El tráfico de cocaína mueve miles de millones de dólares cada año. Su consumo causa un número incalculable de muertes y su dominio crece a un ritmo imparable. Un día el presidente de Estados Unidos decide invertir todos sus esfuerzos en acabar con este negocio y le encarga esta tarea, aparentemente imposible, a Paul Deveraux, un ex agente de la CIA inteligente, dedicado y tan audaz como despiadado. Si alguien en el mundo puede hacer este trabajo, es él. Deveraux acepta el reto de desarticular los cárteles de la droga, pero impone algunas condiciones: tendrá a su disposición todo el dinero, los agentes y los recursos que considere necesarios. Y la misión no finalizará hasta que haya alcanzado su objetivo. No hay límites ni reglas y nadie hará preguntas después. La guerra ha estallado y han desaparecido las normas del combate. Desde las pistas de aterrizaje de la selva amazónica hasta los barrios bajos de Bogotá, pasando por las espaciosas oficinas gubernamentales de Washington, Paul Deveraux, alias
Cobra
, descubre la escalofriante realidad del imperio más poderoso: el de la droga.
Frederick Forsyth
es, sin duda alguna, el gran maestro del thriller.
Frederick Forsyth
Cobra
ePUB v2.0
GONZALEZ12.09.12
Título original:
The Cobra
© 2010, Frederick Forsyth
Traducción: Alberto Coscarelli Guaschino
ePub base v2.0
Para Justin y todos los jóvenes agentes, británicos
y norteamericanos, que, corriendo grandes riesgos,
trabajan infiltrados en la lucha contra el narcotráfico.
Los personajes
BERRIGAN, BOB Director adjunto de la DEA
MANHIRE, TIM Ex agente de Aduanas, comandante del MAOC
DEVERAUX, PAUL Cobra
SILVER, JONATHAN Jefe de Gabinete de la Casa Blanca
DEXTER, CALVIN Oficial ejecutivo del Proyecto Cobra
URIBE, ÁLVARO Presidente de Colombia
CALDERÓN, FELIPE Jefe de la Policía Antidroga de Colombia
DOS SANTOS, CORONEL Jefe de Inteligencia de la Policía Antidroga de Colombia
ESTEBAN, DON DIEGO Jefe del cártel de cocaína
SÁNCHEZ, EMILIO Jefe de producción del cártel
PÉREZ, RODRIGO Ex terrorista de las FARC, el cártel
LUZ, JULIO Abogado, miembro de la junta del cártel
LARGO, JOSÉ MARÍA Jefe de comercialización del cártel
CÁRDENAS, ROBERTO Miembro de la junta del cártel
SUÁREZ, ALFREDO Jefe de transporte del cártel
VALDEZ, PACO El Ejecutor del cártel
BISHOP, JEREMY Experto informático
RUIZ, PADRE CARLOS Sacerdote jesuita, Bogotá
KEMP, WALTER UNODC
ORTEGA, FRANCISCO Inspector jefe de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado, Madrid
MCGREGOR, DUNCAN Técnico naval
ARENAL, LETIZIA Estudiante residente en Madrid
PONS, FRANCISCO Piloto de la cocaína
ROMERO, IGNACIO Representante del cártel en Guinea-Bissau
GOMES, JALO Jefe del ejército de Guinea-Bissau
ISIDRO, PADRE Sacerdote, Cartagena
CORTEZ, JUAN Soldador
MENDOZA, JOÃO Ex comandante de la Fuerza Aérea brasileña
PICKERING, BEN Comandante de las Fuerzas Especiales de la marina británica
DIXON, CASEY Comandante del Equipo Dos de los SEAL
EUSEBIO, PADRE Párroco rural, Colombia
MILCH, EBERHARDT Inspector de Aduanas, Hamburgo
ZIEGLER, JOACHIM Aduana y División Criminal, Berlín
VAN DER MERWE Inspector jefe de Aduana e Investigación Criminal, Rotterdam
CHADWICK, BULL Comandante del Equipo Tres de los SEAL
Acrónimos y abreviaturas
AFB Base de la fuerza aérea en Estados Unidos
BAMS Vehículo aéreo no tripulado
BKA Agencia de la Policía Criminal Federal alemana
CIA Agencia Central de Inteligencia
CRRC Embarcación neumática semirrígida de combate
DEA Agencia Antidroga de Estados Unidos
FARC Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, organización marxista
FBI Buró Federal de Investigación
FLO Fuerzas de la ley y el orden
HMRC Agencia Tributaria del Reino Unido
ICE Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos
MAOC-N Centro Europeo de Operaciones Marítimas contra el Narcotráfico
MI5 Servicio de Inteligencia Interior
NSA Agencia de Seguridad Nacional
OPE Orden Ejecutiva Presidencial
RATO Sistema de despegue asistido por cohetes
RFA Real Flota Auxiliar
RHIB Neumática de casco rígido de Estados Unidos
RIB Neumática de casco rígido del Reino Unido
SAS Regimiento del Servicio Especial Aéreo
SBS Fuerzas Especiales de la marina del Reino Unido. Cuerpo similar al SEAL norteamericano
SEAL Fuerzas especiales de la marina norteamericana
SOCA Agencia contra el Crimen Organizado del Reino Unido
UAV Vehículo aéreo no tripulado
UDYCO Unidad de Drogas y Crimen Organizado, Madrid
UNODC Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
ZKA Agencia de Policía Federal Aduanera de Alemania
E
L DESPLIEGUE
El adolescente agonizaba, solo; nadie lo sabía y únicamente a una persona le hubiese importado. Yacía, esquelético a consecuencia de una vida destrozada por las drogas, sobre un jergón apestoso en un rincón de una habitación inmunda de un edificio abandonado. Aquella pocilga formaba parte de un bloque de viviendas de uno de los diversos «proyectos» que habían fracasado en Anacostia, un barrio de Washington del que la ciudad no se enorgullece y que los turistas nunca visitan.
Si el chico hubiese sabido que su muerte iba a iniciar una guerra no lo hubiera comprendido, aunque tampoco le hubiese importado. Esto es lo que el abuso de las drogas hace a una mente joven. La destruye.
La cena de finales de verano en la Casa Blanca era reducida para lo que acostumbraba la hospitalidad presidencial. Solo veinte comensales, diez parejas, sentados a la mesa después de tomar un aperitivo en otra sala; y dieciocho de ellos se sentían muy impresionados por estar allí.
Nueve eran destacados voluntarios que trabajaban para el Departamento de Asuntos de los Veteranos, la organización nacional que vela por el bienestar de todos aquellos que han vestido el uniforme de las fuerzas armadas.
Los nueve años anteriores a 2010 habían producido un considerable número de hombres y de algunas mujeres que habían regresado de Irak o Afganistán heridos o traumatizados. Como comandante en jefe, el presidente estaba agradeciendo la labor de sus nueve invitados del Departamento de Asuntos de los Veteranos. Por ese motivo, ellos y sus esposas habían sido invitados a cenar en el mismo comedor que solía utilizar el legendario Abraham Lincoln. Habían disfrutado de un recorrido privado por las estancias, guiados por la primera dama en persona, y ahora estaban sentados bajo la atenta mirada del mayordomo que esperaba para servir la sopa. Así que resultó un tanto embarazoso cuando la camarera, una mujer mayor, comenzó a llorar.
No emitió ningún sonido, pero la sopera que sostenía en sus manos comenzó a temblar. La mesa era redonda y la primera dama se encontraba en el lado opuesto. Apartó la mirada del invitado al que estaban sirviendo y vio las lágrimas que caían en silencio por las mejillas de la camarera.
El mayordomo, siempre atento a cualquier contratiempo que pudiese hacer quedar mal a su presidente, siguió la mirada de la primera dama y comenzó a moverse en silencio pero con rapidez alrededor de la mesa. Hizo un gesto de apremio a uno de los camareros para que se hiciese cargo de la sopera antes de que ocurriese un desastre y se llevó de la mesa a la mujer mayor hacia la puerta batiente que comunicaba con la despensa y la cocina. En cuanto la pareja desapareció de la vista, la primera dama se secó los labios con la servilleta, murmuró una disculpa al general retirado de su izquierda y se levantó para seguirlos.
La camarera estaba ahora sentada en la despensa, con los hombros temblorosos; no dejaba de repetir: «Lo siento, lo siento mucho». La expresión en el rostro del mayordomo indicaba que no estaba demasiado dispuesto a perdonar. Nadie debe desmoronarse delante del jefe de Estado.
La primera dama le indicó con un gesto al hombre que volviese a ocuparse de servir la sopa. Después se inclinó sobre la mujer llorosa que se secaba las lágrimas con una punta del delantal y seguía disculpándose.
En respuesta a un par de preguntas en tono amable, la camarera Maybelle explicó el motivo de su imperdonable error. La policía había encontrado el cadáver de su único nieto, el chico que ella había criado desde que su padre había muerto entre los escombros del Trade Center nueve años atrás, cuando el niño tenía seis.
Le habían explicado la causa de la muerte tal como la había dictaminado el forense y le habían comunicado que el cadáver estaba en el depósito a la espera de que se lo llevaran.
Así, en un rincón de la despensa, la primera dama de Estados Unidos y una camarera de avanzada edad, ambas descendientes de esclavos, se consolaron mutuamente mientras unos pasos más allá los miembros más destacados del Departamento de Asuntos de los Veteranos mantenían una conversación forzada entre cucharadas de sopa y picatostes.
No se mencionó el incidente durante la cena y solo cuando el presidente se estaba quitando el esmoquin en su estancia privada, dos horas más tarde, formuló la pregunta obvia.
Cinco horas después, en la casi absoluta oscuridad del dormitorio, únicamente rota por un delgado hilo de luz del resplandor de la ciudad de Washington, que se filtraba a través del cristal blindado y la cortina, la primera dama se dio cuenta de que el hombre tumbado junto a ella no dormía.
Al presidente prácticamente lo había criado su abuela. Así que sabía muy bien lo importante que era la relación entre un niño y su abuela. Por ello, pese a su hábito de levantarse temprano y someterse a una dura sesión de calistenia para mantenerse en forma, no podía dormir. Yacía en la oscuridad, inmerso en sus pensamientos.
Ya había decidido que a ese chico de quince años, fuera quien fuese, no lo enterrarían en una fosa común, sino que recibiría sepultura en el cementerio de una iglesia. Pero le intrigaba la causa de la muerte de alguien tan joven y que provenía de una familia pobre, pero religiosa y respetable.
Poco después de que dieran las tres sacó de la cama sus largas y delgadas piernas y buscó la bata. Oyó a su lado un somnoliento «¿Adónde vas?». «No tardaré mucho», respondió. Se anudó el cinturón y cruzó el vestidor.
Levantó el teléfono; tardaron dos segundos en responder. Si la operadora de guardia estaba cansada a esas horas de la noche, cuando el ser humano está en su momento más bajo, no lo demostró. Su tono sonó alerta y vivaz.
—Sí, señor presidente…
La luz en la consola le indicaba quién llamaba. Aunque ya llevaba dos años en aquel notable edificio, al hombre de Chicago le costaba recordar que podía tener todo lo que quisiera a cualquier hora del día y de la noche con solo pedirlo.