Cincuenta sombras más oscuras (66 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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Cinco minutos después, vuelvo a tenerle enfrente, con el teléfono en la mano.

—Ray quiere hablar contigo —murmura con una mirada cauta.

Me quedo sin respiración de golpe. Cojo el teléfono y cubro el micrófono.

—¡Se lo has contado! —siseo.

Christian asiente, y abre mucho los ojos ante mi angustiado semblante.

¡Oh, no! Inspiro profundamente.

—Hola, papá.

—Christian acaba de preguntarme si puede casarse contigo —dice Ray.

Se hace el silencio entre los dos mientras pienso desesperadamente qué puedo decir. Ray sigue callado como suele hacer, sin darme ninguna pista sobre su reacción ante la noticia. Me decido por fin.

—¿Y tú qué le has dicho?

—Le he dicho que quería hablar contigo. Es bastante repentino, ¿no crees, Annie? Hace muy poco que le conoces. Quiero decir que es un buen tío, le gusta la pesca y todo eso, pero… ¿tan pronto? —dice en un tono tranquilo y comedido.

—Sí. Es repentino… espera un momento.

Me alejo a toda prisa de la zona de la cocina y de la mirada ansiosa de Christian, y voy hacia el ventanal. Las puertas que dan al balcón están abiertas, y salgo a la luz del sol. No puedo acercarme al borde. Está demasiado alto.

—Ya sé que es muy repentino y todo eso… pero, bueno, yo le quiero. Él me quiere. Quiere casarse conmigo, y sé que es el hombre de mi vida.

Me ruborizo, pensando que seguramente esta sea la conversación más íntima que he mantenido con mi padrastro.

Ray permanece en silencio al otro lado del teléfono.

—¿Se lo has dicho a tu madre?

—No.

—Annie… ya sé que es muy rico y muy buen partido, pero… ¿casarse? Es un paso muy importante. ¿Estás convencida?

—Él me da toda la felicidad que busco —susurro.

—Uf —dice Ray al cabo de un momento, en un tono más suave.

—Él lo es todo.

—Annie, Annie, Annie. Eres una jovencita muy testaruda. Espero de corazón que sepas lo que haces. ¿Me lo vuelves a pasar, por favor?

—Claro, papá, ¿y tú me acompañarás al altar? —pregunto en voz baja.

—Oh, cariño. —Se le quiebra la voz, y se queda callado un buen rato. Y mis ojos se llenan de lágrimas al comprobar lo emocionado que está—. Nada me haría más feliz —dice finalmente.

Oh, Ray. Te quiero tanto… Trago saliva para no llorar.

—Gracias, papá. Te vuelvo a pasar a Christian. Sé cariñoso con él. Le amo —susurro.

Creo que Ray sonríe al otro lado de la línea, pero es difícil decirlo. Con Ray siempre es difícil.

—Cuenta con ello, Annie. Y ven a visitar a este viejo y tráete a Christian.

Vuelvo a la sala, enfadada con Christian por no haberme avisado, y le paso el teléfono con un gesto que le hace saber lo molesta que estoy. Él lo coge de buen humor y regresa al estudio.

Dos minutos después reaparece.

—Tengo la bendición un tanto reticente de tu padrastro —dice orgullosamente, tanto, de hecho, que me da la risa y él me sonríe.

Se comporta como si acabara de negociar una fusión o una adquisición importantísima, lo cual, supongo, en cierto sentido ha hecho.

* * *

—Vaya, eres muy buena cocinera, mujer.

Christian se traga el último bocado y alza la copa de vino. Yo me ruborizo por el halago, y se me ocurre que solo podré cocinar para él los fines de semana. Frunzo el ceño. A mí me encanta cocinar. Quizá debería hacerle un pastel de cumpleaños. Consulto el reloj. Aún tengo tiempo.

—¿Ana? —Christian interrumpe mis pensamientos—. ¿Por qué me pediste que no te hiciera fotos?

Su pregunta me inquieta, sobre todo porque utiliza un tono de voz aparentemente dulce.

Oh… no. Las fotos. Miro fijamente mi plato vacío y entrelazo los dedos en el regazo. ¿Qué puedo decir? Me prometí a mí misma que no mencionaría que encontré su versión de
Penthouse Pets.

—Ana —dice bruscamente—. ¿Qué pasa?

Su voz me sobresalta, obligándome a mirarle. ¿Cómo he podido llegar a pensar que ya no me intimidaba?

—Encontré tus fotos —susurro.

Christian abre los ojos, conmocionado.

—¿Has entrado en la caja fuerte? —pregunta, incrédulo.

—¿Caja fuerte? No. No sabía que tuvieras una.

Frunce el ceño.

—No lo entiendo.

—En tu vestidor. La caja. Estaba buscando tu corbata, y la caja estaba debajo de los vaqueros… esos que llevas normalmente en el cuarto de juegos. Menos hoy.

Y me ruborizo.

Me mira con la boca abierta, horrorizado, y se pasa nerviosamente la mano por el cabello mientras procesa la información. Se frota la barbilla, sumido en sus pensamientos, pero no puede ocultar la perplejidad y el enojo impresos en su cara. Sacude la cabeza abruptamente, exasperado —pero también divertido—, y una ligera sonrisa de admiración aflora en la comisura de su boca. Junta las manos frente a sí y vuelve a dedicarme toda su atención.

—No es lo que piensas. Me había olvidado por completo de ellas. Alguien ha cambiado la caja de sitio. Esas fotos deberían estar en la caja fuerte.

—¿Quién las cambió de sitio? —murmuro.

Él traga saliva.

—Solo pudo hacerlo una persona.

—Oh. ¿Quién? ¿Y qué quieres decir con «No es lo que piensas»?

Él suspira y ladea la cabeza, y creo que está avergonzado. ¡Debería estarlo!, me increpa mi subconsciente.

—Esto te va a sonar frío, pero… hay una póliza de seguros —susurra, y se pone tenso a la espera de mi respuesta.

—¿Una póliza de seguros?

—Contra la exhibición pública de esas fotos.

De repente caigo en la cuenta y me siento incómoda y un tanto idiota.

—Oh —musito, porque no se me ocurre qué decir. Cierro los ojos. Aquí están de nuevo: las cincuenta sombras de su vida destrozada, aquí y ahora—. Sí. Tienes razón —digo con un hilo de voz—. Suena muy frío.

Me levanto para recoger los platos. No quiero saber nada más.

—Ana.

—¿Lo saben ellas? ¿Las chicas… las sumisas?

Él frunce el ceño.

—Claro que lo saben.

Ah, bueno, algo es algo. Alarga una mano para cogerme y atraerme hacia él.

—Esas fotos deberían estar en la caja fuerte. No son para ningún fin recreativo. —Hace una pausa—. Quizá lo fueron en un principio, cuando se hicieron. Pero… —Se calla y me mira suplicante—. No significan nada.

—¿Quién las puso en tu vestidor?

—Solo pudo haber sido Leila.

—¿Ella sabe la combinación de tu caja fuerte?

Él se encoge de hombros.

—No me sorprendería. Es una combinación muy larga, que casi nunca uso. Es el único número que tengo anotado y que nunca he cambiado. —Sacude la cabeza—. Me pregunto qué más sabrá Leila y si habrá sacado alguna otra cosa de allí. —Frunce el ceño y vuelve a mirarme—. Mira, destruiré las fotos. Ahora mismo si quieres.

—Son tus fotos, Christian. Haz lo que quieras con ellas —musito.

—No seas así —dice, sosteniéndome la cabeza entre las manos y mirándome a los ojos—. Yo no quiero esa vida. Quiero nuestra vida, juntos.

Santo Dios. ¿Cómo sabe que bajo mi horror ante esas fotos se oculta toda mi paranoia?

—Creía que habíamos exorcizado todos esos fantasmas esta mañana, Ana. Yo lo siento así, ¿tú no?

Le miro fijamente, recordando esa mañana tan, tan placentera y romántica, descaradamente lasciva, en su cuarto de juegos.

—Sí. —Sonrío—. Yo también siento lo mismo.

—Bien. —Se inclina hacia delante, me besa y me rodea con sus brazos—. Las romperé —murmura—. Y luego tengo que ir a trabajar. Lo siento, nena, pero tengo un montón de asuntos de negocios esta tarde.

—No pasa nada. Yo tengo que llamar a mi madre. —Hago una mueca—. Y después quiero comprar algunas cosas y hacerte un pastel.

Él sonríe de oreja a oreja y sus ojos se iluminan como los de un chiquillo.

—¿Un pastel?

Asiento.

—¿Un pastel de chocolate?

—¿Tú quieres un pastel de chocolate?

Su sonrisa es contagiosa. Asiente.

—Veré lo que puedo hacer, señor Grey.

Y vuelve a besarme.

* * *

Carla se queda muda por la sorpresa.

—Mamá, di algo.

—No estarás embarazada, ¿verdad, Ana? —murmura, horrorizada.

—No, no, no es nada de eso.

La desilusión me parte el corazón, y me entristece que pueda pensar eso de mí. Pero luego recuerdo, con mayor decepción si cabe, que ella estaba embarazada de mí cuando se casó con mi padre.

—Perdona, cielo. Pero es que todo esto es tan repentino. Quiero decir que Christian es muy buen partido, pero tú eres muy joven, y deberías ver antes un poco de mundo.

—Mamá, ¿no puedes alegrarte por mí sin más? Yo le quiero.

—Es que necesito acostumbrarme a la idea, cariño. Me has dejado de piedra. En Georgia ya noté que había algo muy especial entre vosotros, pero el matrimonio…

En Georgia él quería que yo fuera su sumisa, pero eso no se lo voy a decir a ella.

—¿Habéis fijado la fecha?

—No.

—Ojalá tu padre estuviera vivo —susurra.

Oh, no… esto no. Ahora no.

—Lo sé, mamá. A mí también me hubiera gustado conocerle.

—Solo te tuvo en brazos una vez, y estaba tan orgulloso. Pensaba que eras la niña más preciosa del mundo.

Y relata la vieja historia familiar con un hilillo quejumbroso de voz… una vez más. Va a echarse a llorar.

—Lo sé, mamá.

—Y luego murió —dice con un leve sollozo, y sé que el recuerdo la ha afligido, como pasa siempre.

—Mamá —susurro, sintiendo ganas de traspasar el teléfono y poder abrazarla.

—Soy una vieja tonta —musita, y vuelve a dejar escapar otro sollozo—. Claro que me alegro mucho por ti, cariño. ¿Ray lo sabe? —añade.

Parece que ha recuperado la compostura.

—Christian acaba de pedírselo.

—Oh, qué tierno. Bien.

La noto melancólica, pero está haciendo un esfuerzo.

—Sí, lo ha sido —murmuro.

—Ana, cielo, te quiero muchísimo. Y me alegro mucho por ti. Y tenéis que venir a verme, los dos.

—Sí, mamá. Yo también te quiero.

—Bob me está llamando. Tengo que colgar. Ya me dirás la fecha. Tenemos que planear… ¿será una boda por todo lo alto?

Una boda por todo lo alto. Oh, Dios. Ni siquiera había pensado en eso. ¿Una gran boda? No, yo no quiero una gran boda.

—Todavía no lo sé. En cuanto lo sepa te llamo.

—Bien. Y ve con cuidado. Aún tenéis que disfrutar mucho juntos… ya habrá tiempo para tener hijos.

¡Hijos! Mmm… y ahí está otra vez: una alusión, no muy sutil, al hecho de que ella me tuvo muy joven.

—Mamá, yo no te arruiné la vida, ¿verdad?

Ella sofoca un gemido.

—Oh, no, Ana, yo nunca pensé eso. Tú fuiste lo mejor que nos pasó en la vida a tu padre y a mí. Pero me gustaría que él estuviera aquí para verte tan adulta y a punto de casarte.

Vuelve a ponerse nostálgica y llorosa.

—A mí también me gustaría. —Muevo la cabeza, pensando en mi mítico padre—. Te dejo, mamá. Ya volveré a llamarte.

—Te quiero, cariño.

—Yo también, mamá. Adiós.

* * *

Trabajar en la cocina de Christian es algo de ensueño. Para ser un hombre que no sabe nada de tareas culinarias, se diría que lo tiene todo. Sospecho que a la señora Jones también le gusta la cocina. Lo único que necesito ahora es chocolate de buena calidad para el glaseado. Dejo las dos mitades del pastel sobre una rejilla para que se enfríen, cojo el bolso y asomo la cabeza por la puerta del estudio de Christian. Está concentrado en la pantalla del ordenador. Levanta la vista y me mira.

—Voy un momento a la tienda a buscar unos ingredientes.

—Vale.

Frunce el ceño.

—¿Qué pasa?

—¿Piensas ponerte unos vaqueros o algo?

Oh, por favor…

—Solo son piernas, Christian.

Me mira fijamente, muy serio. Esto acabará en pelea. Y es su cumpleaños. Le dirijo una mirada exasperada, sintiéndome como una adolescente descarriada.

—¿Y si estuviéramos en la playa? —pregunto, optando por otra táctica.

—No estamos en la playa.

—Si estuviéramos en la playa, ¿protestarías?

Se queda pensando en ello un momento.

—No —se limita a responder.

Abro muchos los ojos y le sonrío, satisfecha.

—Bueno, pues imagínate que lo estamos. Hasta luego.

Me doy la vuelta y salgo disparada hacia el vestíbulo. Consigo llegar al ascensor antes de que me atrape. Cuando se cierran las puertas, le hago un gesto de despedida y le sonrío con cariño, mientras él me mira impotente, con los ojos entornados, pero afortunadamente de buen humor. Sacude la cabeza con gesto de exasperación, y luego dejo de verle.

Oh, ha sido emocionante. La adrenalina palpita en mis venas, y tengo la sensación de que el corazón se me va a salir del pecho. Pero, a medida que el ascensor baja, mi ánimo también desciende. Maldita sea… ¿qué he hecho?

He despertado a la fiera. Se enfadará conmigo cuando vuelva. Mi subconsciente me mira fijamente por encima de sus gafas de media luna, con una vara de sauce en la mano. Oh, no. Pienso en la poca experiencia que tengo con los hombres. Yo nunca he vivido con un hombre… bueno, excepto con Ray pero, por alguna razón, él no cuenta. Es mi padre… bueno, el hombre a quien considero mi padre.

Y ahora tengo a Christian. En realidad, él nunca ha vivido con nadie, creo. Tengo que preguntárselo… si es que todavía me habla.

No obstante creo firmemente que tengo que vestirme como yo quiera. Recuerdo sus normas. Sí, esto debe de ser muy duro para él, pero también tengo clarísimo que este vestido lo pagó él. Debería haber dejado instrucciones más claras en Neimans: ¡nada demasiado corto!

Este vestido no es tan corto, ¿no? Lo compruebo en el gran espejo de la entrada. Maldita sea. Sí, lo es, pero ya he tomado mi decisión. Y sin duda tendré que enfrentarme a las consecuencias. Me pregunto vagamente qué hará él, pero primero tengo que sacar dinero.

Me quedo mirando el comprobante del cajero automático: 51.689,16 dólares. ¡Hay cincuenta mil dólares de más! «Anastasia, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica.» Y ya está empezando. Cojo mis míseros cincuenta dólares y me encamino hacia la tienda.

* * *

Cuando vuelvo, voy directamente a la cocina, sin poder evitar un escalofrío de alarma. Christian sigue en su estudio. Vaya. Lleva ahí encerrado casi toda la tarde. Decido que la mejor opción es enfrentarme a él y comprobar cuanto antes la gravedad de lo que he hecho. Me acerco con cautela a la puerta de su estudio. Está al teléfono, mirando por la ventana.

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