Cómo descubrimos el petróleo (4 page)

BOOK: Cómo descubrimos el petróleo
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En los años veinte, los automóviles se convirtieron en un objeto de uso cada vez más extendido. El número de unidades vendidas crecía año tras año; todo el mundo quería tener un coche.

¿Cuál era, sin embargo, el combustible que los hacía moverse? ¿Cuál era el gas que explosionaba al mezclarse con el aire y ponía en marcha el motor? ¿Qué había sucedido mientras tanto con los hidrocarburos obtenidos del petróleo?

Las moléculas de tamaño medio de queroseno no servían para estos fines, pues tardaban demasiado en convertirse en gas. En las lámparas, en cambio, la evaporación lenta representaba una ventaja, pues prevenía las explosiones, que era precisamente lo que se quería provocar en los motores de combustión interna.

Se necesitaban, por tanto, moléculas más pequeñas que las del queroseno. Los técnicos centraron entonces su atención en esas moléculas diminutas que no servían para el alumbrado y que las compañías de petróleo quemaban como desecho. El desarrollo de la industria automovilística les abrió así las puertas de un nuevo mercado para un producto que hasta entonces consideraban inservible.

Ese producto ligero, sumamente volátil y aparentemente inútil que se obtenía de la destilación del petróleo pasó a llamarse «gasolina», de
gas
y del latín
oleum
, aceite, convirtiéndose al cabo de muy poco tiempo en el más importante de toda la industria relacionada de un modo u otro con el petróleo.

En 1903, los hermanos norteamericanos Wilbur y Orville Wright inventaron el aeroplano, al que dotaron también de un motor de combustión interna. Su difusión hizo aumentar notablemente la demanda de gasolina.

En 1892, el ingeniero alemán Rudolf Diesel diseñó un motor de combustión interna más sencillo, que consumía menos combustible. El carburante utilizado («aceite diesel» o gasóleo) admitía en este caso moléculas más grandes, y además no necesitaba chispa alguna para la ignición. La mezcla era comprimida en un espacio muy reducido, y la propia compresión generaba el calor necesario para provocar su explosión.

Los motores diesel eran más pesados que los de gasolina, y enseguida se comprobó que daban mejores resultados que éstos en vehículos grandes, tales como camiones, autobuses y barcos.

En la década de los treinta, los motores de combustión interna se habían convertido ya en algo tan común que el petróleo reemplazó al carbón como combustible. Las compañías petrolíferas comenzaron a desarrollar métodos adecuados para refinar el petróleo y obtener la mayor cantidad posible de gasolina y gasóleo, pues la demanda crecía sin cesar.

A pesar de las constantes mejoras introducidas en estos procesos, continuaban quedando gran cantidad de residuos.

Aunque los hidrocarburos líquidos con moléculas grandes ardían sin ningún problema, las lámparas de queroseno (parafina) habían desaparecido casi por completo. Sin embargo, el calor que generaba su combustión podía utilizarse para dar calor en vez de luz. Así pues, ¿por qué no calentar las calderas de las casas con este «fuel-oil»?

En los años veinte, las casas se calentaban fundamentalmente con carbón, pero como el nuevo combustible presentaba ventajas considerables, enseguida pasó a reemplazarlo.

El carbón era un material muy sucio de manejar; había que almacenarlo en un lugar adecuado, que casi siempre era el sótano. Para encender las calderas, había que echar algunas paletadas de carbón y mezclarlo con papeles y astillas de madera, pues de lo contrario no ardía. Asimismo, había que vigilarlo y removerlo de vez en cuando y, cuando se apagaba, era preciso retirar las cenizas.

El fuel-oil, en cambio, podía almacenarse bajo tierra, desde donde pasaba automáticamente a las calderas, que se encendían y apagaban también automáticamente mediante un termostato. Tampoco se originaban cenizas. Debido a todas estas ventajas, las calefacciones de fuel-oil fueron sustituyendo progresivamente a las de carbón.

Las moléculas más pequeñas de gas natural se aprovecharon para alimentar las cocinas y las estufas domésticas. Para algunas aplicaciones, el gas natural resultaba más adecuado que los combustibles líquidos, pues, entre otras ventajas, su manejo era más limpio y sencillo.

La industria química estudió las posibilidades que ofrecían los residuos del petróleo e hizo algunos experimentos, como alterar la disposición de sus átomos o añadir otros nuevos. De este modo se obtuvieron productos tan útiles como los plásticos, las fibras sintéticas, los tintes e incluso determinados medicamentos.

5.- El futuro del petróleo

Como ya hemos visto, un número creciente de personas comenzó a utilizar el petróleo para usos cada vez más amplios. Este empleo masivo hizo que la gente se plantease la siguiente pregunta: ¿hasta cuándo durarían las reservas existentes?

En los años treinta se extendió el rumor de que el petróleo estaba agotándose, pero las compañías no interrumpieron sus labores sino que, por el contrario, continuaron haciendo prospecciones en diversas partes del mundo. Los métodos de prospección, perforación y extracción mejoraron también notablemente.

A finales de los años cuarenta se descubrieron nuevos yacimientos en el Oriente Medio, donde las antiguas civilizaciones habían utilizado las filtraciones próximas a la superficie.

En las costas del Golfo Pérsico se detectaron riquísimos yacimientos subterráneos, de los que, al parecer, podía extraerse tanto petróleo como en todo el resto del mundo. La producción mundial se duplicó casi inmediatamente.

Durante veinticinco años, el petróleo fue producto abundante y barato. Estados Unidos poseía sus propias fuentes de abastecimiento, pero pronto empezó a comprarlo en el extranjero porque le resultaba bastante asequible. Europa y Japón, que no tenían petróleo, lo importaban para satisfacer sus necesidades, lo cual no les resultaba demasiado caro.

En principio no hubo ningún problema, ya que después de la segunda guerra mundial la mayoría de las regiones productoras de petróleo quedaron bajo el control de países europeos. Compañías europeas y norteamericanas dirigían todo lo relacionado con la explotación del «oro negro».

Con el transcurso de los años, las colonias de Oriente Medio se hicieron independientes y, lógicamente, exigieron controlar sus pozos y vender el petróleo al precio que fijaran sus respectivos gobiernos. En 1960, los países productores de petróleo de Oriente Medio y de otros lugares se agruparon en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).

Enseguida pudo comprobarse que dicha organización era muy poderosa. Los países industrializados necesitaban desesperadamente el petróleo, pues sin él no funcionarían las fábricas, los coches, los barcos ni los aviones. Si se restringiese el uso del petróleo, la economía mundial se vería gravemente perjudicada.

Sin embargo, las restricciones parecían inevitables, pues a pesar de los yacimientos descubiertos después de la segunda guerra mundial, era evidente que los recursos acabarían por agotarse en un futuro más o menos próximo.

Según ciertas estimaciones, en la actualidad las reservas mundiales ascienden a 600.000 millones de barriles. A primera vista parece una cifra enorme, pero si tenemos en cuenta que el consumo anual oscila en torno a los 20.000 millones de barriles, no resulta aventurado afirmar que el petróleo existente bajo la corteza terrestre durará tan sólo 30 años más.

Todavía pueden descubrirse, por supuesto, nuevos yacimientos. A finales de los años sesenta, por ejemplo, se encontró uno muy importante en el norte de Alaska. En el Mar del Norte, cerca de Gran Bretaña, se ha descubierto también petróleo y otras exploraciones recientes centran su atención en el sur de México.

Con todo, aunque contabilicemos el petróleo que aún queda por descubrir, las reservas no durarán más de 50 años si lo seguimos utilizando al mismo ritmo que hasta ahora.

Y lo que es peor: los pozos primitivos están secándose. Durante más de un siglo, desde que Drake perforara el primer pozo de Pennsylvania, Estados Unidos ha sido el primer productor mundial. Hoy día, los campos de dicha región hace ya tiempo que se agotaron, aunque, por fortuna, se han descubierto yacimientos aun mayores en Texas y en otros Estados.

A pesar de ello, los pozos norteamericanos ya no rinden como hace unos años. La producción alcanzó su punto culminante a principios de los años setenta, y desde entonces no ha dejado de disminuir.

En 1969, Estados Unidos producía todo el petróleo que consumía, mientras que hoy necesita importar grandes cantidades para satisfacer la creciente demanda interior, pues sus habitantes cada vez consumen más petróleo. En 1973, el 10% del petróleo consumido en dicho país era importado, y en 1980, el porcentaje había aumentado al 50%.

Cuando los países productores de petróleo decidan restringir sus exportaciones, los habitantes de las naciones que lo importan lo pasarán realmente mal. Por ejemplo, escaseará la gasolina para los automóviles, el gasóleo para los camiones y la maquinaria agrícola y el fuel-oil para las calefacciones.

En 1973, los países de Oriente Medio interrumpieron durante unos meses el suministro de petróleo a Estados Unidos y Europa a causa de una disputa política acerca de Israel, sembrando una gran confusión. En 1979 se produjo una revolución en Irán, que era uno de los principales países productores, y su producción quedó en suspenso. Otra vez se produjo el caos.

Los países que integran la OPEP afirman que las reservas petrolíferas no van a durar indefinidamente. Si el petróleo se suministra en abundancia y a bajo precio, nadie se dedicará a investigar otras fuentes de energía alternativas, sino que los usuarios se limitarán a quemarlo. Cuando se agote, se producirá un cataclismo de consecuencias imprevisibles.

Si se aumenta el precio y se limita la producción, el petróleo se utilizará con más comedimiento y se evitarán los despilfarros. Más aun: si resulta realmente caro y difícil de obtener, los científicos de todo el mundo se esforzarán por hallar energías alternativas.

Desde 1973, los países miembros de la OPEP han aumentado constantemente el precio del petróleo, lo que ha originado un aumento generalizado del coste de la vida. De este modo nos hemos dado cuenta de que existe un problema energético que es necesario solucionar pronto.

¿Qué puede hacerse?

En primer lugar, el estudio y posible descubrimiento de nuevas fuentes de energía requiere tiempo y por ello es importante conservar el petróleo y no derrocharlo. El ahorro de combustible se ha convertido así en un objetivo prioritario.

Una posibilidad es adquirir coches más pequeños que consuman menos gasolina por cada kilómetro recorrido. Otra, utilizar más los transportes públicos, caminar, compartir el coche con otras personas que hagan el mismo trayecto, aislar las viviendas, no abusar de la calefacción en invierno ni del aire acondicionado en verano, reducir al máximo los viajes de placer y pasar las vacaciones en un lugar próximo a nuestros lugares de residencia.

Un modo de fomentar el ahorro es controlar la población. Todas las personas utilizan la energía de un modo u otro y, cuanto más gente haya, más energía se necesitará. En el mundo viven más de cuatro mil millones de personas, es decir, el doble que hace tan sólo 50 años. De seguir el mismo ritmo de crecimiento, en el año 2000 habrá seis mil millones de habitantes sobre la Tierra. Por ello es importante que la población no crezca a un ritmo demasiado rápido.
    Otra forma de contribuir a conservar la energía es luchar por la paz mundial. Las guerras resultan increíblemente caras desde el punto de vista del consumo de energía. El simple hecho de mantener un Ejército, una Marina de Guerra y unas Fuerzas Aéreas suponen un gasto enorme, aunque nunca lleguen a entrar en acción.

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