—Se le pedirá que entregue el cargamento,
monsieur
—explicó con palabras pausadas—. Aunque imagino que eso ya se lo esperaba.
—Sí. Estoy aquí en misión oficial y tengo órdenes que cumplir. Ninguna ley puede detenerme. Mi país reconoce los derechos de la Revolución. No tiene respeto por los opresores.
—¿Y, por supuesto… —inquirió con furia contenida Bolitho— Francia no espera ganar nada en la contienda?
Se sonrieron el uno al otro, comprendiéndose como conspiradores, mientras Couzens les observaba confuso, eclipsados por un momento su protagonismo y su gloria.
Dos tenientes de navío con historias y edades parecidas, meditó Bolitho. Atrapados ambos en el maremoto de la rebelión y la guerra. Costaba no sentir simpatía por el oficial francés.
—Le sugiero que no haga nada que despierte la ira del comandante Paget —le indicó.
—Entiendo —respondió Contenay golpeando ligeramente la pared de su nariz—. Entre ustedes también hay oficiales de ese tipo, ¿verdad?
Viendo que Probyn regresaba ya acompañado de una guardia de infantes de marina, Bolitho preguntó:
—¿Dónde aprendió usted a hablar tan perfectamente el inglés,
monsieur
?
—Viví en Inglaterra durante mucho tiempo —replicó el otro mostrando una ancha sonrisa—. Algún día me será de utilidad,
oui
?
Probyn les interrumpió con su voz cortante:
—¡Conduzcan el prisionero a la presencia del comandante Paget!
Luego, tras observar la marcha del francés rodeado por sus vigilantes, el mismo Probyn añadió colérico:
—¡Maldita sea, señor Couzens, debía haberle abatido de un disparo allí mismo! Ya verá lo que ocurre: como prisionero, será intercambiado por uno de nuestros oficiales. Malditos corsarios. ¡Todos deberían colgar del extremo de una soga! ¡Los suyos y los nuestros!
—¡Mire, señor! —avisó Stockdale—. ¡La bandera!
Bolitho alzó la mirada hacia el mástil de la torre. Pagel, con prudencia, había ordenado izar la bandera propia de la guarnición. No había razón para levantar sospechas, si les veía alguien desde el mar o desde tierra firme, mientras no hubiesen terminado la misión que acababan de empezar.
Pero Stockdale se refería a otra cosa y Bolitho lo entendió al instante. El trapo, que hasta entonces había ondulado con pereza en dirección al continente, se alzaba ahora con más energía apuntando hacia el horizonte que la luz del sol hacía resplandecer. Durante la noche el viento había cambiado por completo de dirección. Pero todos habían estado hasta entonces demasiado ocupados con el combate para darse cuenta.
—La
Spite
no podrá acercarse a la costa —reflexionó en voz alta.
Probyn se frotó con la palma de la mano el hirsuto pelo de su barba, al tiempo que replicaba con voz ansiosa:
—¡Pero el viento volverá a rolar! ¡Ya lo verá!
Bolitho se volvió de espaldas al mar y estudió la ladera de la colina donde Couzens y él habían esperado un día entero bajo un sol de plomo. Vista desde el fuerte, su aspecto era completamente distinto. Allí resultaba oscura y amenazadora.
—Ya, pero mientras no role, aquí estamos aislados y debemos defendernos.
El comandante se encogió de piernas para apoyarse en la esquina de una sólida mesa y estudió con mirada siniestra a sus oficiales.
El sol entraba a raudales por la ventana de la sala de mando de la fortaleza. Bolitho vio a través de una aspillera la silueta de los árboles que poblaban la costa más allá de la franja de playa. Había transcurrido ya media mañana sin que hubiera signos de la presencia de amigos o enemigos.
Eso no significaba que les hubiesen faltado cosas que hacer. Al contrario, pues con el teniente francés en calidad de rehén, una columna de infantes de marina armados y liderados por Probyn se había desplazado en bote hasta el lugre.
Una vez de vuelta, el teniente describió a Paget con meticulosidad las características del cargamento de las bodegas. Iban repletas hasta la regala de barriles de pólvora de las Antillas, además de numerosas cajas de mosquetes franceses, pistolas y otras piezas de equipo militar.
—Una presa valiosa, sin duda —dijo Paget—. Sólo con privar al enemigo de ese cargamento ya dificultamos los planes de Washington, caballeros, de eso pueden estar seguros. En caso de que seamos atacados antes de que los refuerzos acudan en nuestra ayuda, es más que probable que el enemigo intente destruir el lugre si no consiguen hacerse con él de nuevo. Insisto en que por nada del mundo debe caer de nuevo en sus manos.
Bolitho escuchó por un instante el ruido de las pisadas de los hombres en el patio, mezcladas con los gritos ásperos de los suboficiales que repartían órdenes. La valoración de Paget tenía mucho sentido. Había que destruir Fort Exeter junto con todas sus defensas, su armamento y equipo, todo lo que a lo largo de meses había sido reunido allí por el enemigo.
Pero para eso hacía falta tiempo, y el enemigo no podía tardar mucho en plantear el contraataque.
—Yo soy responsable de toda la operación. —Paget escrutó con la mirada a cada uno de sus subordinados, como si esperase que alguno le llevase la contraria—. Soy yo, por tanto, quien debe elegir una dotación de presa que embarque en el lugre y zarpe a toda prisa para Nueva York, o se ponga a las órdenes del primer navío de Su Majestad con el que se cruce durante la travesía.
Bolitho hizo esfuerzos para frenar la excitación que surgía en su interior. Los hombres de la dotación del lugre eran casi todos nativos reclutados en Martinica por las autoridades francesas. No era raro, así, que aun tratándose de una misión simple y solitaria hubiesen destinado a su mando un teniente de navío como Contenay. Era un hombre de categoría superior a muchos oficiales que Bolitho había encontrado en su vida, preparado para este tipo de trabajos azarosos. No era fácil conducir un velero como aquél, cargado hasta los topes, desde la caribeña isla de Martinica hasta el pequeño fondeadero que apenas figuraba en las cartas.
Hacerse cargo de la embarcación, vaya cambio respecto a lo que estaba haciendo, pensó Bolitho. El letal cargamento que abarrotaba sus bodegas no le asustaba.
Una vez alcanzada la ciudad de Nueva York y si la suerte le acompañaba, el Alto Mando le podía destinar a otro embarque antes de que la oficialidad del
Trojan
le reclamara de nuevo. ¿Por qué no una fragata? Un puesto de teniente cadete en una fragata y se sentiría plenamente recompensado.
Creyó que sus oídos le jugaban tina mala pasada cuando Paget prosiguió:
—El señor Probyn se hará cargo del mando del lugre. Tomará con él algunos de los hombres heridos de poca gravedad, que servirán para vigilar a la dotación de nativos.
Bolitho se volvió esperando ver la reacción furibunda de Probyn. Pero enseguida comprendió su error. ¿Por qué razón, después de todo, iba a sentir Probyn un deseo distinto al suyo? Zarpando a bordo de la presa podía presentarse ante el Alto Mando con la esperanza de conseguir un mejor destino, en su caso acompañado de un ascenso.
Tan grande era el deseo de Probyn de lucirse en la misión que desde su inicio no había tocado una gota de alcohol ni siquiera tras la toma de la fortaleza. Le faltaba astucia para ver más allá del rango de comandante del velero apresado, o la escena de su entrada en la rada de Sandy Hook. No era capaz de considerar que, para la mentalidad de muchos, resultaría raro ver a un teniente de su veteranía en un puesto de mando tan insignificante.
Probyn se alzó. La satisfacción de sus facciones era más expresiva que cualquier discurso.
—Pondré las correspondientes órdenes por escrito, a menos que… —se interrumpió Paget, lanzando una rápida mirada hacia Bolitho—¿No habrá cambiado de opinión?
—No, señor —respondió Probyn con un gesto decidido de su mandíbula—. Estoy en mi derecho.
El comandante le obsequió con una mirada severa:
—Sólo si yo lo decido. —Se encogió de hombros antes de concluir—: Pero así lo decido.
D'Esterre murmuró al oído de Bolitho:
—Me sabe mal que pierda usted esta ocasión, Dick; aunque no puedo decir lo mismo respecto a que se quede usted junto a nosotros.
Bolitho esbozó una sonrisa.
—Gracias. Pero creo que el pobre George Probyn se encontrará a bordo del
Trojan
antes de lo que él espera. Lo más probable es que se cruce durante el viaje con un navío de rango superior. El comandante tendrá ideas propias respecto a qué hacer con el cargamento del lugre.
Las espesas cejas de Paget se entretejieron en expresión furiosa.
—¿Han terminado sus cotilleos, señores?
D'Esterre replicó con una educada pregunta:
—¿Qué haremos con el oficial francés, señor?
—Se quedará con nosotros. El contraalmirante Coutts apreciará la posibilidad de reunirse con él antes de que caiga en manos de las autoridades de Nueva York. —Sonrió con una mueca inexpresiva—: ¿Entiende usted mi punto de vista?
El comandante se levantó y se sacudió la arena que reposaba sobre su manga.
—Atiendan sus responsabilidades y asegúrense de que sus hombres no bajan la guardia.
Probyn, que había esperado junto a la puerta el paso de Bolitho, le dedicó una áspera despedida:
—Queda usted aquí como el oficial de más experiencia. —El brillo de sus ojos surgía a través de la fatiga—. ¡Que tenga suerte con este embrollo!
Bolitho le observó impasible. Probyn no era todavía un hombre de edad avanzaba, pero por su aspecto podría tener los años de Pears.
—¿Por qué tanta amargura? —preguntó.
Probyn sorbió antes de soltar la parrafada:
—En mi vida, jamás me ha acompañado la suerte. Tampoco conté con el apoyo de una familia poderosa que me ayudase, como a usted. —Alzó un puño, furioso ante la reacción de Bolitho—. ¡Yo he salido de la nada, me he tenido que arrastrar por todos los peldaños del escalafón, he dejado allí mis uñas y mi sangre! Opina que debía haberle propuesto a usted para tomar el mando del lugre, ¿no? ¿Qué hace un teniente veterano al mando de un miserable buque cargado con contrabando francés? ¿Verdad que se pregunta eso?
Bolitho suspiró. Probyn resultaba ser más lúcido de lo que él había sospechado.
—Admito que ha pasado por mi cabeza.
—Una vez hubo muerto Sparke, la siguiente oportunidad recaía en mí. Me tocaba. Tengo intención de aprovecharla y explotarla hasta el final. ¿Entiende?
—Creo que sí. —Bolitho desvió la mirada, pues no soportaba enfrentarse con el tormento de Probyn.
—Puede usted esperar la llegada de los refuerzos o de alguien que les releve aquí. Y entonces le doy permiso para explicar al maldito señor Cairns, o a cualquiera a quien pueda interesar, que no pienso regresar al
Trojan
. ¡Pero si alguna vez vuelvo a pisar su cubierta vendré de visita, y me recibirán a bordo con honores de comandante!
Bolitho le vio dar la vuelta sobre sus tacones y alejarse furioso. La dosis de lástima o comprensión que el teniente podía provocarle se esfumó en un instante, pues Bolitho comprendió que Probyn no tenía intención alguna de hablar con los hombres que dejaba atrás. Ni siquiera pensaba visitar a los heridos que probablemente morirían antes de que el lugre consiguiera dar dos bordos y librar la punta de la bahía.
D'Esterre se unió a él en lo alto del parapeto y observó los decididos pasos de Probyn, que andaba por la playa en dirección a los botes de desembarco.
—Deseo que Dios le ayude a mantenerse alejado del alcohol, Dick. Con ese casco cargado de pólvora y una dotación de nativos aterrorizados, imagine que George vuelve a las andadas. Será un viaje inolvidable.
Vio que su sargento le esperaba a poca distancia y se apartó con prisa.
Bolitho descendió por una de las escaleras. Acababa de pisar el suelo cuando divisó a Quinn recostado contra un muro. Tenía órdenes de supervisar el inventario de las armas y frascos de pólvora hallados, pero se había apartado de sus hombres y les dejaba hacer a su aire.
—Bien —dijo Bolitho—. Supongo que ha oído lo que tenía que decirle el comandante, y lo que Probyn me ha dicho a mí hace un instante. Aunque tengo algunas ideas propias sobre el asunto, preferiría antes que nada saber qué ocurrió al amanecer, en el momento del ataque.
Esperó paciente una respuesta recordando aquel grito terrorífico en la noche, al que siguió el repiqueteo de los mosquetes.
—Nos sorprendió un hombre que salía de la torre de vigilancia —respondió secamente Quinn—. Todos andábamos muy ocupados, pues teníamos que vigilar el portalón y localizar a los centinelas. El hombre pareció surgir de la nada —añadió el joven con expresión de dolor— y yo era el más próximo. Podía haberle abatido de un sablazo en un instante. —Se estremeció—. Pero era un niño, iba sin camisa y cargaba un balde. Supongo que alguien le había enviado a buscar agua para la cocina. No iba armado.
—¿Qué ocurrió entonces?
—Nos quedamos inmóviles mirándonos el uno al otro. Todavía no sé quién de los dos estaba más asustado. Le coloqué la hoja de mi sable sobre la garganta. Un tajo habría bastado, pero no tuve valor. —Quinn miró con desespero a Bolitho—. Sabía perfectamente lo que nos jugábamos. Nos quedamos ahí quietos hasta que…
—Fue Rowhurst, ¿verdad?
—Sí. Con su puñal. Pero no llegó a tiempo.
—En aquel momento pensé que estábamos perdidos —asintió Bolitho. Volvían a él los pensamientos que le embargaron cuando observaba en pie al hombre al que había matado para salvar su propia vida.
—Me doy cuenta de la expresión con que me mira el segundo jefe de artilleros —prosiguió Quinn—. Me desprecia. Su historia correrá como el fuego por todas las cubiertas del navío. Jamás conseguiré ser respetado de nuevo por los hombres.
Bolitho recorrió con sus dedos las mechas de pelo de su cabeza.
—Si se esfuerza conseguirá recuperar el respeto perdido, James. —Notaba que sus dedos tropezaban con arena y tierra seca. Habría dado cualquier cosa por tomar un baño o zambullirse en el mar—. Pero aquí les quedaba mucho por hacer.
Bolitho se volvió y vio que Stockdale, acompañado por otros hombres, les observaba.
—Coja a esos hombres y diríjalos de inmediato a la barcaza. Hay que conducirla hasta aguas profundas y abrirle una vía de agua para que se hunda. —Su mano apretó el brazo de Quinn antes de concluir—: Piense en lo que ellos sienten, James. Ordéneles lo que quiere que hagan.