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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (50 page)

BOOK: Cormyr
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Los arbustos que se encontraban a ambas orillas del riachuelo se movieron al apartarlos dos líneas de arqueros cormytas, que sin perder un solo segundo dispararon contra aquella bestia colosal.

De haber apuntado al cuerpo escamado de la criatura, sus flechas no hubieran hecho más que molestarla un poco. Pero dispararon a sus alas, y abrieron una auténtica miríada de agujeros en la dura membrana. Algunos proyectiles alcanzaron partes más delicadas de la membrana, produciendo un mayor daño.

El dragón volaba demasiado bajo para recuperarse cuando, además, el aire que batía penetraba por los agujeros. Intentó aterrizar sobre las garras, pero se desplazaba demasiado rápido y se desplomó con violencia contra el suelo, mientras su cabeza y el cuello de serpiente dibujaban un surco en la orilla del riachuelo. Se produjo un sonido similar al del palo de un barco al quebrarse, momento en que Jorunhast supo que una de las alas increíbles de la criatura había quedado aplastada bajo el peso de su cuerpo.

Habían derribado al monstruo. Los soldados apostados a ambas orillas del riachuelo arrojaron los arcos y desenvainaron sus aceros. Bajaron los yelmos para cubrir el rostro y, con un solo grito, descendieron desde los falsos arbustos hasta el lugar donde había caído herido el dragón.

Azoun desmontó y desenvainó su espada. El mago estuvo a punto de caer de su montura al intentar detenerlo.

—Son mis hombres —dijo enfadado el príncipe de la corona—. ¡Y pienso luchar a su lado!

—¿Y arriesgar la vida del heredero de la corona? —Jorunhast desmontó y apoyó con fuerza la mano en el hombro del joven Azoun—. No creo que sea buena idea. Dejad que ellos rematen a la bestia. Para entonces, Thanderahast y un guerrero
de verdad
, lord Gerrin, ya estarán de vuel... ¡Oof!

El príncipe de la corona había demostrado ser más rápido de lo que el mago hubiera podido imaginar, y le había propinado un codazo en la boca del estómago. Jorunhast sintió que perdía todo el aire que tenía en los pulmones, y cayó de rodillas, boqueando desesperado. Cuando todo dejó de dar vueltas a su alrededor, el guerrero de la realeza ya había cubierto la mitad del camino que lo separaba de la batalla.

Los soldados se arremolinaban en torno al dragón gigantesco como hormigas, lo cual podía decirse también acerca de su efectividad. Atacaban las escamas de la criatura hasta que, en ocasiones, alguno de ellos lograba arrancar una lo suficiente como para pinchar la carne que protegía. Para Thauglor, era como si le picaran los mosquitos.

La bestia no había perdido la batalla. Con el ala que había resultado ilesa del aterrizaje logró quitarse de un plumazo a una docena de atacantes. Su cola mató a otros dos. Las garras atravesaron a dos de los guerreros cormytas. Sus mandíbulas impresionantes estaban bañadas en sangre, pues de tanto en cuando movía la cabeza para acabar con la vida de algún que otro soldado.

Y entretanto, el único heredero de la corona de Cormyr cargó colina abajo para tomar parte en aquella vorágine mortífera.

Jorunhast miró a su alrededor. Si lord Gerrin iba de camino, lo cierto es que se lo tomaba con mucha calma. Thanderahast estaría herido o habría muerto. El mago levantó la varilla, pero el príncipe se interponía en su campo de visión. El insufrible, irritante e impulsivo príncipe real. Una llamarada de fuego lo atravesaría hasta alcanzar al dragón. Quizá Cormyr estuviera mejor con él muerto.

Jorunhast pareció meditarlo durante un buen rato, pero al final profirió una maldición y echó a correr colina abajo, tras el príncipe. Pese al número de guerreros que se amontonaban alrededor del dragón, pensó que no tendría problemas en encontrar un hueco por el que poder disparar. Al correr, el mago se juró a sí mismo que ni siquiera sometido a tortura admitiría jamás que corría al rescate de Azoun.

El joven príncipe alcanzó al dragón y golpeó. La hoja de su acero se hundió hasta la empuñadura ya que, al parecer, había partido la escama como si fuera de gelatina y se había hundido en el anca del dragón hasta dar con el hueso. Era de factura antigua, se decía que la propia Amedahast en persona la había forjado.

Fue como si al dragón lo hubiera alcanzado un rayo. Se levantó del suelo, tembloroso, e intentó alejarse del lugar, aplastando a media docena de soldados, a punto de arrancar la espada de las manos de Azoun.

Pero el heredero de los Obarskyr no parecía dispuesto a dejarlo marchar. Liberó la espada y volvió a hundirla, causando otra herida profunda en la panza del dragón. Thauglor profirió un grito agudo y escupió un esputo considerable de ácido. Quienes fueron alcanzados por el ácido gritaron a su vez, aunque el dragón no tenía mucho tiempo para disfrutar de sus muertes. El cuello serpentino dio un respingo hacia un lado y atacó a mandíbula batiente al príncipe de la corona.

Jorunhast gritó, pero calló al ver que Azoun había logrado evitar la caricia de aquellos colmillos, y que colgaba de la comisura de la boca. El dragón agitó la cabeza como un perro, intentando zafarse del príncipe, o quizás agarrarlo con sus fauces, pero éste logró aguantarse. El mago vio el fulgor blanco de los dientes apretados al mirar la forma borrosa de Azoun.

Desesperado, Jorunhast apartó la mirada y observó a su alrededor. La mitad de los soldados habían caído, Thanderahast y lord Gerrin seguían sin dar señales de vida. ¿Adónde habrían ido? El mago se encontraba lo bastante cerca como para usar la varilla, pero la bola de fuego podría rebotar en las escamas del dragón y alcanzarlo a él. Y si fallaba, quizá chamuscaría a cierto príncipe...

El mago se dirigió hacia la herida que tenía el dragón en la panza, de la que manaba una sangre púrpura y densa. Levantó la mirada para asegurarse de que el príncipe seguía cogido de la comisura de los labios, y mientras lo miraba Azoun hundió la espada hasta la empuñadura en el ojo del wyrn. Un fluido oscuro con destellos dorados surgió a chorros de la herida.

Jorunhast apartó la cabeza de la copiosa lluvia de sangre que iba a caerle encima, y empujó la varilla en la herida que tenía el dragón en la barriga, antes de pronunciar la palabra mágica. La varilla volvió a temblar, y un chorro llameante se hundió en lo más hondo del dragón, que se agitó mientras su cuerpo se arqueaba y se estiraba a causa del dolor que sentía en todo su cuerpo, del fuego que quemaba sus entrañas y de la espada clavada en el ojo. Una pezuña enorme con sus correspondientes garras tiró a Jorunhast al suelo. Perdió la varilla, y también perdió de vista a Azoun, a quien vio por última vez hundiendo la hoja de su espada en el cerebro de Thauglor con un golpe librado a dos manos.

La oscuridad cegó al joven mago al dar contra el suelo. Pareció durar tan sólo un momento, pero cuando volvió a levantarse el dragón estaba muerto al pie del riachuelo. Los clérigos se movían entre los soldados caídos en combate. Una clérigo de Lathander apoyó la mano en el hombro de Jorunhast, pero éste se libró de ella y trastabilló hacia el flanco del dragón, donde encontró a Gerrin y Thanderahast de pie hablando con Azoun.

Lord Wyvernspur estaba chamuscado, tenía la parte izquierda de la cara y todo el cuerpo negruzcos, y manchado de sangre un emplaste que sin duda le había aplicado alguno de los clérigos. Thanderahast también presentaba quemaduras, y además tenía algunas heridas a un lado de la cara, rasguños fruto de un golpe seco.

Comprobó que Azoun estaba completamente ileso. Jorunhast se preguntó si aquello de la suerte de los niños, los bufones y los reyes sería cierto.

—¿De vuelta al mundo de los vivos, muchacho? —preguntó el mago veterano—. No pudimos regresar tan pronto como habíamos planeado, pero por lo visto vosotros dos os bastabais para resolver la situación.

—Era un buen plan —dijo el joven, a quien aún le dolía la cabeza. Pestañeó ante la luz del sol, y después añadió—: Temo haber perdido su varilla.

—Un sacrificio sin importancia, fácil de perdonar —respondió Thanderahast, riendo abiertamente—. Azoun me habló de tu bravura al cargar el dragón y esperar el momento adecuado para atacarlo con la varilla. Nosotros temíamos que te pudieras asustar.

Jorunhast observó al joven. ¿No le había contado al mago que se había quedado paralizado cuando los atacó el dragón por primera vez? ¿Ni que había intentado impedir a Azoun que cargara contra el dragón?

—Me alegra comprobar que aún puedes tenerte en pie —dijo Azoun, ladeando la cabeza—. ¿Quieres que te ayude a encontrar la varilla?

Jorunhast miró boquiabierto al príncipe durante un momento, y respondió con un gesto de asentimiento.

Gerrin y Thanderahast fueron a buscar a la clérigo de Lathander para preguntarle por el estado de los heridos, dejando a Azoun y Jorunhast a solas. Los dos jóvenes, príncipe y mago, caminaron junto al cadáver del dragón. Rastrearon sin demasiado convencimiento la hierba aplastada, pero no encontraron nada.

—Eché a correr detrás de vos para evitar que el dragón pudiera mataros —dijo Jorunhast, al cabo de un rato.

—Lo sé —dijo el joven delgado—. Y probablemente eso es lo que deben de pensar; pero no tienen por qué saberlo. En cualquier caso, hoy te has lucido.

Las palabras parecieron quemar la garganta de Jorunhast como la bilis negra del dragón.

—Igual que vos —escupió sin poder contenerse y, después, añadió—: Sire.

—Mira, yo nunca he confiado en ti, y no tengo por qué empezar a hacerlo ahora —dijo Azoun, dibujando en sus labios una sonrisa complacida—. Pero después de la tunda que ha recibido el viejo Thanderahast, lo más probable es que seas mi mago cuando llegue mi momento. De modo que lo mejor será que me vaya acostumbrando a ti.

—Y yo a vos —suspiró Jorunhast—. Pero hacedme un favor, sólo un favor, mi señor: no más cargas a la desesperada.

—Sólo cuando lo tenga a usted al lado para respaldarme con su magia —respondió el futuro rey, tratándolo de usted—. Sólo cuando usted me cubra.

Después el príncipe se alejó, mientras Jorunhast pensaba que, después de todo, la voz del príncipe no era tan irritable.

23
Encuentros y expedientes

Año del Guantelete

(1369 del Calendario de los Valles)

—Creo, querida, que finalmente podemos asegurar que Arabel se ha vuelto verdaderamente civilizada —declaró Darlutheene Ambershields, abriendo exageradamente sus ojos violeta y agitando en el aire una mano llena de anillos. Las gemas relampaguearon y reflejaron la luz del sol durante un cegador instante, antes de bajarla y volverla a levantar para llevarse a los labios un vaso lleno de licor.

—Vamos, Darlutheene... ¿Ese enclave poblado por alcornoques incultos? —preguntó sorprendida Blaerla Roaringhorn, abriendo también sus ojos marrones cuanto pudo—. ¿A qué te refieres?

—Bien. —Darlutheene sorbió del vaso—. Después de las nuevas de esta mañana, de esos nobles a los que han encontrado apuñalados en sus propias camas, con los cuchillos aún clavados, cuyos mangos lucían los escudos de armas de las familias rivales, ¡diría que las intrigas de Arabel están alcanzando finalmente a las de Suzail!

—¡Jamás! —exclamó Blaerla, cuyas mejillas se sonrojaron y sus ojos brillaron febriles a causa de la excitación—. ¿Nobles? ¿Acuchillados en sus camas? Pero ¿por qué?

Darlutheene agitó la mano, lánguida y cordial, con la que a continuación se acarició los bucles de su pelo. Aquella mañana se los había empolvado en tonos dorados.

—Dicen que la princesa Alusair condujo a su pandilla de nobles golfos al interior de la ciudad por los tejados, para... —y aquí bajó el tono de voz para dar a su explicación un toque melodramático— emprender su particular carnicería.

—¿Por qué iba a hacer tal cosa? —preguntó Blaerla, frunciendo sus cejas castañas con extrañeza. Entonces añadió, juguetona—: Creí que gustaba de tener a los nobles en su cama... y cuantos más, mejor.

Darlutheene lanzó un graznido que pretendía ser una carcajada, lo cual empujó a sus diversas papadas a moverse al unísono. A continuación, azotó juguetona el brazo de su confidente con sus dedos perfumados.

—Ah, muy bien dicho, Blaerla. ¡Qué ingeniosa!

Blaerla se sonrojó invadida por el placer que le proporcionaban aquellas palabras, y levantó el vaso para que su anfitriona lo llenara. Darlutheene la obsequió con un chorrito delicado de su mejor licor color rubí de
elixir du Vole
, y continuó:

—Vamos, querida, ¿es que no lo ves? Está eliminando nobles que han ofrecido su lealtad a nuestro querido mago de la corte, porque algunas familias de la nobleza, según he oído, están contratando magos en Sembia, Puerta Oeste, y aún más lejos, para organizar un asalto a palacio. Necesita asegurarse de que las familias que están de parte del mago no le impidan alcanzar sus objetivos.

Blaerla lanzó un gritito de los nervios, y a punto estuvo de derramar el licor al dar un brinco por la sorpresa, pero no llegó a ello. Su traje de talle corto mostró un movimiento similar al de un barco al romper contra él los cachones. Darlutheene tan sólo pudo observarla fascinada, inundada por una nube de perfume que surgía de la frente adornada de gemas y cadenitas. Blaerla preguntó:

—¿Asaltar el palacio? ¿Por qué? ¡Oh, Darlutheene Ambershields, por los dioses, dime por qué!

—He oído que van a por el rey, por supuesto —explicó somera Darlutheene—. Quieren liberarlo, con cama y todo, de las garras de Vangerdahast. Aunque a estas alturas, con la de hechizos diabólicos que habrá empleado el mago, ya será demasiado tarde. ¡Por lo que sabemos, en este momento Azoun podría haberse convertido en un zombi, controlado por nuestro querido mago supremo!

—¡Oh! —Blaerla volvió a chillar, apretando el vaso contra su generoso pecho—, ¡todo esto es tan emocionante! —Sintió el vaso frío al contacto con su piel, recordando lo que tenía en las manos, y apuró su contenido de un solo trago.

—¡Creo que tenemos una suerte increíble al vivir en Suzail cuando las miradas de todo el mundo están pendientes de lo que suceda aquí, y mientras acontecen todas estas cosas tan... dramáticas e importantes! —exclamó en tono triunfal, sosteniendo el vaso en alto para que le sirviera más.

Darlutheene dio unas palmaditas a su amiga en la mejilla, aparentando no ver el vaso vacío que le tendía.

—Sí, sí, querida —dijo cariñosamente—. Claro que somos afortunadas.

De no haber estado tan nerviosa Blaerla, ambas señoras vestidas de forma tan exquisita podrían haber oído el breve altercado que se produjo en la calle. El capitán de los Dragones Púrpura, Lareth Gulur, veterano de la Guerra Tuigana, acababa de saludar con una inclinación de cabeza a un mago guerrero que conocía de vista, de nombre Ensibal Threen, hombre de costumbres reservadas, cuando de entre la muchedumbre apareció un noble vestido de terciopelo azul y con los dedos repletos de anillos. «Uno de los Silversword», pensó Lareth, frunciendo el entrecejo mientras buceaba en su memoria intentando recordar su nombre. Era más bien chaparro, tenía una larga melena de pelo rubio y un mostacho puntiagudo del mismo tono. «Dioses, me pregunto si estos estúpidos jóvenes se mirarán al espejo antes de salir a la calle; con lo barbilampiño que es.»

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