Cómo descubrimos el petróleo (3 page)

BOOK: Cómo descubrimos el petróleo
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Hay un tipo de rocas conocidas por esquistos, cuyos poros contienen también hidrocarburos. Su nombre exacto es «esquistos bituminosos», y de ellos se obtienen una sustancia más bien sólida y suave, similar a la cera, que bajo el efecto del calor destila un líquido amarillento, útil también para el alumbrado. Por su aspecto ceroso se denominó «queroseno», derivado de la palabra griega con que se designaba la cera.

Hacia 1850 se extendió definitivamente en Europa y América el uso del aceite de carbón o del queroseno (llamado también «aceite de parafina») para el alumbrado.

En 1859 un revisor de ferrocarril del Estado de Nueva York tuvo una idea mucho mejor.

Su nombre era Edwin Laurentine Drake, y cuando realizó su descubrimiento tenía 40 años. Drake se preguntaba si no habría una forma más sencilla de obtener combustible para las lámparas. Tanto el carbón como los esquistos eran materiales sólidos que había que extraer y transportar de un lado a otro para, a continuación, someterlos a diversos tratamientos.

¿No sería más fácil utilizar directamente un líquido? Las sustancias líquidas se manejaban con mucha más comodidad que las sólidas y, lógicamente, el proceso de transformación del combustible resultaría mucho más barato.

Drake tenía incluso una idea aproximada de cuál podría ser ese líquido, pues no en vano había invertido sus ahorros en
Pennsylvania Rock Oil Company
, una empresa que se dedicaba a extraer petróleo de unos yacimientos superficiales próximos a la localidad de Titusville (Pennsylvania). Esta población se encuentra en el noroeste de dicho Estado, a unos 145 Km. al norte de Pittsburgh.

La compañía utilizaba el petróleo para elaborar medicamentos y con lo que extraía de los yacimientos tenía suficiente. Para alimentar todas las lámparas del mundo se precisaban, sin embargo, cantidades mucho mayores. Todo parecía indicar que debajo de la corteza terrestre existían depósitos muy importantes.

Se solían excavar pozos para obtener agua potable. Si se ahondaba aún más, en lugar de agua dulce se extraía agua muy salada que, entre otros usos, se utilizaba a modo de «salmuera» para conservar los alimentos.

En ocasiones, este agua salada salía mezclada con petróleo. Hay relatos donde se narra que esto sucedía ya en China y Birmania hace 2.000 años. Cuando de un pozo de salmuera salían gases de este tipo, los antiguos chinos les prendían fuego. El agua se evaporaba por el calor y obtenían así sal sólida.

Drake conocía todos estos datos y estudió detenidamente los métodos de perforación que se utilizaban para extraer salmuera. Uno de ellos consistía en sujetar un gigantesco cincel del extremo de un cable y, mediante un movimiento de vaivén, golpear la roca hasta quebrarla. Cada cierto tiempo se retiraban los fragmentos y se continuaba ahondando.

Con este sistema, Drake excavó un pozo de 21 m en Titusville, del que el 28 de agosto de 1859 manó, por fin, petróleo.

De este modo se comprobó que el preciado líquido negro podía bombearse a la superficie desde las entrañas de la tierra, lo que unido a las filtraciones satisfaría cualquier demanda, por muy grande que fuera. Así pues, Drake perforó el primer «pozo de petróleo».

Tras este éxito inicial, cientos de personas se trasladaron a la zona y comenzaron a excavar pozos. La región nordoccidental de Pennsylvania se convirtió en el primer campo petrolífero del mundo y en sus alrededores surgieron numerosos pueblos y ciudades. Drake no patentó su sistema y, como tampoco era un hombre de negocios avispado, no se hizo rico. Murió en 1880 sumido en la pobreza.

La fiebre del oro negro se extendió a otros lugares del mundo, pues enseguida se comprobó que podía existir petróleo incluso en zonas donde no había filtraciones que revelaran su presencia.

El petróleo, que se concentra bajo tierra, a grandes profundidades, impregna poco a poco los poros de las rocas sedimentarias, pero no siempre alcanza la superficie. En ocasiones choca con una capa de rocas impermeables que le impiden el ascenso y queda atrapado bajo ella en una especie de bolsa.

Para sacarlo a la superficie es, por tanto, necesario perforar las rocas impermeables. A menudo, el petróleo esta sometido además a una presión muy fuerte ejercida por el agua que tiene debajo. Cuando el taladro perfora la roca sólida, el petróleo sale como un surtidor.
¿Cómo puede saberse si debajo de una capa impermeable existen rocas porosas impregnadas de petróleo? Para tratar de salvar este escollo, los expertos estudian minuciosamente las formaciones rocosas de la corteza terrestre y examinan las probabilidades de que en un lugar determinado existan acumulaciones subterráneas de petróleo.

A pesar de ello, el único método infalible es perforar un pozo. Si no se tiene éxito, se dice que está «seco». En caso contrario, es decir, si se encuentra petróleo, las perforaciones se extienden a las zonas próximas.

Con el paso de los años se han ido mejorando los métodos de perforación. Hoy día se utiliza fundamentalmente una herramienta de metal llamada «trépano», que, al girar, va excavando el pozo. Este procedimiento rotatorio es mucho más eficaz que el sistema tradicional de percusión. El agujero que abre el trépano se llena de una especie de barro que arrastra fragmentos de roca y evita que el petróleo mane a chorros cuando se llega a él (En los pozos tipo surtidor se desperdicia gran cantidad de petróleo).

En la actualidad hay más de 600.000 pozos que extraen petróleo en todo el mundo... y todo comenzó con el que Drake perforó en 1859.

Las aplicaciones del petróleo son múltiples. Para aprovechar mejor los diversos elementos que lo componen, se somete a un proceso de «refino», que consiste fundamentalmente en separar las fracciones de hidrocarburos. El método más eficaz es la «destilación»: el petróleo se calienta hasta el punto de ebullición, y a continuación se recogen y separan los distintos tipos de moléculas, empezando por las más pequeñas.

Los hidrocarburos más pesados, esto es, los que tienen las moléculas más grandes, son sólidos blandos y se utilizan para pavimentos. Los de moléculas de tamaño medio se usan como aceite lubricante para maquinaria, y las más pequeñas componen el «gas natural», cuyas aplicaciones son asimismo muy numerosas.

Cuando comenzó la explotación industrial del petróleo, el producto más importante eran los hidrocarburos de moléculas de tamaño medio, pues de ellos se obtenía el queroseno para el alumbrado. Durante algunas décadas, las lámparas de queroseno se alimentaron con el combustible obtenido del petróleo.
Había también otras fracciones cuyas moléculas eran mayores que las del gas natural pero más pequeñas que las del queroseno. Estos hidrocarburos líquidos se evaporaban con suma rapidez, por lo que no resultaban adecuados para el alumbrado, pues, además, desprendían gran cantidad de vapores, con el consiguiente riesgo de explosión. Como aparentemente no tenían ninguna utilidad industrial o doméstica, solían quemarse.

Durante algún tiempo pareció que el petróleo iba a quedar anticuado con la misma rapidez con que se había puesto de moda. En 1879, el inventor norteamericano Thomas Alva Edison descubrió la luz eléctrica.

La electricidad daba una luz mucho más estable que las lámparas de gas o de queroseno y, lo que era más importante todavía, no ardía con llamas, lo que evitaba el peligro de incendio de los otros productos.

El uso de la luz eléctrica se extendió con suma rapidez, sustituyendo por completo a las lámparas de gas y queroseno.

¿Para qué se emplearía ahora el petróleo? ¿Habría que cerrar los pozos?

4.- La creciente importancia del petróleo

Un nuevo descubrimiento mucho más trascendental que las lámparas de queroseno o de gas vino a dar al traste con las previsiones pesimistas sobre el futuro del petróleo.

En el siglo XVIII se construyeron las primeras máquinas de vapor, que, como su nombre indica, funcionaban por el vapor que desprendía el agua al hervir. El vapor penetraba en el interior de la máquina por una serie de tuberías y presionaba sobre unos émbolos que al moverse hacia delante y hacia atrás, hacían girar las ruedas. La fuente de calor, en este caso el fuego que hacía hervir el agua, estaba fuera del motor que hacía funcionar la máquina y por eso se llamaba «motor de combustión externa».

Supongamos ahora que tenemos un tanque lleno de un líquido inflamable que se convierte fácilmente en vapor, o, si se prefiere, en gas. Una parte de este vapor se hace llegar hasta el motor, donde se mezcla con el aire. Una chispa hace explosionar la mezcla, y la fuerza de la explosión pone en marcha los émbolos. Los gases quemados se expulsan al exterior y son reemplazados por otros nuevos, que, cuando se mezclan con el aire y salta una chispa, vuelven a explosionar.

Una sucesión ininterrumpida de explosiones acciona los émbolos, imprimiéndoles un movimiento constante hacia delante y hacia atrás. Como en este caso el fuego (una explosión es en realidad un fuego muy rápido) se produce dentro de la máquina propiamente dicha, se habla de «motor de combustión interna».

La ventaja más notable de los motores de combustión interna es que su funcionamiento es inmediato, mientras que en una máquina de vapor había que esperar a que hirviese el agua, y para ello había que esperar cierto tiempo. Para hacer explosionar la mezcla de combustible y aire basta con una simple chispa.

En 1860, el inventor francés Etienne Lenoir construyó el primer motor de combustión interna realmente útil. En 1876, el también inventor alemán Nikolau August Otto desarrolló una versión mejorada que (con algunas innovaciones) sigue utilizándose todavía.

Si el motor de combustión interna se coloca debidamente sobre las ruedas de un carruaje, el movimiento de los émbolos hará girar las ruedas y, con ello, ya no harán falta caballos para tirar de él. Esta especie de «coche sin caballos» fue bautizada enseguida con el nombre de «automóvil», palabra de origen griego y latino que significa «que se mueve por sí mismo», aunque nosotros seguimos hablando de «coche».

En 1885 dos ingenieros alemanes, Gottlieb Daimler y Karl Benz, construyeron los primeros automóviles dignos de tal nombre, aunque en esta primera etapa eran todavía objetos muy caros y exclusivos.

El ingeniero norteamericano Henry Ford ideó un sistema para construir coches en masa, valiéndose de piezas idénticas adaptables a cualquier vehículo. Asimismo creó una «cadena de montaje» para agilizar el trabajo. Las piezas prefabricadas eran transportadas hasta los operarios, que no se movían del sitio que se les adjudicaba.

Cada trabajador realizaba siempre la misma tarea en los coches a medio construir que desfilaban por delante de su puesto. Las piezas se montaban una tras otra y, al llegar al final de la cadena, el coche estaba terminado.

En 1913, Henry Ford batió todas las marcas al fabricar mil coches al día, lo que le permitió reducir considerablemente su precio.

La mecánica fue mejorándose poco a poco, y los automóviles ganaron en comodidad y seguridad. Al principio, el motor se ponía en marcha manualmente mediante una manivela, lo que además de exigir un brazo fuerte, entrañaba cierto riesgo para la persona que la accionaba, pues a veces los coches arrancaban inesperadamente.

Algún tiempo después se incorporó una batería, que producía electricidad mediante una serie de reacciones químicas y la almacenaba hasta el momento de arrancar. El «arranque automático» facilitó aun más la conducción.

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