica siguió su dedo con la vista, aunque a disgusto. En un principio no vio más que su cara patética, las mejillas húmedas y la nariz hinchada y enrojecida por el llanto. Pero después bajó la mirada y, bueno, sí, quizá Anna tuviese razón. Aquel escote no estaba nada mal.
Entonces se incorporó a la conversación la propietaria de la tienda.
—Le queda precioso, lo que ocurre es que no lleva la ropa interior adecuada. Si se lo prueba con un
body
o con una faja, esa barriguilla desaparecerá como por ensalmo. Si eso no es nada, mujer. Le aseguro que he visto cosas bastante peores en mis años de oficio. Su hermana tiene razón, tiene un cuerpo muy bonito, así que es cuestión de encontrar un vestido que lo realce. Venga, pruébese éste y verá cómo se anima. Este modelo le hará más justicia si cabe.
La mujer cogió uno de los vestidos que tenía colgados en el expositor y se lo entregó con gesto alentador. Erica se lo puso, aunque con escepticismo, y volvió a salir del probador. Respiró hondo, soltó el aire y se colocó delante del espejo con el estoicismo de un soldado que vuelve a la línea de fuego. Su cara se transformó de asombro. Aquello era otra cosa. Aquel vestido le quedaba... ¡le quedaba perfecto! Todo aquello que, con los anteriores, se veía espantoso, con éste se convertía en ventajas. La barriga aún sobresalía un poco más de la cuenta, desde luego, pero nada que no pudiera arreglarse con una buena faja. Miró asombrada a Anna y a la propietaria. Su hermana asintió encantada y la señora daba palmaditas de entusiasmo.
—¡Menuda novia! ¿Qué le decía yo? Este modelo es perfecto para su estatura y para sus formas.
Erica se miró una vez más en el espejo, aún un tanto escéptica, pero no pudo por menos de admitir que era verdad. Se veía guapa. Se sentía como una princesa. Si lograba perder algunos de los kilos de más en las semanas previas a la boda, ¡le quedaría perfecto! Se volvió hacia Anna.
—No voy a seguir probándome, me quedo con éste.
—¡Estupendo! —se congratuló la señora—. Estoy segura de que quedará más que satisfecha. Si quiere, puede dejarlo aquí hasta que se acerque el día de la boda, así podemos hacer una última prueba unos días antes. Si hay que meterle de algún sitio, habrá tiempo.
—Gracias, Anna —le susurró Erica apretándole la mano. Anna le devolvió el gesto.
—Estás preciosa —le dijo. Y Erica creyó ver un destello de llanto en los ojos de su hermana. Fue un momento muy hermoso, un momento que se merecían, después de todo lo que había sucedido, de todo lo que habían pasado.
—Bien, ¿qué tal, cómo os sentís por ahora? —Lars miró a los jóvenes que tenía en círculo a su alrededor. Nadie pronunció una palabra. La mayoría se miraba los zapatos. Todos menos Barbie, que lo observaba con insistencia—. ¿Alguien quiere empezar? —Lars los miraba alentándolos y algunos de ellos empezaron a levantar la vista.
Finalmente, fue Mehmet quien tomó la palabra.
—Pues, bueno, no va mal —dijo sin añadir nada más.
—¿Podrías contarnos algo más? —Lars hablaba con una dulzura comedida.
—Pues, bueno, quiero decir que, por ahora, está guay. El trabajo no está mal y eso... —El joven volvió a guardar silencio.
—Y a los demás, ¿qué os parecen los puestos que os han asignado?
—¿Los puestos? —resopló Calle—. Yo me paso los días fregando platos asquerosos, pero pienso hablar con Fredrik esta tarde. Ya me ocuparé yo de que haya cambios en ese terreno —aseguró dirigiéndole a Tina una mirada elocuente, que la joven le devolvió con un destello de rabia en los ojos.
—Y tú, Jonna, ¿qué tal te ha ido a ti la semana?
Jonna era la única que parecía seguir hallando sus zapatos increíblemente interesantes. Murmuró algo ininteligible por respuesta, pero sin levantar la vista. Todos los componentes del círculo formado en el centro del gran local de la granja se inclinaron para oír mejor lo que decía.
—Perdona, no te hemos oído. ¿Podrías repetirlo? Además, me gustaría que nos mostraras un mínimo de respeto y que nos mirases a la cara cuando te diriges a nosotros. De lo contrario, parece que nos menosprecias. ¿Es eso, verdad, Jonna?
—Eso, ¿es verdad? —repitió Uffe dándole una patada en el pie—. ¿Es que te crees que eres mejor que nosotros o qué?
—Venga, Uffe, esa actitud no es muy constructiva que digamos —lo reconvino Lars—. Lo que pretendemos es crear un ambiente cálido y seguro en el que podáis expresar vuestros sentimientos y vivencias en un entorno tranquilo y acogedor.
—Esa frase es demasiado larga para Uffe, me temo —intervino Tina en tono burlón—. Tendrás que expresarte con más claridad, para que Uffe te siga.
—¡Gilipollas! —fue la bien formulada respuesta de Uffe, que acompañó el improperio con una mirada llena de odio.
—Exactamente a esto me refiero —atajó Lars con más severidad en esta ocasión—. Esos ataques no os conducirán a nada. Todos os halláis en una situación extrema que puede ejercer una enorme presión psíquica sobre vosotros, y aquí tenéis la oportunidad de aliviar esa presión de un modo saludable.
Paseó la mirada por todos los congregados y los observó severamente uno a uno. Algunos asintieron. Barbie levantó la mano para pedir la palabra.
—¿Sí, Lillemor?
La joven bajó la mano.
—Para empezar, ya no me llamo Lillemor, ahora me llamo Barbie —respondió con un mohín que enseguida transformó en una sonrisa—. Pero sólo quería decir que esto me parece fantástico. Que todos tengamos la oportunidad de reunimos así y decir lo que queramos. En Gran Hermano no tuvimos nada parecido.
—¡Anda ya! No seas pelota.—Uffe, que estaba medio tumbado en la silla, miraba a Barbie fijamente. La sonrisa de la joven se apagó y Barbie bajó la vista.
—Pues a mí me parece que ha dicho algo muy bonito —objetó Lars, que ahora asentía animando a Barbie—. Y, aparte de la terapia de grupo, podréis disfrutar de terapia individual. Bueno, creo que podemos dar por finalizada la parte común, y, Barbie, tú y yo quizá... ¿Quieres empezar tú con la terapia individual?
La joven levantó la vista y volvió a sonreír.
—¡Sí, me encantaría! Hay montones de cosas de las que necesitaría hablar.
—Perfecto —respondió Lars también con una sonrisa-. En tal caso, te propongo que nos sentemos en la habitación que hay detrás del escenario, así podremos hablar sin que nadie nos moleste. Después, iréis viniendo según el orden en el que estáis sentados en el círculo, es decir, después de Barbie, vendrá Tina, luego Uffe y así sucesivamente. ¿Os parece bien? —Nadie respondió y Lars tomó el silencio por un sí.
Tan pronto como Lars y Barbie cerraron la puerta, empezaron a hablar todos a la vez. Todos salvo Jonna que, como de costumbre, optó por guardar silencio.
—¡Menuda chorrada! —exclamó Uffe entre risas y golpeándose las rodillas.
Mehmet lo miró irritado.
—¿Qué pasa? Me gusta la idea. Ya sabes lo pirado que se queda uno después de un par de semanas en una cosa de éstas. A mí me parece de cine que, por una vez, piensen un poco en que los participantes estemos bien.
—Que los participantes estemos bien —lo remedó Uffe con voz chillona—. Eres como una tía, Mehmet, ¿lo sabías? Deberías presentar uno de esos programas de salud que dan en televisión. Aparecer en
leggins
y camiseta de tirantes y «yogarte», o como quiera que se diga.
—No le hagas caso, es que es idiota —intervino Tina mirando con animadversión a Uffe, que ahora dirigió hacia ella su atención.
—¿Qué coño estás diciendo, soplapollas? Tú es que te crees muy lista, ¿no? Vas por ahí fardando de buenas notas y de que puedes hacer frases largas y te crees superior a los demás. Y ahora, además, piensas que vas a ser estrella del pop. —Uffe soltó una carcajada burlona y miró a su alrededor como buscando apoyo en el grupo. Nadie lo miró siquiera, pero tampoco nadie protestó, de modo que Uffe prosiguió muy animado—. Eso no te lo crees ni tú, ¿verdad? Harás el ridículo y nos pondrás en ridículo a los demás. Ya te he oído darle coba al productor para que te deje cantar esta noche ese tema tuyo tan patético, y me muero de ganas de ver cómo te tiran tomates podridos. Joder, yo mismo pienso ponerme en primera fila para bombardearte.
—Uffe, cállate ya —ordenó Mehmet mirándolo a la cara—. Eres una mala persona y un imbécil, y lo que te pasa es que le tienes envidia a Tina, porque ella tiene talento, mientras que tú sólo cuentas con una breve carrera de gilipollas en un reality-show. Luego volverás al almacén a acarrear mierda.
Uffe volvió a reír, pero en esta ocasión su risa sonó un tanto nerviosa y hueca. Las palabras de Mehmet encerraban algo de verdad, y el sonido de esa verdad empezó a llenarlo de preocupación. Sin embargo, consiguió inhibir la sensación enseguida.
—No me creáis si no queréis, pero ya la oiréis esta noche. Los paletos del pueblo se morirán de risa.
—Uffe, eres un mierda y te odio, que lo sepas —le espetó Tina al tiempo que se levantaba con los ojos llenos de lágrimas. Una cámara la siguió y la joven empezó a correr para librarse de ella, pero no había donde refugiarse de las cámaras, que los seguían, ávidas, a todas partes.
Patrik no lograba concentrarse en ninguna otra cosa. El recuerdo del accidente de tráfico lo perseguía sin tregua. Si recordara qué era lo que le resultaba tan familiar en aquella muerte... Sacó la carpeta con todos los documentos relacionados con la investigación y se sentó para revisarlos una vez más. Por enésima vez. Como siempre que se concentraba en algo, también en esta ocasión se puso a murmurar y a hablar solo.
—Moratones alrededor de la boca, una tasa de alcohol insólita en una persona que, por si fuera poco y según sus familiares, no bebía nada.
Fue pasando el dedo por el informe de la autopsia en busca de algo que pudiera habérsele escapado en las lecturas anteriores, pero no halló nada que llamase su atención. Patrik cogió el auricular y marcó un número que conocía de memoria.
—Hola, Pedersen, soy Patrik Hedström, de la policía de Tanum. Oye, tengo delante el informe de la autopsia y me preguntaba si tienes cinco minutos para repasarlo conmigo una vez más.
Pedersen le respondió que no tenía inconveniente, de modo que Patrik continuó:
—Los moratones de la boca... ¿Tú crees que es posible establecer cuándo se los hizo? Vale...
Mientras hablaba, Patrik iba anotando las respuestas del forense en el margen.
—Y todo ese alcohol... ¿Es posible concretar el espacio de tiempo en el que lo ingirió o se lo hicieron ingerir? Bueno, no quiero la hora exacta o... en fin, también, claro, si es posible, pero vamos, si lo ingirió durante un período de tiempo prolongado o si se lo tomó de golpe... en fin, ya me entiendes.
Patrik prestaba la máxima atención a las respuestas de Pedersen, sin dejar de escribir.
—Interesante, muy interesante. ¿Encontraste algún otro detalle llamativo durante la autopsia?
Patrik dejó el bolígrafo un instante, mientras escuchaba. De pronto se dio cuenta de que estaba apretando tanto el auricular contra la oreja que ya empezaba a dolerle, de modo que aflojó un poco la presión.
—¿Restos de cinta adhesiva en la boca, dices? Sí, esa información es sin duda muy importante. Pero ¿no tienes nada más que ofrecerme? —Lanzó un suspiro al oír la respuesta negativa de Pedersen y, ciertamente frustrado, se frotó los ojos con el pulgar y el índice de la mano que le quedaba libre—. Vale, pues tendré que arreglarme con eso.
Colgó apesadumbrado. Desde luego, esperaba más. Sacó las fotos del lugar del accidente y empezó a examinarlas en busca de algo, cualquier cosa, que disparase su memoria encasquillada. Lo más irritante era que no estaba seguro al cien por cien de que hubiese nada que recordar. Cabía la posibilidad de que todo fuese una invención suya, de que se tratase de una sensación rara de
déjà vu,
de algo que hubiese visto en la televisión o en una película, o que hubiese oído de pasada. Quizá era eso lo que hacía que su cerebro se empecinase en obligarlo a buscar algo que no existía. Pero justo cuando se disponía a abandonar y dejar los documentos, un rayo atravesó las sinapsis de su cerebro. Se inclinó para observar con mayor detenimiento la foto que tenía en la mano y experimentó una incipiente sensación de triunfo. Tal vez no anduviese tan equivocado, después de todo. Tal vez fuese cierto que, en lo más recóndito de su cerebro, se hubiese ocultado algo concreto todo el tiempo.
Llegó a la puerta de una zancada. Había llegado el momento de bajar al archivo.
Fue dejando los productos en la cinta al tiempo que pasaba los códigos con gesto apático. Las lágrimas pugnaban por asomar a sus ojos, pero Barbie las retenía obstinada parpadeando continuamente. No quería hacer el ridículo poniéndose a llorar allí mismo.
La conversación de aquella mañana había removido tantos sentimientos... Tanta basura como había ido acumulando en el fondo, durante tanto tiempo, pero que ahora empezaba a emerger a la superficie. Observó a Jonna, sentada en la caja de enfrente. En cierto modo, la envidiaba. Quizá no su tendencia a estar depre y lo de los cortes. Barbie no sería capaz de llevar el cuchillo contra su propia carne como ella. Pero sí le envidiaba su indiferencia manifiesta ante lo que los demás pensaban y opinaban. Para Barbie, nada revestía mayor importancia que su aspecto y el modo en que los demás la percibían. No siempre fue así, como demostraron las fotos del colegio que sacó aquella mierda de diario vespertino. Unas fotos en las que aparecía menuda y escuálida, con el dichoso aparato en los dientes, unos pechos pequeños, casi inexistentes, y el cabello oscuro. Cuando publicaron las fotos en las portadas, creyó morir de desesperación. Pero no por la razón que todos sospechaban; no porque le preocupase que la gente supiera que tanto las tetas como el pelo eran falsos, no era tan imbécil, sino porque le dolía ver aquello de lo que ya no quedaba nada. La alegría de su sonrisa, llena de seguridad, llena de confianza. Se alegraba de ser quien era, una chica segura y satisfecha de la vida que tenía. Sin embargo, aquel día todo cambió. El día en que murió su padre.