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Authors: Álvaro Pombo

Tags: #Fiction, #General, #Gay Studies, #Social Science

Contra Natura (45 page)

BOOK: Contra Natura
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—Lo sé, lo sé todo.

—¡Pues si usted lo sabe, ¿cómo es que no le dice nada?! ¡Esto no puede parecerle bien a usted!

—Sonia, Sonia. A mi edad el bien y el mal han intercambiado papeles muchas veces. Y mire, yo soy un hombre solitario que no entiende las relaciones de pareja. Son ustedes las parejas jóvenes las que me sorprenden a mí con sus infinitas variaciones, todas ellas no canónicas. Entiendo que me reprocha usted, Sonia, que no haya echado a su marido de mi casa. ¡Pero a mí me cae bien! ¡A mí me gusta Juanjo!

—O sea, que a usted le gusta.

—Ah, Sonia, Sonia, el retintín que le da a esta sencilla frase mía, tan vulgar, tan incolora. He dicho que me gusta su marido y usted entiende no sé qué. ¿Qué quiere, Sonia, usted decir?

—Francamente, me parece raro, la verdad. Es usted mayor que el padre de Juanjo y dice que le gusta, no es nada suyo y no lo entiendo.

—¿No le gusta Juanjo a usted, Sonia? Le tuvo que gustar si se casó con él...

—¿Ah, entonces es eso? ¡Que le gusta a usted para casarse! Bodas homosexuales que ahora se hacen.

—Yo me opongo terminantemente a esas bodas ridículas. No, no, Sonia. No sé por qué tengo la impresión de que usted no conoce a su marido bien del todo. Corríjame si me equivoco, pero a mí me da la impresión de que el Juanjo que usted conoció, con el que se casó y tuvo una hija, ahora con sus padres, no es el Juanjo que me presentó a mí su buen amigo Ramón Durán. ¿Conoce usted a Ramón Durán?

—Sí, sé quién es Ramón Durán, le conozco desde hace mucho.

—De manera que conoce a Ramón Durán desde hace mucho. Vaya, vaya, ¿y eso no le dice nada?

—¿Cómo que no me dice nada? ¿Qué quiere decir usted con eso?

—También Ramón Durán vive, o vivía, aquí, durante este pasado invierno. Tenemos una relación muy única los tres, muy nueva, fraternal. Ha hecho mal Juanjo, estoy de acuerdo, en no llamarla o escribirle en todos estos meses, mal, sin duda. Yo me alegro de que esto ahora esté arreglándose. Su presencia aquí ya es una indicación de que esto está arreglándose.

Este intercambio, en su trivialidad, ha entonado a Sonia. Este territorio de quién vive en casa de quién y de que si nos gusta o no nos gusta Juanjo es un territorio que Sonia entiende. Sonia se da cuenta de que si a esta conversación hubiera asistido cualquiera de sus amigas malagueñas le habría parecido todo ello anormal. ¿Cómo va a un hombre de casi setenta años gustarle tener metido en casa a un chico de treinta y pico sin cobrarle? Eso no es normal. Sonia, ahora, ha dejado de ver a Salazar como un hombre elegante, un distinguido intelectual con una casa llena de tapices, y ha empezado a pensar que Salazar es un hombre raro, quizá un marica, como dirían sus amigas: Sonia no tendría el menor inconveniente en aplicar este adjetivo a todo este refinamiento del té, del oporto y de la terraza sombreada. Lo único que ocurre es que cuanto más raro le parece Salazar y más extraña su casa, menos comprensible le parece que Juanjo haya vivido todos estos meses tan contento. Sonia no puede ni siquiera imaginar lo que las palabras marica u homosexual significan aplicadas a Juanjo: Juanjo y ella han hecho el amor, han disfrutado juntos, han tenido una hija. A Juanjo le gustan las tías, empezando por la propia Sonia. ¿Cómo es posible que se haya pasado casi un año metido en casa con un tío que podría ser su padre?

—¿Por qué dice que yo no conozco a Juanjo?

A medida que se desarrolla esta conversación, Sonia ha dejado de pensar en sí misma, ha pasado a un segundo plano su sensación de ser fea o sudorosa. Y ahora ocupa el primer plano de su conciencia una sensación de absurdo. Sospecha ahora Sonia que Salazar le está tomando el pelo. Al fin y al cabo, Sonia siempre ha sido peleona. En sus momentos depresivos Sonia llegó a pensar que por culpa de su mal carácter Juanjo se había ido alejando de ella. Y ahora se encuentra con este personaje extraño, este hombre tan elegante, que declara que le gusta Juanjo, una frase ya extraña de por sí. Una benéfica irritación, una sensación de estar siendo engañada, ocupa ahora la conciencia de Sonia, le calienta la cabeza. Salazar se ha puesto de pie ahora.

—Verá usted, Sonia. Creo que lo mejor es que vea usted por sí misma la vida que Juanjo lleva. Juanjo ha dejado por todas partes en esta casa la impronta de su ambigua presencia, que a mí, que conste, me parece juvenil, muy divertida. Pero venga usted conmigo y juzgue por sí misma.

Sonia se pone de pie también. Sigue a Salazar, que cruza la sala, y abre la puerta que da a un pasillo. Salazar, según avanza, va indicando: «Aquí hay una habitación de huéspedes, ahí da a la cocina», hasta que llegan a una puerta cerrada que Salazar abre y se hace a un lado para dejar pasar a Sonia.

—Ésta es la habitación de su marido —declara con un tono de voz deliberadamente neutro Salazar. Sonia avanza un par de pasos y contempla una habitación estrafalaria, que le recuerda de golpe la habitación de sus primos jóvenes allá en Málaga: una cama deshecha, la puerta de un armario abierta, una muda encima de un silloncito, una habitación estudiantil de estudiante desordenado.

—¿Cómo es que deja usted que viva en su casa con este desorden?

—¡Oh, bueno, Juanjo es Juanjo! A mi edad uno tolera la desidia ajena. Juanjo tiene otras virtudes, pero no es un chico ordenado.

Hay en la habitación una media luz. Salazar ahora ha encendido una lámpara que cuelga del techo y Sonia pasea la vista por las paredes: los pin-up boys.

—¡Esto es una mariconada! —exclama Sonia. Salazar se echa a reír—. ¡Ésta no es la habitación de mi marido!

—Pero sí que lo es, Sonia. Éste es un lado de su marido que usted ha ignorado siempre.

—¡Esto es una mariconada! —repite Sonia, arrancando un póster de un chico en pelotas que, curiosamente, se parece mucho a Juanjo de más joven.

—Quizá deberíamos hablar de esto con calma —declara Salazar, y se sienta en el borde de la cama de Juanjo. Sonia se queda de pie, frente a él, con un trozo de Robin, el chico del póster, en la mano.

Salazar se está divirtiendo. Esto, si bien se mira, no es más que una clásica escena de novela decimonónica, en la cual la legítima esposa descubre las relaciones extramaritales del esposo.

—Mire usted, señor. Yo lo que quiero es hablar con Juanjo. Lo que usted dice no lo entiendo. Esta habitación no la entiendo. ¿Cómo sé que es de Juanjo y no de otra persona?

—¿No reconoce usted el olor de su marido? Juanjo huele mucho a Juanjo. ¡Puede usted ver que ésta es su ropa...!

Sonia ya había pensado en esto: quizá porque no había visto ropa de Juanjo a simple vista es por lo que se ha sentido capaz de decir que ésta es la habitación de otra persona. Es verdad que Juanjo es desordenado. Ese fue un motivo de peleas matrimoniales muy pronto. Juanjo se cambiaba mucho de ropa interior, que dejaba tirada por el cuarto. La ropa interior que ahora también aparece tirada por el dormitorio no es como la que Juanjo solía usar. En vez de calzoncillos de algodón y camisetas blancas hay slips de colores y medio tangas que recuerdan bragas de mujer. Sonia ha visto esta ropa interior en los anuncios de la calle, en las paradas de los autobuses, ¡y quién no! Los metrosexuales —como ahora les llaman— usan bragas así. Sin embargo, la ropa que cuelga del armario, unos chándals, son de Juanjo, o se parecen mucho a los que Juanjo usaba. Y ha reparado Sonia en una pila de libros sobre deporte que también, vagamente, Sonia reconoce.

—Tengo que hablar con mi marido, tengo que hablar con Juanjo. ¿A qué hora vuelve?

—Verá, Sonia, Juanjo no tiene, como es natural, horario. Entra y sale cuando quiere. Es mi amigo. Lo tenemos organizado de manera tal que podamos ambos sentirnos sumamente libres, sumamente cómodos. Nuestra relación de pareja, por así decirlo, Sonia, es muy abierta. Pienso que Juanjo necesitaba un poco esto: esta dimensión más masculina, de compañerismo, liberarse un poco de las responsabilidades patriarcales, si usted me entiende...

—No, no le entiendo. No me iré de aquí hasta hablar con Juanjo.

—¡Estupendo! Siéntase usted como en su casa. Aquí, en la sala, en la terraza, en el comedor tenemos una televisión, puede ver un programa si le divierte. Puede quedarse aquí a dormir, Sonia. Es usted bien recibida.

Salazar ahora se levanta ágilmente de la cama deshecha, gira un par de veces alrededor de Sonia, con un paso casi de danza. Lánguido, largo, humorístico. Y añade:

—Estaré en la sala, puede usted instalarse aquí. Más tarde, si quiere, cenaremos algo, una cenita ligera. Vea, Sonia, en esta puerta de la derecha tiene usted el cuarto de baño de Juanjo. Juanjo y yo somos dos soledades que mutuamente se respetan y reverencian, Sonia.

Sale Salazar cerrando tras de sí la puerta del dormitorio de Juanjo. Sonia sola en este dormitorio inverosímil. Perplejidad. Se ha quitado los zapatos y la blusa blanca y se ha puesto un jersey de Juanjo. Sí, es un jersey de Juanjo y es la habitación de Juanjo. Instintivamente ordena un poco la habitación. Al cabo de un rato, siente gana de orinar, abre lentamente la puerta del dormitorio y, siguiendo las instrucciones de Salazar, abre la puerta de la habitación siguiente, que es el cuarto de baño. Se lava la cara, se peina, vuelve al dormitorio de Juanjo y cierra la puerta. De la sala viene el sonido elevado, solemne, litúrgico, de una pieza de música que a Sonia le parece ópera, pero una ópera rara, muy monótona, conmovedora. Sonia escucha en silencio esta melodía, nunca escuchada hasta ahora, y vuelve a cerrarse en la habitación de Juanjo. Son las once de la noche en su reloj de pulsera. Salazar ha hablado de cenar algo, pero Sonia no siente hambre. Ha bebido agua en el cuarto de baño. Prosigue el registro de la habitación de su marido. Identifica la antigua ropa de Juanjo, mezclada con esta ropa nueva, de marca. La ropa interior para chicos de Versace. Sonia piensa ahora en sus amigas. Han acabado teniendo razón: Juanjo es un hijo de puta, desleal, maricón. Pasado el primer golpe, liberada de la presencia suave y magisterial —como de un sacerdocio invertido— de Salazar, Sonia se siente más tranquila. Tiene intención de esperar a su marido. Tiene intención de esperarle toda la noche, todo el día siguiente, si hace falta. No tiene un plan definido, quiere salir de dudas. Cree que Juanjo ha engañado a Salazar. Juanjo no es marica. El marica es Salazar. Y Juanjo le está sacando los cuartos. A este Juanjo sinvergüenza, canalla, sí le reconoce, en parte, Sonia. Fue, de hecho, parte del atractivo de Juanjo, allá en los tiempos del noviazgo, este punto canalla, guarro. Ahora recuerda otra vez todo Sonia: recuerda los pantalones vaqueros ceñidos de Juanjo, le recuerda en la playa en taparrabos, muy moreno, acariciándose los abdominales. Realmente a Sonia le pareció fascinante. Despertó Juanjo su erotismo de colegiala y lo pasó bien con él. Creyó que harían una gran pareja. Aún lo cree. Ahora que sabe la verdad, ahora que por fin ha dado con Juanjo en Madrid, ahora que descalza recorre la desordenada habitación de Juanjo en busca de no sabe qué, a Sonia le parece que no está todo perdido: que Juanjo sea un pinta, eso ya lo sabía. ¡Que se esté camelando a este viejo elegante no es, después de todo, tan inverosímil! Soniá decide que camelarse al viejo no es muy distinto de cómo vio ella misma, con sus propios ojos, camelar a sus padres; Juanjo se cameló a los padres de Sonia. Y las amigas a la vista está que la envidiaban. Sonia disfrutó aquellas envidias más de lo que reconoció ante sí misma. En el fondo, las amigas deseaban que el matrimonio de Sonia saliera mal. ¡Se van a quedar con las ganas! No está todo perdido. ¿No le ha dicho Salazar que se puede quedar en la casa? ¿No es esto una clara prueba de que no hay nada entre estos dos? Sonia ha oído hablar del amor platónico entre hombres. Lo ha visto en la tele. Sonia es una entusiasta de Aquí no hay quien viva, Sonia no es una estrecha, no es nada estrecha, lo que tampoco es, es una tonta. A ella no la escandaliza que Juanjo chulee a Salazar. Se casó con Juanjo contra la opinión de sus amigas, incluso, al principio, de sus padres, precisamente porque Juanjo era muy capaz de chulearles a todos. ¡Juanjo es un chulazo! Y qué si ahora quiere ser modelo. Sonia, al fin y al cabo, conoce el mundo malagueño. No es que Sonia sea jetset, pero Sonia sabe, lo ha leído, lo ha visto en Tómbola, en ¿Dónde estás corazón?, Juanjo sería muy capaz de camelarse a la Lidia Lozano, si quisiera, al Jesús Vázquez, si se pone a ello. Sonia no es ninguna estúpida. Y no es ninguna boba, blanca paloma, que no sabe quién es quién. Sonia sabe quién es quién. Sonia entiende el humor agresivo —y le encanta— de Aquí hay tomate. Sonia no está perdida, no lo está. Al contrario: el que está perdido igual es Salazar. Salazar que se cree tanto, que se imagina que habla bien, que sabe mucho, que es tan rico, y luego lo que al final resulta, eso va a ser, es que Juanjo ni le quiere ni le importa un pijo, Juanjo sólo le chulea. Uno de los presupuestos secretos de Aquí hay tomate —rumia confusamente Sonia— es el de más listos que los listos. Muy listas se creían sus amigas, que envidiaron a Sonia y la malmetieron porque Juanjo era un chulazo y lo es. ¿Y qué que lo sea? Sonia no es que lea mucho o poco, ¿qué tendrá que ver leer o no? Sonia es lista de calle, y esto lo recuerda Sonia ahora como una explosión, un súbito alborozo, un gran disparo de cohete de fuego artificial: Sonia es lista de calle, y esto ¿quién lo dijo? ¿A quién se le ocurrió la frase esta? Al malagueño más listo y más guapo de todos los que existen: a Antonio Banderas, que lo dijo una vez de Silvester Stalone, que era listo de calle. Juanjo es un listo de calle, Sonia es una lista de calle...

Todas estas ideas son un Soñodor, un dormitivo, que tranquiliza a Sonia, reírse al final de sus amigas, al final tener razón: Juanjo es un chulo pero es suyo. Y la prueba está en que aquí está ella, arrebujándose en la cama de Juanjo, que por cierto, tenía razón Salazar, huele a Juanjo. Ha apagado la luz cenital, ha encendido la lamparita de la mesilla. Se ha quedado dormida. Pasan dos horas, se despierta sobresaltada Sonia, Juanjo la contempla de pie, encimándose sobre la cama desbaratada.

38

—Esta tarde tenemos que ir a ver a Emilia —ha comentado Allende. Allende ha vuelto a casa esta tarde con una bandeja de rosquillas del santo: rosquillas listas, rosquillas tontas, de Santa Clara y francesas. En lugar de sentarse los dos a tomarlas con un café con leche, como Durán esperaba, Allende ha declarado: «Esta tarde tenemos que ir a ver a Emilia.» Ramón Durán se ha sentido incómodo, inquieto:

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