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Authors: David Bravo

BOOK: Copia este libro
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Los que se apartan del pensamiento único son poco menos que una secta cuando se ven reflejados en los medios de comunicación. Las ideologías que se contraponen en el debate sobre la propiedad intelectual se resumen en los defensores de la cultura, el orden y las buenas costumbres, por un lado, y las personas entusiastas de no pagar, por el otro. Y así, disfrazados de noticia, aparecen estos artículos de opinión escritos por personas que saben entre nada y menos que nada de la materia que comentan. El trato casi quirúrgico que demuestran con aquellos que tienen ejércitos de abogados con la demanda fácil, se convierte en despreocupación cuando el protagonista de la noticia es considerado inofensivo. Quien no aparece en el periódico no existe, y hay quien te pide que le des las gracias por sacar tu nombre impreso aunque sea para mancharlo.

La fuerza del eco
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Lo peor de la manipulación es que es contagiosa. Algunos periódicos pueden presentar realidades que son contrarias a lo que su línea ideológica propugna habitualmente solo porque se dejan llevar por la corriente de opinión dominante en el resto de los medios. Al fin y al cabo los periodistas también tienen como mayor fuente de información a los propios periódicos.

En un periódico de tirada nacional, un columnista decía que a él no le parecía que comprar un buen disco a 18 euros sea caro porque «el inicio de una noche de copas —y solo es el comienzo— ya supera esa cifra».

Este redactor refleja una realidad de prosperidad económica que solo existe en su imaginación. Si de verdad lo habitual es que la gente se gaste 3.000 pesetas solo en el inicio de una noche de copas, es que vivimos en las antípodas de la precaridad. Lo sorprendente es que la cita reproducida es del número de Mayo de 2005 de Mundo Obrero, el periódico del partido comunista.

La fuerza de la repetición crea realidades que no existen y consigue que los que piden la hoja de reclamaciones a los mandamases del mundo por la pobreza y la desigualdad sean después los mismos que justifican los precios apoyándose en una bonanza económica que ellos negaban ayer y que nuestra cuenta corriente niega todos los días.

Malas hierbas
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La Asociación de Compositores y Autores de la Música (ACAM) tiene una página web que, supongo, será principalmente visitada por sus socios. Lo que estos probablemente no saben es que la información que les llega pasa un filtro riguroso. Las noticias que allí aparecen sobre la llamada «lucha antipiratería», suelen ser solo las que celebran las bajas del bando contrario y cantan victoria en una guerra que ya han perdido.

Pero no sólo las noticias son objeto de una selección sino que también su contenido pasa por las tijeras. Para resumir y dejar sólo lo importante, quedan por el camino todas aquellas informaciones que puedan incitar a los pensamientos impuros por parte de los lectores.

Cuando ACAM comentó la noticia aparecida en el diario Levante de la posible censura de la conferencia de Jorge Cortell, terminó con la declaración del rector de la universidad donde ésta iba a producirse y que aseguraba que la única razón por la que no se le permitió impartirla es que no se siguieron los trámites ordinarios para solicitarla. Sin embargo, en el diario Levante, que sirve de base a la noticia de ACAM, y justo a renglón seguido de esa declaración con la que estos ponían punto y final, hay otra del presidente de Promusicae que reconoce haber enviado una carta al rector de la universidad en la que le advertía de que si durante la conferencia se realizaba la descarga de una obra protegida, tal y como estaba previsto, se estaría cometiendo «un acto ilegal de forma masiva». La referencia a esta carta de advertencia, que puede hacernos intuir mejor las razones que explican la postura de la universidad, desaparecía en la información ofrecida por ACAM.

No es la primera vez que el corta y pega por parte de esta asociación se hace eliminando las malas hierbas. Cuando reprodujeron extractos de la carta de Miguel Ríos clamando por la huelga de los músicos, ACAM citó lo siguiente:

(…) Ahora, que las copias sean «públicas», se pague por ellas, y, además, sirva como argumento el bajo precio del producto robado, para afear nuestras protestas llamándonos peseteros, me parece perverso. Y ahí entra la sociedad.

La frase censurada bajo esos puntos suspensivos que quedaron como marca del trasquilón, es ésta: «La posibilidad de clonar nuestro esfuerzo en copias privadas nunca me pareció mal. Que alguien se copie mis discos y los regale a quien quiera me halaga».

Fuentes fiables

Los medios de comunicación tienen una demanda constante de noticias a la que satisfacer. La rapidez con la que se reclaman y los costes en tiempo y dinero para buscarlas y contrastarlas, obligan a reducir la labor periodística al mínimo.

Determinadas fuentes consideradas fiables por los medios de comunicación, alivian de la carga de una investigación imposible en un mundo a cámara rápida. Estas fuentes suelen coincidir con los representantes gubernamentales, funcionarios de policía o grandes poderes empresariales que cuentan con la apariencia de veracidad necesaria para que sus posturas particulares sean noticia.

El mito de Madrid Rock
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Cuando el director de Madrid Rock dijo que cerraba su tienda por culpa de las descargas de Internet, los medios de comunicación no lo dudaron un instante. La prensa, la radio y la televisión, que no dedican ni un solo segundo a la música independiente, se convirtieron, de la noche a la mañana, en los mayores melómanos y defensores del arte. Titulares ñoños y lacrimógenos donde lloraban la caída de un mito y se lamentaban de la maldita piratería que lo había asesinado.

El periódico ABC tituló a la noticia
El último Rock de Madrid
y en su desarrollo no dejaba lugar a la duda de quién fue el asesino de la tienda y de la música: «La parió la «movida». La mató la «piratería» […] La piratería, el disco «bastardo», va a poner en la calle a 46 personas, algunas de ellas, con más de 10 años de trabajo a sus espaldas en el negocio».

Es decir, lo que el director de la empresa había alegado como causa del descenso de ventas, era noticia. El empresario millonario que va a dejar en la calle a 46 personas culpando a otros de la calamidad, es una «fuente fiable».

Pero cuando los 46 trabajadores que tanto le importaban a ABC destaparon, por medio de sus delegados sindicales, que podían «probar fehacientemente» que la tienda no cerraba por la piratería sino por la avaricia de un empresario que vendía el local por una suma incalculable a una multinacional textil, pocos medios se hicieron eco de esa réplica. Los que lo hicieron dejaban claras las diferencias que hay entre la opinión del director de un negocio y la de sus trabajadores. Mientras las palabras del primero eran palabra divina y se convertían en noticia, la de los segundos, que podían probarlas «fehacientemente», eran solo una opinión.

Para ABC, «a juicio de la central sindical [CCOO] , el cierre está motivado por una negligente gestión y una especulación inmobiliaria». El periódico EL MUNDO, que en su día colocó a la noticia el explícito titular de
La piratería acaba con Madrid Rock
, tituló a las informaciones de los trabajadores como «CCOO denuncia que el cierre de la tienda de discos Madrid Rock se debe a la especulación inmobiliaria». El País había titulado a su reportaje
La piratería mata un mito musical
a pesar de que no había más prueba que la palabra del dueño del establecimiento, pero cuando los trabajadores dijeron, nómina en mano, que ellos cobraban parte de su sueldo por comisiones de ventas y que sus sueldos no habían bajado, este diario dijo que «los empleados del establecimiento vinculan el cierre con supuestas maniobras especulativas, no con el descenso de ventas».

La primera opinión que se dio es la realidad y la segunda es lo que los trabajadores opinan sobre ella. Al fin y al cabo, de todos es sabido que los trabajadores son capaces de decir cualquier cosa para pillar un buen pellizco por su despido, no como los empresarios millonarios, conocidos por su amor a los obreros y por su proporcionada escala de valores donde el dinero ocupa los últimos peldaños.

La adicción a las cifras astronómicas y el mito del kilo de hachís
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La exageración de cifras es algo habitual. Los millones de piratas o de dólares perdidos bailan de noticia en noticia sin el menor control. Para impresionar, los ceros a la derecha se colocan casi por inercia y los periodistas recogen y publican declaraciones que den numeritos por extravagantes que sean.

John Malcolm, de la MPAA, dijo, y así lo recogieron los periódicos, que en cualquier momento hay alrededor de 8.300 millones de personas distribuyendo material pirateado a través de la web. Más vale que sobre que no que falte, debió pensar este tipo que considera que hay más conectados a Internet que habitantes en el planeta tierra.

Para la prensa también es un dato oficial, una verdad incuestionable, las informaciones que provienen de fuentes gubernamentales. Poco importa que esas informaciones sean increíbles o ridículas.

Puede que ustedes hayan escuchado varias veces por boca de los fanáticos del copyright que la venta de un kilo de discos piratas es más rentable que la venta de un kilo de hachís.

Creo que el origen de la leyenda urbana está en las palabras del comisario europeo Pascal Lamy, que dijo que un kilo de hachís reporta unos beneficios de 2.000 euros mientras que un kilo de compactos piratas genera 3.000. Los medios de comunicación dieron ese dato por bueno y lo publicaron no como opinión del señor Lamy, sino como noticia. Al fin y al cabo lo había dicho un comisario europeo, blanco y con corbata. Además, también es medio calvo que, como es sabido, suelen ser tipos de fiar. El periódico EL PAÍS en su artículo
El Imperio de los Piratas
hacía una versión de esta leyenda urbana alterando ligeramente estos datos. Según este diario, un kilogramo de discos compactos piratas vale en la actualidad 3.000 euros, mientras que un kilo de resina de cannabis «está valorado en 1.000 euros».

Sin embargo, un poco de sentido común y una báscula habrían tirado por tierra esa teoría. Si pesan un CD en sus casas y realizan una sencilla operación matemática descubrirán que en un kilo entran, aproximadamente, 63 compactos. Esto quiere decir que, si un kilo de discos piratas genera un beneficio de 3.000 euros, cada compacto en las mantas cuesta 47'61 euros, y esto si suponemos que en ese negocio ilegal no hay gastos.

Obviamente es una estupidez, pero no importa porque la información proviene de una fuente fiable que relaja la molesta tarea del contraste. Mi cálculo, aunque esté basado en una operación matemática que todo el mundo puede comprobar, es solo una opinión. Lo que vale para la prensa es lo que dice Lamy, que para eso es comisario y sale en las fotos muy serio y con aspecto de estar permanentemente enfadado.

La frase del comisario se puso de moda entre los defensores de las restricciones de la propiedad intelectual. Era un buen eslogan porque ya habían conseguido identificar a la piratería con las descargas de Internet y ahora la mezclaban con el narcotráfico. Descargas de Internet, Top Manta y drogas en un mismo saco. Algo así como cuando los puritanos dicen que están hartos de películas llenas de drogas, violencia y sexo (si no eres miembro del Opus Dei, no hace falta decirte cuál es la palabra que no forma parte del mismo campo semántico).

Pedro Farré, basándose en una información que atribuye a la Agencia Tributaria, aseguró en el artículo
Mafias y Piratería Cultural
que fabricar y distribuir un kilo de discos piratas es «cinco veces más rentable» que vender un kilo de hachís. Si producir y poner en circulación 63 compactos falsificados da cinco veces más rendimiento económico que vender un kilo de hachís, es que los narcotraficantes ganan realmente poco. Limpiar escaleras les saldría mucho más rentable a los camellos porque cuenta con la ventaja de ser una actividad legal y que no exige introducirte cápsulas en ningún orificio corporal para cruzar la frontera.

El mito de los latinos y sus bárbaras costumbres
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Según el diario mexicano La Crónica de Hoy, algunos empresarios de la industria discográfica de EEUU dicen que la culpa del aumento de la piratería en aquel país es de los latinos «que llegaron a Estados Unidos con la costumbre de comprar discos ilegales». El argumento que confirma la teoría xenófoba lo da un empresario sin identificar y que asegura que «esto lo podemos comprobar fácilmente porque hay otras personas, con un nivel socioeconómico menor, que no dañan la industria comprando música pirata». No necesitó contrastar más fuentes el diario mexicano para publicar una noticia titulada
La piratería en EU aumentó por culpa de los latinos
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La perversión del lenguaje
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La elección de las palabras por los medios de comunicación no suele ser casual sino que se hace cuidadosamente para suavizar o agravar la realidad que se nombra.

Es por eso que algunas palabras se visten de gala para salir por televisión. Y es así como consiguen que desaparezcan las guerras que se convierten en intervenciones militares donde hay efectos colaterales, que es el nombre que reciben los que saltan por los aires sin saber de qué va la cosa cada vez que hay una incursión aérea. Ya no hay paro en el paradisíaco mundo del eufemismo sino que hay tasa natural de desempleo, no hay pobres sino carentes y no hay ricos sino pudientes. «Políticamente correcto» es como se llama al disfraz que se pone la realidad para salir por televisión.

Cuanto más leo los periódicos menos preocupado me siento por mis problemas, porque ahora sé que mi economía familiar no se va al garete como creía sino que experimenta un crecimiento negativo y los ricos que me roban por el camino para que eso ocurra no son ladrones sino cleptómanos que se enriquecieron por un golpe de suerte, es decir, que se enriquecieron como por arte de mafia.

Por el contrario, cuando lo que se trata es que la sociedad perciba con recelo una realidad social que por ahora le resulta inofensiva, no hay nada mejor que cambiar el lenguaje y colocarle la palabra adecuada. Y es por eso que aparece en escena la palabra «pirata», que es como se llama a los que se descargan, entre otras cosas, música de Internet. El hecho de establecer una equivalencia moral entre la persona que se descarga una obra protegida por copyright y aquellos tipos con parches en el ojo que asaltaban y saqueaban los barcos tras asesinar a su tripulación, no es una casualidad sino que tiene el mismo objetivo que los eufemismos: cambiar la percepción que se tiene de la realidad.

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